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Kayleen pensó con amargura que tampoco había tenido tiempo de buscarla a ella.

– Kayleen, ¿podrías enseñarle a tu madre sus habitaciones? -preguntó el rey-. Se alojará en el mismo piso que las niñas y tú, en la suite contigua. Supuse que querríais estar cerca.

– ¿Qué niñas? -preguntó Darlene-. ¿Es que tienes hijas?

Darlene parecía sinceramente encantada, pero Kayleen pensó que estaba fingiendo.

– Son adoptadas -le informó Asad-. Son hijas mías.

Kayleen le presentó al príncipe. Era una forma perfecta de alejarse de ella.

– ¿Un príncipe? ¿Mi hija se va a casar con un príncipe?

Darlene se giró hacia el rey y añadió:

– Sus hijos son muy atractivos. Han salido a usted.

Mujtar sonrió.

– Sí, no lo puedo negar. Pero Kayleen, acompaña a tu madre… estará cansada del viaje. Ha sido muy largo.

Ella asintió porque no podía hacer otra cosa. El rey y el príncipe se marcharon y ella se quedó a solas con Darlene.

– Quién habría imaginado que mi niña crecería y se casaría con un príncipe. Me alegro mucho por ti, cariño -dijo mientras le acariciaba el cabello-. Dios mío, tienes un color de pelo horroroso… El mío es igual. Me gasto una fortuna en teñírmelo, pero creo que merece la pena. Los hombres las prefieren rubias. Aunque si lo llevas así, doy por sentado que será porque al príncipe le gusta. Te pareces mucho a Vivían, ¿sabes? Podrías ser su hermana gemela.

– ¿Quién es Vivían?

– Mi hermana, tu tía. Seguro que la viste alguna vez cuando vivías con mi madre… -respondió, mirando a su alrededor-. Qué suerte has tenido, Kayleen… mi niña. Pero venga, acompáñame. Enséñame un palacio por dentro.

Kayleen estaba desesperada. No podía creer que su madre hubiera regresado de repente, y justo cuando se había comprometido con Asad.

Como no sabía de qué hablar, le contó la historia del palacio mientras caminaban hacia la suite. Cuando entraron, Darlene dejó escapar un suspiro.

– Oh, creo que me encantaría vivir en un lugar como éste… ¿Cómo te las has arreglado para salir del convento y terminar aquí?

Kayleen la miró.

– ¿Sabías que estaba en el convento?

– Claro. Mi madre no dejaba de quejarse de que le dabas mucho trabajo. Era tan pesada que me hartó y le dije que te llevara con las monjas. Y por lo visto, te cuidaron bien. Pero no has contestado a mi pregunta…

– Cuando salí, me puse a trabajar en un colegio de El Deharia. Soy profesora.

– ¿En serio? ¿Das clase a los niños? Qué interesante…

Kayleen la miró mientras Darlene paseaba por el salón.

– ¿Tu segundo apellido es Dubois? -preguntó.

Darlene asintió sin mirarla.

– Entonces, también es el mío…

– ¿De qué estás hablando?

– No conocía mi apellido real. Cuando la abuela me dejó en el orfanato, no se lo dijo a nadie y tuve que inventarme uno.

Darlene sonrió.

– Bueno, en realidad yo hice lo mismo. ¿Cuál elegiste tú?

– James.

Darlene empezó a abrir armarios y preguntó:

– ¿En este lugar se puede beber algo?

– Sí, mira a tu derecha.

Darlene se sirvió un vodka con tónica y echó un buen trago. Después, se sentó en el sofá y dio una palmadita a su lado.

– Ven, siéntate conmigo y cuéntamelo todo desde el principio.

Kayleen no se movió.

– ¿Qué quieres que te cuente?

– Todo lo de tu vida en Palacio. ¿De verdad vas casarte con el príncipe?

– Sí. Lo anunciaremos oficialmente dentro de unas semanas y nos casaremos en primavera.

– Así que no estás embarazada. Temía que lo estuvieras…

– ¿Creías que había tendido una trampa a Asad para casarme con él?

– Por supuesto que no. Pero espero que seas sensata… doy por sentado que firmarás un acuerdo prematrimonial. ¿Cuántos millones te ha ofrecido? ¿Tienes abogado?

