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Las dos niñas pusieron las hojas en la mesa y él colocó la guirnalda encima. Quedaba bastante bien y pensó que a Kayleen le gustaría y que se llevaría una sorpresa agradable al verlo. Incluso cabía la posibilidad de que se emocionara tanto que lo abrazara. Y después, que una cosa llevara a la otra.

Cuando se quiso dar cuenta, ya se la estaba imaginando desnuda.

– Asad, ¿qué tradiciones tenéis aquí? -preguntó Dana.

Asad tuvo que dejar sus ensoñaciones para otro momento.

– Oh, tenemos muchas, no sé… por ejemplo, celebramos el día de la victoria de El Deharia sobre el imperio Otomano. Y también celebramos la Navidad, aunque aquí no es una fiesta tan importante como en los países cristianos.

Pepper suspiró.

– Me preocupa que Papá Noel no nos encuentre aquí… -dijo.

– Te encontrará y le encantará la enorme chimenea que tenéis en la habitación -comentó el príncipe-. Es tan grande que bajar por ella le resultará fácil.

– ¿Aquí nieva en navidades? -preguntó Dana.

– No, me temo que aquí no nieva nunca…

– Ya me lo imaginaba -dijo la mayor, encogiéndose de hombros-. Hecho de menos la nieve… crecimos en Michigan y siempre nevaba a finales de año. Podíamos hacer muñecos de nieve; y cuando volvíamos a casa, mamá nos había preparado chocolate caliente y galletas.

– Yo no me acuerdo mucho de ella… -murmuró Pepper.

– Claro que sí -dijo Nadine-. Era alta y rubia, muy guapa.

Asad se angustió al notar la tristeza de su voz. Él tampoco tenía muchos recuerdos de su madre. Cabía la posibilidad de que sus hermanos se acordaran mejor, pero no se lo había preguntado nunca. Se había criado con niñeras y más tarde con tutores. Luego cuando tuvo edad suficiente, lo enviaron al colegio y lo formaron para ser príncipe.

– No me acuerdo de ella -insistió Pepper con lágrimas en los ojos.

Asad se inclinó sobre la niña.

– Pero te acuerdas de la nieve, ¿verdad?

Pepper asintió.

– Sí, es fría y blanca y hace que la nariz se me ponga roja. Quiero que nieve en Navidad.

– Eso es poco probable. Vivimos en el desierto y a la orilla del mar… no es un clima frío. Pero es muy bonito de todas formas.

– Por supuesto -dijo Dana, intentando animarla-. No te preocupes… es que han cambiado muchas cosas y los cambios son siempre difíciles. Para nosotras también.

– Tienes toda la razón, Dana -dijo Asad-. Además, éste es vuestro hogar y os vais a quedar aquí. ¿Kayleen no os lo había dicho?

Las niñas se miraron entre sí y luego miraron al príncipe.

– No sabemos lo que vamos a hacer -respondió Pepper-. Bueno, sabíamos que el palacio es nuestra casa ahora, pero… ¿qué pasará cuando Kayleen se marche?

Asad se incorporó.

– ¿De qué estás hablando? Kayleen no se va a ninguna parte.

– Sí que se va. Nos lo dijo hace mucho tiempo -contestó Dana-. Dentro de poco cumplirá veinticinco años y podrá volver al convento donde se crió. Es lo siempre ha querido. Y nosotras no sabemos si irnos con ella o quedarnos aquí, contigo.

Lina paseaba por la entrada principal de Palacio, algo que no resultaba fácil porque el lugar estaba lleno de turistas que hacían cola para entrar y visitas institucionales y todo el mundo la reconocía. Supuso que esperar en sus habitaciones hasta que le notificaran la llegada del rey Hassan era más lógico, pero en ese momento no soportaba la idea de estar encerrada. Prefería caminar de un lado a otro. En el peor de los casos, le serviría para hacer ejercicio.

Parte de su problema era que no había dormido bien durante una semana. La noche anterior se había despertado a las cuatro de la madruga y luego se había dedicado a maquillarse para disimular las ojeras y a elegir su vestuario. Los vestidos le parecían demasiado formales y los pantalones, demasiado informales; así que al final optó por una falda negra y una blusa de seda. Estaba tan nerviosa como una adolescente pero con toda la experiencia de una mujer de mediana edad, lo cual lo empeoraba hasta el extremo de que resultaba agotador.

