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Y ha acabado la guerra de Etiopía. Lo ha dicho Mussolini desde el balcón del palacio, Anuncio al pueblo italiano y al mundo que se ha acabado la guerra, y a esta voz poderosa, las multitudes de Roma, de Milán, de Nápoles, de Italia entera, millones de bocas, todos gritaron el nombre del Duce, los campesinos abandonaron los campos, los obreros las fábricas, danzando y cantando por las calles en patriótico delirio, bien verdad es lo que Benito proclama, que Italia tiene alma imperial, por eso se levantaron de sus históricas tumbas las sombras majestuosas de Augusto, Tiberio, Calígula, Nerón, Vespasiano, Nerva, Septimio Severo, Domiciano, Caracalla, y tutti quanti, restituidos a su antigua dignidad tras siglos de espera y de esperanza, ahí están, en formación, haciendo guardia de honor al nuevo sucesor, a la imponentísima figura, al altivo porte de Vittorio Emmanuele III, proclamado con todas las letras y en todas las lenguas emperador del África oriental Italiana, mientras Winston Churchill le da sus bendiciones, En el estado actual del mundo, el mantenimiento o la agravación de las sanciones contra Italia podría tener como consecuencia una guerra hedionda, sin que de ello resulte mayor ventaja para el pueblo etíope. Tranquilicémonos, pues. Guerra, si la hay, guerra será, por ser éste su nombre, pero no hedionda, como hedionda no fue la guerra contra los abisinios.

Addis-Abeba, oh lingüístico donaire, oh poéticos pueblos, quiere decir Nueva Flor. Addis-Abeba está en llamas, las calles cubiertas de muertos, los salteadores penetran en las casas, violan, saquean, degüellan a mujeres y niños mientras las tropas de Badoglio se aproximan. El Negus ha huido a la Somalia francesa, desde donde partirá para Palestina a bordo de un crucero británico, y un día de éstos, allá hacia fin de mes, en Ginebra, ante el solemne areópago de la Sociedad de Naciones, preguntará, Qué respuesta he de dar a mi pueblo, pero después de haber hablado, nadie le respondió, y aun antes de que empezara a hablar le abuchearon los periodistas italianos presentes, seamos tolerantes, es sabido que las exaltaciones nacionalistas obnubilan fácilmente la inteligencia, que tire la primera piedra quien nunca haya caído en esta tentación. Addis-Abeba está en llamas, las calles cubiertas de muertos, los salteadores penetran en las casas, violan, saquean, degüellan a mujeres y niños mientras las tropas de Badoglio se aproximan. Mussolini anuncia, Se ha cumplido el gran acontecimiento que sella el destino de Etiopía, y el sabio Marconi advirtió, Los que intenten resistir a Italia caen en la más peligrosa de las locuras, y Eden insinúa, Las circunstancias aconsejan el levantamiento de las sanciones, y el Manchester Guardian, que es el órgano gubernamental inglés, verifica, Hay numerosas razones para entregar colonias a Alemania, y Goebbels decide, La Sociedad de Naciones es buena, pero son mejores las escuadrillas de aviones. Addis-Abeba está en llamas, las calles cubiertas de muertos, los salteadores penetran en las casas, violan, saquean, degüellan a mujeres y niños mientras las tropas de Badoglio se aproximan, AddisAbeba está en llamas, ardían casas, saqueadas eran las arcas y las paredes, violadas las mujeres eran puestas contra los muros caídos, traspasados de lanzas los niños eran sangre en las calles. Una sombra pasa por la frente enajenada e imprecisa de Ricardo Reis, qué es esto, de dónde vino la intromisión, el periódico me informa sólo de que Addis-Abeba está en llamas, de que los salteadores están robando, violando, degollando, mientras las tropas de Badoglio se aproximan, el Diário de Notícias no habla de mujeres puestas contra los muros caídos ni de niños traspasados por las lanzas, en Addis-Abeba no consta que hubiera jugadores de ajedrez jugando al ajedrez. Ricardo Reis fue a buscar en la mesita de noche The god of the labyrinth, aquí está, en la primera página, El cuerpo, que fue encontrado por el primer jugador de ajedrez ocupaba, con los brazos abiertos, las casillas de los peones del rey y de la reina y las dos siguientes, en dirección al campo adversario, a mano izquierda de una casilla blanca, a mano derecha de una casilla negra, en todas las demás páginas leídas del libro no hay más que este muerto, luego no fue por aquí por donde pasaron las tropas de Badoglio. Deja Ricardo Reis The god of the labyrinth en el mismo lugar, abre un cajón de la mesa del despacho que fue del juez de Casación, en tiempo de esa justicia se guardaban comentarios manuscritos al Código Civil, y retira la carpeta de cintas que contiene sus odas, los versos secretos de que nunca habló a Marcenda, las hojas manuscritas, comentarios también, porque todo lo es, que Lidia un día encontrará, cuando el tiempo sea otro ya, de insuperable ausencia. Maestro, son plácidas, dice la primera hoja, y en este día primero otras hojas dicen, Los dioses desterrados, Coronadme de rosas, y otras cuentan, El dios Pan no ha muerto, De Apolo el carro rodó, y una vez más la conocida invitación, Ven a sentarte conmigo, Lidia, a la orilla del río, el mes es de junio y ardiente, la guerra ya no tarda, A lo lejos los montes tienen nieve y sol, con sólo tener flores a la vista, la palidez del día es levemente dorada, no tengas nada en las manos porque sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo. Otras y otras hojas pasan como han pasado los días, yace el mar, gimen los vientos en secreto, cada cosa en su tiempo tiene su tiempo, así bastantes los días se sucedan, bastante la persistencia del dedo mojado sobre la hoja, y fue bastante, aquí está, Oí contar que antaño, cuando Persia, ésta es la página, no otra, éste el ajedrez, y nosotros los jugadores, yo Ricardo Reis, tú lector mío, arden casas, saqueadas son las arcas y las paredes, pero cuando el rey de marfil está en peligro, qué importa la carne y el hueso de las hermanas y de las madres y de los niños, si carne y hueso nuestro en roca convertidos, convertido en jugador, y de ajedrez. Addis-Abeba quiere decir Nueva Flor, el resto queda dicho ya. Ricardo Reis guarda los versos, los cierra con llave, caigan ciudades y pueblos sufran, cese la libertad y la vida, por nuestra parte imitemos a los persas de esta historia, si silbamos, italianos, al Negus en la Sociedad de Naciones canturreemos, portugueses, a la suave brisa, cuando salgamos a la puerta de nuestra casa, El doctor parece muy animado, dirá la vecina del tercero, No le faltarán enfermos, añadirá la del primero, cada cual forma su juicio sobre lo que le había parecido y no sobre lo que realmente sabía, que era nada, el médico del segundo sólo hablaba para él.

