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– Yo también te deseo, Asad.

– ¿Quieres hacerlo? -preguntó sin aliento.

– Sí. Quiero hacer el amor contigo. Quiero que me toques.

Asad se arrodilló ante ella y le quitó las medias y los zapatos. Luego, se desabrochó la camisa y los dos se tumbaron en la cama.

Kayleen contempló el vello de su fuerte pecho y quiso acariciarlo.

– Iré despacio -prometió él-. Si algo te asusta o te hace daño, dímelo y me detendré.

– Bueno, sé que sentiré dolor cuando… en fin, ya sabes.

La sonrisa de Asad desapareció.

– Sí, supongo que sí. Tal vez deberíamos dejarlo…

Ella sacudió la cabeza.

– No, Por favor. No quiero que lo dejemos.

– Me alegro, porque yo tampoco.

Asad tomó una de sus manos y la llevó a su entrepierna. Kayleen notó la dureza de su sexo.

– Mira lo que me haces -dijo él-. Esto es lo que tú contacto me provoca…

Sus palabras y su excitación la llenaron de una intensa sensación de poder femenino. Era la primera vez que un hombre la deseaba de esa manera, y le gustó tanto que se estremeció sin poder evitarlo.

Empezaron a besarse y a acariciarse otra vez. Cuando él le acarició el vello del pubis, algo más oscuro que su melena, ella deseó que bajara un poco más. Pero nunca la habían tocado en esa parte del cuerpo; ni siquiera sabía lo que iba a sentir.

Un momento después, Asad introdujo una mano entre sus piernas y ella ya no tuvo más dudas. Casi le pareció increíble que no hubiera imaginado un placer tan obvio, tan delicioso. Separó los muslos para facilitarle el movimiento y su respiración se aceleró.

Él siguió tocándola, frotándole en aquel punto preciso, pasando a su alrededor y volviendo a empezar. Kayleen cerró los ojos y se entregó enteramente. Cada vez estaba más tensa, aunque no sabía por qué. Algo crecía y bullía en su interior, algo que se aceleró y le hizo gemir cuando Asad, sin dejar de acariciarle el clítoris, cambió un poco de posición y le succionó un pezón.

Aquello fue demasiado. Una conexión directa entre sus senos y sus piernas.

Se aferró a las sábanas, intentando arrojarse hacia algo desconocido.

Todos y cada uno de sus músculos estaban en tensión. Tampoco ahora entendió por qué. Pero de repente, el tiempo pareció detenerse y ella sintió una especie de oleada que la sorprendió por completo no se parecía a ninguna cosa que hubiera experimentado antes. Era un placer líquido, increíble, tan arrebatador que no quiso respirar ni moverse en modo alguno por miedo a que se terminara.

Pero por fin, el placer terminó y ella supo que había tenido su primer orgasmo.

La tensión se redujo, los músculos se relajaron ella empezó a respirar otra vez y se sintió tan contenta y satisfecha como asombrada por lo sucedido.

– Quiero volver a sentirlo -declaró Kayleen.

Él rió.

– Así que te ha gustado…

– ¿A quién no? ¿Se puede sentir otra vez? ¿Podemos hacerlo ahora?

– Como desees, Kayleen. Probaré con otro juego. Pero uno suave… no quiero que más tarde te duela -declaró.

Por su posición, Kayleen supo que la iba a besar allí, en su sexo, y no estuvo segura de que debiera permitirlo; pero la experiencia anterior había sido tan maravillosa que se preguntó si aquélla podría igualarla.

Se recostó y cerró los ojos. Él se inclinó sobre ella y la lamió.

Fue como un beso normal, pero mil millones de veces mejor. No podía resistirse a las caricias constantes de su lengua. No podía hacer otra cosa que dejarse llevar por el placer y arrojarse a la tensión que una vez más conquistó sus músculos.

Era la primera vez para ella, pero lo tenía claro. Quería alcanzar el clímax otra vez. Quería volver a sentirlo, pero ahora con su lengua. Quería más y más intenso. Lo quería en ese momento.

La impaciencia combatía contra la excitación. Clavó los talones en la cama, se arqueó, se puso más tensión y justo en ese momento, el príncipe le metió un dedo dentro y la dejó sin aire. Pensaba que iba a sentir dolor, pero no hubo dolor alguno; sólo una sensación de plenitud.

