Marcenda tiene veintitrés años, no sabemos con exactitud qué estudios hizo, pero, siendo hija de notario y además de Coimbra, sin duda hizo el bachillerato y sólo por haber enfermado de manera dramática habrá abandonado sus estudios en alguna facultad, derecho o letras, preferentemente letras, pues derecho no es tan propio de mujeres, el árido estudio de los códigos, aparte de tener ya un abogado en la familia, si fuera un chico, podría continuar la dinastía notarial, pero no es ésta la cuestión, la cuestión es la confesada sorpresa de ver cómo una muchacha de este país y tiempo fue capaz de mantener tan sostenida y elevada conversación, y decimos elevada por comparación con los patrones corrientes, no fue estúpida ni una sola vez, no se mostró pretenciosa, no se las dio de sabia ni se puso a competir con el macho, con perdón de la grosera palabra, habló con naturalidad de persona, y es inteligente, quizá como compensación de su defecto, cosa que tanto puede ocurrirle a una mujer como a un hombre. Ahora se levanta, sostiene la mano izquierda a la altura del pecho y sonríe, Le agradezco mucho la paciencia que ha tenido conmigo, No me lo agradezca, para mí esta conversación fue un placer, Cena en el hotel, Sí, Entonces, nos veremos, Hasta luego, Ricardo Reis la vio alejarse, menos alta de lo que la hacía en su memoria, pero esbelta, por eso le había engañado el recuerdo, y luego la oyó decir a Salvador, Dígale a Lidia que venga a mi cuarto cuando pueda, sólo a Ricardo Reis parecerá insólita esta orden, y es porque censurables actos de promiscuidad de clases le pesan sobre la conciencia, pues qué podrá haber de más natural que el hecho de que una cliente de un hotel llame a una camarera, sobre todo si aquélla precisa ayuda para cambiarse de vestido, por tener un brazo paralítico, por ejemplo. Ricardo Reis tarda aún un poco en salir del salón, pone la radio en el momento en que están transmitiendo La Laguna Dormida, son casualidades, sólo en una novela se aprovecharía esta coincidencia para establecer forzados paralelos entre una laguna silente y una muchacha virgen, que lo es, y aún no se había dicho, y cómo se sabía si ella no lo proclama, son cuestiones muy reservadas, ni un novio, si lo tiene algún día, se atrevería a preguntarle, Eres virgen, en este medio social, por ahora, se parte del principio de que sí señor es virgen, más tarde se verá, llegada la ocasión, con escándalo si al final no lo era. Se acabó la música, vino una canción napolitana, serenata o algo así, amore mio, cuore ingrato, con te, la vita insieme, per sempre, juraba el tenor estas excelencias canoras del sentimiento cuando entraron en el salón dos huéspedes de alfiler de brillantes en la corbata y papada doble ocultándoles el nudo, se sentaron, encendieron sus puros, van a hablar de un negocio de corcho o de conservas de pescado, lo sabríamos exactamente sí no estuviera saliendo Ricardo Reis, va tan distraído que no se acuerda de saludar a Salvador, extraños casos se están dando en este hotel.
