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– por un impulso, claro.

Ella bajó la mirada.

– Sí, bueno, supongo que es mi problema de siempre…

– Eso parece.

Al ver que la gente se acercaba, ella retrocedió un poco y él la dejó ir, pero a regañadientes. Deseaba besarla otra vez. Deseaba quitarle su espantosa ropa y acariciar su piel. Pero en lugar de eso, se apartó y saludó a Sharif, el jefe del poblado.

– ¿Es su mujer? -preguntó Sharif.

Kayleen miró al recién llegado.

– Pero si habla mi idioma… ¿Ha fingido que no me entendía?

– No te conocen de nada -explicó Asad-. Se han limitado a actuar con cautela.

– ¿Y qué hay de la famosa hospitalidad del desierto? ¿No se supone que la tradición obliga a dar alojamiento a las personas que se pierden?

– ¿Les has pedido alojamiento? -ironizó él.

– No, claro que no, sólo quería saber dónde estaban las niñas. Les he preguntado, pero hacían como si no me entendieran…

Asad miró a Sharif y dijo:

– Sí, es mía.

– Entonces, les doy la bienvenida. ¿Se quedarán a cenar con nosotros?

– Será un honor…

– Haré los preparativos necesarios.

– ¿Los preparativos? -preguntó Kayleen-. ¿Qué preparativos? ¿Y qué es eso de que yo soy tu mujer? Soy tu niñera… eso es muy distinto.

Asad la tomó del codo y la llevó hacia el todoterreno.

– Si piensan que me perteneces, las cosas serán más sencillas. De lo contrario, serías una mujer libre y cualquiera de los hombres presentes podría reclamar su derecho sobre ti. En este país eres muy exótica. Sería una tentación excesiva para ellos.

Kayleen no supo qué decir. Nunca habría imaginado que podía interesar a varios hombres a la vez, y mucho menos, que la consideraran exótica. Pero supuso que sería por su cabello. Su pelo era tan rojo que le llamaba la atención a todo el mundo.

– No te preocupes, ahora piensan que eres mía y estás a salvo -continuó él.

Ella se estremeció un poco, pero no de frío. Todavía podía sentir la huella del cálido e inesperado beso de Asad. El príncipe le había dado una buena sorpresa. Una sorpresa realmente agradable.

– Nos quedaremos a cenar -dijo Asad.

– Eso ya lo he entendido.

– No teníamos más remedio. Es lo más educado en estas circunstancias.

– No me importa. He descubierto que el desierto me gusta, aunque habría preferido que no fingieran desconocer mi idioma.

– Son gente muy suya. Has aparecido de repente y te has puesto a balbucear algo sobre unas niñas perdidas. Es lógico que desconfiaran.

– No he balbuceado.

Asad arqueó una ceja.

– Bueno, no demasiado -puntualizó ella-. Estaba asustada. Pensaba que las niñas se habían perdido…

– Y decidiste salir a buscarlas sin llevar equipo adecuado para el desierto.

– Alguien tenía que hacerlo.

– Deberías habérselo pedido a uno de los empleados o haberme llamado a mí.

– Tienes razón, pero no lo pensé -admitió.

– Bueno, si vuelve a suceder, llámame.

– Pero espera un momento… ahora que lo pienso, a ti te podría decir lo mismo. ¿Por qué has venido personalmente en lugar de encargárselo a alguien?

– Porque las niñas estaban muy asustadas y me ha parecido la mejor forma de tranquilizarlas.

– Es decir, que te has dejado llevar por un impulso.

– ¿Te burlas de mí?

– Quizás.

– Eso puede ser peligroso.

– No tengo miedo.

Algo brilló en los ojos de Asad, algo oscuro y primitivo que aceleró el corazón de Kayleen. Durante un momento no supo si huir o arrojarse a sus brazos, así que se quedó donde estaba.

– Bueno, ¿y qué crees que nos darán de cenar?

Las mujeres del pueblo prepararon un estofado de verduras y un pan que olía tan bien que la boca se le hizo agua a Kayleen. Hizo lo posible por ser simpática e intentó ayudarlas tanto como se lo permitieron.

