– Los he llamado por teléfono y nos están esperando -dijo Asad cuando salieron de la limusina-. Han preparado ropa para todas las niñas.
– ¿Y cómo sabías sus tallas?
– Neil telefoneó a la lavandería y les pidió que las miraran. Hemos hecho una primera selección de lo que necesitan, pero la decisión final es tuya. Si se nos ha olvidado algo, lo encargaremos.
Kayleen supo que aquélla iba a ser una experiencia muy distinta a las compras de tiendas baratas a las que estaba acostumbrada.
Una mujer alta y esbelta los saludó cuando entraron. Llevaba un vestido precioso y se inclinó al ver a Asad.
– Señor, tenerlo con nosotros es siempre un gran placer.
– Glenda, te presento a Kayleen James, mi prometida… Y estas tres jovencitas son mis hijas. Dana, Nadine y Pepper.
Las niñas sonrieron con timidez.
– Una familia perfecta -dijo Glenda-. Aunque un niño sería un contrapunto magnífico…
– Hablas como mi padre -bromeó Asad-, ¿Lo has preparado todo?
– Tenemos docenas de cosas. Estoy segura de que quedarán encantadas… Pasad, chicas, os lo enseñaremos.
Glenda tomó de la mano a Dana y la presentó a uno de los dependientes. Después hizo lo mismo con Nadine y con Pepper, de tal manera que cada una tenía una persona a su servicio.
Por fin, la encargada se volvió hacia Kayleen.
– Tiene usted un cabello precioso, y es natural -dijo mientras daba una vuelta a su alrededor-. Buena estructura, postura excelente y piel clara. Príncipe Asad, permítame que le diga que es un hombre muy afortunado.
– Lo sé.
– Bueno, divirtámonos un rato -dijo a Kayleen-. Príncipe, usted puede descansar en la habitación que le hemos preparado. Tiene revistas, bebidas y un televisor.
– Gracias -dijo antes de mirar a Kayleen-. Que te diviertas…
Kayleen asintió porque no fue capaz de hablar. En su mundo, las encargadas de las boutiques no se comportaban de ese modo; no eran tan agradables ni desde luego ofrecían un servicio tan personalizado. Era como estar en un sueño.
Siguió a Glenda al interior y vio que las niñas ya se estaban probando la ropa nueva.
Después pasaron a un vestidor grande con docenas de vestidos, pantalones vaqueros, blusas, faldas y trajes. En una esquina había una torre de cajas de zapatos que casi tenía dos metros de altura.
– Empezaremos con lo más básico. El príncipe me comento que no tiene ropa apropiada… bueno, es natural La gente de la calle no tenemos cosas para asistir actos de la realeza -dijo con amabilidad-. Pero ha elegido un buen sitio para solventar ese problema.
– Es la primera vez que entro en una boutique de tanta categoría -le confesó.
– Supongo que a partir de ahora lo hará muchas veces… pero aprenderá deprisa, no se preocupe. No se preocupe por lo que esté de moda en cada momento. Fíjese en lo que le queda bien y opte siempre por lo clásico y por conjuntos bien combinados. Pero me temo que nada la salvará de la tortura de los zapatos de tacón alto en las fiestas… En fin, veamos lo que podemos hacer.
Glenda esperó pacientemente hasta que Kayleen cayó en la cuenta de que estaba esperando que se desnudara y se quitó el vestido. Glenda asintió.
– Excelente. No tiene exceso de curvas, así que estará deslumbrante en todas las veladas. Espero que no se ofenda, pero su ropa interior es lamentable… Si va a casarse con un príncipe, necesita algo sexy y bonito. Querrá mantener su interés, claro…
Kayleen empezó a tomar notas de lo que Glenda decía. Una hora más tarde, llegó a la conclusión de que había subestimado a las mujeres que salían de compras por vicio. Era algo agotador.
Se estaba cerrando un vestido sencillo cuando Dana entró en el vestidor.
– Ya hemos terminado -dijo la niña-. Asad quiere que te diga que la tía Lina va a venir a llevarnos al cine.
Kayleen sonrió.
