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– No puedo ser princesa -balbuceó ella, sin pensar-. Ni siquiera sé quién es mi padre. ¿Qué pasaría si resulta estar vivo y en la cárcel, o algo peor? Y de mi madre ya te he hablado… me abandonó, al igual que mi abuela. No sabemos si hay algo oscuro en mi pasado.

– No lo hay, no puede haberlo. Te conozco y eso basta para mí -dijo, besándole la mano-. Conozco tu carácter y sé que eres más de lo que podría desear… si fueras mi esposa, me sentiría muy orgulloso. Cásate conmigo, Kayleen. Cásate conmigo y sé la madre de mis hijas. Seremos una familia… Ellas y yo te necesitamos.

Los ojos de Kayleen se llenaron de lágrimas. Sólo había una repuesta posible para su petición.

– Sí -susurró-. Sí, me casaré contigo.

– Gracias…

Asad se inclinó sobre ella y la besó. Kayleen quiso besarlo a su vez, pero el príncipe rompió el contacto al sacar algo del bolsillo y ponérselo en un dedo. Era un enorme anillo de diamantes.

– ¿Te gusta?

– No sé si estaré a la altura de tanta belleza -admitió-. Creo que este anillo es demasiado… petulante para mí. Tengo miedo de que se dedique a insultarme a mis espaldas…

Asad rió.

– ¿Lo ves? Por eso me gustas tanto…

– Ya en serio, Asad… tengo dos pares de pendientes, un collar y un reloj. No creo que pueda llevar algo así.

– ¿Y si te digo que lo he elegido específicamente para ti? El diamante central perteneció a un antepasado mío, a una reina famosa por su carácter fuerte y porque gobernó y amó a su marido con amor y sabiduría. Todo el mundo la admiraba. Vivió muchos años y tuvo muchos nietos. Creo que tú le habrías gustado mucho.

Mientras hablaba, el anillo pareció brillar con más fuerza. Y los miedos de Kayleen desaparecieron. Ahora ya sabía que estaba donde debía estar.

Aquella noche, cuando terminó de trabajar, Asad entró en la suite de Kayleen. Las niñas y ella ya lo estaban esperando, aunque las pequeñas todavía no conocían el motivo de su visita.

Dana y Nadine estaban haciendo los deberes y Pepper se había sentado en el regazo de su prometida. Asad las miró durante unos segundos y pensó que ahora eran su familia, su responsabilidad.

Nunca había pensado en el matrimonio, y tampoco que se llegaría a casar con una mujer como Kayleen. Pero estaba seguro de haber tomado la decisión correcta. Sería perfecta para él.

– Ah, ya estás aquí… -dijo ella.

– En efecto.

Kayleen dejó a Pepper en el sofá y se levantó, aunque no supo cómo saludarlo. Asad notó su incertidumbre acercó a ella y la besó. Las niñas se pusieron a murmurar; no estaban acostumbradas a esa clase de demostraciones de afecto y naturalmente despertó su interés.

– Tenemos algo que deciros -anunció el príncipe.

Las niñas los miraron con temor.

– Es algo bueno… -dijo Kayleen.

– Nos vamos a casar -anunció Asad-. Todavía no se ha anunciado oficialmente y debo pediros que guardéis el secreto, pero queríamos que lo supierais antes que nadie.

– ¿Y qué pasará con nosotras? -preguntó Dana, preocupada.

Kayleen se arrodilló a su lado.

– Os quedaréis aquí, a nuestro lado. Yo seré vuestra madre y éste será vuestro hogar para siempre -afirmó.

Nadine y Pepper corrieron a abrazarla. Dana miró a Asad, le sonrió de oreja a oreja y dijo:

– Lo estaba esperando. Supuse que te darías cuenta de que estabas enamorado de Kayleen porque la miras como papá miraba a mamá…

Asad se preguntó si verdaderamente estaría enamorado de Kayleen, pero rechazó la idea de inmediato. Era una idea absurda, sin sentido.

– ¿Tienes un anillo de compromiso? -preguntó la niña.

Ella se lo enseñó.

– Vaya, sí que es grande… -dijo Pepper-. ¿Pesa mucho?

– Me estoy acostumbrando a él…

Kayleen se incorporó y las niñas corrieron hacia su padre adoptivo.

