Выбрать главу

– Encantada -dije. Y no lo estaba. Me sorprendía que él tuviera esa confianza con semejante chica. Era barriobajera.

– ¿Es amiga, muy amiga? -inquirió Susi dirigiéndose a Oriol. La muchacha tenía abundante pecho.

– Es una amiga a la que quiero mucho -afirmó él mientras una sonrisa traviesa aparecía en su faz.

– ¡Ah! -exclamó ella. Sus labios gruesos sensuales se abrieron en una risita de dientes amarillos de tabaco y me miró-. Entonces podemos hacer un trío.

Me quedé aturdida por unos segundos y al fin, conmocionada, empecé a comprender lo incomprensible. Susi era una prostituta y se lanzó a vender su mercancía, contando lo bien que lo íbamos a pasar los tres, pormenorizando escenas, dándonos todo tipo de detalles escabrosos sin pudor alguno. Miré a Oriol. Me observaba sonriente, parecía esperar mi decisión. Me sentí mal al notar que me ruborizaba, hacía años que no me azoraba de esa forma, yo, que presumo de seguridad en mí misma y de saberme manejar bien en cualquier situación. Pero debo confesar que la brillante abogada, de respuesta rápida e inteligente, no estaba preparada para aquello; la situación me superaba. ¿Imagináis la escena?

Pero lo peor estaba por llegar cuando, al superar la sorpresa, pude entender alguna de las imágenes que Susi describía. Entonces se me hizo la luz.

– ¡Tú no eres una mujer! -la exclamación me salió de dentro, sin poder evitarlo-. ¡Eres un hombre!

– En lo primero tienes un poco de razón, cariño -repuso Susi sin perder la sonrisa. Ahora notaba la prominente nuez de Adán de su garganta-. Aún no lo soy del todo. Pero te equivocas en lo otro, tampoco soy hombre. ¿Con estas tetas? -y se las levantó con las manos. Como ya me había percatado, eran voluminosas.

– Venga, Oriol, vamos los tres -insistió mirándole a él-. Sólo cincuenta euros, veinticinco cada uno. Y yo pongo la cama.

No podía creer lo que presenciaba, era como si le ocurriera a otra, como si pasara en otro lugar. Aquello era irreal, y entonces, al hablar Oriol, sentí derrumbarse mi mundo.

– ¿Qué te parece el programa, Cristina? -los ojos azules rasgados que tanto amé me miraban, y una amplia sonrisa dejaba ver sus dientes-. ¿Vamos?

– ¡Sí, vamos! -exclamó Susi tomándonos a ambos por la cintura-. Vamos, señorita; yo sé dar placer tanto a hombres como a mujeres… Seguro que nunca más podrás disfrutar de una experiencia así; con un chico y conmigo a la vez.

Sólo por un momento me imaginé entre los dos, sólo por un breve instante sentí esa excitación mórbida; después vino el horror…

TREINTA Y DOS

Aquella noche, desde mi habitación, contemplando la ciudad, llamé a Mike. Hacía dos días que no conversaba con él y me lo reprochó. Y yo acepté su regaño; necesitaba su amor, su devoción, su afecto.

– Te amo, te añoro -me dijo después de la reprimenda-. Deja esas tonterías de búsqueda de tesoros y regresa conmigo.

– Yo también te quiero -sentía profundamente esas palabras-. Daría lo que fuera por tenerte ahora a mi lado. Pero debo quedarme hasta el final de esta historia.

Esa conversación, saber que Mike continuaba amándome, fue bálsamo para mis heridas. Porque de eso se trataba, me sentía herida. Mucho. ¿De veras quería Oriol montar un número con el travestido? De pertenecer él a ese tipo de viciosos y de perseguir eso, para tener una mínima probabilidad de éxito, debiera haber esperado a que ambos entabláramos una relación. Su propuesta era absolutamente insultante.

No, no era ése su propósito.

– No esperaba encontrarme con Susi e improvisé sobre la marcha. Era una broma -me dijo. Yo había cruzado, casi corriendo, hasta las Ramblas sin responder a su oferta indecente. Él se despidió de Susi alcanzándome en el centro del paseo.

– Pues no me gustó -respondí.

– Vamos, no te enfades, le seguí la corriente para ver cómo reaccionabas… me pareció divertido.

Sus explicaciones no me convencieron. Estaba muy dolida y al encerrarme en mi habitación me vinieron las lágrimas. Oriol me decepcionaba.

¿Dónde estaba el muchacho tímido del que yo me había enamorado de niña?

En la noche, asomada a la ventana, viendo las luces de la ciudad e hipando aún por el disgusto, no podía evitar dar vueltas y vueltas a esos dos episodios. Primero el del bar. Oriol me enfrentó a una forma de vivir, de pensar opuesta a la mía. Esa devoción de la mujer al hombre, ese sometimiento voluntario. ¿Qué quería insinuar? Y después el encuentro con Susi. ¿Lo había preparado él? ¿Mintió cuando dijo que fue casualidad? Estaba segura de que Oriol contaba con que yo me negaría a su propuesta; me cuesta encontrar una situación más inadecuada para proponerle sexo a una mujer. ¿Entonces por qué lo hizo? ¿Sería que buscaba mi negativa como coartada a su homosexualidad? Y Susi. Esa complicidad, esa confianza; sin duda se conocían hacía tiempo. ¿Cuál era su relación? Quizá fuera eso. Quizá les uniera su condición sexual. Quizá se acostaban juntos.

Cuando me metí en la cama no pude conciliar el sueño. Las imágenes de la psicometría que sufrí en las atarazanas se repetían al cerrar los ojos. Las líneas de humo de la nafta inflamada volando hacia nosotros, el terrible olor a excrecencias humanas acumuladas en los cuerpos durante meses, el tufo a carne quemada, los aullidos de los abrasados y los heridos por acero. Sentía náuseas. Me levanté a beber agua y vi ese anillo maléfico brillar en sangre. Me lo quité de la mano y lo dejé en la mesilla de noche. Dormiría con el diamante, puro y transparente, de mi prometido. Aquella noche no podría soportar otra de esas terribles visiones del pasado.

Tardé en dormir no sé cuántas horas, y cuando lo hice, lo hice mal. Esta vez no podía culpar al aro del rubí, pero volví a soñar. Al principio fue un sueño erótico, amablemente estúpido, como tantos de los que a veces nos asaltan en la noche, pero debido a cómo me sentía, su desenlace vino a aumentar mi inquietud.

Empezó de forma muy dulce, con Oriol acercándose para besarme, y yo abriendo los labios y cerrando los ojos para saborear su saliva y la sal, tal como hice, tantos años atrás, cuando de adolescentes nos dimos el primer beso.

Al notar su mano debajo de mi falda sentí el deseo desbordándome, pero cuando entreabrí los ojos me sobresalté al ver que el que acariciaba mi entrepierna era otro hombre. Quise protestar, deshice mi beso con Oriol y fue entonces cuando vi que ese segundo hombre, sin dejar de sobarme a mí, le besaba a él y él devolvía su pasión.

Yo no podía escapar de ese extraño abrazo de tres donde, buscando amor en Oriol, encontraba sexo con un individuo que parecía el amante de mi amigo. No, ese hombre no era travestido como Susi, pero su perfume olía igual.

Al despertar respiraba alterada, sintiendo una mezcla de excitación y angustia. ¿Cómo hubiera continuado el sueño? No quiero imaginarlo. Era una mezcla ambigua de horror y placer.

Y detrás de eso estaba mi miedo, ¿era Oriol homosexual? ¿O quizá le gustaran igual hombres que mujeres?