– ¿Estás tan cansada como yo?
– Sí, ha sido divertido, pero…
– Ni siquiera he visto la mitad de las cosas que os habéis comprado. Cuando volvamos a la suite, tendréis que hacerme un pase de modelos…
En lugar de asentir, Dana se acercó a Kayleen, se abrazó a ella y empezó a llorar.
Kayleen se sentó y la acomodó en su regazo.
– ¿Qué sucede?
– Que echo de menos a mis padres. Sé que está mal, pero los echo de menos.
Kayleen la abrazó con fuerza.
– No está mal, Dana. Es perfectamente natural Todo esto es nuevo para ti y es lógico que te angusties… de hecho, tengo que pedirte disculpas. Eres tan fuerte que a veces olvido que sigues siendo una niña todavía.
– Tengo miedo.
– ¿Por todos los cambios?
– No, porque no quiero que te vayas.
– No me iré.
– ¿Lo prometes? ¿Nunca? ¿Pase lo que pase?
– Siempre estaremos juntos. Asad y yo nos vamos a casar y seremos una familia…
Dana lo miró.
– Y si lo abandonas, ¿iremos contigo?
– No lo voy a abandonar.
– Podrías hacerlo. La gente se divorcia…
– Bueno, si llegamos a divorciarnos, te prometo que vendréis conmigo.
Dana se secó las lágrimas.
– Está bien, te creo.
– Me alegra que me creas, porque te quiero mucho. Os quiero a todas. Os quiero con toda mi alma.
Dana la abrazó con fuerza y se puso de pie.
– Ya me siento mejor…
– Dana, yo siempre estaré a tu lado. Y si necesitas hablar conmigo, en cualquier momento, de lo que sea, dímelo. ¿De acuerdo?
Dana asintió y se marchó. Kayleen se puso de pie y se alisó el vestido.
Un segundo después, mientras pensaba que la tela se arrugaría demasiado, Asad entró en el vestidor y le puso las manos en los hombros.
– He oído tu conversación con Dana -dijo mirándola en el espejo.
– ¿Y lo desapruebas?
– En absoluto. Has dicho lo que debías. Aunque habría estado mejor que dudaras un poco más con lo del divorcio…
– Yo no he dicho que piense divorciarme de ti -puntualizó.
– Lo sé, lo sé -dijo él, sonriendo-. Eres una madre excelente, Kayleen, y eso me place. Por las niñas y por los niños que tendremos.
– ¿Y si no tengo niños y sólo puedo darte más hijas?
– Bueno, recuerda que soy uno entre seis hermanos. Creo que la estadística juega a mi favor… -respondió él-. Por cierto, ¿te estás divirtiendo?
– Esto es muy cansado. Y no me acostumbro a que me sirvan con tanta diligencia…
– Te acostumbrarás.
– Tal vez. ¿De verdad necesito tanta ropa? Me parece excesivo.
– Vas a representar a El Deharia. Tienes que estar a la altura de las expectativas de la gente -afirmó.
– Bueno, qué se le va a hacer.
– Vaya, así que estás dispuesta a hacer lo que sea necesario por los ciudadanos de mi país y sin embargo dudas cuando sólo se trata de mí -bromeó.
– Más o menos.
Asad se inclinó y la besó en el cuello. Ella se estremeció.
– Tendré que enseñarte a respetarme -murmuró él.
El príncipe la abrazó por la cintura y ella deseo que aquello fuera real, que las niñas fueran verdaderamente su familia y que Asad estuviera locamente enamorado.
– Cuando volvamos a Palacio, quiero hablar de finanzas contigo -continuó-. Las niñas y tú necesitáis dinero, y quiero que tengáis la vida resuelta si alguna vez me ocurre algo malo. El palacio siempre será vuestra casa, pero si desearais vivir en algún otro lugar, necesitaréis una buena cuenta bancaria.
– No quiero que te pase nada malo…
– Ni yo, pero esto es importante. Abriré una cuenta a tu nombre y podrás gastar el dinero como lo estimes conveniente. Quiero que seas feliz, Kayleen. Y que vayas de compras tanto como te apetezca.