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– No. Es mía. No permitiré que se vaya.

Su padre suspiró.

– Hemos dejado atrás las viejas tradiciones. No puedes reclamar a una mujer que no quiere casarse contigo.

– La convenceré.

– ¿Cómo?

– Dándole lo único que quiere.

– ¿Y sabes qué es?

– Sí-respondió-. ¿Dónde se ha metido?

Mujtar dudó.

– No estoy seguro.

– ¿Dónde está? Sé que no ha salido del país. Lina me lo ha dicho. ¿Dónde se esconde?

Su padre se mantuvo en silencio.

– No importa, la encontraré.

Kayleen tuvo que hacer un esfuerzo para no reír. El cachorro era adorable y Pepper estaba preciosa a su lado, tumbada en la alfombra, delante del fuego de la chimenea. Dana y Nadine se habían marchado a jugar con unas amigas. La vida en el desierto les estaba sentando bien; se habían acostumbrado rápidamente y la encontraban divertida.

Desgraciadamente, ella no compartía su opinión. Aunque agradecía la hospitalidad de Zarina y de Sharif, extrañaba el palacio. Vivir bajo las estrellas era muy romántico, pero no sin Asad.

No hacía otra cosa que pensar en él. Zarina no le hizo ninguna pregunta cuando se presentó en el poblado en compañía de las niñas. Se limitó a ofrecerle una tienda y la amistad de su gente. Pero era una solución temporal. La tribu se marcharía pronto al interior del desierto y ellas tendrían que buscar otro domicilio antes de poder marcharse de El Deharia.

Sin embargo, había tenido suerte. Como Asad no había demostrado interés alguno por acelerar el proceso de adopción, tampoco podía impedir que se las llevara. En caso contrario, no habría podido salir con ellas del país sin su permiso.

Se llevó una mano al estómago y pensó en la última vez que habían hecho el amor. Si estaba embarazada, la situación se iba a complicar bastante.

– No pienses en eso -se dijo-. Pase lo que pase, seré fuerte.

No sabía lo que el futuro le iba a deparar, pero sabía que ahora podía afrontar cualquier cosa. Había rechazado la vida que Asad le había ofrecido y había sabido estar a la altura de sus principios. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía en paz.

Se levantó, se acercó a la tetera que había dejado junto al fuego y se sirvió una taza. Luego, miró el cielo y pensó que sólo quedaban dos días para navidades. Lo celebrarían allí, en el desierto, y después se marcharía a la ciudad y alquilaría una casa para vivir con las niñas.

Justo entonces se armó un pequeño revuelo. Varios hombres empezaron a hablar en voz alta, pero lo hacían tan deprisa que no pudo entenderlos. Y de repente, lo vio. Era Asad, aunque no se parecía nada al Asad que conocía. No era un príncipe vestido con un traje elegante, sino un jeque montado a caballo y decidido a todo.

Kayleen se plantó con fuerza y se recordó que no tenía nada que temer.

Asad llegó a su altura, se detuvo y la miró a los ojos.

A pesar de todo lo que había sucedido, ella se alegró de verlo. Deseó besarlo, tocarlo, entregarse una vez más a él.

– He venido a reclamarte -dijo con voz seca-. No puedes huir de mí.

– Y tú no puedes mantenerme a tu lado contra mi voluntad. No soy tu prisionera.

Asad desmontó y dejó su caballo a un chico que se acercó corriendo.

– Eso es cierto, cariño. Soy yo quien soy tuyo.

Ella parpadeó, atónita.

– Te he echado mucho de menos -continuó-. Cada segundo, cada minuto desde que te marchaste. Sin ti, mi vida es un pozo profundo y oscuro.

– No te entiendo…

– Ni yo. Lo tenía todo planeado. Me casaría, tendría hijos, serviría a mis compatriotas y viviría mi vida. Era mi destino. Pero un día, conocí a una mujer que me robó el corazón. Una mujer valiente que me hechizó.

Kayleen contuvo el aliento. Sus palabras le habían devuelto la esperanza.

– Kayleen, yo estaba equivocado. Me equivoqué al pensar que tenía el control… te he extrañado con toda mi alma, a ti y a las niñas. Necesito ver vuestras sonrisas cada día. Necesito oír vuestras voces. No puedes robármelas ni alejarte de mí.

– Asad, no quiero un matrimonio sin amor. Merezco más que eso…

– Sí, es verdad. También me equivoqué al pretender otra cosa. Mereces que te amen, que te adoren. Mereces ser la mejor parte de la vida de tu esposo.

Asad tomó sus manos y se las besó.

– Permíteme ser ese hombre. Permíteme que te demuestre cuánto te amo. Dame otra oportunidad, mi vida… no te fallaré. Porque te amo. Porque estoy loco por ti. Aunque nunca lo habría creído posible, es cierto. Me he enamorado, Kayleen. ¿Podrás perdonarme? ¿Me concedes la oportunidad que te pido? Di que sí por favor…

– Sí -susurró.

Kayleen se arrojó a sus brazos y él la besó y la abrazó con todas sus fuerzas, como si no estuviera dispuesto a soltarla nunca más.

En ese momento se acercaron las niñas y los cinco se abrazaron. Volvían a ser una familia.

– Soy tan feliz -dijo Kayleen.

– Y yo. Aunque por lo visto, no aprendo tan deprisa como pensaba.

– Pero aprendes.

– Sólo porque tuviste la fuerza necesaria para abandonarme. Siempre tienes que hacer lo correcto, ¿verdad?

– Lo intento…

Asad atrajo a Kayleen a su lado.

– Tienes que prometerme que no me abandonarás nunca más -dijo-. No sobreviviría.

– Sólo si tú me prometes lo mismo.

El príncipe se rió.

– ¿Y por qué querría marcharme? Ya eres mía.

– Y para siempre.

– Sí -prometió él-. Para siempre.

Los ojos de Asad brillaron con amor. Con un amor que llenó el vacío de Kayleen y que la convenció de que ahora, por fin, había encontrado su hogar.

SUSAN MALLERY

***