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La calzada estaba mojada y resbaladiza, los carriles brillaban por la Rua do Alecrim arriba, derechos, quién sabe qué estrella o cometa sostendrán en aquel punto donde en la escuela dicen que se unen las paralelas, en el infinito, muy grande ha de ser el infinito para que tantas cosas, todas, y de todos los tamaños, quepan allá, las líneas rectas paralelas, y las simples, y también las curvas y las líneas cruzadas, los tranvías que por estos raíles suben, y los pasajeros que van en ellos, la luz de los ojos de todos el eco de las palabras, el roce inaudible de los pensamientos, este silbido dirigido a una ventana, Qué, bajas o no, Aún es temprano, dice una voz allá arriba, qué importa si fue de hombre o de mujer, es igual, volveremos a encontrarla en el infinito. Ricardo Reis bajó por el Chiado y la Rua do Carmo, con él bajaba mucha gente, grupos, familias, aunque generalmente fueran hombres solitarios a los que nadie espera en casa o que prefieren el aire libre para asistir al cambio de año, quizá sobre las cabezas, de ellos y nuestras, pase un rayo de luz, una frontera, entonces diríamos que tiempo y espacio son la misma cosa, y había también mujeres que por un momento interrumpían su mísera cacería, hacen un intervalo en su vida, quieren estar presentes para ver si hay proclamación de vida nueva, saber qué parte de ella les corresponde, si es realmente nueva, si es la misma. Por la parte del Teatro Nacional, el Rossio está lleno. Cayó un aguacero corto, se abrieron paraguas, caparazones brillantes de insectos, o como si la multitud fuera un ejército avanzando bajo la protección de escudos colocados sobre las cabezas, al asalto de una fortaleza indiferente. Ricardo Reis entró en la aglomeración, con menos gente de lo que de lejos parecía, se abrió camino, mientras tanto había escampado, se cerraron los paraguas como una bandada de aves posadas que sacudieran las alas antes del reposo nocturno. Toda la gente está enfilando la nariz al aire, con los ojos clavados en la esfera amarilla del reloj. De la Rua Primeiro de Dezembro avanza un grupo de muchachos golpeando tapaderas, tachim, tachim, y otros sueltan pitidos estridentes. Dan la vuelta a la plaza frontera a la estación, se meten bajo la arcada del teatro, siempre dándole a la zambomba y alborotando con las latas, y a este barullo se une el de las carracas que resuenan en toda la plaza, ra-ra-ra, faltan cuatro minutos para la media noche, ay la volubilidad de los hombres, tan cuidadosos del poco tiempo que tienen para vivir, siempre quejándose de que la vida es corta, que deja sólo en la memoria un blanco son de espuma, e impacientes aquí porque pasen los minutos, tan grande es el poder de la esperanza. Ya hay quien grita de puro nerviosismo, y el alboroto aumenta cuando desde la banda del río empieza a oírse la voz profunda de los barcos anclados, los dinosaurios mugiendo con aquel bramido prehistórico que hace vibrar el estómago, sirenas que sueltan gritos lacerantes como animales degollados, y las bocinas de los automóviles que atruenan enloquecidas, y las campanillas de los tranvías tintineando cuanto pueden, poco, y al fin la aguja de los minutos cubre la aguja de las horas, es medianoche, la alegría de una liberación, por un instante breve el tiempo dejó libres a los hombres, sueltos, sólo asiste, irónico, benévolo, ahí están, se abrazan unos a otros, conocidos y desconocidos, se besan hombres y mujeres al azar, ésos son los mejores, los besos sin futuro. El barullo de las sirenas llena ahora todo el espacio, se agitan las palomas en el frontón del teatro, algunas vuelan aturdidas, pero ha pasado sólo un minuto y el ruido decrece, algunos últimos arranques, los barcos en el río es como si anduvieran en medio del nublado, en alta mar, y, hablando de esto, allí está Don Sebastián en su nicho