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Los viejos leen el periódico, ya sabemos que uno es analfabeto, y por eso se complace más en los comentarios, él opina, porque no hay otra manera de equilibrar la balanza, si uno sabe, el otro explica, Hay que ver lo del Seiscientos Loco, tiene gracia, Hace años que lo conozco, cuando aún era conductor de tranvías, la manía que tenía de embestir con el coche contra los carros, Dice aquí que esa manía le valió ir treinta y ocho veces a la cárcel, al fin lo despidieron de tranvías, no había manera de que entrara en razón, Era una guerra, aunque la verdad es que también los de los carros tenían su culpa, iban al paso de la bestia, sin prisa, y el Seiscientos Loco venga a darle al timbre, furioso, echando espumarajos por la boca, hasta que perdía la paciencia y allá iba el carro, catapún, y se armaba el follón, tenía que venir la policía, todos a la comisaría, Ahora el Seiscientos Loco lleva un carro y anda siempre a la greña con sus colegas de antes, que le hacen lo mismo que él hacía, Ya dice el refrán que nadie haga el mal esperando un bien, así puso remate el analfabeto, que por serlo tiene más necesidad de fórmulas de sabiduría condensada, de uso inmediato y efecto rápido, como los purgantes. Ricardo Reis está sentado en el mismo banco, es raro que esto ocurra, pero estaban todos ocupados, y se da cuenta de que los viejos hablan también para él, y pregunta, Y ese mote de Seiscientos Loco, de dónde le vino, a lo que el viejo analfabeta responde, Su número en tranvías era el seiscientos, y le pusieron lo de loco por la manía esa que tenía, y quedó ya El Seiscientos Loco para siempre, un mote bien puesto, no le parece, No hay duda. Volvieron los viejos a la lectura, Ricardo Reis dejó bogar el pensamiento a la deriva, qué mote sería el apropiado para mí, El Médico Poeta, El Ida y Vuelta, Espiritista, Pepe el de las Odas, El Jugador de Ajedrez, El Casanova de las Camareras, Serenata a la Luz de la Luna, de repente, el viejo que estaba leyendo dijo, El Desamparado de la Suerte, era el alias de un robaperas, un ladronzuelo de poca monta, carterista sorprendido en flagrante, y por qué no Ricardo Reis el Desamparado de la Suerte, un delincuente también se puede llamar Ricardo Reis, los nombres no eligen destinos. Lo que a los viejos interesa más son precisamente estas noticias de la cotidianeidad dramática y pintoresca, del timo de la estampita, peleas y agresiones, las horas sombrías, los actos desesperados, el crimen pasional, la sombra de los cipreses, los accidentes mortales, el feto abandonado, el choque de automóviles, la ternera de dos cabezas, la perra que da de mamar a los gatos, ésta al menos no es como Ugolina, que se comió a sus propios hijos. Ahora hablan de Micas Saloia, de nombre verdadero María da Conceição, condenada ciento setenta veces por hurto, y que ya estuvo varias veces en África, y de Judite Meleras falsa condesa de Castelo Melhor, que estafó dos mil quinientos escudos a un teniente de la Guardia Nacional Republicana, dinero que parecerá insignificante dentro de cincuenta años, pero que en estos días sobrios es casi una fortuna, que lo digan si no las mujeres de Benavente que, por un día de trabajo, de sol a sol, gana diez mil reis, vamos a pasarle cuentas a Judite Meleras, que aún no siendo verdadera condesa de Castelo Melhor se metió en el bolsillo, a cambio de lo que sabrá el teniente de la Guardia, doscientos cincuenta días de vida y trabajo de Micas da Borda d’Água, sin contar con los tiempos de paro y falta de pan, que son muchos. Lo demás interesa menos. Se celebró, como estaba anunciado, la fiesta del jockey Club, con muchos miles de asistentes, no es sorprendente que hayamos ido tantos, de sobra sabemos cuál es el gusto portugués por fiestas, romerías y peregrinaciones, hasta Ricardo Reis fue a Fátima pese a ser pagano confeso, y mucho más cuando se trata de una obra de caridad, como ésta, dedicada por entero al bien del prójimo, a los inundados de Ribatejo, entre los cuales, dado que hablamos de ella, está Micas de Benavente, que tendrá su parte en los cuarenta y cinco mil setecientos cincuenta y tres escudos y cinco centavos, que fue todo lo que pudo apurarse, aunque aún las cuentas no están del todo líquidas, pues falta conocer las tasas y sumas por pagar, que no son pocas. Pero valió la pena, vista la calidad y finura de los números de la fiesta, dio un concierto, la banda de la Guardia Nacional Republicana, hicieron carrusel y carga dos escuadrones de caballería de la misma Guardia, evolucionaron patrullas de la Escuela Práctica de Caballería de Torres Novas, hubo derribo por acoso de reses ribatejanas, hablamos de reses, no de hombres, aunque éstos también sean tantas veces acosados y derribados, y nuestros hermanos estuvieron representados, mediante salario, por los garrochistas de Sevilla y Badajoz, venidos a nuestra patria para la ocasión a charlar con ellos y a saber noticias bajaron a la arena los duques de Alba y de Medinaceli, huéspedes del Hotel Bragança, bello ejemplo de solidaridad peninsular se dio allí, no hay nada como ser Grande de España en Portugal.