Caía la noche cuando llegó el doctor Sampaio, Ricardo Reis y Marcenda no salieron de sus habitaciones, Lidia fue vista algunas veces en las escaleras y en los pasillos, va sólo adonde la llaman, por un quítame allá esas pajas se peleó con Pimenta, y éste le respondió acorde en tono y contenido, ocurrió la querella lejos de oídos ajenos, y menos mal, ni Salvador se enteró, que le habría gustado saber qué insinuaciones eran aquellas de Pimenta sobre gente que padece de sonambulismo y que anda por los pasillos a altas horas de la noche. Daban las ocho cuando el doctor Sampaio llamó a la puerta de Ricardo Reis, que no valía la pena entrar, muchas gracias, sólo venía a invitarlo a cenar, juntos, los tres, que Marcenda le había hablado de la conversación que habían tenido, Cuánto se lo agradezco, doctor, y Ricardo Reis insistió para que se sentara un momento, No hice nada, me limité a oírla y le di el único consejo que podría dar una persona sin especial conocimiento del caso, continuar el tratamiento, no desanimarse, Es lo que siempre le digo, pero a mí ya no me hace caso, ya sabe cómo son los hijos, sí papá, no papá, pero viene a Lisboa como desanimada, y tiene que venir para que el médico pueda seguir la evolución de la enfermedad, los tratamientos los hace en Coimbra, claro, Pero en Coimbra también hay especialistas, Pocos, y lo que hay allí, y no quiero parecerle excesivamente riguroso, no me convence, por eso venimos a Lisboa, el médico que la lleva es hombre de mucha experiencia, Pero estos días de ausencia perjudicarán su trabajo, Sí, claro, a veces, pero de poco serviría un padre si se negara a hacer este pequeño sacrificio de tiempo, la conversación no quedó aquí, siguieron hablando en este tono algunas frases, parejas de intención, ocultando y mostrando a medias lo que pensaban, como es habitual en toda conversación, y en ésta, por las razones que sabemos, de una manera especial, hasta que el doctor Sampaio creyó conveniente levantarse, Entonces, a las nueve venimos a llamar a su puerta, No, no, ya iré yo, no quiero que se molesten, y así fue, llegada la hora llamó Ricardo Reis a la puerta de la habitación doscientos cinco, que sería poca delicadez llamar primero a Marcenda, ésta es otra de las sutilezas del código.
La entrada en el comedor fue celebrada unánimemente con sonrisas y pequeñas inclinaciones de cabeza. Salvador, olvidando agravios o diplomáticamente fingidor, abrió de par en par las puertas acristaladas, primero pasaron Ricardo Reis y Marcenda, como debía de ser, es él el convidado, aquí no se oye la música, mucho daría que pensar el que sonara la marcha nupcial de Lohengrin, o la de Mendelssohn, o, menos célebre, quizá porque sonó antes de una desgracia, la de Lucía de Lamermoor, de Donizetti. La mesa es, claro está, la del doctor Sampaio, de la que Felipe es servidor habitual, pero Ramón no renuncia a sus derechos, y atenderá a los clientes junto con su compañero y paisano, nacieron ambos en Villagarcía de Arosa, es sino de los humanos tener itinerarios infalibles, unos vinieron de Galicia a Lisboa, éste nació en Porto, vivió un tiempo en la capital, emigró a Brasil, de donde ha vuelto ahora, los otros llevan tres años de lanzadera entre Coimbra y Lisboa, todos en busca de remedio, paciencia, dinero, paz y salud, o placer, cada cual lo suyo, por eso es tan difícil satisfacer a tanta gente necesitada. Transcurre la cena sosegadamente, Marcenda está a la derecha de su padre, Ricardo Reis a la derecha de Marcenda, la mano izquierda de la muchacha, como de costumbre, reposa al lado del plato, pero, contra lo que también es costumbre, no parece esconderse, al contrario, diríamos que se gloria mostrándose, y no protesten por lo inadecuado de la palabra, pues seguro que nunca oyeron hablar al pueblo, recordemos al menos que aquella mano estuvo entre las manos de Ricardo Reis, cómo ha de sentirse sino gloriosa, ojos más sensibles que los nuestros la verían resplandecer, y para estas cegueras sí que no hay remedio. No se habla de la enfermedad de Marcenda, que ya demasiado se mencionó la soga en casa de esta ahorcada, el doctor Sampaio está hablando de las bellezas de la Lusa Atenas, Allí vine al mundo, allí me crié, allí me formé, allí ejerzo, no acepto que haya otra ciudad como aquélla. Es potente el estilo, pero no hay peligro de que se inicie en la mesa una discusión sobre los méritos de Coimbra o de otras tierras, Porto o Villagarcía de Arosa, a Ricardo Reis lo mismo le da haber nacido aquí o