Kayleen dio un paso atrás.

– No necesito un abogado. Asad me ha prometido que cuidará bien de las niñas y de mí.

– ¿Y tú lo has creído? Tienes suerte de que yo haya venido…

Kayleen lo dudó seriamente.

– ¿Qué haces aquí, por cierto?

– Ver a mi hija, nada más.

– Ya. Sabías que estaba en el convento y nunca pasaste a visitarme…

Darlene se encogió de hombros.

– Pero ahora eres más interesante que antes, cariño.

– Claro, por Asad.

– En parte -dijo ella-. Kayleen, la vida fue muy dura conmigo cuando eras un bebé. No podía cuidar de ti. Yo sólo era una niña… y luego te perdí el rastro. Pero ahora estamos juntas otra vez.

Kayleen no se tragó la historia ni por un momento.

– Soy tu madre -continuó ella mientras se levantaba del sofá-. Sé lo que es mejor para ti. Si esperas que ese príncipe se case verdaderamente contigo, tendrás que mantener su interés; y yo puedo ayudarte. De lo contrario, te lo robará alguna pelandusca de la alta sociedad. Y no queremos que suceda eso, ¿verdad?

– Permíteme que dude de tus buenas intenciones. Yo no te he importado nunca.

– No digas eso. Claro que me importabas. Pero tenía una carrera profesional y tú estabas mejor con las monjas. Te cuidaron muy bien.

– ¿Cómo lo sabes?

Darlene contestó con una pregunta.

– ¿Es que me equivoco?

– No. Se portaron muy bien conmigo, es cierto.

– Entonces deberías estarme agradecida.

Su madre se sirvió una segunda copa.

– No pienso marcharme, Kayleen -continuó-. El rey cree que te ha hecho un gran favor al encontrarme y traerme aquí. Y estoy de acuerdo con él. Eres mi hija, así que intentaremos recuperar el tiempo perdido y conocernos mejor. Pero debes marcharte ahora. Estoy cansada y quiero descansar. Hablaremos mañana.

Kayleen se marchó. No porque se lo hubiera ordenado, sino porque no podía soportar su compañía.

No sabía qué pensar. De niña se había preguntado una y otra vez cómo sería su madre. Y ahora que la conocía, habría preferido no verla nunca.

Pero recordó las enseñanzas de la madre superiora y pensó que no debía juzgar a la gente sin pruebas. Cabía la posibilidad de que Darlene estuviera sinceramente arrepentida y de que quisiera ser su amiga. Tendría que decidir si merecía una segunda oportunidad.

Capítulo 12

Kayleen entró en su dormitorio, pero no pudo tranquilizarse. Todo aquello era culpa suya. Si le hubiera dicho la verdad al rey, si le hubiera confesado que su madre y su abuela la habían abandonado, no habría sucedido nada; pero su infancia era tan triste y patética que se había acostumbrado a contar una historia edulcorada para que la gente no sintiera lástima de ella.

Se acercó al balcón con intención de abrirlo, pero recordó que Darlene estaba en la suite contigua y se detuvo. No quería verla otra vez.

Un segundo después, llamaron a la puerta. Kayleen se quedó helada. Pero era Asad.

Corrió hacia él, sin pensarlo, y lo abrazó.

– ¿Tan terrible ha sido? -preguntó el príncipe.

– Sí.

– Sospecho que la sorpresa de mi padre no ha sido agradable.

– Todo esto es muy extraño. No la conozco de nada, pero ahora está aquí y no sé qué hacer.

– Bueno, yo debería decir que llegarás a conocerla bien y que os querréis mucho, pero no estoy seguro de que sea cierto -confesó, sonriendo-. Luego será mejor que te dé una buena noticia…

– ¿Qué noticia?

– ¿Te acuerdas de tu visita al desierto? Pues bien, Sharif, el jefe del poblado, ha sabido que nos vamos a casar y nos invita a cenar con él.

– ¿Pero no se suponía que lo de nuestra boda era un secreto?

– Siempre hay quien encuentra el modo de averiguarlo todo. Sharif es una de esas personas.

– Probablemente vio el reflejo de mi anillo de diamantes. Es como un faro.