– ¡Hola, Cristina! Soy Luis. Luis Casajoana. ¿Te acuerdas?
«¿Luis?» Mi almacén de memorias funcionó y al instante la imagen de un chico regordete, mofletudo y sonriente se me apareció como si se tratara de una videoconferencia con el pasado. Luis es el primo de Oriol.
– ¡Luis! ¡Claro que te recuerdo! -me hacía feliz oírlo-. ¡Qué sorpresa! ¿Cómo has logrado mi teléfono? ¡Qué alegría! ¿No estarás aquí en Nueva York?
– No. Te llamo desde Barcelona. Perdona esta hora rara pero quería estar seguro de que te localizaba antes de que salieras para el trabajo.
– Pues aquí estoy.
– El notario te envió una citación para la lectura del testamento de mi tío. ¿Verdad?
– Sí. ¡Vaya sorpresa!
– Vas a venir, espero.
– Sí.
– ¡Estupendo! Dime cuándo llegas. Te recogeré en el aeropuerto.
– Gracias. Muy amable, Luis. ¿Qué es de Oriol? He pensado mucho en vosotros desde que recibí la carta del notario.
– Oriol está bien. Ya te contaré. Pero te llamo para prevenirte de algo.
– ¿Qué es? -me notaba alarmada.
– ¿Te envió Enric un cuadro antes de morir?
– Sí.
– Pues ponlo a buen recaudo. Hay gente muy interesada en él.
– ¡Qué me dices!
– Sí. Ese cuadro tiene que ver con el testamento de Enric.
– ¿Cómo?
– Por el momento es sólo un rumor, una sospecha mía. Lo sabré seguro cuando nos lean la herencia.
– ¡Pero dime algo! -la curiosidad me mataba.
– Creo que el cuadro ese contiene algo que lo relaciona con la herencia. Eso es todo.
Me quedé en silencio. ¡Buscaban el cuadro! Los que asaltaron mi apartamento buscaban el cuadro. Y sabían que cabe en una maleta. ¡Dios mío! ¿Qué había detrás de todo ese misterio?
– Pero eso ya me lo has dicho. ¿De qué se trata?
– No lo sé. Ven a Barcelona y espero que lo sepamos todo el uno de junio -me quedé en silencio, pensando. Y Luis volvió a hablar.
– ¿Sabes? Hay rumores…
– No, no sé nada. ¿Cómo voy a saber si estoy aquí?
– Dicen que mi tío andaba buscando un tesoro antes de morir -Luis había bajado su voz al nivel de un susurro.
– ¿Un tesoro? -no me lo podía creer. Parecía uno de esos cuentos que Enric acostumbraba a inventarse y que a los niños nos encandilaban. Incluso organizaba, para nosotros tres, aventuras de búsqueda de tesoros con pistas, planos y carreras excitadas en su gran casona de avenida Tibidabo. Recuerdo a mi padrino como a alguien maravillosamente creativo. ¡Un tesoro! Muy propio de Enric.
– Sí, un tesoro. Pero éste de verdad -afirmó convencido; hablaba tan bajo que yo casi no le entendía-. Aunque no sabremos nada más hasta primeros de junio.
Pensé unos instantes. Al cuadrar mi interlocutor con la ficha que mi memoria guardaba de él, deseché de inmediato esa historia del tesoro. Siempre fue un niño crédulo y fantasioso. Pero me di cuenta de que no había respondido algo que sí me intrigaba.
– Luis.
– ¿Qué? -su voz había recuperado la normalidad.
– ¿Cómo encontraste mi número de teléfono?
– Fácil -repuso riendo-. El notario es amigo de la familia. Y tu dirección no es asunto confidencial que no me pudiera revelar. Contrató un investigador para que te encontrara en Nueva York. Parecía como si a toda la familia Wilson se os hubiera tragado la tierra…
Tan pronto colgué el teléfono con Luis llamé de inmediato a mi padre.
