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– No necesito casi nada.

– Eso lo dices ahora, pero tu vida ha cambiado y tú misma has empezado a cambiar.

Asad la besó hasta que la dejó sin aliento. Kayleen deseó tocarlo y acariciarle todo el cuerpo, hacerle el amor allí mismo y relajar su tensión y el deseo que sentía. Pero el príncipe se apartó de ella poco después.

– Bueno, pero preferiría que no cambiaras mucho más… -añadió.

Un segundo después, le bajó la cremallera del vestido y le desabrochó el sostén. Luego, llevó las manos a sus senos, se inclinó lo suficiente y empezó a succionarle un pezón.

Kayleen era consciente de que seguían en el vestidor de la boutique, así que se esforzó por mantenerse en silencio y no gemir; pero las caricias de su lengua eran tan placenteras que le costó mucho.

Excitada, le acarició el cabello y los hombros. Quería más, necesitaba más.

Asad rió antes de cambiar al otro pecho y jugueteó una y otra vez con él hasta que Kayleen empezó a jadear de placer.

Casi no podía mantenerse de pie. Además, Asad le había introducido una pierna entre los muslos y estaba terriblemente húmeda. Pero sabía que se detendría en algún momento. Seguían en la tienda y había gente por todas partes. Las niñas se habían marchado con su tía, pero todavía estaban Glenda, los dependientes y tal vez algún cliente más.

Sin embargo, Kayleen no quería detenerse. Y lo quiso aún menos cuando él bajó una mano y empezó a masturbarla con los dedos.

– Apóyate en mí -susurró él.

Ella apoyó una pierna en el banco del vestidor. Él la equilibró con la mano que tenía libre y siguió frotándole y acariciándole el clítoris. Cada vez estaba más tensa. Empezó a temblar sin poder evitarlo y tuvo miedo de caerse, pero el orgasmo la alcanzó rápidamente y fue tan intenso y glorioso como los anteriores.

Él la besó y siguió tocándola hasta que la última oleada de placer desapareció. Sólo entonces, maldijo en voz baja y la soltó.

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella.

– Que se suponía que esto era un regalo para ti, pero…

Asad alcanzó el sostén y se lo dio.

– Toma, póntelo.

– No te entiendo…

Él la miró con pasión.

– Me temo que tengo que llevarte inmediatamente a Palacio, a mi cama. Ya terminaremos con las compras más tarde.

Ella sonrió.

– Me parece un buen plan.

Era casi media noche cuando Kayleen marcó un número de teléfono muy familiar y pidió que la pusieran con la mujer que estaba a cargo.

– ¿Kayleen? ¿Eres tú?

Kayleen sonrió.

– Sí. Sé que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te llame. Lo siento…

– Si has vivido aventuras interesantes, te perdono. ¿Cómo estás? ¿Cómo va tu vida en Palacio? Tienes que contármelo todo…

La voz de la madre superiora, llena de cariño, logró que echara de menos el convento.

– Estoy bien. Muy ocupada, eso sí. Y las niñas se han acostumbrado mejor de lo que había imaginado…

– Me preocupaba su suerte. Han sufrido demasiado para ser tan pequeñas. Pero están contigo y sé que lo superarán.

– Eso espero -dijo Kayleen-. Tengo algo que decirte, aunque no sé lo que pensarás… es sobre el príncipe. Hace unas semanas me organizó una fiesta sorpresa de Acción de Gracias. Fue un detalle encantador. Pero luego…

La madre superiora no dijo nada. Sabía que el silencio era una motivación poderosa cuando se trataba de animar a otra persona a hablar.

– Era tarde y estábamos solos -continuó-. Así que…

Kayleen le contó toda la historia, incluida la propuesta de matrimonio.

– ¿Es un buen hombre? -preguntó la monja.

Ella no esperaba esa pregunta y la sorprendió.

– Sí, claro. Muy buen hombre, de hecho. Demasiado acostumbrado a salirse con la suya, pero a fin de cuentas es un príncipe.

– ¿Cuida de las niñas y de ti?

– Sí. Muy bien.

– ¿Lo amas?

Kayleen pensó que era una pregunta interesante.