A su lengua se sumaban ahora sus dedos, entrando y saliendo de ella en un baile rítmico, dominándola hasta que no tuvo más opción que rendirse.

El segundo viaje resultó mejor que el primero. Su cuerpo se estremeció y pudo sentir todas sus terminaciones nerviosas. Incluso gritó sin darse cuenta, aunque ahogó rápidamente el sonido.

Asad se echó a su lado y la acarició dulcemente, tal vez para tranquilizarla.

Ella lo miró a los ojos.

– No sabía que esto fuera posible… -susurró.

– Hay más.

Kayleen rió.

– No puede ser…

– Claro que sí. Te lo enseñaré.

– Sí, te lo ruego, enséñamelo.

– ¿Qué deseas, Kayleen? ¿Quieres que te tome? Si lo dejamos ahora, seguirás siendo virgen…

– Sólo técnicamente -murmuró ella-. Pero no quiero ser virgen ni siquiera en ese sentido. Tómame, Asad.

– ¿Estás segura?

– Completamente.

Asad se levantó y se quitó los pantalones y los calzoncillos.

Era la primera vez que Kayleen veía a un hombre desnudo. Y pensó que la realidad superaba con mucho a la ficción de las fotografías y cuadros que había visto con anterioridad.

Extendió un brazo y le acarició el sexo, que resultó ser suave y más duro de lo que había imaginado.

– No sé si cabrá… -dijo ella, tímida.

– Claro que sí, no te preocupes.

Asad alcanzó sus pantalones, metió una mano en el bolsillo, sacó un cuadradito de plástico y se sentó en la cama. Kayleen estuvo a punto de preguntar por lo que estaba haciendo, pero enseguida se acordó de las consecuencias posibles de hacer el amor sin preservativos.

Asad se lo puso y la tumbó en la cama.

– Te va a doler un poco -le advirtió él-. ¿Estás preparada?

Ella asintió y se quedó rígida.

Él sonrió.

– Bueno, tal vez podrías disimular y fingir que te excita…

– ¿Cómo? Oh, lo siento, es que estoy tan nerviosa…

– Te distraeré un poquito.

Asad metió una mano entre sus piernas y empezó a acariciarla otra vez. Ella se relajó de inmediato. Se sentía tan segura como si hubiera hecho el amor miles de veces, y supo que el orgasmo llegaría de nuevo si él seguía adelante.

Pero antes de que avanzaran demasiado por ese camino, Asad se detuvo y Kayleen sintió algo duro contra su sexo.

Contuvo la respiración y sintió que la penetraba poco a poco, con suavidad.

Era una presión extraña y algo incómoda, pero no desagradable. Poco después, él dijo:

– Ya estoy dentro.

Ella abrió los ojos y sonrió.

– Y yo, excitada.

Asad sonrió.

– Tardarás en acostumbrarte, pero siempre hay una primera vez. Y por cierto… me encantaría que me tocaras.

– Oh, claro…

Kayleen no sabía dónde ni cómo tocar, pero llevó sus manos a su espalda. Él salió de su cuerpo un poco y volvió a entrar. Ella se arqueó para ponérselo más fácil.

A la quinta acometida, ya no tuvo que pensar en el contacto ni en la forma de acariciar a su amante; ahora era algo natural. Y empezó a sentir una tensión sutil entre los muslos; distinta a la de antes, pero igualmente placentera.

Cerró los ojos de nuevo y se concentró en el ritmo de Asad, que la llenaba una y otra vez, acelerando cada vez más sus movimientos, excitándola.

Al cabo de un rato, él gimió y murmuró su nombre. Kayleen lo abrazó con fuerza, sintiendo todo su peso, y supo que su vida había cambiado para siempre.

Capítulo 8

A la mañana siguiente, Kayleen no sabía lo que pensar. Habían dedicado gran parte de la noche a hacer el amor, y estaba tan excitada que pensó que no volvería a ser capaz de dormirse. Pero cuando él se marchó a su dormitorio, cerró los ojos y ya no recordó nada más hasta la mañana siguiente.