del frontón, muchachito enmascarado para un carnaval futuro, si lo pusieron aquí y no en otro sitio, tendremos que reexaminar la importancia y los caminos del sebastianismo, con niebla o sin ella, es patente que el Deseado vendrá en tren, sujeto a retrasos. Aún hay grupos en Rossio, pero la animación se va apagando. La gente ha dejado libres las aceras, saben lo que va a ocurrir, desde los pisos empiezan a tirar basura a la calle, es la costumbre, pero aquí ni se nota porque en estas casas ya vive poca gente, casi son sólo oficinas y consultorios. Por la Rua do Ouro abajo el suelo está alfombrado de residuos, y aún siguen tirando por las ventanas trapos cajas vacías, chatarra, envoltorios y espinas liadas en periódicos y se esparcen por las calzadas, un potecillo lleno de cenizas ardientes estalló disparando chispas alrededor, y la gente que pasa, procurando ahora la protección de los balcones, pegados a las fachadas de las casas, gritan a los de arriba, pero no son protestas, es una costumbre, que cada cual se proteja como pueda, que es noche de fiesta, de alegría fue. Se tira lo que es inútil, objetos que ya no sirven y que no vale la pena vender, guardados para esta ocasión, conjuros para que la abundancia venga con el año nuevo, por lo menos dejarán sitio para lo que de bueno haya de venir, que no quedemos olvidados. Desde lo alto de una casa alguien grita, Ahí va, tuvo cuidado y atención y por los aires cae un paquete grande, traza un arco, casi da contra los cables de los tranvías, qué imprudencia, podría haber ocurrido un accidente, y se despedazó violentamente contra las piedras, era un maniquí de esos de tres pies, que lo mismo sirven para una chaqueta de hombre que para un vestido de mujer, con tal de que sean corpulentos, se le había roto el forro negro, estaba la madera carcomida, quedó despanzurrado por el choque y apenas recuerda un cuerpo, le falta la cabeza, no tiene piernas, un chiquillo que pasaba lo empujó con el pie hacia el bordillo mañana vendrán los carros de la basura y se lo llevarán todo, hojas y mondas, andrajos, cazos que ningún lañador arreglará, un asador sin fondo, una moldura partida, flores de trapo tiradas, dentro de poco empezarán los mendigos a rebuscar en estos desechos, algo aprovecharán, lo que para unos ha dejado de ser útil es un tesoro para otros.

Ricardo Reis vuelve al hotel. No faltan en la ciudad lugares donde la fiesta continúa, con luces, vino espumoso o verdadero champán, y animación delirante, como no se olvidan de decir los periódicos, mujeres fáciles y otras no tanto, directas y demostrativas unas, otras que son fieles aún a ciertos ritos de aproximación, pero este hombre no es un osado experimentador de aventuras, las conoce de oídas, y si alguna vez se atrevió fue cosa de un instante, entrar y salir. Un grupo que pasa cantando le grita Buenas fiestas, viejo, y él responde con un gesto, la mano en el aire, para qué hablar, ya van allá lejos, son más jóvenes que yo. Pisa la basura de las calles, aparta los cajones tumbados, bajo los pies crujen los cristales rotos, sólo faltó que hubieran tirado también a los viejos por las ventanas como hicieron con el maniquí, al fin y al cabo no es tan grande la diferencia, a partir de cierta edad ni la cabeza nos gobierna ni las piernas saben a dónde han de llevarnos, al fin somos como los chiquillos, inermes, pero la madre ha muerto, no podemos volver a ella, al principio, a aquella nada que hubo antes del principio, la nada existe realmente, es lo que hubo antes, no es después de muertos cuando entramos en la nada, de la nada, sí, procedemos, empezamos por el no-ser, y muertos, cuando lo estemos, seremos algo disperso, sin conciencia, pero existiendo. Todos tuvimos padre y madre, pero somos hijos del azar y de la necesidad, sea lo que fuere lo que esta frase signifique, la pensó Ricardo Reis, que la explique él.

