Días después los periódicos contaron que veinticinco estudiantes de las juventudes Hitlerianas de Hamburgo, de visita en nuestro país en viaje de estudio y propaganda de los ideales nacional-socialistas habían sido homenajeados en el Liceu Normal y que, tras visitar detalladamente la Exposición del Año X de la Revolución Nacional, escribieron esta frase en el Libro de Honor, Nosotros no somos nada, lo que querían decir con declaración tan perentoria, según explicaba presuroso el plumífero de servicio, es que el pueblo nada vale si no es orientado por una élite, o flor, o nata, o minoría selecta. Aun así, no rechazaríamos lo último, minoría selecta, que viene de selección, puesto que tendríamos así al pueblo dirigido por seleccionados si el pueblo los seleccionara. Pero por una flor o nata, Dios nos asista, la lengua portuguesa es de una cursilería perfecta, viva pues la élite francesa, mientras no aprendamos a decirlo mejor en alemán. Quizá con vistas a ese aprendizaje se ha decretado la creación de la Mocidade Portuguesa que, allá para octubre, cuando inicie en serio sus trabajos, contará, de entrada, con cerca de doscientos mil muchachos, flor y nata de nuestra juventud de la que, por decantaciones sucesivas, mediante injertos adecuados, habrá de salir la élite que nos gobernará luego, cuando la de ahora se acabe. Si el hijo de Lidia llega a nacer, y si, habiendo nacido, se desarrolla adecuadamente, de aquí unos años ya podrá ir a los desfiles, ser lusita, ponerse un uniforme verde y caqui, llevar en la hebilla la S de servir y de Salazar, o servir a Salazar, doble S pues, SS, extender el brazo derecho a la romana, en saludo, y la misma Marcenda, siendo además de buena familia, aún tendrá tiempo de inscribirse en la sección femenina, la OMEN, Obra de las Madres para la Educación Nacional, por extenso, también podrá levantar el brazo derecho, el malo es el izquierdo. Como muestra de lo que será nuestra juventud patriótica, irán a Berlín, ya uniformados, los representantes de la MP, esperemos que tengan ocasión de repetir la frase célebre, Nosotros no somos nada, y asistirán a los juegos Olímpicos donde, inútil es decirlo, causarán una impresión magnífica estos bellos y arrogantes mozos, orgullo de la lusitana raza, espejo de nuestro porvenir, tronco en flor tiende tus ramas a la juventud que pasa, Un hijo mío, dice Lidia a Ricardo Reis, no se meterá en comedias semejantes, y con estas palabras habríamos iniciado una discusión de aquí a diez años, si allá llegáramos.
Víctor está nervioso. Esta misión es de gran responsabilidad, no se puede comparar con la rutina de seguir a sospechosos, de sobornar a gerentes de hotel, de interrogar a mozos de cuerda que cantan a la primera pregunta. Se lleva la mano derecha al muslo para sentir el volumen confortante de la pistola, luego, con la punta de los dedos, lentamente, va sacando del bolsillo exterior de la chaqueta un caramelo de menta. Lo desenvuelve con infinitas precauciones, en el silencio de la noche puede oírse a diez pasos el rumor del papel crujiente, será una imprudencia, una infracción de las reglas de seguridad, pero el olor a cebolla se había hecho tan intenso, quizás a causa del nerviosismo, que podía ocurrir que espantara la caza antes de tiempo, tanto más cuanto que el aire venía de espaldas, sopla en su dirección. Ocultos por los troncos de los árboles, escondidos en el vano de las puertas, están los ayudantes de Víctor, a la espera de la señal para la aproximación silenciosa que ha de preceder al fulminante asalto. Miran fijamente la ventana por donde se filtra un hilillo de luz casi invisible, ya por sí, es indicio de conspiración al estar cerradas las contraventanas, con el calor que hace. Uno de los ayudantes de Víctor sopesa