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La deseaba. Era algo mágico que la llenaba, a su vez, de una intensa sensación de poder femenino. Aunque no sabía qué hacer con él.

– Kayleen…

Asad había pronunciado su nombre docenas de veces, pero nunca con una voz tan profunda y ronca. Sin embargo, en ese momento oyó voces que procedían d algún lugar, en la distancia; recordó que estaban en su despacho y se sintió insegura.

– Creo que debería marcharme -dijo ella.

– No te preocupes por lo que has dicho antes de mi padre -comentó él-. Sé que el rey está encantado contigo.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Has hablado con él?

– No es necesario. Tú eres exactamente lo que él quiere que seas.

Kayleen estaba a punto de preguntar lo que quería decir con eso cuando sonó el teléfono y Asad miró el reloj.

– Oh, vaya. Debe de ser la conferencia que he pedido con el ministro británico de Asuntos Exteriores.

Ella salió del despacho sin saber qué significaba todo aquello: el beso, las caricias, el comentario del príncipe sobre su padre. ¿Querría decir que la tenía por una buena niñera o una buena invitada?

Fuera como fuera, se recordó que estaba en un mundo extraño y que nunca se acostumbraría a él. Debía escapar a toda costa. Pero una parte de ella opinaba lo contrario y se habría quedado allí para siempre.

– ¿Me has ordenado que venga? -preguntó Lina cuando entró en la sala como un rayo-. Y no me digas que no era una orden… el tono de tu mensaje era inconfundible.

– No lo voy a negar.

Asad señaló el sofá y los dos se sentaron.

– ¿Es que piensas castigarme por algo?

– Eres mi tía y la mujer que me ha criado. Te respeto demasiado para eso.

– Hum. Sea lo que sea, debe de ser algo grave…

Su sobrino la miró y pensó que no parecía nada ocupada, pero se dijo que no tenía motivos para estarlo. Él único culpable era él mismo por no haberse dado cuenta de lo que estaba pasando. Era tan evidente que hasta un ciego lo habría visto.

– ¿Empiezas tú? ¿O empiezo yo? -preguntó ella.

– He sido yo quien te ha llamado.

– Lo sé, pero eso no significa que yo no tenga algo que decir.

Él asintió.

– Está bien, empieza tú.

– Hablé con Zarina el otro día. Al parecer, dijiste que Kayleen es tuya.

– No tuve más remedio. Organizó un buen lío en el poblado y no quise que las cosas se complicaran más.

– Y la besaste.

Asad pensó en el primer beso. Ya le había complicado bastante la existencia, pero el segundo había sido todavía peor. Ahora sabía que el deseo que sentía por Kayleen no se debía a que llevaba mucho tiempo sin hacer el amor con nadie, sino a que aquella mujer le gustaba de verdad. Desgraciadamente, su inocencia y la posición que ocupaba en Palacio complicaban la situación.

– Lo hice para demostrar que era mía.

– Comprendo -murmuró-. Entonces, no sientes nada por ella…

– No.

– Eso quiere decir que si quisiera presentársela a un joven, no te opondrías.

– Por supuesto que no -mintió-, pero dudo que eso sea posible.

– ¿Dudas de que yo conozca jóvenes? Pues te equivocas; conozco a varios. De hecho, uno es de Estados Unidos y se interesó mucho por Kayleen cuando se la mencioné. ¿Sabías que falta poco para el día de Acción de Gracias?

– ¿Y eso qué es?

– Una fiesta de los estadounidenses. Yo también lo había olvidado, pero el joven en cuestión comentó que le gustaría pasarla con Kayleen. A fin de cuentas son compatriotas y es lógico suponer que echarán de menos su país.

– Sí, es lógico, tienes razón. Si quieres, puedo organizado todo.

– ¿Organizar la cita de Kayleen?

– Claro que no. Me refiero a una cena para ella y para las niñas, a una comida tradicional. Hablaré inmediatamente con el chef para que se encargue de todo… en cuanto a ese joven de Estados Unidos, dudo sinceramente que exista.

– Por supuesto que existe.

