No tenía prisa, sus ilusiones eran cortas. Si luego se examina el proceso amoroso que se desenvolvió en su vida, se verá cuán exacta es tal afirmación. Balder no tenía prisa, como tampoco la tenían sus compañeros. Vivían porque el azar los había colocado en el planeta Tierra. Con gesto perezoso recogían lo que estaba al alcance de sus manos, y siempre que el esfuerzo no exigiera un derroche de energía.
En síntesis, Balder era uno de los tantos tipos que denominamos MERGEFIELD hombre casado. Haragán, escéptico, triste…
Los días volteaban sobre él, su taciturnidad aumentaba. Una vez, habían pasado muchos meses, recordó que el Carnaval estaba próximo, evocó su pasividad durante las anteriores carnestolendas, se prometió nuevamente, con rigurosas penas en caso de no cumplir, que iría al Tigre, aguardó dos meses ansiosamente… se repitieron las mascaras… él se arrinconó junto a una mesa de café, mirando pasar la gente con desaboridamiento, y por segunda vez transcurrió la primera, segunda, cuarta y quinta noches de corso, sin que se moviera de allí para ir al Tigre. No se daba cuenta que el desgano y la pereza lo estaban defendiendo de un acontecimiento decisivo en su existencia.
Pensó con tristeza que su voluntad había desaparecido para siempre. Irene continuaba viviendo en su imaginación. Despojada de toda apariencia terrestre, se manifestaba en el fondo de su pecho por una dulzura queda, semejante al debilísimo perfume de ciertas flores muertas.