»A final de año llegó la noticia de que Masdeu, la encomienda de fray Ramón Saguardia, junto con las demás propiedades templarias en el Rosellón, la Cerdaña, Montpellier y Mallorca habían sido confiscadas por el rey Jaime II de Mallorca, tío de nuestro rey Jaime II. No hubo resistencia y, aunque detuvieron a todos los frailes, su régimen era de relativa libertad.
»Al iniciarse el año de 1308 ya sólo dos castillos resistían en Cataluña, Miravet y Ascó; en Aragón la fortaleza de Monzón y varios castillos aún aguantaban. Uno de ellos, Libros, fue capaz de soportar el asedio heroicamente durante seis meses con sólo un templario, fray Pere Rovira, ayudado por un grupo de seglares fieles.
»El rey envió una carta el 20 de enero conminándonos a cumplir las órdenes del papa y fray Saguardia pidió negociar, pero el monarca no contestó. Luego Jaime II amenazó con la horca, confiscación de bienes y represalias a las familias de los soldados que nos defendían. Fray Berenguer de Sant Just, comendador de Miravet, propuso que se liberara a los soldados de su servicio, pagándoles lo que se les debiera a la fecha; Saguardia estuvo de acuerdo y negoció con los oficiales del rey la salida de esta tropa sin daño ni ofensa a sus personas o bienes. No queríamos que aquellos inocentes y los suyos sufrieran por su fidelidad a nuestra orden. Y triste, me despedí de mis últimos marinos.
»Entonces fray Saguardia pidió al rey enviar mensajeros a Roma para defender nuestra causa frente al santo pontífice. Jaime II respondió mandando construir máquinas de asedio y que se empezara a apedrear nuestro castillo. Hizo venir refuerzos de Barcelona y pidió ayuda a su tío el rey de Mallorca.
»Y así fue transcurriendo el asedio con intentos infructuosos de negociación, con traiciones, menguando los víveres y creciendo día a día la presión real sobre nosotros. De nada sirvió recordar al monarca los servicios prestados a él y a sus ancestros, reconquistando sus reinos, y que nos mantuviéramos fieles a su padre cuando el papa excomulgó a éste enviando una cruzada en su contra. En octubre logramos que nuestros sitiadores aceptaran la salida, sin daños y con respeto, de los caballeros jóvenes y otros novicios que aún no habían hecho sus votos eclesiásticos. Pudieron regresar libremente con sus familias.
»Fray Saguardia desconfiaba del rey pero aún creía en el papa. Nuestra comunidad rezaba y rezaba para que el pontífice viera la luz de nuestra inocencia y nos devolviera su favor. Con el apoyo de Clemente V, aquel bravo templario, se veía capaz de vencer al propio rey de Aragón. Fray Sant Just y los demás comendadores pensaban que el mal venía del propio papa y querían que aceptáramos las condiciones negociadas con el monarca.
»Al fin, la opinión mayoritaria se impuso y, muy a pesar suyo, el lugarteniente Saguardia, después de más de un año de resistencia, tuvo que rendir Miravet y Ascó el 12 de diciembre. Por entonces aún resistían Monzón y Chalamera, que aguantaron unos meses más.
»En un principio nuestra prisión fue leve, yo estaba recluido junto a otros cuatro frailes: un caballero, un capellán y dos sargentos en la encomienda de Peñíscola que yo solicité como destino de reclusión para poder ver el mar. Na Santa Coloma ya no estaba allí, se la habían llevado a Barcelona.
»Dos meses después llegó mi turno para ser interrogado por la Inquisición. Tenían un cuestionario con preguntas tales como si yo había escupido a la cruz, si renegué de Cristo Nuestro Señor, si había besado a mis hermanos en la rabadilla y otros lugares pudendos, si había cometido actos impuros con otros frailes e indecencias parecidas.
»¿Qué os puedo contar? A pesar de que ya tenía noticias de tales preguntas no pude evitar indignarme. Yo que había visto morir a mis compañeros en abordajes a naves sarracenas, presenciado cómo los egipcios hundían los muros de Acre; que conocía a cientos de hermanos templarios muertos en defensa de la fe verdadera y que en mi cuerpo tenía las cicatrices que probaban mi sangre derramada por Nuestro Señor Jesucristo; yo tenía que responder a las preguntas inmundas de esos dominicos, esos clérigos que nunca habían visto su propia sangre sino cuando por accidente se herían con los instrumentos usados para atormentar a otros cristianos.
»Los frailes que resistimos al rey negociamos con éste el respeto a nuestras personas. Pues bien, ese monarca traidor faltó de nuevo a su palabra, no sólo estábamos más vigilados que los que se entregaron voluntariamente sino que el verano siguiente nos hizo encadenar a todos.
»¿Qué os diré? Si no se ha vivido, no se puede saber qué se siente meses y meses cargado de hierros sin poder moverte, con la piel rota por el metal y tus miembros hinchándose. Hay que sufrirlo. Los obispos se reunieron en Tarragona y pidieron al rey que nos liberara de los grillos, pero los inquisidores dominicos demandaron, al contrario, aún más rigor para con nosotros.
»Nos llevaron a Tarragona para un nuevo concilio donde los obispos solicitaron de nuevo al rey que relajara el rigor con que se nos trataba, pero al poco llegó una carta del papa pidiendo que se nos aplicara tormento.
»Se nos llevó a Lleida y fui sometido al potro una mañana de niebla intensa del mes de noviembre».
Esta vez no interrumpí la lectura de Luis. Desde la vez anterior estaba segura de que la vivencia de la tortura aparecería en el relato de Arnau. Me limité a cerrar los ojos, respirar hondo y, dominando mi azoramiento, escuchar con atención.
– «Sabíamos que había que resistir, y no ceder al dolor tal como algunos de nuestros hermanos franceses hicieron» -Luis continuaba con su relato sin darse cuenta de mi agobio.
«Fueron horas interminables donde los verdugos tomaban dos descansos en su jornada de forma que cada fraile recibía tres sesiones de tormento. Los inquisidores me preguntaron las mismas obscenidades de la primera vez, sólo que ahora también estaban allí los oficiales del rey que querían saber dónde habíamos escondido los tesoros que no encontraban. ¡Monarca mentiroso, ladrón y asesino! Ninguno de nosotros confesó haber faltado a la regla, renegado de Cristo Nuestro Señor, haber adorado al "Bracoforte" o fornicado con nuestros hermanos. Tampoco reconocimos haber escondido tesoro alguno. Antes hubiera muerto que permitir que ese rey indigno, ese papa cobarde y cruel y esos inquisidores despreciables se apoderaran de lo nuestro.
»Ninguno de los frailes catalán, aragonés o valenciano cedió en su suplicio y todos mantuvimos nuestra inocencia. Algunos murieron después de tales rigores, otros quedaron tullidos, y Jaime II, monarca hipócrita, para congraciarse con los que nos apoyaban, envió entonces médicos y medicinas. Farsante.
»Casi un año después nos reagruparon a todos en Barberá y el concilio de Tarragona nos declaró inocentes.
»Pero el Temple ya no existía, meses antes Clemente V había promulgado la bula Vox in excelso suprimiendo para siempre nuestra orden, que tantas glorias trajo a la cristiandad. Además prohibió, so pena de excomunión, que "nadie se hiciera pasar por templario". ¡Ni templarios podíamos llamarnos!