– ¿Disfrutas de la vida en Palacio? ¿Te tratan bien?
Kayleen estaba al borde de la histeria, pero logró contenerse.
– Sí, todo es maravilloso. El Palacio es realmente bonito y he tenido ocasión de estudiar su historia y la historia del país… La Familia Real de El Deharia tiene una larga tradición de valor en el combate.
– El desierto fluye por nuestras venas. Fuimos guerreros antes de ser políticos.
– Dejar el desierto debe de ser difícil. Tanta belleza, tantas tradiciones… de hecho, los nómadas siguen viviendo como antaño.
– Bueno, con unas cuantas comodidades modernas -puntualizó el rey, sonriendo-. La vida mejora bastante con una fontanería adecuada.
Ella soltó una risita.
– De todas formas, caminar sobre las huellas de los que han estado antes debe de ser muy satisfactorio una gran compensación.
– Y eso lo dice una mujer que no ha experimentado la vida en el desierto… habla con mi gente y volveremos a mantener esta conversación.
– Me encantaría.
Kayleen era sincera. Le gustaba la sencillez de la vida en el desierto, sobre todo ahora. Pensó que su vida habría sido igualmente sencilla si no hubiera dejado el convento para ver mundo; no habría conocido a Asad y jamás se habría sentido tan culpable. Pero se preguntó si esconderse de todo y elegir el camino fácil no sería, también, un error.
– Pero no sé… -continuó.
El rey la miró con interés.
– ¿Qué te ocurre, pequeña?
– Nada -respondió, a punto de llorar-. Lo siento, es que no me siento bien. Le ruego que me disculpe…
Kayleen hizo una reverencia y se alejó. Segundos más tarde, se giró para asegurarse de que ya estaba fuera de su vista y empezó a correr.
Desgraciadamente, no tenía a donde huir.
Asad se detuvo ante la puerta de la suite de Kayleen, llamó y entró. La descubrió en su habitación, acurrucada en la cama y sollozando como si alguien le hubiera partido el corazón.
La miró durante unos segundos, angustiado, y pensó que se alegraría mucho cuando oyera lo que tenía que decir. Incluso era posible que hicieran el amor otra vez. Pero sabía que debía actuar con cautela; Kayleen había vivido muchas cosas nuevas en muy poco tiempo y no quería hacerle daño.
Caminó hasta la cama y dijo:
– Kayleen…
– Márchate.
– No me voy a marchar. Siéntate un momento, quiero hablar contigo.
– No, no quiero hablar con nadie. Además, esto no es asunto tuyo, no es tu problema.
– Por supuesto que lo es. Lo he causado yo.
Para su sorpresa, ella siguió llorando.
– Kayleen…
– Márchate -repitió.
Asad consideró la situación y se sentó en la cama. Ella ni siquiera lo miró.
– No es tan terrible como piensas…
– Claro que lo es. He traicionado todo en lo que creía… no soy la persona que pensaba. Me he entregado a ti sin dudarlo un momento, y apenas te conozco. No te amo. Sólo eres alguien que pasa… ¿en qué lugar me deja eso?
Asad no podía creer lo que estaba escuchando. Él era el príncipe de El Deharia, no un desconocido normal y corriente que simplemente pasaba por ahí, como había dicho. La mayoría de las mujeres habrían dado cualquier cosa por estar con él.
– Te he honrado -afirmó.
– Pues para mí no ha sido un honor.
– Kayleen, no digas tonterías. Tenemos muchas cosas en común. Las niñas, por ejemplo -declaró-. Además, soy tu amigo y alguien en quien puedes confiar. Que hiciéramos el amor es algo perfectamente natural.
Ella lo miró con ojos enrojecidos.
– Para mí no lo es. Me enseñaron que debía esperar al matrimonio.
– La vida no es así, Kayleen. Las necesidades físicas son muy fuertes y a veces no podemos resistirnos a ellas.
– ¿Insinúas que quería hacerlo y que simplemente lo he hecho? ¿Y crees que eso va a hacer que me sienta mejor?
– Sólo estoy diciendo que es natural. Además soy un hombre con experiencia que sabe cómo seducir a una mujer.
