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– No -le dijo su hermana-. Estamos esperando a Kayleen. Sólo tardará unos minutos.

Kayleen había llamado por teléfono para decir que se retrasaría un poco, así que Asad intentó concentrarse en las niñas.

El plan del príncipe había salido bastante bien. La habitación estaba decorada, la cena dispuesta y Kayleen podría celebrar la fiesta de su país. Pero a pesar de su éxito, se sentía traicionado.

Ahora sabía que ella tenía intención de marcharse. Kayleen había insistido en que adoptara a las tres niñas y sin embargo pensaba huir de Palacio. Y por si eso fuera poco, Dana le había confesado que ellas tampoco sabían si se iban a quedar. La situación no podía ser más irritante. Él era el príncipe Asad de El Deharia. El decidía quién se quedaba en Palacio y quién se marchaba.

Alcanzó la botella de vino que había elegido para la cena y la descorchó con más fuerza de la necesaria. Si Kayleen pensaba que se podía marchar así como así y dejarlo solo con las niñas, estaba muy equivocada. Pero sabía qué le molestaba más: si el hecho de que hiciera planes sin consultarlo con él o de que quisiera marcharse. Sin embargo, intentó convencerse de que su marcha sólo le importaba por las pequeñas, porque ella era su niñera y había adquirido una responsabilidad.

Al parecer, no estaba nada impresionada por su poder ni por su cargo. Tendría que demostrarle lo que significaba tratar con una persona de la Familia Real.

Se sirvió un vaso de vino y se lo tomó de un trago. No soportaba su actitud desde ningún punto de vista. Le parecía ridículo que quisiera volver al convento y encerrarse allí de por vida; su alegría y su belleza se marchitarían poco a poco y envejecería antes de tiempo. Pero estaba decidido a impedirlo. Encontraría la forma de protegerla, incluso contra ella misma.

Ahora sólo necesitaba un argumento contundente, que no pudiera rechazar. Por ejemplo, una boda con un hombre que la mereciera. Pero no se le ocurría ningún candidato, y además le molestaba la idea de que se casara con otra persona.

Justo entonces, encontró la solución. Tal vez fuera poco ortodoxa, pero era eficaz.

Consideró las distintas posibilidades y supo que tendría éxito.

Significaba un gran sacrificio. Pero con el tiempo, Kayleen se lo agradecería.

* * *

Cuando Kayleen entró en las habitaciones de Asad, todavía estaba pensando en su trabajo. Había avanzado mucho con el informe sobre la educación de las jóvenes en los pueblos de El Deharia y tenía intención de discutirlo con él durante la cena. Sólo entonces, notó todo estaba a oscuras y se preguntó si no se habría metido en una habitación equivocada.

Extendió el brazo para pulsar el interruptor, pero no tuvo ocasión de hacerlo. Las luces se encendieron de repente y las tres niñas corrieron hacia ella.

– ¡Sorpresa!

– ¿Qué ocurre? ¿Cuál es la sorpresa?

En ese momento vio la mesa decorada y llena de comida.

– Una cena de Acción de Gracias -respondió Pepper-. Una cena de verdad…

Asad se acercó.

– El cocinero ha hecho lo posible. Nunca había preparado estos platos, así que me ha pedido que me disculpe en su nombre si ha cometido algún error.

Kayleen estaba asombrada, Dana y Nadine se acercaron para abrazarla y ella miró a Asad.

– Muchas gracias. Es todo un detalle por tu parte…

– No me lo agradezcas solamente a mí. Lina me recordó lo de la fiesta y las chicas han ayudado con los preparativos. ¿Te gusta?

– Oh, sí, muchísimo…

Kayleen no lo esperaba en absoluto. Pero estaba todavía más sorprendida por la sensibilidad y la amabilidad que el príncipe había demostrado. Podía llevar una vida fácil, de fiestas con actrices famosas y las modelos más bellas del mundo; y sin embargo, se molestaba en trabajar y hasta en cuidar de tres niñas huérfanas.

Era un buen hombre. El tipo de hombre que ella admiraba, el que la madre superiora le había recomendado cuando terminó los estudios en la universidad. Y le parecía increíble que lo hubiera encontrado allí, en pleno desierto.

