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– Gracias -dijo. -Ya me encuentro mejor.

– ¿Te apetecería tomar algo más? Esta tortilla está bastante bien y también hay jamón a la plancha.

– Tengo mucha hambre -admitió ella, sonriendo ligeramente.

– Bien -dijo Dev, cortando su tortilla en dos partes y poniendo un trozo en el plato de ella. -Te sentirás mucho mejor después de comer.

Carrie se empleó en el desayuno con el apetito de un marinero hambriento. Dev nunca había visto a nadie disfrutar tanto de la comida como ella. Jillian comía como un pajarito. Sin embargo, Carrie se comió el trozo de tortilla que él le había dado, otra tostada, dos trozos de jamón y se bebió la mitad de la jarra de zumo de naranja. Para cuando hubo terminado, el color le había vuelto al rostro y parecía satisfecha.

– Háblame de ti, Carrie Reynolds -le dijo Dev, inclinándose hacia ella. -Ya sé que disfrutas de un buen desayuno.

– Llámame Carrie -dijo ella.

– De acuerdo, Carrie. Empecemos con tu vida personal. ¿Estás casada? ¿Prometida? ¿Tienes alguna relación seria?

– Eso no es asunto tuyo.

– Estás equivocada. Hemos pasado la noche juntos. Tengo curiosidad por conocer a la mujer que ha compartido mi cama.

– Era mi cama. Yo estaba allí primero. Y apenas nos tocamos.

– De acuerdo, te concedo los dos primeros puntos. En cuanto a lo de no tocarnos… bueno, tú sí que me tocaste a mí. No hay que negar eso.

Entonces se produjo un largo silencio, solo roto por el aleteo de las velas contra el viento.

– No hay mucho que contar -dijo ella por fin. -Llevo una vida bastante corriente.

– Sin embargo, estás aquí, tomándote unas vacaciones extraordinarias. Esto no es nada barato. ¿Qué haces para ganarte la vida?

– ¡Estas no son las vacaciones que se suponía que yo iba a tener! -insistió ella. -Mi agencia de viajes se ha equivocado. Cuando me baje de este barco, tendré las vacaciones que yo pagué.

– Si quieres, te puedes quedar.

– No -replicó ella, más enojada que sorprendida. -Estoy segura de que muchas mujeres encontrarían esa propuesta irresistible, es decir, el hecho de pasar unos días contigo, en tu cama, pero…

– Yo no estoy sugiriendo que compartamos la cama, Carrie. Hay otro camarote a bordo. No es tan bonito, pero…

– No. Aprecio mucho tu ofrecimiento de cambiarte de camarote, pero…

– Yo no me estoy ofreciendo a cambiarme -dijo Dev. -Lo que quería decir es que tú podrías quedarte con el otro camarote.

– ¡Pero si yo llegué aquí primero!

– Pero fue tu agencia de viajes la que cometió el error, no la mía. Lo dijiste tú misma.

– Quienquiera que dijera que la caballerosidad había muerto -protestó Carrie, arrugando la servilleta y tirándola encima de la mesa, -estaba equivocado. No es que esté muerta, está enterrada a muchos metros de profundidad debajo del ego del hombre moderno.

Dichas aquellas palabras, ella se puso de pie, pero obviamente no había conseguido acostumbrarse al vaivén del mar porque se le doblaron las rodillas y tuvo que agarrarse a la mesa.

Dev se puso de pie y la sujetó por los hombros antes de que ella perdiera el equilibrio completamente.

– ¡Eh! ¿Te encuentras bien? -preguntó él.

Al mirarla a los ojos, tuvo la extraña sensación de haber vivido aquello antes y hubiera jurado que a ella le pasaba lo mismo. Sin embargo, todo pasó tan rápido que debía haberlo solo imaginado.

– Estoy bien -dijo ella, soltándose de él. -Lo que tengo que hacer es bajar de este barco.

– Tal vez deberías tumbarte un poco. Puedes hacerlo en el camarote si quieres, no me importa.

– No, me quedaré aquí fuera -dijo ella, dirigiéndose a un lugar de cubierta, donde se sentó y se puso a contemplar el horizonte.