– ¿Que tú me has seducido? Te agradezco el intento, pero no es verdad. Yo soy tan responsable como tú y tengo que afrontar las consecuencias de mis actos.
– Mira, Kayleen…
Ella se levantó y se alejó.
– Márchate, por favor.
– No voy a marcharme. Si me voy, no sabrás a qué se debe mi visita.
Kayleen se secó las lágrimas con la mano.
– ¿Y a qué se debe?
Las cosas no estaban saliendo como Asad había imaginado. Pero carraspeó y empezó a hablar.
– Creo que no estás en posición de entender todas las implicaciones de lo que ha pasado entre nosotros. Te dejaste llevar por el placer del momento y no pensaste que al entregarte a mí estabas perdiendo tu tesoro más precioso y que…
Los ojos de Kayleen se llenaron de lágrimas.
– ¿Cómo te atreves a decir eso? -lo interrumpió.
Antes de que pudiera reaccionar, Kayleen salió corriendo y se encerró en el cuarto de baño, dando un portazo.
El príncipe se quedó atónito. Pasados unos segundos, se acercó a la puerta.
– Kayleen- sal, te lo ruego.
– Márchate de una vez. Tengo mucho que pensar y no me sirves de ayuda.
Asad abrió la puerta y entro en el cuarto de baño.
– Ahora me vas a escuchar. He venido porque puedo solventar tu problema.
– No puedes. He perdido todo lo que quería.
– No has perdido nada. Tú no eres mujer para encerrarte en un convento. Mereces mucho más que eso, y estoy dispuesto a dártelo. Piensa en casarte, en formar una familia, en tener tus propios hijos…
– ¿Qué has dicho?
– Kayleen, me casaré contigo.
Asad la miró y sonrió. Esperaba que se tranquilizara, pero empezó a llorar con más fuerza que antes.
– Serás mi esposa. Vivirás aquí, conmigo, en palacio. He robado tu virginidad, pero a cambio te regalaré el honor de tenerme como esposo. Podrás llevar mi nombre, Kayleen…
Él esperó, pero ella no dijo nada.
– Está bien, entiendo que en estas circunstancias no eres consciente de lo que te estoy ofreciendo. Sé que más adelante te tranquilizarás y que te darás cuenta de que no ha sido un sueño sino algo real. Pero hasta que llegue ese momento, puedes aceptar mi propuesta y darme las gracias. Con eso bastará.
Kayleen lo miró. Sus ojos brillaban, pero no de felicidad ni agradecimiento.
– ¿Qué te lo agradezca? -preguntó, furiosa-. No voy a darte las gracias por nada. Y no me casaría contigo aunque fueras el último hombre en la Tierra.
Asad se quedó tan asombrado que cuando ella pasó ante él, no pudo hacer otra cosa que apartarse. Y un segundo después, Kayleen le cerró la puerta en las narices.
Capítulo 9
– Toma un poco más de té -dijo Lina.
Kayleen arrugó la nariz. La infusión sabía fatal y olía a alfombra cocida, pero su amiga le había asegurado que la tranquilizaría.
Dio un sorbo y dejó la tacita en la mesa.
– ¿Estás mejor?
Kayleen asintió porque era lo que Lina esperaba, pero no se sentía mejor en modo alguno. No dejaba de dar vueltas al asunto.
Lina suspiró.
– Sé que todavía te estás castigando, Kayleen. Tienes que olvidarlo y seguir adelante… Los hombres como mi sobrino están acostumbrados a seducir a las mujeres.
– No es eso, Lina. Es que…
– Es que eso no hace que te sientas mejor -la interrumpió-. Lo comprendo.
– Me siento tan estúpida, tan falta de experiencia…
– Bueno, ahora tienes más experiencia que antes.
Kayleen sonrió a su pesar.
– Eso es verdad. La próxima vez, me resistiré.
– Kayleen, sé que mi sobrino ha sido sincero al pedirte que te cases con él. Entiendo que estés confusa, pero no lo rechaces.
– No me ha pedido que me case con él; practicaje me lo ha ordenado. Sé que es de tu familia y que lo quieres mucho, pero eso es inadmisible. Asad están…