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– No es tan grave -le dijo. -Con un poquito de maquillaje, o de esos polvos que lleváis las mujeres, ni se notarán. Y no es algo permanente. Desaparecerán enseguida. ¿Verdad?

Aquellas palabras no parecieron tener ningún efecto en Carrie. Ella siguió sollozando, con la cara cubierta por las manos. Suavemente, él le apartó los dedos para poder verle los ojos, que brillaban azules bajo las lágrimas.

– A mí me parece que es una reacción al sol -añadió Dev.

– No sé lo que se apropió de mí para venir de vacaciones. ¡Nunca debería haber venido! Debería haberme quedado en casa, donde no me apetece vomitar cada dos minutos, donde el sol está detrás de las nubes y donde no tengo que preocuparme por tener granos.

– No llores -murmuró Dev. -Realmente no me parece tan grave.

– Eso es lo que tú dices.

– Sí, claro que es lo que yo digo. En estos momentos, diría cualquier cosa para que dejaras de llorar.

– Bueno -dijo ella por fin, esbozando una ligera sonrisa. -Gracias por intentar que me sienta mejor.

Dev nunca supo lo que pasó por él en aquellos instantes. Nunca supo si fueron los ojos, húmedos, o la boca, suave y seductora. Todo lo que podía pensar era en el beso que habían compartido la noche anterior en la cama y la pasión le hacía hervir la sangre. Quería volver a experimentar lo mismo, a saborear la dulce boca y apretar aquel atractivo cuerpo contra él.

En el momento en el que se inclinó sobre ella y le rozó los labios, supo que estaba perdido. No podía pensar en nada que no fuera en besarla. Esperaba que ella se resistiera, pero no lo hizo. Temeroso de tocarla y romper el hechizo que parecía haber entre ellos, él la saboreó lentamente con la lengua y gruñó suavemente cuando ella abrió los labios.

Sin embargo, cuando él la tomó por los hombros, ella se echó atrás. Al mirarla, vio tanto dolor en sus ojos que por un momento pensó que ella se arrepentía de lo que había pasado entre ellos. Entonces, se dio cuenta de que el dolor era real y provenía de la piel abrasada por el sol.

– Lo siento -dijo Dev, apartándose.

– ¿Que lo sientes?

Las palmas de las manos de él se detuvieron durante un momento encima de los hombros de ella y sintió cómo el calor le irradiaba desde la piel de ella.

– Estás en el trópico. ¿No se te ocurrió traerte un protector solar?

– Claro que sí, lo que pasa es que no me lo puse. Yo solo quería irme a casa. Eso era lo único en lo que podía pensar. Y entonces, el taxi se marchó y me dejó en aquel lugar con aquel piloto horrible y aquel avión horrible. Y no había teléfonos. Tuve que andar hasta la carretera principal y hacía tanto calor…

– No has viajado mucho, ¿verdad?

– Claro que sí -replicó ella, sintiéndose insultada. -He viajado por todo el mundo. Lo que pasa es que estaba algo… distraída.

– Probablemente eso sea culpa mía. Me siento parcialmente responsable de todo esto. Después de todo, yo soy el que ha estropeado tus vacaciones.

– Gracias. Me alegro de que finalmente lo admitas. Todo esto ha sido culpa tuya.

– Eso no significa que vaya a cederte mi cama -dijo él, sonriendo. -Por lo que yo sé, tal vez te hayas expuesto al sol de esta manera solo para que yo me sienta culpable.

Con un gritó, Carrie tomó una almohada de la cama y se la tiró a la cabeza. Él la esquivó y se echó a reír.

– ¿Estoy cerca de la verdad?

– Me tenía que haber imaginado que no podías ser amable por mucho tiempo -exclamó ella, empezando a recoger sus cosas.

– Carrie, estaba bromeando.

– Bueno, pues ahora no tendrás a nadie a quién gastarle bromas. Te puedes quedar con la maldita cama. Que duermas bien. Espero que todos tus sueños se conviertan en pesadillas.

