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– Peligrosa -murmuró ella. -Compartir la cama conmigo es peligroso -añadió, riendo. -Me imagino que toda esta práctica está empezando a surtir efecto.

CAPÍTULO 06

Dev se quedó en la puerta del camarote de Carrie. Ella estaba sentada en el borde de la cama, sin saber que él la estaba observando. Aquella mañana, ella llevaba puesto un precioso vestido rosa. El pelo le caía suelto sobre los hombros. Con el esfuerzo de aplicarse la crema protectora, tenía el brazo retorcido por la espalda. Cuando se volvió hacia él, el vestido se le pegó al pecho.

Los dedos de Dev se agarrotaron al recordar cómo los había sentido bajo sus manos la primera noche, cuando la había confundido con Jillian. En aquel momento, deseaba poder recordar mejor lo que había tocado y lo que sentía al acariciarle las caderas.

Durante aquella noche de insomnio había tenido aquellos pensamientos, Podría haber seguido a Carrie al camarote y haberse metido en la cama con ella, pero aquel día ya había tenido suficientes tentaciones.

Dev sabía que si compartían la cama, él no podría apartar las manos de ella. No después de haber contemplado aquella puesta de sol. Carrie había estado tan hermosa a la luz de los últimos rayos de sol que a él le hubiera gustado verla a primera hora de la mañana. Sin embargo, había sido noble y caballeroso y había enfriado su deseo en la incómoda hamaca.

Jamás se había pensado dos veces si debía llevarse a una mujer a la cama, hasta que había conocido a Carrie. Las mujeres por las que él se había interesado en el pasado habían buscado más bien una noche de pasión que un futuro juntos. Sin embargo, Carrie no estaba hecha para aventuras de una noche. Tenía un corazón sensible y él no quería romperlo. No. Carrie era el tipo de mujer con la que un hombre se casaba, no de las de usar y tirar. El tipo de mujer con el que él querría pasar el resto de su vida… si estuviera interesado en los finales felices.

– ¿Estás lista? -preguntó Dev, entrando en el camarote.

– ¿Lista? ¿Para qué?

– Estamos en el Cayo Oeste. El hogar de Hemingway. Pensé que tal vez te apetecería salir. Ya sabes, como si fuera una cita… solo para practicar.

– ¿Una cita? -preguntó ella, poniéndose un poco de crema en la mano.

– Sí. Podemos hacer lo que hacen los turistas y luego podemos ir a un bonito restaurante. Cenar y luego tal vez ir a bailar. Todas las cosas que la gente hace cuando tienen una cita.

– ¿Ir a bailar? -preguntó ella, algo nerviosa. -¿Sabías que Cayo Oeste es el punto más al sur de los Estados Unidos? Bueno, eso sin incluir las islas. Ka Lae, en Hawai, está mucho más al sur.

– ¿Lo has leído en tu guía? -preguntó Dev, echándose un buen montón de crema en la mano.

– Ya lo sabía.

– Y supongo que conocerás también el punto más al norte, ¿verdad?

– Eso es fácil. Point Barrow, en Alaska o West Quoddy Head en Maine -respondió ella, con un hilo de voz, ya que Dev le estaba untando crema en la espalda. -El… el punto más alto es Monte McKinley.

Él seguía repartiendo la crema por la espalda y los hombros. En cuando la tocó, el calor que emanaba de la piel pareció aumentar. Dev intentó concentrarse en su tarea, pero en lo único en lo que podía pensar era en la suavidad de la piel o en la perfecta curva del cuello.

– ¿Y el punto más bajo es el Valle de la Muerte?

– Mmm -dijo ella, cerrando los ojos. -Está a doscientos ochenta pies por debajo del nivel del mar. El lugar más bajo del mundo es el Mar Muerto. Unos mil pies más bajo que el Valle de la Muerte.

– Sabes mucho de geografía -dijo él, aplicándole crema debajo del cuello.

– Gané un premio en el colegio. Cuatro años seguidos. Era la asignatura que mejor se me daba.

Dev se detuvo, como si se hubiera dado cuenta de que aquel era otro pequeño retazo de información que ella le regalaba. Sabía que era de Helena, que estaba enamorada de un hombre que no conocía, que su padre era vendedor y que su madre había muerto cuando ella era una niña. Pero aquello era todo lo que sabía de ella.