– Ahora que voy a ser una princesa, necesitaré una corona… -comentó Pepper.

– No, las princesas llevan diademas, no coronas…

– Pues una de ésas… ¿Y eso quiere decir que la próxima vez que pegue a un niño malo no me castigarán?

– Pegar a la gente no es buena idea -le recordó Kayleen.

Pepper suspiró y miró a Asad.

– Pero tú eres un príncipe. ¿No podrías cambiar esa norma?

– Bueno, veré lo que puedo hacer -respondió con una sonrisa.

– Eh, no la animes… -protestó Kayleen.

Asad miró a las niñas y pensó que era capaz de hacer cualquier cosa para que fueran felices y estuvieran a salvo.

Después, sintió una punzada extraña en el pecho. Era una sensación nueva, que no reconocía y que desestimó de inmediato. Pero estaba allí.

Fayza Saint John llegó a la mañana siguiente, justo a tiempo de asistir a su reunión con Kayleen. Era una veterana del departamento de protocolo, donde llevaba quince años, y se lo hizo saber en cuanto empezaron a hablar.

– Yo me encargaré de organizar la boda -le informó.

Kayleen la miró y pensó que todo en ella era delgado: su cuerpo, su cara, sus piernas y hasta su pelo. Vestía de forma muy elegante, aunque un poco agresiva, y supo que ya se habría dado cuenta de que la ropa que ella llevaba era barata y de poca calidad.

– Usted será nuestra primera novia en muchos años -continuó Fayza-. La princesa Lina fue la última por supuesto… pero sabíamos que este momento llegaría hemos estado haciendo preparativos por adelantado Comprendo que tendrá que tomar algunas decisiones en persona, pero casi todos los detalles de la boda se decidirán en mi despacho. Tenga en cuenta que no sólo será el día más feliz de su vida, sino también una cuestión de Estado. ¿Alguna pregunta?

Kayleen sacudió la cabeza.

– Obviamente, no podemos empezar a trabajar en serio sin saber el día de la boda. El rey ha dejado caer la posibilidad de que sea en primavera.

– Ya veo.

– Se podría anunciar oficialmente después de las navidades.

– Me parece bien.

– Así tendremos tiempo suficiente, aunque créame, no nos va sobrar. Empezará a trabajar inmediatamente con mi equipo. Es importante que aprenda las tradiciones y la cultura de El Deharia… tendrá que recibir clases de lengua, etiqueta, relaciones institucionales y otras muchas cosas que no se me ocurren ahora. Ah, y necesito que me haga una lista con sus invitados para la celebración. Supongo que querrá invitar a su familia…

– ¿No podríamos tener una boda sencilla e íntima?

Fayza rió.

– Asad es un príncipe, querida. Y el primero de los hijos del rey que se casa. Me temo que van a salir en la portada de todos los periódicos del mundo.

– ¿Y si yo no quiero?

– Lo siento, pero será el acontecimiento social de la temporada. De todas formas, intentaremos que la cantidad de invitados no se nos vaya de las manos. Más de quinientos sería una pesadilla.

– Quinientos… -repitió.

Kayleen caminó hasta el balcón para tomar aire. No había pensado en las implicaciones prácticas de casarse con Asad. Pero si iba a ser su esposa, tendría que acostumbrarse.

– Bien, ¿qué me dice de su familia? ¿Cuántas personas serán?

– No estoy segura de tener familia.

– En tal caso, lo arreglaremos más tarde. De momento, tendrá que tener más cuidado cuando salga de Palacio. Debe ir siempre en compañía, preferiblemente del príncipe Asad o de la princesa Lina. Si ninguno de ellos está disponible, le pondremos un guardaespaldas personal. Ya tiene uno en el coche que llevará a las niñas al colegio… Ah, y no se permite que esté a solas con ningún hombre que no sea de Palacio. Ni siquiera los amigos. Sólo con hermanos y tal vez primos, en su caso.

– Eso no será un problema.

– No haremos el anuncio oficial hasta dentro de unos meses. Dudo que la prensa se entere antes, pero es conveniente que no lleve el anillo de compromiso fuera de Palacio. Compórtese con naturalidad y no llame la atención.