la palanqueta con que descerrajará la puerta, otro se coloca entre los dedos una llave inglesa, son hombres habilísimos en sus artes respectivas, por donde pasan dejan un rastro de goznes arrancados y mandíbulas partidas. Por la acera de enfrente baja ahora otro policía, éste no tiene que ocultarse, se comporta como un simple paseante que va a la suya, o no, es un ciudadano pacífico que regresa a casa, vive en este edificio, pero no ha golpeado con la aldaba para que baje la mujer a abrirle, Vienes muy tarde, en quince segundos quedó la puerta abierta, no con llave, fue un trabajo no menos hábil de ganzúa. Se ha superado la primera barrera. El policía está en la escalera, pero no tiene orden de subir. Su misión es ponerse a la escucha, dar aviso si nota que hay ruidos o movimientos sospechosos, en cuyo caso volverá a salir para informar a Víctor, que decidirá. Porque Víctor es el cerebro. En el vano de la puerta, por el lado de dentro, aparece la silueta del policía, enciende un pitillo, señal de que todo va bien, la casa en sosiego, nadie desconfía en el piso cercado. Víctor escupe el caramelo, teme ahogarse en plena operación, en caso de que haya lucha cuerpo a cuerpo. Aspira el aire por la boca, siente el frescor de la menta, no parece el mismo Víctor. Pero aún no ha dado tres pasos cuando ya le sube del estómago la emanación invisible, al menos tiene la ventaja de orientar a los ayudantes que siguen los movimientos del jefe, siguen el rastro, excepto dos, que se quedan observando la ventana por si hay por allí tentativa de fuga, la orden es disparar sin previo aviso. El grupo de seis hombres sube en ristra, como las hormigas, que es manera de decir mucho más antiguo que en fila india, el silencio es total, la atmósfera se ha hecho irrespirable, eléctrica, de tensión acumulada, ahora van todos tan nerviosos que ni sienten el hedor del jefe, casi se podría decir que todo huele a lo mismo. Llegados al descansillo, dudan de que haya alguien en la casa, tan profundo es el silencio, parece que duerme el mundo, si no fuera de tanta confianza el soplo, mejor sería romper, no los goznes, sino la formación, y volver al trabajo de secreta, seguir, preguntar, sobornar. Alguien tosió dentro de la casa. Se repitió la tos. Víctor enciende la linterna, apunta a la cerradura de la puerta, como una serpiente sabia avanza bífida la palanqueta, introduce los dientes, las uñas entre el marco y el batiente, y espera. Ahora le toca a Víctor. Con el puño cerrado aporrea la puerta, los cuatro golpes de rigor, pega un grito, Policía, la palanqueta da el primer impulso, el marco salta en astillas, cruje la cerradura, dentro se oye tumulto de sillas, carreras, voces, Que nadie se mueva, clama Víctor con estentórea voz, se le ha ido el nerviosismo, de repente se encienden luces en todos los descansillos de la escalera, son los vecinos que acuden a la fiesta, no se atreven a entrar en el escenario pero lo iluminan, alguien debe de haber intentado abrir una ventana, se oyen tres disparos en la calle, la palanqueta ha cambiado de posición, entra en una hendidura dilatada a la altura de la bisagra inferior, ahora, la puerta estalla de arriba abajo, abre una amplia boca, dos coces supremas la echan abajo, primero cae contra la pared de enfrente del corredor, luego, hacia un lado, abriendo una larga brecha en el estuco, de repente se hace en la casa un gran silencio, no hay salvación. Víctor avanza pistola en mano, repite, Que nadie se mueva, lo flanquean dos ayudantes, los otros no tienen espacio para maniobrar, no pueden desdoblarse en línea de fuego, pero avanzan inmediatamente cuando los primeros entran en la sala que da a la calle, la ventana está abierta, bajo la mira de los vigilantes, aquí están cuatro hombres