Del resto del mundo las noticias no han variado mucho, continúan las huelgas en Francia, donde los huelguistas son ya quinientos mil, con lo que tendrá que dimitir el gobierno de Albert Sarraut para dejar su puesto a un nuevo gabinete presidido por Léon Blum. Disminuirán entonces las huelgas, como si con el nuevo gobierno se dieran por satisfechos los reclamantes. Pero en España, adonde no sabemos si volvieron los garrochistas de Sevilla y Badajoz después de haber hablado con ellos los duques, Aquí nos respetan como si fuéramos grandes de Portugal, si no más, quédense ustedes con nosotros, iremos a garrochar juntos, en España, decíamos, los huelguistas crecen como setas, y Largo Caballero amenaza, según la traducción portuguesa, Mientras la clase obrera no sea amparada por el poder, son de esperar movimientos violentos, y si él lo dice, que es simpatizante, será porque es verdad, por eso debemos irnos preparando para lo peor. Y aunque vamos a destiempo, siempre valió la pena, sea el alma grande o pequeña, como más o menos dijo el otro, y ése fue el caso del Negus, a quien Inglaterra tributó un imponente recibimiento popular, bien cierto es el refrán que dice, A burro muerto la cebada al rabo, dejaron estos británicos a los etíopes entregados a su suerte triste, y ahora aplauden a su emperador, si quiere que le diga la verdad, mi querido amigo, todo esto parece una farsa. Así, no debe sorprendernos el que los viejos del Alto de Santa Catarina hablen apaciblemente, vuelto ya el doctor a su casa, acerca de animales, aquel lobo blanco que apareció en Riodades, que cae por la banda de Sáo João da Pesqueira, y al que la población llama el Palomo, y la leona Nadia, que hirió en una pierna al faquir Blacamán, allí en el Coliseu, a la vista de todos los espectadores, para que comprueben hasta qué punto arriesgan realmente su vida los artistas de circo. Si Ricardo Reis no se hubiera retirado tan temprano, podría contar el caso de la perra Ugolina, y quedaría completada así la colección de fieras, el lobo, libre por ahora, la leona, cuya dosis de estupefaciente habrá que reforzar y, al fin, la perra filicida, cada cual con su mote, Palomo, Nadia y Ugolina, no será en esto en lo que se distingan los animales de los hombres.