Zarina, la hija mayor de Sharif, era la única que podía comunicarse con ella en inglés.

– ¿Tan rara os parezco? -preguntó Kayleen mientras echaba un vistazo al estofado.

– Eres diferente… no te pareces nada a las mujeres de la ciudad ni de los países cercanos. Y no conoces nuestras costumbres.

– Pero puedo aprender.

Zarina, una preciosidad de cabello oscuro y sonrisa radiante, rió.

– ¿Dejarías tu cómoda vida para venir al desierto?

– La comodidad no me importa en absoluto -le confesó con total sinceridad.

– Sin embargo, vives en Palacio con el príncipe…

– Es una larga historia. En realidad no vivo con él sino que cuido de… pero bueno, es una larga historia.

Zarina miró a Asad, que estaba sentado con los jefes de la tribu local.

– El príncipe es un hombre atractivo -comentó-. Si no estuviera casada, creo que intentaría robártelo.

Kayleen estuvo a punto de sacarla de su error, pero prefirió no hacerlo.

– Sí, es un hombre agradable.

Zarina rió otra vez.

– ¿Agradable? Ningún hombre que merezca la pena es simplemente agradable… Asad es un león del desierto. Toma lo que quiere y protege lo que toma. Es un hombre fuerte. Un marido poderoso. Has elegido bien.

Las palabras de Zarina sorprendieron a Kayleen. Asad era un hombre fuerte y poderoso, sin duda; y era evidente que cuidaba de los suyos, como demostraba su propia presencia en Palacio. Pero de ahí a compararlo con un león, animal indiscutiblemente peligroso, iba un mundo. Y por otra parte, ella no lo había elegido a él.

Asad la miró entonces, se levantó de la mesa y se acercó.

– ¿Qué te preocupa, Kayleen? -preguntó.

– Nada, sólo estaba pensando. Zarina me estaba diciendo que se alegra de estar felizmente casada, porque de lo contrario intentaría algo contigo aunque yo sea tu mujer -le informó.

El príncipe rió.

– Es una joven preciosa…

A Kayleen no le gustó su respuesta.

– Pero yo no soy tu mujer -le recordó.

– Entonces no te importaría que ella y yo…

– No, claro que no -afirmó ella, tensa y a regañadientes, con un nudo en el estómago-. Ahora tienes una familia. Deberías estar con una mujer.

– ¿Y Zarina te parece apropiada?

– Ya está casada.

– Y yo soy el príncipe de El Deharia. Puedo tener a cualquier mujer que elija.

– Lo dudo mucho. Sólo eres un hombre. Hay mujeres que serían capaces de rechazarte -dijo, irritada por su arrogancia.

Asad se acercó un poco más.

– ¿Tú crees? ¿Qué mujeres?

Kayleen echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.

– Yo, por ejemplo. No estoy interesada.

La sonrisa del príncipe fue lenta, sexy e increíblemente segura.

– ¿Seguro?

– Seguro.

– Ya.

Asad la tomó entre sus brazos y, antes de que Kayleen se diera cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir, la besó.

Capítulo 5

A Kayleen sólo la habían besado en serio una vez, en la universidad. Su amigo, un compañero de clase, fue muy agradable; pero ella tenía tan poca experiencia que el simple hecho de estar a su lado la ponía nerviosa. Al final de aquella noche extraña, él quiso volver a besarla y ella huyó al interior de su dormitorio.

Pero de Asad no podía huir. La tenía entre sus brazos y no podía escapar, sin contar el hecho de que tampoco quería hacerlo.

No se sentía atrapada ni incómoda; sólo protegida y deseada.

Asad la besó cariñosamente, acariciándola con suavidad, y ella descubrió una sensación intensa y hambrienta en el interior de su cuerpo. Necesitaba apretarse contra él, aunque no sabía por qué.

Le puso las manos en los hombros y sintió su calor y la fuerza de sus músculos. Aspiró su aroma masculino y le gustó la fragancia. Disfrutaba tanto de la presión de su cuerpo que pasó los brazos alrededor de su cuello y apretó los senos contra el pecho del príncipe.