levantados, manos en alto, cabizbajos, vencidos. Víctor ríe gozoso, Todos detenidos, todos detenidos, recoge de la mesa algunos papeles dispersos, da orden de empezar el registro, le dice al policía de la llave inglesa, que tiene una expresión de honda tristeza, no hubo resistencia, ni siquiera ha podido pegar un puñetazo, aunque sólo fuera uno, qué mala suerte, Vete ahí atrás, a ver si se escapó alguien, y el policía fue, le oyeron gritar en la puerta de la cocina, junto a la escalera de incendios, llamando a los colegas que completaban el cerco, Habéis visto si escapó alguien, y le dijeron que sí, uno, mañana, en el informe, escribirán que huyó saltando por los patios o por los tejados, las versiones serán distintas. El de la llave inglesa volvió con cara de malhumor. Víctor ni precisó que se lo dijeran, empezó a gritar, furioso, ya sin vestigios de menta, Sois un atajo de incompetentes, lo teníamos todo tan bien dispuesto, y como los detenidos no pueden contener una sonrisa, aunque pálida, comprende que, precisamente, ha conseguido escapar el mandamás del grupo, y entonces echa espumarajos de rabia por la boca, amenaza, quiere saber quién era el tipo, para dónde huyó, O cantáis u os dejo aquí muertos a todos, los ayudantes comprueban el punto de mira de las pistolas, el del puño de hierro aprieta(los dedos, entonces el director dice, Corta. Víctor se deja llevar por la inercia de los insultos, no logra callarse, el caso, para él, es serio, Diez hombres para atrapar a cinco y dejáis escapar al jefe, el cabecilla de la conspiración, pero el director interviene, todo ha ido perfectamente, la escena quedó tan bien que no hay que repetir nada, Deje, no se preocupe, si lo hubiéramos cogido se acababa la película, Pero señor Lopes Ribeiro, con esto la policía queda muy mal, es un descrédito para el cuerpo, siete sastres para matar a una araña, y al fin la araña escapa, es decir, la mosca, la araña éramos nosotros, Déjelo, no faltan telarañas en el mundo, se escapa de unas, se muere en otras, ése irá a alojarse en una pensión, con nombre falso, cree que está a salvo y no tiene ni idea de que su araña va a ser la hija de la dueña del hospedaje, de acuerdo con el guión, chica seria, muy nacionalista, que le hará un lavado de cerebro y de corazón, las mujeres son aún la gran arma, unas santas, el director, realmente, es un sabio. Están hablando de esto cuando se acerca el cámara, venido de Alemania, que dice, y el director lo entiende, es natural, habló casi en portugués, Ein gross plano do polizei, también Víctor lo entendió todo, inmediatamente adoptó la pose, el ayudante batió la claqueta, tras La Revolución de Mayo, segunda toma, o cualquier frase de esta misma jerga, y Víctor, pistola en mano, vuelve a aparecer en la puerta, con un rictus sardónico y amenazador, Todos detenidos, todos detenidos, si ahora lo dice con ímpetu menor es para no atragantarse con el nuevo caramelo de menta que entre tanto se había metido en la boca, para purificar los aires. El operador se da por satisfecho, Auf Wiedersehen, ich habe keine Zeit zu verlieren, es ist schon ziemlich spát, Aufiderzen, ic haba kaina tsait tsu ferliren, éss ist chon tsimlic chpét, Adiós, no tengo tiempo qué perder, ya es bastante tarde, y para el director, Es ist Punkt Mitternacht, Ess ist punkt mitternájt, Son las doce en punto de la noche, a esto respondió Lopes Ribeiro, Machen Sie bitte das Licht aus, Majen zi bitta dass lict auss, Apague la luz, lo ponemos todo con la pronunciación y traducción porque aún estamos de aprendizaje. Víctor bajó con su grupo, llevan a los presos esposados, tienen tal conciencia de su deber estos policías que hasta la comedia se toman en serio, hay que aprovechar cualquier preso, aunque sea de ficción.