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– ¿Es helado lo que quiere? Ya veré lo que tenemos a bordo del Serendipity, señorita.

– ¿Cómo que a bordo del Serendipity? ¿No sería más correcto decir en Serendipity?

– No, yo me refiero al barco. Soy el Capitán Fergus O'Malley, el capitán del Serendipity. Y estoy seguro de que usted es una de mis pasajeras, Carrie Reynolds. Déjeme ayudarla con el equipaje y la acompañaré a bordo.

– A bordo -musitó Carrie. -Entonces… ¿usted no es un vendedor de helados? ¿Y Serendipity no es un maravilloso complejo hotelero con blandas camas y duchas calientes?

Carrie estuvo a punto de añadir «y hombres guapos y solteros con minúsculos bañadores», pero se lo pensó mejor.

El capitán Fergus se echó a reír como si ella hubiera dicho algo muy divertido y empezó a andar con las maletas de Carrie bajo el brazo.

– Serendipity es una nave de cincuenta y cuatro pies, una de las más lujosas para navegar por el Caribe. Tenemos una cama suave y una ducha caliente para usted, eso seguro. Además de comidas de sibarita y buenos vinos. ¿Es que no ha visto nuestro folleto?

Carrie negó con la cabeza mientras seguía al hombre. Las piernas amenazaban con doblársele de un momento a otro.

– Se suponía que estas vacaciones tienen que ser una aventura. Lo del avión y el taxi ha sido una verdadera aventura, pero lo del barco es demasiado para mí. Verá… Es que yo no nado muy bien y, como yo siempre digo, si no te quieres ahogar, es mejor que te mantengas alejada del agua. Pero resulta un poco difícil estando en un barco, ¿no le parece?

– No tiene que preocuparse por su seguridad. Además, no estaremos en el mar todo el tiempo. Haremos escalas en preciosos lugares casi todos los días a lo largo de los Cayos de Florida.

– Pero, ¿cómo se supone que voy a practicar? -musitó ella. -Susie sabía que yo quería practicar. ¿Por qué me metió en un barco en el que no hay nadie con el que practicar?

– ¿Practicar? -preguntó el capitán Fergus, deteniéndose para mirarla. -¿Qué es lo que quiere practicar?

– No importa -replicó ella. Al levantar la vista, vio un enorme velero meciéndose sobre las olas y Carrie no pudo evitar tragar saliva. -Voy a matarte, Susie Ellis. Te juro que, tan pronto como llegue a casa, vas a pagar por esto.

– Bueno, aquí está. Espero que tenga una buena travesía con nosotros, señorita Reynolds.

– Estoy segura de que me lo pasaría muy bien, si me fuera a subir a su barco, pero no puedo. Me temo que me pondría muy… enferma.

– De eso nos podremos encargar enseguida. Espere aquí y le traeré unas pastillas contra el mareo. Funcionan de maravilla.

– Eso me vendría muy bien. Yo me limitaré a sentarme aquí en este banco y contemplar el futuro. Y el inminente asesinato de mi socia.

El capitán Fergus la miró muy extrañado y luego subió al barco para desaparecer en la cabina. Unos pocos minutos más tarde, regresó con un frasco de pastillas y un enorme zumo de fratás.

– Un refresco de bienvenida -dijo él. -No tiene alcohol, pero la ayudará a tragarse la pastilla. Después de algún tiempo, se acostumbrará al movimiento. Dentro de unos pocos días ya ni siquiera lo notará.

Referente a los camarotes, el capitán Fergus tenía razón. Después de pasarse media hora en el muelle, Carrie por fin se atrevió a subir a bordo del Serendipity y comprobó todo lo que le había explicado el capitán. El camarote de Carrie era grande y lujoso, con un enorme salón y una habitación igualmente grande, con un cuarto de baño algo pequeño. Serendipity presumía de tener lo mismo que un hotel, menos otros huéspedes.

Una vez que se hubo instalado, la primer oficial y chef, la encantadora esposa del capitán Fergus, Moira, le llevó una pequeña bandeja con fruta fresca y una ensalada de langosta, que Carrie devoró con apetito.

Mientras el sol se ponía, el aire pareció detenerse, invitando al sueño. Las ropas de Carrie se le pegaban a la piel, así que ella se desnudó, deseando deshacerse de los restos de un día demasiado ajetreado. Envuelta en una toalla, se dirigió al cuarto de baño. Sin embargo, no pudo reunir fuerzas para meterse en el pequeño cubículo que servía de ducha.