Dev se arrepintió. Él debía haber adivinado que ella estaba al borde de la histeria. Probablemente había sufrido mucho aquella tarde y estaba quemada por el sol y agotada. Unos pocos minutos atrás, se había puesto a llorar. Dev comprendió que aquella vez había ido demasiado lejos.

– Carrie, yo…

– Me marcho -musitó ella. -No sé cómo me has podido caer bien en alguna ocasión. Eres un… patán.

Con eso, ella salió por la puerta, dejando a Dev completamente aturdido.

– Qué listo eres, Dev -se dijo. -Un verdadero príncipe. La besas y luego la insultas. Ese es el modo perfecto de hacer amistades. Y una estrategia maravillosa para conseguir que una mujer se vaya a la cama contigo.

¿Por qué le resultaba tan difícil sacarse a Carrie Reynolds de la cabeza? Menos mal que había decidido olvidarse de las mujeres. Aquella resolución le había durado tanto como la excursión para ver los cocodrilos. Sin embargo, estaba decidido a no implicarse en otra relación romántica. Y mucho menos con una mujer como Carrie Reynolds.

Después de lo mucho que le había dolido el abandono de Jillian, tal vez simplemente estaba utilizando a Carrie para vengarse. Era evidente para cualquiera que ella no era su tipo. Carrie era lo opuesto de Jillian: nerviosa y un poco inocente. Sin embargo, era hermosa. Y tremendamente atractiva.

– Ten cuidado, Riley -musitó él. -Con toda seguridad no necesitas a una mujer que te necesita más de lo que tú la necesitas a ella.

Carrie debería haber sabido que aquellas vacaciones no iban a salir bien. Sin embargo, nunca había esperado verse atrapada en medio de un huracán de confusión y emociones. Con cada minuto que pasaba, se lamentaba más de no haberse gastado los trescientos dólares que el piloto le había pedido para llevarla a tierra. ¿Sería que, secretamente, había deseado volver con Dev?

Unas veces, parecía el caballero perfecto. Otras, la volvía loca con su arrogancia. A pesar de que no quería, no podía evitar sentirse atraída por él. Podría pasarse horas fantaseando sobre el tacto del pelo o el roce de la piel de él contra la suya…

Con un suave gemido, se aferró con manos y pies al sofá para anticipar el movimiento del barco. Durante la última hora, parecían haberse encontrado con mar arbolada. Por cuarta vez aquella noche, se cayó de la cama que había improvisado en el salón principal y se golpeó contra el suelo. En silencio, maldijo al capitán Fergus, a Dev y a todo el océano Atlántico.

Probablemente, en aquellos momentos, Dev estaba cómodamente instalado en la cama. Sin embargo, ella no iba a admitir la derrota. Le haría lamentar sus acusaciones aunque muriera intentándolo.

Carrie suspiró. En realidad, aquella reacción había sido innecesaria. Después de todo, él había estado bromeando. Sin embargo, su mal genio combinado con la insolación y los efectos del beso le habían hecho perder el sentido común y salir de la habitación.

Carrie se incorporó y apartó la manta. Si no encontraba un modo de no caerse al suelo, no conseguiría dormir. Y tendría unos buenos hematomas para añadir a sus granos al día siguiente.

– Debería dormir en el suelo -musitó ella.

Entonces se puso de pie, pero estuvo a punto de caerse de nuevo por una nueva ola. Tal vez sería más seguro dormir en una de las pequeñas hamacas del camarote pequeño. Al menos así no se caería al suelo.

A duras penas, se dirigió al camarote, dando gracias por no experimentar náuseas aquella noche, y abrió la puerta. Era poco mayor que un armario, con dos hamacas colgadas de un lado a otro. Frunciendo el ceño, se preguntó cómo se subía uno a aquella masa de cuerdas. Al principio probó a sentarse, pero acabó por darse la vuelta. Luego intentó poner la rodilla primero y, al ver que no funcionaba, se montó a horcajadas y por fin consiguió tumbarse.

La hamaca no era muy cómoda. Tenía los pies más altos que la cabeza y el cuerpo estaba doblado en un ángulo. La cuerda le rozaba contra la piel quemada por el sol, lo que hacía que viera las estrellas cada vez que intentaba acomodarse.