– Así que eras una de las listas de la clase -susurró Dev. -Me apuesto a que tenías un montón de novios.

– No. Yo nunca tuve novio en el instituto -respondió Carrie, abriendo mucho los ojos. -Yo era… realmente tímida. No era nada guapa. Llevaba unas gafas de culo de vaso y aparatos en los dientes. Y estaba un poco… gordita.

Dev pasó los dedos suavemente por los hombros y luego la frotó sobre los brazos. No podía apartar los ojos de un punto en el centro de la garganta. Sin embargo, cuando él se inclinaba para besar aquel punto, ella se puso rígida, por lo que él pudo recobrar el sentido común. Luego ella se relajó y respiró suavemente. Los dedos de él se deslizaron por debajo de la fina hombrera del vestido y Dev la apartó. Oyó que ella contenía el aliento. Entonces, esperó un momento. Luego la giró para que ella lo mirara. Quería besarla, y continuar aquella suave seducción.

Entonces, comprendió que nunca había necesitado a una mujer de la manera en que necesitaba a Carrie. Ella se había convertido en una necesidad innegable para él.

Él no quería que ella se negara, así que cubrió inmediatamente su boca con la de él. Carrie emitió un suave gemido, un sonido que pareció más de deseo que de rechazo. Como si quisiera convencerla aún más, él profundizó el beso. De repente, aquel momento se llenó de posibilidades, pero Dev se contuvo.

– Yo te hubiera pedido que vinieras conmigo al baile.

– No -respondió ella, sonrojada. -Nunca lo hubieras hecho. Los hombres como tú nunca se fijan en las mujeres como yo. Pasáis a nuestro lado en la calle y ni siquiera nos miráis.

– ¿De qué estás hablando? Claro que me fijaría en ti.

– Tal vez deberíamos irnos -sugirió Carrie, aclarándose la garganta. Entonces se puso de pie y se estiró el vestido. -¿Has visto mi sombrero? Yo no debería salir sin mi sombrero.

– Espera un momento -replicó él, asombrado por aquel comportamiento.

– No necesito más crema -dijo ella. -Ya me has untado bien todo el cuerpo. Estoy segura de ello.

– No es eso lo que me preocupa. Siéntate un momento. Quiero hablar contigo.

– No necesitamos hablar. Necesitamos marcharnos. ¡El Cayo Oeste no espera! -exclamó ella, inundada con una falsa alegría.

– ¿Te das cuenta de que es la primera vez que has hablado de ti en todo el viaje? -le preguntó Dev, tomándola del brazo y obligándola a sentarse. -Quiero que me cuentes más.

– ¿Por qué?

– Porque quiero conocerte, Carrie. ¿Hay algo malo en eso?

– No hay razón alguna para ello. Lo que quiero decir es que después de estas vacaciones, no volveremos a vernos. ¿Por qué ibas tú a querer saber más de una persona que no vas a volver a ver?

– Maldita sea, Carrie, no te estoy pidiendo que me reveles secretos nacionales. Solo quiero saber un poco sobre ti. Somos amigos, ¿no?

– ¿Tú crees?

– ¡Sí! Pensé que en eso nos habíamos puesto de acuerdo.

– Los amigos no se besan como tú acabas de besarme a mí. Y… y cuando me tocas, no lo haces como me tocaría un amigo.

Dev contuvo el aliento. Ella tenía razón. A la menor oportunidad, se había aprovechado de su buena naturaleza y su inocencia, asumiendo que el deseo que ella sentía era tan fuerte como el que sentía él. Sin embargo, a juzgar por la expresión que había en el rostro de Carrie, sabía perfectamente que se había equivocado.

– Lo siento -dijo él. -No quería obligarte a nada.

– Y no lo has hecho -replicó ella. -A mí me gustó que me besaras.

– ¿Te gustó?

– Sí. ¿A qué mujer no le gustaría? Lo que quiero decir es que tú eres guapo y encantador. Y estoy segura de que a todas las mujeres a las que has besado les ha gustado. Tú besas bastante bien.