allá, Felipe y Ramón jamás se atreverían a inmiscuirse en la conversación de los dos doctores, cada uno de nosotros tiene dos lugares, aquel en que nació, y el lugar donde vive, por eso oímos decir tantas veces Póngase en su lugar, y ése no es donde nacemos, claro. Era sin embargo inevitable que sabiendo el doctor Sampaio que Ricardo Reis había emigrado a Brasil por razones políticas, aunque sea muy difícil saber cómo lo averiguó, pues no se lo dijo Salvador, que tampoco lo sabe, y explícitamente no lo ha confesado Ricardo Reis, pero ciertas cosas se sospechan por medias palabras, por silencios, una mirada, bastaba que hubiera dicho, Salí para Brasil en mil novecientos diecinueve, el año en que se restauró la monarquía en el norte, bastaba haberlo dicho con cierto tono de voz, y el oído finísimo de un notario, habituado a mentiras, testamentos y confesiones, no se engañaría, era inevitable, decíamos, que se hablara de política. Por caminos indirectos, tanteando el terreno, por si había minas o trampas ocultas, Ricardo Reis se dejó llevar por la corriente porque no se sentía capaz de proponer una alternativa a la conversación, y antes del postre ya había dicho que no creía en las democracias y que aborrecía a muerte el socialismo, Pues está entre los suyos, dijo riendo el doctor Sampaio, Marcenda no parecía interesarse demasiado en la conversación, por alguna razón puso la mano izquierda en el regazo, si realmente había un resplandor, se apagó. Lo que nos salva amigo mío, en este rincón de Europa, es tener un hombre de pensamiento claro y de firme autoridad al frente del gobierno del país, estas palabras las dijo el doctor Sampaio, y continuó luego, No hay comparación posible entre el Portugal que dejó al partir y el Portugal que encuentra ahora, bien sé que ha vuelto hace poco tiempo, pero si ha andado por ahí, con los ojos abiertos, es imposible que no haya comprobado las grandes transformaciones, el aumento de riqueza nacional, la disciplina, la doctrina coherente y patriótica, el respeto de las otras naciones por la patria lusitana, su gesta, su secular historia y su imperio, No he visto mucho, respondió Ricardo Reis, pero he seguido lo que dicen los periódicos, Claro, los periódicos, hay que leerlos, pero no basta, hay que ver con los propios ojos, las carreteras, los puertos, las escuelas, las obras públicas en general, y la disciplina mi querido amigo, el sosiego de las calles y de los espíritus, una nación entera entregada al trabajo bajo la jefatura de un gran estadista, realmente una mano de hierro en guante de terciopelo, que es lo que necesitábamos, Magnífica metáfora esa, Siento que no sea mía, me quedó grabada en la memoria, imagínese, realmente una imagen puede valer por cien discursos, la leí hace dos o tres años, aquí, en la primera página de Sempre Fixe, o sería en la de Os Ridículos, allí estaba, una mano de hierro en guante de terciopelo, y tan acertado era el dibujo que, mirando de cerca, tanto se veía el terciopelo como el hierro, Un periódico de humor, La verdad, mi querido amigo, no elige el lugar, Queda por ver si el lugar lo elige siempre la verdad. El doctor Sampaio frunció levemente el entrecejo, la contradicción lo desconcertó un poco, pero la atribuyó a ser el pensamiento demasiado profundo, incluso hasta sutilmente conciliador, para ser debatido allí, entre el vino de Colares y el queso. Marcenda mordisqueaba una corteza, distraída, alzó la voz para decir que no quería dulce ni café, después empezó una frase que, concluida, quizá hubiera podido derivar la conversación hacia Tá Mar, pero su padre continuaba, estaba dando un consejo, No es que se trate de un buen libro, de esos que tienen un puesto en la literatura, pero es sin duda un libro útil, de lectura fácil, y puede abrirle los ojos a mucha gente, Qué libro es, El título es Conspiración, lo escribió un periodista patriota, nacionalista, se llama Tomé Vieira, seguro que ha oído hablar de él, No, no he oído nunca ese nombre, viviendo allá, tan lejos, El libro ha salido hace unos días, léalo, léalo, y luego me dirá, Lo leeré, seguro, ya que me lo aconseja, Ricardo Reis empezaba a arrepentirse de haberse declarado antisocialista, antidemócrata, antibolchevique por añadidura, y no porque no fuera todo eso, punto por punto, sino porque se sentía cansado del nacionalismo hiperbólico del notario, tal vez más cansado aún por no haber podido hablar con Marcenda, muchas veces ocurre, fatiga más lo que no se hace, descansar es haberlo hecho.