– Sí, creo que sí -respondió.

– Entonces has hecho lo correcto. Siempre quise que te casaras y que tuvieras una familia, Kayleen. Sé que deseabas volver al convento, pero a veces encontramos la felicidad en los lugares más inesperados… Amar y ser amada es una gran bendición. Disfruta de lo que tienes y recuerda que siempre pienso en ti.

– Gracias -susurró.

– Sigue los dictados de tu corazón y no permitas que te aparten de tu camino, hija mía.

Kayleen asintió. Sabía que su corazón caminaba en la dirección de Asad, pero el viaje acababa de empezar. Y cuando concluyera, estaría en su casa.

Capituló 11

Kayleen miró los diseños esparcidos encima de la mesa.

– Estás de broma -dijo.

– Esto sólo es lo que ha llegado en el correo de hoy -comentó Lina con un suspiro-. Nunca imaginé que una decisión mía provocara tal entusiasmo en los diseñadores de moda… pero cuando Hassan anunció nuestro compromiso, empecé a recibir llamadas. Se suponía que esperaría un poco, ¿sabes? Prometió que esperaría.

– Ya, pero dijo que estaba tan contento que no pudo mantenerlo en secreto -le recordó-. Vi la conferencia de prensa. Está loco por ti…

Lina sonrió.

– No le digas nunca eso… Un rey no puede demostrar tanta pasión en público.

– Pues ésta vez la demostró. Pero me alegra que seas tan feliz.

Lina volvió a suspirar.

– Me gustaba mi vida. Incluso cuando perdí a mi marido, me consolé pensando en los hijos de mi hermano -le confesó-. Ya me había acostumbrado a la idea de seguir sola. Y ahora, de repente, me enamoro y me comprometo otra vez. Todavía no me lo puedo creer.

Kayleen miró el anillo de Lina. Era enorme, de diamantes y platino.

– Vas a tener que hacer ejercicio si llevas ese anillo todo el día.

Lina rió.

– Lo sé. Es gigantesco. No se puede decir que sea de mi gusto, pero si hubieras visto la cara de Hassan cuando me lo puso en el dedo… Estaba tan orgulloso… ¿Cómo voy a decirle que me gusta que las cosas sean más pequeñas que una montaña?

– Si no te importa demasiado, no se lo digas.

– Claro que no. Pero acostúmbrate a estos problemas -dijo, mirando los diseños de la mesa-. En cuanto anuncien oficialmente tu boda, te encontrarás en la misma situación que yo.

– Espero que a escala menor… Yo sólo quería tener una familia, y ahora resulta que tengo todo un país.

– Bueno, tómatelo como un premio extraordinario.

– No quiero premios extraordinarios.

– Por eso me alegro de que Asad te haya elegido. Sé que no te interesa su dinero… y admito que todavía espero que te enamores de él.

Kayleen se ruborizó.

– He pensado mucho en ello -le confesó-. Asad es un hombre maravilloso, atento y amable. Se preocupa sinceramente de las niñas y logra que me sienta a salvo. Me gusta mucho, pero amarlo… no lo sé. ¿Qué se siente cuando amas a alguien?

– Es como si tuvieras todas las estrellas en la palma de la mano -respondió la princesa entre risas-. Ya sé que parezco ridícula…

– No, sólo suenas feliz.

– Porque lo estoy. Hassan es mi vida. Sé que las cosas cambiarán con el tiempo y que nuestra relación se normalizará, pero ahora disfruto de la magia, de cómo se acelera mi corazón cuando lo veo llegar, de quedarme sin aliento con un simple beso suyo, de no desear otra cosa que estar con él.

– ¿Quiere eso decir que te aburro? -bromeó.

– No exactamente, pero es verdad que no dejo de pensar en él. Con mi difunto marido fue diferente- lo amaba, pero yo era muy joven y no era consciente de lo que tenía. Ahora soy mayor y comprendo hasta qué punto es raro y precioso el amor… Pero ya lo descubrirás.

– Sólo sé que deseo tenerlo. Es importante para mí. Quiero amar a Asad.

– Da tiempo al tiempo.

– Sí, supongo que tendremos tiempo de sobra…