Con un suspiro, volvió al camarote, se quitó la toalla y se tumbó en la cama, demasiado agotada para buscar un camisón en su equipaje. Las sábanas de algodón le daban una sensación fresca a la piel. La medicina contra el mareo le estaba produciendo una deliciosa sensación de letargo.

Carrie nunca se había acostado sin pijama, pero solo tenía la intención de echarse durante un rato. Además, ¿qué daño podía hacer si estaba sola? Después de dormir un rato, se levantaría, buscaría un teléfono y le pediría a Susie que le buscara unas verdaderas vacaciones, en un hotel de verdad.

El suave movimiento del barco parecía acunarla y finalmente acabó por dormirse. Se despertó una vez y se preguntó dónde estaba, pero luego se dejó atraer por el mundo de fantasías, satisfecha, cómoda y…

La fantasía no era una novedad. Dev Riley había formado parte de sus sueños muchas veces. Sin embargo, siempre había sido una figura vaga. Aquel sueño fue diferente. Aquella vez, parecía estar vivo en su imaginación, incluso el sonido de su voz, el color de sus ojos, su olor… Todo parecía real.

Carrie suspiró suavemente y se abrazó a una mullida almohada, estirando su cuerpo desnudo bajo las sábanas. En aquel sueño, ella era guapa y sexy, exactamente el tipo de mujer que le gustaría a un hombre como Dev. Él era apasionado y parecía completamente hechizado por los encantos de ella.

Estaban en el dormitorio de él, en la que era una de las versiones favoritas de Carrie. El tenía una cama enorme. Las velas parpadeaban en la oscuridad, bañando la habitación y el pecho de Dev de una suave luz dorada. Él se arrodillaba al lado de ella, observándola, esperando…

Sin embargo, aquel sueño nunca iba más allá. Nunca se hablaban ni se besaban. Solo se miraban… Carrie gimió y aferró aún más fuerte la almohada.

¿Por qué aquel sueño siempre se detenía antes de que empezara lo bueno?

CAPÍTULO 02

Dev Riley llegaba tarde. Había estado a punto de cancelar aquel viaje, pero, en el último minuto, había decidido seguir con sus planes. ¡Al diablo con Jillian Morgan! Y, en lo que a él se refería, todas las mujeres en general. ¡Antes de que él decidiera enamorarse de otra mujer y se confiara a ella, haría frío en los Cayos de Florida!

Se suponía que aquel viaje iba a marcar un punto clave en su vida. Había estado saliendo con Jillian durante casi dos años y el matrimonio había parecido, por lógica, el siguiente paso. Dev no había llegado a aquella conclusión sin pensárselo mucho. Había sopesado los pros y los contras y por fin se había animado a proceder.

Después de todo, Jillian era una mujer hermosa, segura de sí misma, inteligente e independiente, el tipo de mujer que él se sentiría orgulloso de tener como esposa. Ella adoraba su trabajo, pero lo que era más importante para Dev, entendía la obsesión que él tenía por el suyo, las largas horas y las noches que llegaba tarde a casa. Casarse con Jillian era preferible a tener que buscar otra mujer que aceptara su ajetreado estilo de vida y sus pocas ganas de fundar una familia. Además, los dos pasaban el poco tiempo del que disponían juntos, así que, ¿por qué no hacerlo oficial?

Dev le había dado a su agente de viajes, Susie Ellis, carta blanca para que le planeara la escapada más romántica que le pudiera encontrar. Cuando tuvo los billetes, había ido a darle a Jillian la sorpresa. Al principio ella se había negado a acompañarlo, con excusas de trabajo. Después de mucho insistir, ella había decidido que unas vacaciones era precisamente lo que necesitaban.

Dev no pudo evitar una amarga sonrisa. Había sido lo suficiente estúpido como para creer que Jillian había compartido sus planes para el futuro… hasta dos días antes de la salida. Al volver a casa, había descubierto que ella se había marchado. Él había encontrado una nota, redactada en términos muy impersonales, en la que le explicaba que había decidido aceptar un ascenso en su trabajo. Y aquel ascenso implicaba mudarse inmediatamente a Nueva York.