Luis tomó de nuevo los documentos y buscó la última página.
– «El secreto de lo que guardé se encuentra en Dios. Está escondido en la tierra que los santos pisaron y en la divinidad de la Virgen» -leyó.
– ¡La tierra que los santos pisaron! -exclamó-. Bajo los pies de los santos y de la Virgen fue donde encontramos las inscripciones ocultas.
– Sí -afirmó su primo.
– Oriol -intervine yo; tenía una idea-. No hemos expuesto por completo las tablas a los rayos X.
– Claro que lo hicimos -repuso él-. Tú viste las radiografías.
– Volvamos a verlas.
Oriol nos mostró las radiografías de las tres tablas. Las pinturas se reconocían con dificultad y yo le pregunté:
– ¿Es cierto que cuanto más opaca a los rayos X es una zona del cuadro más blanca aparece?
– Sí.
– ¿Y si se ve blanca por completo es que un metal impide la visión? Oriol sonrió:
– Ya entiendo por dónde vas.
– ¿Qué es? -preguntó Luis impaciente.
– Fácil -repuse radiante-. Hay una parte de la tabla central que no se ha sometido a los rayos X. ¿Ves una zona totalmente blanca en la radiografía?
– ¡La corona de la Virgen! -exclamó Luis.
– Sí -intervino Oriol-. En el texto dice: «La divinidad de la Virgen». Eso debe de ser una pista. Debiera decir «la santidad de la Virgen», ya que la Virgen es humana, no divina. Y en la iconografía cristiana la santidad se representa por un cerco dorado alrededor de la cabeza, al que llamamos halo o corona. Cuando apareció en la radiografía no reparé en ello, lo encontraba normal. En algunas pinturas de la época, en especial italianas y en algunos iconos griegos, el halo no es de estuco con panel de oro, sino metal; estaño dorado donde se grababan previamente dibujos florales o una inscripción.
Oriol fue por una caja de herramientas mientras nosotros contemplábamos la corona de la Virgen en la tabla. Ciertamente, bien podía ser una pieza de estaño.
– Fui tonto -dijo Oriol-. Si en lugar de usar rayos X como indicaba mi padre en su testamento hubiera utilizado infrarrojos, habríamos visto si también hay dibujo o inscripción debajo del metal. Pero no vamos a esperar a mañana para usar la reflectografía…
Nadie quiso esperar. Tumbamos la tabla en una mesa y con una fina cuchilla empezó Oriol a tantear los lados de la aureola. Al poco levantó un borde. ¡Era verdad! ¡Estaba hecha de un metal fino y algo elástico! Con sumo cuidado fue desprendiendo la corona, que salió como una pieza entera. Y abajo, a simple vista se podía leer: «Illa Sanct Pau».
– ¡Isla San Pablo -exclamé-. ¡El tesoro está en una gruta marina en la isla de San Pablo!
– ¿Isla de San Pablo? -interrogó Luis-. Jamás he oído hablar de ella.
– Es verdad -corroboró Oriol-. Yo tampoco.
La sonrisa se me heló en los labios.
San Pablo. ¡Una isla desconocida! Debía de ser muy pequeña o estar muy lejos. La estuvimos buscando, yo en todo tipo de mapas y atlas, y mis compañeros inquiriendo a cualquiera que pudiera saber, desde patrones de barco hasta geógrafos. Cuando nos reunimos por la tarde nadie tenía indicios sobre dónde se ubicaba tal isla.
– No he podido dejar de pensar en ella todo el día -dijo Luis-. ¿No habrá cambiado de nombre? ¿No nombrarían los templarios, dada su condición religiosa, las islas con nombres de santos?
– Es muy posible -convino Oriol.
– En el mapa aparecen San Pietro y San Antioco en Cerdeña -recité mirando mis apuntes-. Más lejos en Italia hay otra isla San Pietro en un pequeño archipiélago del mar Tirreno llamado islas Lipari, y en el golfo de Tarento hay una tal San Antico. Después tendríamos que ir al mar Adriático o al Jónico para buscar otros santos.
– No, es demasiado lejos -afirmó Oriol.
– También he buscado por nombres en la guía de un atlas, sin encontrar isla alguna por San Pablo, Sant Pau, Sant Pol, Saint Paul, Santo Paolo, ni siquiera usando los mismos nombres quitándoles el santo -concluí eficiente.
– Tiene que estar relativamente cercana a Peñíscola -dijo Oriol.
– ¿Por qué? -quisimos saber.
– Las fechas indicadas en el relato dan la pista -explicó nuestro historiador-. Arnau d'Estopinyá menciona la entrevista de fray Jimeno de Lenda con el rey Jaime II en Teruel el 19 de noviembre como el momento en que se tomó la decisión de esconder los tesoros. Ésa es una fecha muy tardía para una galera. Ese tipo de embarcaciones sólo operaban de mayo a octubre. Eran naves muy rápidas pero de poco calado y no estaban preparadas para un mar turbulento y picado. Además ofrecían escasa cobertura a sus tripulantes; los galeotes vivían en cubierta y casi desnudos. Éste fue un elemento decisivo en la batalla de Lepanto, casi trescientos años después. La flota combinada cristiana cayó sobre las galeras turcas en el golfo de Lepanto donde se habían refugiado para pasar el invierno. Era principios de octubre y parte de la tripulación otomana había regresado ya a sus casas.
»Un capitán de galera experto como era Arnau no arriesgaría nave y carga yendo muy lejos en esa época del año. Además, el 5 de diciembre, cuando el rey hizo apresar al maestre, Arnau hacía tiempo que había regresado, luego sólo pudo estar en el mar unos diez días en total. Yo centraría la búsqueda en un radio de dos días de viaje en galera desde Peñíscola; esta zona incluye las costas que le eran más familiares a Arnau. Fijaos…
Se fue al mapa del Mediterráneo que teníamos extendido en la mesa y tomando un compás puso la aguja en Peñíscola y lo extendió de forma que el otro extremo llegara a Cap d'Agde y trazó un arco de círculo dentro del cual entraban las islas Baleares y llegaba por el sur a Mojácar.
– No creo que se acercara a Cap d'Agde. Una nave templaria en territorio francés corría peligro y el norte era rumbo de frío y tormentas. Y un experto marino como él, buen conocedor de su nave, jamás se hubiera arriesgado a cruzar, en esa época del año, la zona de la Tramontana. Pienso que fue al este o al sur. Eso incluye las islas Columbretes, muy cercanas a Peñíscola, las Baleares y toda costa meridional pero no más allá de Guardamar, quizá hasta el cabo de Palos. A partir de ese punto era zona morisca.
– No hay isla con nombre de santo en las Columbretes, ni en Baleares, ni en la costa valenciana o murciana -afirmé-. Pero sí unos islotes antes de llegar a cabo de Gata: San Pedro, San Andrés y San Juan.
– Demasiado lejos, y no aparece nuestro santo -dijo Oriol.
– Hay un pueblo en la costa catalana llamado Sant Pol y en Alicante, Santa Pola -comentó Luis.
– Frente a Santa Pola hay una isla que es buena candidata -les hice saber-. Pero no tiene nombre de santo: aparece en el mapa como Nueva Tabarca o isla Plana.
– Sé algo de eso -dijo Oriol-. Carlos III en el siglo XVIII, cansado de que la isla fuera base permanente de piratas, hizo construir un pueblo amurallado y lo repobló con cristianos liberados de ascendencia genovesa, cautivos de los argelinos, procedentes de la isla de Tabarka, antigua posesión española en el norte de África donde practicaban la pesca del coral. De ahí viene ese nombre.