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Ha llegado Lidia, dio las buenas tardes un poco ceremoniosa, retraída, y no hizo preguntas, fue él quien tuvo que empezar, Estuve en Fátima, y ella condesciende mostrando cierto interés, Ah, y qué, le gustó, cómo va a responder Ricardo Reis, no es creyente para haber experimentado éxtasis y esforzarse ahora en explicar lo que los éxtasis son, tampoco fue allá como simple curioso, por eso prefiere resumir, generalizar, Mucha gente, mucho polvo, tuve que dormir al raso, ya me lo habías dicho, menos mal que la noche no era fría, Usted, señor doctor, no es persona para esos trabajos, Fui una vez para saber cómo era. Lidia está ya en la cocina, hace correr el agua caliente para lavar los platos, brevemente dio a entender que hoy no va a haber carnalidades, palabra que, evidentemente, no forma parte de su vocabulario corriente, incluso cabe dudar de que la use en ocasiones de elocuencia máxima. Ricardo Reis no se aventuró a averiguar las razones de la negativa, serían los conocidos impedimentos fisiológicos, sería la cautela de una sensibilidad dolida, o la conjunción imperiosa de sangre y lágrimas, dos ríos incomunicables, mar tenebroso. Se sentó en un banco de la cocina, asistiendo a los trabajos domésticos, no es que fuera costumbre suya, sino señal de buena voluntad, bandera blanca que despunta por encima de las murallas tanteando los humores del general sitiador, No vi al doctor Sampaio ni a su hija, pero no es extraño, con tanta gente, la frase fue dicha como quien no quiere la cosa, se quedó callado, a la espera de que mostraran atención, y qué atención, podía ser verdad, podía ser mentira, es ésa la insuficiencia de las palabras o, al contrario, su condena por duplicidad sistemática, una palabra miente, con la misma palabra se dice la verdad, no somos lo que decimos, somos el crédito que nos dan, el que Lidia da a Ricardo Reis no se sabe, porque se limitó a preguntar, Hubo algún milagro, Que yo sepa, no, y tampoco los periódicos hablan de milagros, Pobre señorita Marcenda, si fue allá con la esperanza de curarse, qué disgusto habrá tenido, Las esperanzas que tenía no eran muchas, Cómo lo sabe, y Lidia lanzó a Ricardo Reis una rápida mirada de pájaro, crees que me vas a coger, pensó él, y respondió, Cuando yo estaba en el hotel, ya ella y su padre pensaban ir a Fátima, Ah, y en estos pequeños duelos la gente se fatiga y envejece, lo mejor será hablar de otra cosa, para eso sirven los periódicos, se guardan tantas noticias en la memoria para alimento de las conversaciones, lo hacen los viejos de Santa Catarina, lo hacen Ricardo Reis y Lidia, a falta de un silencio que fuera mejor que las palabras, Y tu hermano, esto es sólo el principio, Mi hermano está bien, por qué me lo pregunta, Me acordé de él por una noticia que he leído en un periódico, el discurso de un ingeniero, un tal Nobre Guedes, lo tengo ahí, No sé quién es ese señor, Viendo cómo habla de los marineros, tu hermano no le llamaría señor, Qué dice, Espera, que voy a buscar el periódico. Salió Ricardo Reis, fue al despacho, volvió con O Século, el discurso ocupaba casi una página, Es una conferencia que el tal Nobre Guedes leyó en la Emisora Nacional, contra el comunismo, en un momento dado habla de los marineros, Dice algo de mi hermano, No, de tu hermano no habla, pero dijo esto, por ejemplo, se publica y se difunde a escondidas la hoja repugnante de El marinero rojo, Qué quiere decir repugnante, Repugnante es una palabra fea, quiere decir repelente, repulsivo, nauseabundo, asqueroso, Que da asco, Exactamente, repugnante quiere decir que da asco, Pues yo he visto El marinero rojo y no me dio asco, Fue tu hermano quien te lo pasó, Sí, fue Daniel, Entonces tu hermano es comunista, Ah, eso no lo sé, pero está a favor, Cuál es la diferencia, Yo lo miro y es una persona como las otras, Crees que si realmente fuera comunista iba a tener un aspecto diferente, No lo sé, no sé explicarlo, Bueno, el ingeniero ése, Guedes, dice también que los marineros de Portugal no son ni rojos ni blancos ni azules, que son portugueses, Pues no parece que ser portugués sea un color, Eso tiene gracia, quien te vea pensará que eres incapaz de romper un plato, y de vez en cuando te cargas toda la vajilla, Tengo la mano firme, nunca he roto un plato, mire, estoy lavando los suyos y no se me escapan de la mano, siempre fui así, Eres una persona fuera de lo común, Esta persona