Poco después, una furgoneta oscura entró en el vado de Palacio, seguida por un coche del mismo color y una segunda furgoneta. Las furgonetas se detuvieron, salieron guardias vestidos con trajes y gafas de sol y uno de ellos se dirigió a la parte de atrás del coche.

Lina se acercó, pensando que debía mantener la calma, sonreír y hablar de un modo mínimamente inteligente. El rey Hassan apareció enseguida.

Era un hombre atractivo, de altura media y constitución fuerte. Tenía el cabello tan gris como su bien recortada barba.

Lina dudó. Cuando estaba ante un rey, solía hace una reverencia; pero en ese caso le resultaba extraño y hasta fuera de lugar. Sin embargo, supuso que el protocolo era más importante.

Antes de que pudiera inclinarse en gesto de respeto, Hassan la tomó de las manos y sonrió.

– Querida Lina… eres aún más bella de lo que recordaba.

– Bienvenido a El Deharia, señor. Todos estamos encantados de su visita. Y yo, más que nadie.

– Hassan, llámame Hassan. ¿O es que ya has olvidado que me tomas el pelo en tus mensajes por correo electrónico? No empecemos a ser formales ahora…

Los dos caminaron hacia Palacio.

– Yo nunca te he tomado el pelo -mintió ella.

– ¿No? Creo recordar que me llamaste viejo loco por preocuparme demasiado por mis gatos.

Lina rió.

– Eso no es verdad. Te lo estás inventando.

– Puede ser.

Él sonrió y Lina sintió seca la boca. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan afectada por un hombre, y le encantó.

Avanzaron por el corredor principal y se dirigieron al ascensor que los llevaría al piso de las habitaciones de invitados.

– ¿Qué tal va nuestro primer proyecto conjunto? -preguntó el rey-. ¿Asad ya se ha fijado en la encantadora Kayleen?

– Por supuesto que sí -contestó con una sonrisa-. Kayleen se perdió en el desierto y terminó en un poblado. Él fue a buscarla y la reclamó como suya… afirma que sólo lo hizo por su seguridad, pero yo sé que tenía otros motivos. Y cuando volvieron, Kayleen insistió en que no había pasado nada aunque yo no le pregunté.

– Entonces has tenido éxito…

– Aún no, pero lo tendré pronto.

Subieron al tercer piso y salieron del ascensor.

– Tu suite está aquí al lado. Es la misma en la que te alojaste la última vez.

Se detuvieron ante una puerta doble y ella abrió. Las habitaciones de la suite eran grandes, de muebles elegantes y jarrones llenos de flores. Sólo las utilizaban jefes de Estado y monarcas.

– He pensado que podríamos salir a cenar esta noche -continuó ella-. En la ciudad hay un par de restaurantes que tienen salas privadas… puedo dar los nombres a tu servicio de seguridad para que los comprueben antes. También hay un par de obras de teatro que tal vez te interesen e incluso un concierto de una orquesta europea, por no mencionar que mi hermano estará encantado si quieres montar alguno de sus caballos y…

Hassan se acercó a ella y le puso un dedo en la boca.

– Creo que ya puedes dejar de hablar.

– Está bien…

– No he venido para ver obras de teatro ni para montar a caballo. He venido para estar contigo. Me has hechizado, Lina. Nunca pensé que volvería a sentir algo parecido y estoy encantado de haberme equivocado. Sospecho que lo nuestro puede tener muchas posibilidades -afirmó.

Lina se quedó asombrada. Hassan había ido directamente al grano, sin preámbulos.

– Yo, bueno… -acertó a decir-. Opino lo mismo que tú.

– Pues veamos adonde nos lleva todo esto…

Después, la besó.

Capítulo 7

Asad miró a los camareros mientras servían la cena. Había pavo, varios pasteles y platos de verduras y patatas.

– Estoy hambrienta -murmuró Pepper a Dana-. ¿Puedo empezar a comer?