Asad le sirvió una copa de vino y las chicas volvieron a la mesa.

– ¿En que estas pensando? -pregunto él.

– En que no me lo esperaba…

– Yo podría decir lo mismo de ti.

Ella se estremeció.

Cuando ya estaban sentados y empezaron a cenar, Kayleen miró a Dana y le sorprendió ver que tenía lágrimas en los ojos.

– ¿Qué te ocurre, Dana?

– Nada…

Pepper y Nadine también rompieron a llorar.

– Es que echamos de menos a nuestros padres -declaró Nadine.

– Es verdad -dijo Dana, volviéndose hacia Asad-. Tú eres príncipe. ¿No puedes hacer que vuelvan?

Kayleen se sintió impotente. Asad se inclinó sobre Dana, le pasó un brazo por encima de los hombros y la besó en la frente.

– Ojalá pudiera. Conozco bien tu dolor… pero sé que te sentirás mejor con el tiempo.

– Eso no lo puedes saber -declaró la niña con amargura-. No lo puedes saber…

– Yo también perdí a mi madre de niño. Y Kayleen creció sola, como vosotras. Los dos sabemos lo que sentís.

Dana se tranquilizó un poco.

– Pero eso no nos ayuda. Quiero volver a casa…

– Os confesaré una cosa -dijo Asad-. Cuando yo tenía vuestra edad, me fugué. Estaba enfadado con mi padre porque me creía todo un hombrecito… estaba harto de que todos los años me enviaran a un colegio diferente. Yo era un príncipe. Quería hacer cosas importantes, dar órdenes y cosas así.

– Pero nosotras no somos princesas -dijo Dana.

– Ahora lo sois. Sois mis hijas.

– ¿Y qué pasó cuando te fugaste?

– Decidí convertirme en tratante de camellos.

Las tres niñas lo miraron y Kayleen intentó contener la risa.

– ¿En serio?

– Sí, pensé que ganaría dinero con la venta de camellos. Así que saqué unos cuantos del establo y me marché para empezar mi negocio.

– ¿Hay camellos en el establo? -preguntó Kayleen.

– Por supuesto. Es una tradición familiar.

– ¿Podré verlos alguna vez? -preguntó Pepper.

– Claro que sí…

– ¿Y son distintos a los camellos normales? -se interesó Nadine.

– Son camellos reales, así que llevan coronas pequeñas.

Dana sonrió.

– No, no es verdad-Asad rió.

– No, no lo es, pero son buenos camellos. Y muy obstinados. Yo no lo sabía entonces; y cuando llegamos al desierto, me di cuenta de que no era yo quien los dirigía, sino ellos a mí -confesó.

Nadine y Dana estallaron en carcajadas.

– ¿Y qué ocurrió después?

Asad les contó la divertida historia de un niño y cuatro camellos enfadados que pasaron una noche a la intemperie y sufrieron un montón de desastres. Cuando terminó, las chicas ya se lo habían comido todo, incluido el postre, y, desde luego, habían olvidado sus preocupaciones.

Minutos después, Kayleen las metió en la cama, les dio un beso de buenas noches y pensó que había sido una cena maravillosa. Sabía que la historia de Asad se quedaría para siempre en la memoria y en las de las pequeñas.

Volvió al salón y vio que el príncipe había encendido un fuego en la chimenea y que se había sentado en el sofá.

– ¿Por qué enciendes un fuego? No se puede decir que haga precisamente frío…

– Pensé que te gustaría y que te traería recuerdos… buenos, espero.

Kayleen se acercó al sofá y se sentó lejos de él.

– Sí, por supuesto. Pero quiero darte las gracias por lo de esta noche. Por la sorpresa y por ayudar a las niñas a superar un mal trago. Son sus primeras fiestas sin sus padres y está siendo duro para ellas.

– Nos van a necesitar a los dos.

– Eso es verdad -dijo, un poco sorprendida-. No sabía que te preocuparan tanto…

– Son encantadoras y tienen potencial. Además, he descubierto que me divierte estar con ellas.