La sorprendió mucho notar que disfrutó más de lo que había pensado con aquella excursión en solitario. Viajar sola no era tan terrible como ella se había imaginado.
Carrie había quedado en encontrarse con Moira y Fergus dos horas más tarde en el muelle, mientras ellos iban a hacer sus compras. La calle que salía del muelle estaba caldeada por el sol y la suave brisa marina hacía que los toldos de las tiendas aletearan. Un perrito se puso al paso con ella, esperando pacientemente mientras ella compraba.
Por fin, en una agradable taberna al aire libre, encontró una mesa y pidió unas gambas. Estaba dando de comer al perro las sobras mientras se tomaba un ponche de ron helado y observaba a los paseantes cuando…
– ¡Aggie! ¿Dónde estás? -gritó alguien, acompañando sus palabras con un silbido.
Carrie volvió a concentrarse en su comida, poco interesada por aquel extraño. Sin embargo, unos pocos segundos después, una sombra oscureció la mesa. Carrie levantó la vista y vio la silueta de un hombre que, al principio, le pareció Dev.
– Aggie, ya sabes que no tienes que pedir -dijo el hombre, con un acento australiano tan fuerte que Carrie apenas si comprendió lo que decía.
– Me temo que me ha confundido con otra persona -musitó Carrie, algo nerviosa. -No me llamo Aggie.
El hombre tomó la silla que había enfrente de la de Carrie, le dio la vuelta y se sentó a horcajadas. Al ver el bronceado Adonis que tenía enfrente, Carrie tuvo que contener el aliento. Tenía la piel muy bronceada y el pelo rubio muy claro por el sol y el perfil perfecto. Sin embargo, no era tan guapo como Dev. El hombre sonrió e inclinó la cabeza hacia el perro.
– Claro que usted no es Aggie. Él sí. Es mi perro -repitió él, al ver que Carrie no comprendía. -Se llama Aggie. Y usted debe de ser la pasajera de Fergus y Moira. Me llamo Jace Stevens. Soy de Sídney, Australia.
– Carrie -dijo ella, tomando la mano que el hombre le extendía. -Carrie Reynolds de Lake Grove, Illi… Así que, ¿conoce al capitán Fergus y a Moira?
– Sí. Nos encontramos con frecuencia por los puertos del mar Caribe. Los conozco desde hace años. Cuando los vi en el paseo, Moira me dijo que tenían pasajeros. Una jovencita muy guapa, me dijo. Así que cuando la vi, supe que era usted.
Carrie sintió que se sonrojaba. Aquella era la segunda vez en el mismo día que alguien comentaba su belleza. Primero Dev y luego aquel extraño. ¿Sería que los granos de la cara la hacían irresistible para el sexo opuesto?
– Gracias -murmuró ella. -¿Es usted también capitán de un barco de pasajeros, señor Stevens?
Carrie se dijo que aquella era una buena pregunta. Haría tocio lo posible porque hablara de sí mismo. Había leído en algún sitio que a los hombres les gustaba. Aquella era una buena oportunidad para practicar lo que había ido a aprender, pero, ¿por qué no le saldrían las palabras con más naturalidad?
– No, solo soy una rata de barco. Me paso los inviernos aquí y los veranos en el circuito de carreras del norte. ¿Qué haces en Lake Grove?
– ¿Que conduce coches de carreras? -preguntó ella.
– No -respondió él, con una sonrisa. -Barcos de vela. Muy grandes. Yates de doce metros, como los que navegan en la Copa América.
– Es muy difícil para mí imaginarme eso -dijo Carrie, totalmente desesperanzada por no saber nada del tema. -Pero supongo que no van muy rápido.
– Deberías probarlo alguna vez. No hay nada igual. El viento en el pelo, las velas aleteando por encima de la cabeza. Es mejor que el sexo.
Carrie se tomó las manos. Hubiera podido pensar que aquel hombre estaba intentando ligar con ella… Un perfecto extraño se le acerca y empieza una conversación, usando su perrito como cebo. Era un sinvergüenza, pero muy sexy. Y estaba interesado en ella, pero ¿por qué?
No parecía un hombre desesperado. Ella lo estudió solapadamente mientras tomaba otro sorbo del ponche. Tal vez era su nuevo color de pelo o el vestido lo que resultaban tan atractivos.