fuera de lo común es una camarera de hotel, y ese Guedes dijo algo más de los marineros, De los marineros, no, Ahora recuerdo que Daniel me habló de un antiguo marinero también llamado Guedes pero Manuel, Manuel Guedes, que lo están juzgando, son cuarenta acusados, Guedes hay muchos, Ya, pero éste es sólo Manuel. Los platos están lavados y puestos a escurrir, Lidia tiene otros quehaceres, cambiar las sábanas, hacer la cama, con la ventana abierta de par en par para airear la habitación, después, limpiar el cuarto de baño, poner toallas nuevas, vuelve luego a la cocina, va a secar la loza escurrida, es en este momento cuando Ricardo Reis se le acerca por detrás, la ciñe por la cintura, ella esboza un gesto como esquivándolo, pero él le besa el cuello, entonces resbala el plato de las manos de Lidia y se hace añicos en el suelo, Ya has roto uno, Algún día tenía que ser, nadie escapa su destino, él se echó a reír, la volvió hacia sí y la besó en la boca, ya sin resistencia, Lidia sólo dijo, Hoy no puede ser, sabemos así que es fisiológico el impedimento, si otro había se desvaneció, y él respondió, Es igual, lo dejamos para otra vez, y siguió besándola, luego habrá que recoger los pedazos de loza dispersos por la cocina. Días después fue Fernando Pessoa quien visitó a Ricardo Reis. Apareció casi a medianoche, cuan do la vecindad ya dormía, subió la escalera de puntillas, siempre tomaba esta precaución porque nunca estaba seguro de garantizar su invisibilidad, a veces había personas que veían a través de su cuerpo, sin descubrir nada de él, se notaba por la ausencia de expresión en el rostro, pero otras, raras, lo veían, y se quedaban mirándolo con insistencia, encontrando en él algo extraño, pero incapaces de definir qué era, si les dijeran que aquel hombre vestido de negro era un muerto, lo más probable es que no lo creyeran, estamos acostumbrados a impalpables sábanas blancas, a ectoplasmas, pero un muerto, si no anda con cuidado, es lo más concreto de este mundo, por eso Fernando Pessoa subió la escalera con precaución, llamó a la puerta de la manera acordada, no nos sorprenda tanta prudencia, pensemos qué escándalo si un tropezón violento hiciera que una vecina se asomara al descansillo, gritando, Socorro, un ladrón, pobre Fernando Pessoa, ladrón él, a quien nada queda, ni vida siquiera. Ricardo Reis estaba en el despacho intentando componer unos versos, había escrito, No vemos a las parcas acabarnos, olvidémoslas, pues, como si no existieran, en el silencio de la casa se oyó golpear discretamente a la puerta, supo en seguida quién era, fue a abrir, Dichosos los ojos que le ven, dónde se había metido, las palabras, realmente, son el diablo, estas de Ricardo Reis sólo serían propias de una charla entre vivo y vivo, en este caso parecen expresión de un humor macabro, de atroz mal gusto, Dónde se había metido, cuando él sabe, y nosotros también, de dónde viene Fernando Pessoa, de aquella rústica casilla de Prazeres donde ni siquiera está solo, también vive allí la feroz abuela Dionisia, que le toma cuenta por menudo de entradas y salidas, Anduve por ahí, suele responderle el nieto, secamente, como responde ahora a Ricardo Reis, pero sin la menor sequedad, estas son las mejores palabras, las que nada dicen. Fernando Pessoa se sentó en la butaca con movimiento fatigado, se llevó la mano a la frente como intentando calmar un dolor o apartar una nube, luego los dedos descendieron, recorriendo el rostro, errando indecisos sobre los ojos, distendiendo las comisuras de la boca, bajando las puntas del bigote, tanteando la barbilla flaca, gestos que parecen querer recomponer unas facciones, restituirlas a sus lugares de nacimiento, rehacer el dibujo, pero el artista ha cogido la goma en vez del lápiz, por donde pasó lo dejó todo borrado, un lado de la cara perdió el contorno, es natural, lleva ya seis meses muerto. Lo veo cada vez menos, se quejó Ricardo Reis, Ya se lo dije el primer día, con el paso del tiempo me voy olvidando, aún ahora, ahí, en Calhariz, tuve que hacer un esfuerzo para encontrar el camino de su casa, No es difícil, bastaba con acordarse de Adamastor, Si pensara en Adamastor, más confuso quedaría, empezaría a pensar que estaba en Durban, que tenía ocho años, y entonces me sentiría dos veces perdido, en el espacio y en la hora, en el tiempo y en el lugar, Venga más veces, será la manera de mantener fresco el recuerdo, Hoy lo que me ayudó fue un rastro