Pimenta aún no se había acostado, eran sólo las doce y media. Bajó a abrir, se mostró sorprendido, Ha vuelto muy temprano, se divirtió poco, Estaba cansado, tengo sueño, Esto del año viejo ya no es lo que era, No, bonito es en Brasil, iban diciendo esas frases diplomáticas mientras subían las escaleras, Ricardo Reis se despidió en el descansillo, Hasta mañana, y atacó el segundo tramo, Pimenta respondió Buenas noches, y empezó a apagar las luces del piso, dejando sólo las de vela; luego iría a los otros pisos a reducir la iluminación antes de acostarse, seguro que dormiría descansado la noche entera, no eran horas de llegar huéspedes nuevos. Oía los pasos de Ricardo Reis en el corredor, en un sosiego tan completo se percibe el menor ruido, no hay luz en ningún cuarto, o duermen o están desocupados, en el fondo brilla levemente la chapita del número doscientos uno, y entonces Ricardo Reis repara de que por debajo de su puerta asoma un rayo de luz, habrá olvidado la luz encendida, son cosas que pasan a cualquiera, metió la llave en la cerradura, abrió, sentado en el sofá estaba un hombre, lo reconoció inmediatamente pese a llevar tantos años sin verlo, y no le pareció irregular encontrar allí a su espera, a Fernando Pessoa, dijo Hola, aunque dudó de que le respondiera, no siempre el absurdo respeta a la lógica, pero el caso es que respondió, dijo Hola y le tendió la mano, después se abrazaron, Qué, cómo va eso, uno de ellos pregunta, o los dos, no tiene importancia, es igual considerando la insignificancia de la frase. Ricardo Reis se quitó la gabardina, posó el sombrero, dejó cuidadosamente el paraguas en el lavabo, aunque goteara, allí estaba el suelo impermeable, incluso así se aseguró primero, palpó la seda húmeda, ya no gotea, durante todo el camino de regreso no había llovido. Acercó una silla y se sentó ante el visitante, se dio cuenta de que Fernando Pessoa estaba allí a cuerpo, que es la manera de decir que no llevaba ni abrigo ni gabardina ni ninguna otra protección contra el mal tiempo, ni siquiera sombrero, sólo el traje negro, chaqueta pantalones y chaleco, camisa blanca, negra también la corbata, y los zapatos, y los calcetines, como si estuviera de luto o fuera de oficio enterrador. Se miran ambos con simpatía, se ve que están contentos por haberse reencontrado después de larga ausencia, y es Fernando Pessoa quien habla primero, Sé que me fue usted a visitar, yo no estaba pero me lo dijeron cuando llegué, y Ricardo Reis respondió, Creí que estaría allí, no se me ocurrió pensar que pudiera salir, Por ahora aún salgo, me quedan unos ocho meses de poder andar por ahí a mi aire, explicó Fernando Pessoa, Por qué ocho meses, preguntó Ricardo Reis, y Fernando Pessoa aclaró su información, Realmente, tanto en general como por término medio, son nueve meses, los mismos que pasamos en la barriga de nuestras madres, creo que es por una cuestión de equilibrio, antes de nacer aún no nos pueden ver, pero todos los días piensan en nosotros, después de morirnos ya no nos pueden ver y cada día que pasa nos van olvidando un poco más salvo casos excepcionales, nueve meses bastan para el olvido total, pero, dígame ahora, qué es lo que le trajo a Portugal. Ricardo Reis sacó la cartera del bolsillo interior de la chaqueta, extrajo un papel doblado, hizo como que se lo entregaba a Fernando Pessoa, pero éste lo rechazó con un gesto diciendo, Ya no sé leer, léalo usted, y Ricardo Reis leyó, Muerto Fernando Pessoa Stop Salgo para Glasgow Stop Álvaro de Campos, cuando recibí este telegrama decidí regresar, me pareció como un deber, Es muy interesante el tono de la comunicación, es Alvaro de Campos sin duda, en tan pocas palabras se le nota una especie de satisfacción maligna, casi diría una sonrisa, en el fondo, Álvaro es así, Hubo además otra razón para este regreso, y ésta más egoísta, el hecho es que en noviembre estalló en Brasil una revolución, muchas muertes, mucha gente en la cárcel, temí que la situación empeorara, estaba indeciso, voy, no voy, pero luego llegó el telegrama y acabó de decidirme, Usted, Reis, tiene por destino el andar siempre huyendo de alguna revolución, en mil novecientos diecinueve se fue a Brasil por fallarle una, ahora huye de Brasil por otra que, probablemente, habrá fracasado también, En rigor, no huí de Brasil, y tal vez estuviera aún allí si usted no hubiera muerto, Recuerdo que en los últimos días leí alguna noticia sobre esa revolución, fue cosa de bolcheviques, creo, Sí, fue cosa de bolcheviques, unos sargentos, unos soldados, pero los que no murieron fueron detenidos, en dos o tres días se acabó todo, Fue grande el susto, Sí, Aquí, en Portugal hubo también revoluciones, Me llegaron noticias, Sigue usted siendo monárquico, Soy, Sin rey, Se puede ser monárquico y no querer un rey, Es ése su caso, Lo es, Excelente contradicción, No es peor que otras en que he vivido, Querer por el deseo lo que no se puede querer por la voluntad, Precisamente, Aún recuerdo cómo es usted Es natural.