Fuera lo que fuera, no podría hacerle ningún daño. Estaba de vacaciones y el hombre era amigo de Fergus y Moira.
– Yo probablemente me pondría a vomitar -admitió Carrie. -Probablemente Fergus y Moira te hayan dicho que no soy buena marinera.
– Eso es imposible -dijo él. -Aggie reconoce a un buen marino en cuanto lo ve. ¿Te gustaría ver mi barco? Está anclado en el puerto.
– No puedo -respondió Carrie, mirando el reloj. -Tengo que encontrarme con Fergus y Moira.
– ¿Por qué no te quedas a tomar algo conmigo? Yo te puedo llevar al Serendipity más tarde.
– No, gracias. Me están esperando -insistió Carrie, satisfecha de haber podido flirtear con él, pero sin querer intimar más con un desconocido.
– Entonces, Aggie y yo te acompañaremos al puerto.
– Yo la acompañaré -dijo una voz, familiar para Carrie, a sus espaldas.
Al mirar por encima del hombro, Carrie vio a Dev. Llevaba puestos un par de pantalones cortos y una camiseta azul clara. Tenía el pelo alborotado y húmedo en la nuca y miraba con sospecha a Jace Stevens.
Carrie se aclaró la garganta y se puso rápidamente de pie, algo incómoda con la actitud de Dev.
– Dev Riley, me gustaría presentarte a un amigo de los O'Malley. Se llama…
– Tenemos que irnos -interrumpió Dev, tomándola de la mano y dejando dinero encima de la mesa. Luego hizo una inclinación de cabeza a Jace y empujó a Carrie hacia la calle.
– Solo iba a presentarte a…
– ¡Tenemos que irnos! -repitió él. -Moira y Fergus nos están esperando.
Carrie se dio la vuelta y se despidió de Jace Stevens.
– Me ha encantado conocerte. Adiós, Aggie.
– No le hables -musitó Dev, tirándola del brazo. -Los tipos como ese no saben cuándo tienen bastante.
– Es muy agradable.
– Es un extraño y tú no debes hablar con extraños.
– No es un extraño. Conoce a Fergus y a Moira.
– Tal vez en Helena se habla con los extraños, pero aquí no. Podría ser un… traficante de drogas. O un delincuente. O… un pirata.
– ¿Un pirata? -exclamó Carrie, riendo, mientras intentaba seguirle el paso. -¿Estás loco? Capitanea barcos de carreras.
– Maldita sea, Carrie, ya sabes lo que quiero decir.
– Ya sé lo que estás diciendo, pero no estoy segura de por qué lo estás diciendo. ¿Quién eres tú para decirme con quién puedo y no puedo hablar? Solo porque seas mi amigo no significa que puedas ir dándome órdenes.
– Simplemente me preocupa tu seguridad -dijo él, sin dejar de mirar al frente.
– Tal vez es que estés celoso.
– ¿Qué? -preguntó él, parándose en medio de la calle. -¿Qué has dicho?
– Nada -respondió Carrie, mirando al suelo.
– Eso no es cierto. ¿Qué has dicho?
– He dicho que tal vez estés celoso -replicó ella.
– ¿De ese idiota? ¡Estarás soñando! Yo podría vender y comprar a ese tipo un millón de veces.
– Me alegro de saberlo -le espetó ella, mirándolo con desdén. Entonces, siguió andando ella sola. -Todo lo que estaba haciendo era hablar con él. Y me pareció un hombre encantador. Ha sido una experiencia de lo más esclarecedora.
– ¿Es así como lo llamas tú? Estaba intentando ligar contigo.
– ¡Escúchame! Tal vez Dios te haya bendecido con una abundante cantidad de encanto pero yo no tengo mucha experiencia en esto. Por eso he venido de vacaciones. Para practicar.
Tan pronto como acabó de decir aquellas palabras, lamentó haberlas dicho.
– ¿Para practicar la seducción de extraños en un bar?
– No era un extraño y estaba sentada en la parte del restaurante, no en el bar. No había nada de seducción por medio.
– Entonces, ¿qué estabas practicando?
– No es asunto tuyo.