Un día, Ricardo Reis está durmiendo, avanzada la mañana pero tempranísimo para sus nuevos hábitos de indolencia, cuando oye las salvas de los navíos de guerra en el Tajo, veintiún espaciados y solemnes cañonazos que hacían vibrar los cristales, creyó que era la nueva guerra que estaba empezando, pero recordó luego las noticias que había leído el día antes, es el Diez de junio, Fiesta de la Raza, para recuerdo de nuestros mayores y consagración de quienes ahora aquí estamos, en tamaño y número, a las tareas del futuro. Medio dormido aún consultó a sus energías, a ver si eran suficientes para levantarse de un golpe de las marchitas sábanas, abrir de par en par las ventanas para que pudieran entrar sin embarazo los últimos ecos de la salva a ahuyentar heroicos las sombras de la casa, la herrumbre escondida, el olor insidioso del moho, pero, mientras esto pensaba y deliberaba consigo mismo, se acallaron las últimas vibraciones del espacio, volvió a descender sobre el Alto de Santa Catarina un gran silencio, Ricardo Reis ni se dio cuenta de que había vuelto a cerrar los ojos y se quedó dormido, es así la vida, dormidos en las horas de vigilia, vamos cuando deberíamos venir, cerramos la ventana cuando deberíamos tenerla abierta. Por la tarde, al volver de comer, se dio cuenta de que había ramos de flores en los escalones de la estatua de Camões, homenaje de las asociaciones patrióticas al épico, al cantor sublime de las virtudes de la raza, para que se entienda bien que no tenemos nada que ver ya con la apagada y vil tristeza que padecíamos en el siglo dieciséis, hoy somos un pueblo muy contento, créame, por la noche encenderemos aquí, en la plaza, unos reflectores, el señor Camões tendrá toda su figura iluminada, qué digo yo, transfigurada por el deslumbrante esplendor, bien sabemos que es tuerto del ojo derecho, qué más da, aún le quedó el izquierdo para vernos, si le parece que la luz es excesiva, díganoslo, nada nos cuesta mitigarla hasta convertirla en penumbra, o en oscuridad total, en las tinieblas originarias, a las que estamos habituados. Si hubiera salido esta noche Ricardo Reis, se habría encontrado en la plaza de Luis de Camões con Fernando Pessoa, sentado en uno de aquellos bancos como quien viene a disfrutar de la brisa, el mismo desahogo buscaron familias y otros solitarios, la luz es tanta como si fuese de día, las caras parecen todas tocadas por el éxtasis, se nota que es la Fiesta de la Raza. Quiso Fernando Pessoa recitar mentalmente, aprovechando la ocasión, un poema de Mensagem dedicado a Camões, y tardó en darse cuenta de que no hay en Mensagem ningún poema dedicado a Camões, parece imposible, sólo viéndolo se podrá creer, no falta allí nadie, desde Ulises a Don Sebastián, ni de los profetas se olvidó, Bandarra y Vieira, y no tuvo una palabra, ni una sola, para el Tuerto, y esta falta, omisión, ausencia, hace temblar las manos de Fernando Pessoa, la conciencia le preguntó Por qué, el inconsciente no sabe qué respuesta dar, entonces Luis de Camões sonríe, su boca de bronce tiene la sonrisa inteligente de quien murió hace más tiempo, y dice, Fue la envidia, mi querido Pessoa, pero no se preocupe, aquí, donde los dos estamos, esto ya no tiene importancia, día vendrá en que lo negarán cien veces, y otro ha de llegar en que deseará que lo nieguen. A esta misma hora, en aquel segundo piso de la Rua de Santa Catarina, Ricardo Reis intenta escribir un poema a Marcenda, para que mañana no se diga que Marcenda pasó en vano, Añorando ya este verano que veo, lágrimas para las flores de él empleo en el recuerdo invertido de cuando he de perderlas, ésta será la primera parte de la oda, hasta aquí nadie adivinaría que de Marcenda se va a hablar, aunque se sepa que muchas veces empezamos a hablar del horizonte porque es el camino más corto para llegar al corazón. Media hora después, o una hora, o cuántas, que el tiempo, en esto de hacer versos, se detiene o precipita, ganó forma y sentido el cuerpo intermedio, no es siquiera el lamento que parecería lógico, sólo el sabio saber de lo que no tiene remedio, Traspuestos los portales irreparables de cada año, me anticipo la sombra en que he de errar, sin flores, en el abismo rumoroso. Duerme toda la ciudad en la madrugada, por inútiles, no hay quien los vea, se han apagado los proyectores de la estatua de Camões, Fernando Pessoa regresó a casa, diciendo, Ya estoy aquí, abuela, y es en este mismo momento cuando el poema se completa, difícil, con un punto y coma puesto a disgusto, que bien vimos cómo Ricardo Reis luchó con él, no lo quería aquí pero se quedó, adivinemos dónde, para que tengamos también parte en la obra, Y cojo la rosa porque la suerte manda Marcenda, la guardo, que se marchite conmigo antes que con la curva diurna de la amplia tierra. Se acostó Ricardo Reis vestido en la cama, la mano izquierda posada sobre la hoja de papel, si dormido pasara del sueño a la muerte creerían que es su testamento, la última voluntad, la carta del adiós, y no podrían saber por qué, aunque la leyeran, pues este nombre de Marcenda no lo usan mujeres, son palabras de otro mundo, de otro lugar, femeninos pero de raza gerundia, como Blimunda, por ejemplo, que es nombre a la espera de la mujer que lo use, para Marcenda, al menos, se encontró ya, pero vive lejos.