– Es posible, pero en tal caso no querrías que saliera con ella. Tienes otros planes para Kayleen -afirmó él.

– No sé de qué estás hablando, aunque ya que sacas el tema… ¿No te parece que Kayleen es encantadora? La conocí cuando me presenté voluntaria para ayudar en el colegio. Ella sólo llevaba dos semanas allí y ya estaba perfectamente integrada. Me impresionaron su inteligencia y su dedicación a los niños. Tiene muchas cualidades.

– No voy a casarme con ella.

Lina entrecerró los ojos.

– Nadie te lo ha pedido…

– Tú no lo pedirías, pero te las has arreglado para poner a Kayleen en mi camino. Dime una cosa. ¿Tahir también formaba parte de tu plan? ¿Hablaste con él para que se presentara en el colegio y organizara un lío?

– Insisto en que no sé de lo que estás hablando; si yo hubiera hecho lo que dices, añadiría que Kayleen sería una madre excelente y que sus hijos serian fuertes -contestó su tía-. Además, tienes que casarte con alguien. ¿Por qué no con ella?

Asad pensó que la propuesta de Lina tenía cierta lógica. Aunque Kayleen no era de familia real, eso podía ser una ventaja. Poseía una fuerza interior que él respetaba profundamente. Pero en cuanto a su corazón, no estaba tan seguro.

– Se preocupa demasiado por las cosas -dijo él-. Es demasiado emocional.

– Es una mujer.

– No, es una mujer demasiado emocional. Piensa con el corazón. Merece alguien que se parezca a ella.

Lina lo miró durante unos segundos y asintió.

– Muy bien. Has dicho lo que esperaba, y lo lamento sinceramente porque sé que sería perfecta para ti… pero en tal caso, tendré que buscarle otro hombre.

– Recuerda que es la niñera de mis hijas.

– Sin embargo, merece algo más que un trabajo. Tenías razón al decir que ese joven de Estados Unidos es invención mía, pero encontraré a alguien.

Lina se levantó, sonrió y añadió:

– Descuida, Asad. Mientras busco un marido a Kayleen, te encontraré otra niñera. No te causaré molestias.

Las palabras de Lina eran justo las que Asad deseaba escuchar, pero no le alegraron nada. Bien al contrario, sintió algo muy parecido a la angustia en el pecho.

– ¿Qué es eso? -preguntó Asad, mirando el recortable.

Dana sonrió.

– Un pavo.

– ¿En serio? Pues debe de ser un pavo que ha sufrido un accidente terrible…

La niña rió y tiró de la parte superior del papel. El recortable, que era tridimensional, adquirió un aspecto mucho más realista.

– Podríamos colgarlo del techo… -dijo la niña.

Dana miró hacia arriba, observó que los techos eran demasiado altos y comentó:

– Bueno, tal vez no del techo. Pero lo podemos poner en alguna parte.

– ¿Es una tradición? -preguntó él.

– Sí, junto con las hojas.

La niña le enseñó una caja donde había más pavos recortables, unas cuantas guirnaldas con colores otoñales y muchas hojas de seda de color rojo, marrón y dorado.

Pepper se inclinó sobre la caja y sacó un puñado de hojas.

– Las llevaré a la mesa. Podemos ponerlas en línea en el centro del mantel… quedará bonito.

Nadine siguió a su hermana pequeña y fue recogiendo las hojas que Pepper dejaba caer a su paso. Asad tomó una guirnalda y se acercó a la mesa.

– ¿Esto hay que ponerlo encima de las hojas? -preguntó el príncipe.

– Por qué no… y necesitamos velas, velas muy altas y muy bonitas -declaró Pepper-. ¿Pero cómo es que no sabes nada de estas cosas?

– Es que aquí no celebramos esa fiesta.

– ¿En serio?

– Claro que no la conoce, Pepper. Es una fiesta de Norteamérica. La crearon los primeros colonizadores ingleses -explicó Nadine a su hermana.

– Bueno, tengo entendido que los canadienses también la celebran, pero en otra fecha -puntualizó Asad.