– Daddy, perdona que te despierte… sí, el cuadro que me envió Enric como regalo de Pascua. Sí, el de la Virgen gótica. Por favor, lo primero que hagas hoy… Llévalo al banco. Que lo guarden en una caja de seguridad…
«Un tesoro», me quedé pensando aún desnuda frente al teléfono. ¡Diablos, un tesoro de verdad! Después sacudí la cabeza incrédula. ¡Bah! Ya somos adultos… aunque parece que Luis no ha cambiado mucho. Siempre inmaduro para su edad. ¡Menuda bobada!
Ataviados con atuendo deportivo, el suyo muy varonil y coqueto el mío, llevábamos corriendo más de media hora y a mí me costaba seguir el ritmo que Mike marcaba. O le pedía que aflojara o me iba a dejar atrás. Pero yo no pensaba suplicarle una tregua; a él le gusta demostrar que es más fuerte, saca pecho y me mira con suficiencia. A mí me gusta repetirme que soy más lista, así que de vez en cuando me divierto fastidiándole su exhibición y monto una escena.
La del tobillo torcido es clásica. Yo pongo cara de dolor y la suya se torna preocupada. Me lamento, él se da la vuelta como diciendo «otra vez» pero acude solícito a socorrerme. Me da masaje, me apoyo en él y a veces no puedo evitar reír cuando me soba el tobillo y no puede verme la cara.
– ¿Te duele? -pregunta inquieto y no sabe que es risa mal contenida.
– Sí, un poco -respondo con una voz que da compasión-. Pero me estás aliviando mucho. Eres increíble.
Si se me escapa la risa abierta, entonces digo que me hace cosquillas. A veces al recuperar el aliento salgo disparada y es él el que se queda atrás.
Entonces me acusa, divertido, de engañarle, pero yo lo niego todo. En otras ocasiones finjo pálpitos o que me cuesta respirar.
Ese día fue distinto.
– Mike -le grité cuando él, desconsiderado, me sacaba varios metros de ventaja. Se excusa diciendo que precisa más ritmo del que yo le doy.
– ¿Qué? -repuso sin detenerse.
– Me voy.
– ¿Cómo que te vas? -ahora sí se detuvo a esperarme y miró su reloj-. Pero si llevamos poco más de media hora corriendo. Yo apenas me he calentado.
– Me voy a Barcelona.
– Sí, Barcelona -repuso él-. Nos vamos a Barcelona pero aún faltan unas semanas para eso.
– No, Mike. Yo me voy a Barcelona. Sola.
– ¿Sola? -se escandalizó-. ¡Si quedamos en que yo te acompañaba!
– He cambiado de opinión.
– ¡Pero si lo hemos preparado todo para ir juntos! Debía ser como un anticipo de nuestra luna de miel. ¿Y ahora me dices que quieres ir sola?
– Escúchame -supliqué-. Tienes que entenderme. He estado dando muchas vueltas a ese asunto. Es un viaje a mi pasado, a reencontrarme conmigo misma. Debo hacerlo sola. Hay cosas que no entiendo: la actitud de mi madre, cómo murió mi padrino. Puedo encontrarme con sorpresas desagradables.
– Razón de más para que vaya contigo.
– No, en absoluto, necesito asumirlo por mí misma -le corté enérgica-. Lo he pensado mucho y está decidido -pero enseguida regresé a la ternura-: Escucha, Mike, es estupendo estar juntos y por lo general no hay cosa que yo desee más pero, para que funcione nuestro amor para siempre, debemos respetar momentos de intimidad del otro. Hay veces que necesitamos estar solos.
– No te entiendo -él fruncía el ceño y cruzaba los brazos alzando su mole frente a mí como una pared-. No hay forma de lograr que encuentres una fecha adecuada para nuestra boda. Y ahora de repente me sales con que quieres ir sola a Barcelona, cuando lo hablado fue distinto. ¿Qué pasa contigo? ¿Aún me quieres?