Ricardo Reis está acostado, la cabeza de Lidia reposa sobre su brazo derecho, sólo una sábana cubre sus cuerpos sudados, él desnudo, ella con el camisón enrollado en la cintura, olvidados ambos, o recordando sólo al principio, pero pronto tranquilos, la mañana aquella en que él se dio cuenta de que no podía y ella no sabía qué mal había hecho para ser rechazada. En los balcones de atrás las vecinas cambiaban frases de doble sentido, gestos que subrayan sus palabras, guiños, Ahí están otra vez, Está el mundo perdido, Parece imposible, Qué poca vergüenza, A mí, me iba a hacer eso, Ni por oro ni por plata, y a este verso perdido se debería responder con otro, Ni con hilos de algodón, si no estuvieran estas mujeres tan crispadas y envidiosas, si fueran aún las niñas de antaño, bailando con vestiditos cortos, cantando en el jardín cantares de corro, juegos inocentes, ay qué lindas eran. Lidia se siente feliz, mujer que con tanto placer se acuesta no tiene oídos, que maldigan las voces en zaguanes y patios, a ella no le hacen nada las miradas de mal de ojo cuando en la escalera se cruza con las vecinas virtuosas e hipócritas. Dentro de poco tendrá que levantarse para ordenar la casa, lavar los platos sucios que se han ido acumulando, planchar los pañuelos y las camisas de este hombre que está acostado a su lado, quién me había de decir que yo sería, qué nombre me daré, amiga, amante, ni una cosa ni otra, de esta Lidia no se dirá, Lidia está liada con Ricardo Reis, o Conoces a Lidia, la querida de Ricardo Reis, si de ella alguna vez se habla, será así, Ricardo Reis tenía una asistenta que estaba muy buena, mujer para todo, le salía bien barato. Lidia extiende las piernas, se acerca a él, es un último movimiento de placer tranquilo, Hace calor, dice Ricardo Reis, y ella se aparta un poco, le libera el brazo, después se sienta en la cama, busca la falda, es hora de empezar a trabajar. Es entonces cuando él dice, Mañana voy a Fátima. Ella creyó haber oído mal, preguntó, Que va a dónde, A Fátima, Creía que usted no era hombre de iglesia, Voy por curiosidad, Yo nunca fui, en mi familia no somos mucho de misa, Es sorprendente, quería decir Ricardo Reis que la gente del pueblo es la que suele tener tales devociones, y Lidia no respondió ni sí ni no, se había bajado de la cama, se vistió rápidamente, apenas oyó que Ricardo Reis añadía, Me servirá de paseo, estoy siempre metido aquí, pensaba ya en otras cosas, Va a estar allí muchos días, preguntó, No, sólo ir y volver, Y dónde va a dormir, aquello es el acabóse, dicen que la gente tiene que dormir al raso, Ya veré, nadie se muere por pasar una noche en claro, A lo mejor encuentra a la señorita Marcenda, A quién, A la señorita Marcenda, me dijo que iba a Fátima este mes, Ah, Y me dijo también que no vendría más al médico a Lisboa, que no tiene cura, pobrecilla, Sabes mucho de la vida de la señorita Marcenda, Sé poco, sólo sé que va a Fátima y que no volverá a Lisboa, Lo sientes, Siempre me ha tratado bien, No es lógico que la encuentre en medio de esa multitud, A veces ocurren cosas así, aquí estoy yo, en su casa, y quién me lo iba a decir, sólo con que al llegar de Brasil hubiera ido a otro hotel, Son casualidades de la vida, Es el destino, Crees en el destino, Nada hay más seguro que el destino, La muerte es aún más segura, La muerte también es el destino, y ahora voy a plancharle las camisas, a lavar los platos, y, si tengo tiempo, aún iré a ver a mi madre, siempre se está quejando de que no voy por allí.