Dev se repantigó en su silla y se puso las manos entrelazadas detrás de la cabeza. Si tenía que ser sincero consigo mismo, estaba esperando que ella decidiera quedarse. Le vendría bien la compañía y Carrie Reynolds no era una compañera de viaje tan desagradable. Sin embargo, ella no parecía compartir ese deseo. De hecho, se comportaba de un modo muy hostil con él.

¿Qué le importaba lo que ella pensara de él? Dev había ido a aquellas vacaciones para escaparse de las mujeres. Si tenía que pasar algún tiempo con una, era mucho mejor que ella lo odiara. De esa manera, él podría evitar pensar cómo iba a volver a meterse a Carrie Reynolds en la cama.

CAPÍTULO 03

El sol abrasador caía sobre la carretera que unía el club de yates con la pequeña pista de aterrizaje. Carrie había convencido al capitán Fergus de que tenía que volver a Miami, por lo que él no había parado en Cayo Elliott y se había dirigido al norte de Cayo Largo. Ella había esperado ver la ciudad de la película de Bogart, un lugar civilizado, cuando desembarcó. Sin embargo, estaban en la isla de Cayo Largo, lejos de la ciudad con la que compartía el nombre.

Cayo Largo era solo un trozo de tierra en medio del océano. Fuera de los confines del club de yates, había una pequeña zona residencial con unas preciosas casas y unas cuantas tiendas. Carrie se las había arreglado para encontrar un taxi, algo destartalado. La misma Carrie había colocado el equipaje en el maletero y le había dado indicaciones al conductor para que la llevara al aeropuerto.

El paisaje era probablemente bastante hermoso, pero Carrie no podía verlo a través de la cortina de polvo que levantaba el desvencijado vehículo. El conductor era casi un niño, lo suficientemente alto como para ver por encima del volante. El largo pelo le cubría los ojos y conducía con una mano, con la otra preocupada por despejarle constantemente la visión. La música bramaba desde los altavoces de la radio. Carrie se acercó a la ventana para cerrarla, pero entonces se dio cuenta de que el taxi no tenía ventanas.

– Parece que me he ido al infierno de vacaciones -murmuró, tapándose la cara para evitar tragar polvo.

Tan pronto como el Serendipity había tocado puerto, Carrie había desembarcado, agradecida de poder pisar por fin tierra firme. El capitán Fergus y Moira no dejaban de disculparse, pero no lograron convencerla de que se quedara en el barco. Dev Riley la había estado mirando todo el tiempo, con los brazos cruzados sobre el pecho y apoyado contra el mástil.

Si ella hubiera hecho caso a sus antiguas fantasías, hubiera podido pensar que a él lo apenaba verla marchar. Hubiera pensado que aquella implacable expresión ocultaba a duras penas sus verdaderos sentimientos. Pero Carrie había aprendido la lección.

Aquel era el problema de las fantasías. Se desvanecían a la luz de la realidad. Ella había imaginado a Dev Riley como un compendio de perfección masculina, pero la realidad le había mostrado que en realidad era un hombre testarudo, irritante y terco.

El taxi dio una curva muy cerrada y, con el movimiento, Carrie se vio lanzada hacia el otro lado. Si aguantaba unas horas más, estaría en un maravilloso hotel en Miami, donde podría dormir. Al día siguiente, volvería a casa y olvidaría aquella pesadilla.

Una imagen de Dev Riley, sin camisa, con las bronceadas piernas al sol, le asaltó el pensamiento. Si hubiera sido una mujer más valiente, se hubiera quedado. Una semana a solas con un hombre como Dev sería como un sueño hecho realidad. Pero tras pasar una mañana con él, Carrie había tenido que admitir que él estaba muy lejos de su alcance. Las conversaciones rápidas e ingeniosas, de las que Dev parecía disfrutar, no eran su fuerte.

Cuando volviera a casa, se olvidaría de él. Cuando él volviera a entrar en la agencia, no notaría que ella estaba allí. Él sería como otro cliente. Solo uno más, con un abrigo de cachemir, maravillosos ojos verdes… y el perfil de un dios griego.

– ¡Ya hemos llegado! -exclamó el conductor del taxi, deteniendo el coche de repente al lado de un claro para que Carrie pudiera bajar. -Ese es el avión de mi tío. Y él nunca está muy lejos de su aparato.