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Entramos por el pórtico que se abre en el lado orientado al sur de la nave transversal, brazo corto de la cruz latina que forma la planta del edificio. Al contrario que en mis anteriores visitas, donde ni siquiera reparaba en los arcos, ahora éstos eran motivo de cuidada atención.

Nos situamos en el crucero, bajo el cimborrio, y de pronto resultó obvio que la iglesia sólo ofrece una alternativa que presente tres capillas alineadas tal como aparecían en las tablas: mirar hacia el ábside. En efecto; el presbiterio, en el centro, es mucho mayor que las capillas laterales, como en las tablas. A la izquierda se encuentra la capilla del Santo Sepulcro y a la derecha la capilla del Santísimo.

– Recuerda las tablas -me susurró Oriol-. Son tres y cada una, al uso de la época, luce un arco en la parte superior como si de un oratorio se tratara. La primera capilla, la de la izquierda, la de Jesucristo resucitando, presenta un arco de cañón, ligeramente apuntado, transición de románico a gótico. El arco no se asienta sobre ninguna ménsula, sino que descansa sobre el pilar sin mostrar discontinuidad.

– Igual que la capilla que aquí vemos a la izquierda -comenté excitada-. ¡Fíjate que coincide con la advocación! Santo Sepulcro en la pintura y Santo Sepulcro en el lugar correspondiente de la iglesia.

Oriol, afirmando sonriente con la cabeza, continuó:

– La tabla central posee otro arco semejante, pero se apoya en un pequeño reborde, y tiene encima un segundo arco aún más apuntado.

– ¡También coinciden!

– Y por fin, recuerda que la tabla de la derecha tiene un extraño arco, con un lóbulo central. Los arcos lobulados son corrientes en las tablas de la época, al estilo de las nuestras, pero tienen varios lóbulos, no uno solo como la allí pintada. ¿Y qué es lo que vemos aquí, a la derecha?

– La capilla del Santísimo, pero antes hay un par de bovedillas formadas por arcos rebajados, que descansan sobre unas ménsulas que a su vez se apoyan en las gruesas paredes laterales y en un muro central, más fino, que las separa.

– Pero si las quisieras dibujar de frente esas bovedillas aparecerían como arcos rebajados y el muro central como una columna. ¿No te parece?

– Cierto.

– Pues si le quitas la columna medianera tienes algo muy parecido en la iglesia y la tabla. Así pues, no se trataba de un arco con un solo lóbulo central sino el apoyo común de dos arcos rebajados en la misma ménsula. Además recuerda que, en la tabla, el palo mayor de la cruz coincide exactamente donde aquí está la columna. En realidad, representa este murete.

– ¿Será casualidad? -pregunté para provocarle.

– ¡No! ¡Diablos! -exclamó entusiasmado-. ¡Casualidad no! El pintor lo hizo a propósito. ¡Las tablas son como un mapa de este templo! Las capillas de la pintura reproducen las reales de la iglesia, mirando desde la nave al ábside. ¡Es aquí, Cristina!

Decidimos proveernos del mayor conocimiento posible sobre Santa Anna, era cuestión de analizar el detalle más insignificante. Dividimos el trabajo; yo buscaría información en fuentes modernas y él, dada su profesión, recurriría a documentos antiguos.

Hice acopio de cualquier escrito que mencionara aquel edificio y su historia, desde guías turísticas de la ciudad a sesudos volúmenes sobre arquitectura gótica catalana. Oriol, dada la vinculación de su familia con el templo, conocía ya mucho sobre él y me facilitó una joya: un libro de un respetable grosor sobre Santa Anna, recientemente publicado y de distribución muy limitada. Allí estaría todo lo que quisiéramos conocer. ¡Me iba a convertir en una autoridad sobre la iglesia!

La sonrisa irónica que mi amigo dedicó a mi arrebatada afirmación me sacudió en una mezcla de arrobo y ofensa. «Qué guapo está y qué pedante es», me dije.

Los siguientes días los dediqué a tiempo completo a leer y a visitar una y otra vez la iglesia, donde con cierta frecuencia podía encontrar a Arnau d'Estopinyá, que a veces ni respondía a mi saludo, otras lo hacía con un gruñido y jamás cedió a mis intentos de entablar una conversación de más de dos frases.

Aunque me tiente, no quiero aburrir con detalles de lo mucho leído sobre Santa Anna, pero su historia documentada parece empezar en el año 1141, a resultas del testamento del rey aragonés Alfonso I, que donó la totalidad de su reino a las órdenes militares del Temple, Hospital y Santo Sepulcro. En dicho año un tal canónigo Carfillius vino a negociar, por parte de los sepulturistas, con el heredero de la corona, por matrimonio, el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, que pactó permutando bienes y prebendas con las tres órdenes para recuperar el reino.

Así que el Santo Sepulcro se encontró de la noche a la mañana con amplias posesiones en Cataluña y Aragón, entre las cuales estaba la iglesia extramuros de Santa Anna, sin duda anterior a ese momento y donde decidieron establecer el monasterio que continuó bajo la advocación de la santa y que no sólo llegó a tener posesiones en Cataluña, sino también en Mallorca y Valencia. En su agitada y turbulenta historia, pasó de unos primeros tiempos de esplendor y riqueza a siglos de decadencia, donde dejó de ser monasterio para convertirse en colegiata y al final parroquia. Sus cuantiosas posesiones se fueron vendiendo, incluidos los solares circundantes donde hoy se alzan los edificios que rodean los restos de aquel esplendor. La iglesia fue saqueada y clausurada en la invasión napoleónica, profanada por grupos armados y cerrada al público en 1873, durante la Primera República, e incendiada y expoliada en 1936, cuando la Segunda República. Fue entonces, tal como me había contado Artur, cuando la nueva iglesia fue dinamitada. Los únicos restos de aquel estilizado edificio neogótico que hoy podemos ver son unas paredes que limitan uno de los lados de la plaza de Ramón Amadeu.

Oriol alternaba sus investigaciones con el trabajo y nos reuníamos en la noche, o cuando encontrábamos un rato, para comparar notas.

En nuestro primer encuentro expresé mi entusiasmo por una foto que mostraba el interior de la iglesia después del incendio: en los restos de un altar, sin duda originalmente oculta por éste, aparecía una gigantesca cruz patada.

Nuestros abuelos se reunían aquí -afirmó Oriol tajante-. Y al contrario que la orden del Santo Sepulcro, nuestro culto siempre ha sido secreto.

El conjunto actual se edificó a través de los siglos. Hay documentación que atestigua que el presbiterio y la nave transversal se construyeron entre los años 1169 y 1177, la nave central y alguna de las capillas lo fueron en el siglo XIII, otras como la del Santo Sepulcro y el pórtico principal en el XIV, el claustro y la sala capitular en el siglo XV y la capilla del Santísimo en el siglo XIV, siendo modificada en el XX.