de cebolla, Un rastro de cebolla, Realmente, un rastro de cebolla, su amigo Víctor parece que no se ha cansado aún de vigilarlo, Pero eso es absurdo, Usted sabrá, La policía debe de tener poco qué hacer para perder el tiempo así con quien no tiene culpas ni se dispone a tenerlas, Es difícil imaginar lo que ocurre en el alma de un policía, probablemente le causó usted buena impresión, le gustaría ser su amigo, pero comprende que viven en mundos diferentes, usted en el de los elegidos, él en el de los réprobos, por eso se contenta con pasar las horas muertas mirando a su ventana, a ver si hay luz, como un enamorado, Ríase si le place, No puede imaginarse lo triste que hay que estar para reírse así, Lo que me irrita es esta vigilancia que nada justifica, Que nada justifica es una manera de decir demasiado expedita, no creo que usted encuentre normal que le visite una persona que viene del más allá, A usted no lo pueden ver, De acuerdo, querido Reis, de acuerdo, hay ocasiones en las que un muerto no tiene paciencia para volverse invisible, otras es energía lo que le falta, sin contar con que hay ojos de vivos capaces de ver hasta lo que no se ve, No será ése el caso de Víctor, Quizá, aunque admitirá usted que no se podría conceder don y virtud mayor a un policía, a su lado hasta Argos de los mil ojos sería un infeliz miope. Ricardo Reis cogió la hoja de papel en que había estado escribiendo, Tengo aquí unos versos, no sé qué voy a sacar de ellos, Lea, lea, Es sólo el principio, o quizá lo empiece de otro modo, Lea, No vemos a las parcas acabarnos, olvidémoslas, pues, como si no existieran, Es bonito, pero eso ya lo ha dicho usted mil veces de distintas maneras, que yo recuerde, antes de salir para Brasil, el trópico no ha modificado su estro, No tengo otra cosa qué decir, no soy como usted, Ya lo será, no se preocupe, Tengo lo que se llama una inspiración cerrada, Inspiración es una palabra, Soy un Argos con novecientos noventa y nueve ojos ciegos, Esa metáfora es buena, y quiere decir que sería usted un pésimo policía, A propósito, Fernando, usted, en su tiempo, conoció quizá a un tal Antonio Ferro, uno que es secretario de propaganda nacional, Lo conocí, éramos amigos, le debo los cinco mil escudos del premio de Mensagem, por qué me lo pregunta, Verá, tengo aquí una noticia, no sé si sabe que hace unos días fueron entregados los premios literarios del secretariado ése, Ya me explicará cómo podría saberlo, Perdón, siempre me olvido de que no puede leer, Quién fue premiado este año, Carlos Queirós, Hombre, Carlos, Lo conoció, Carlos Queirós era sobrino de una muchacha, Ophelinha, con ph, de la que estuve enamorado en tiempos, trabajaba en la oficina, No puedo imaginármelo a usted enamorado, Enamorar nos enamoramos todos, al menos una vez en la vida, fue lo que me ocurrió a mí, Me gustaría saber qué cartas de amor habrá escrito usted, Recuerdo que eran un poco más tontas de lo habitual, Cuándo fue eso, Empezó poco después de marchar usted a Brasil, Y duró mucho, Lo suficiente como para poder decir, como el cardenal Gonzaga, que también he amado, Me cuesta trabajo creerlo, Cree que miento, No, qué va, además, nosotros no mentimos, cuando es preciso nos limitamos a usar las palabras que mienten, Qué es, pues, lo que le cuesta tanto creer, Que usted haya amado, porque, tal y como lo veo y conozco, usted es precisamente el tipo de persona incapaz de amar, Como Don Juan, Incapaz de amar como Don Juan, sí, pero no por las mismas razones, Explíquese, En Don Juan había un exceso de fuerza amatoria que, inevitablemente, tenía que dispersarse en sus objetos, y ése nunca fue su caso, que yo recuerde, Y usted, Yo estoy en un punto medio, soy normal, corriente, de la especie vulgar, ni de más, ni de menos, En fin, el amante equilibrado, No es exactamente una cuestión geométrica o de mecánica, Me va a decir que tampoco la vida le ha ido bien, El amor es difícil, querido Fernando, No se puede quejar, aún tiene a Lidia, Lidia es una camarera, Y Ofelia era dactilógrafa, En vez de hablar de mujeres estamos hablando de sus profesiones, Y queda aún aquella con quien se encontró usted en el jardín, cómo se llamaba, Marcenda, Eso, Marcenda no es nada, Una condena así, tan definitiva, me suena a despecho, Me dice mi escasa experiencia que el despecho es el sentimiento general de los hombres hacia las mujeres, Mi querido Ricardo, tendríamos que haber convivido más, No lo quiso el imperio.