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Ricardo Reis no se volvió. Sabe que Fernando Pessoa está a su lado, invisible esta vez, quizá esté prohibido mostrarse de cuerpo entero en el recinto mortuorio, sería un estorbo, las calles abarrotadas de difuntos, admitamos que esto da ganas de sonreír. Es la voz de Fernando Pessoa que pregunta, Qué hace usted por aquí a estas horas, mi querido Reis, no le bastan los horizontes del Alto de Santa Catarina, la perspectiva de Adamastor, y Ricardo respondió sin responder, Por este mar que desde aquí vemos, viene navegando un general español para la guerra civil, no sé si sabe usted que ha estallado la guerra civil en España, Y bien, Me han dicho que un general, que se llama Millán Astray, se encontrará un día con Miguel de Unamuno, gritará Viva la Muerte y le responderá, Y bien, Me gustaría conocer la respuesta de Don Miguel, Y cómo quiere que se la diga yo, si aún no ha ocurrido, Tal vez le ayude el saber que el rector de Salamanca se colocó al lado del ejército que pretende derribar al gobierno y al régimen, No me ayuda nada, olvida usted la importancia de las contradicciones, una vez llegué al punto de admitir que la esclavitud era una ley natural de la vida en las sociedades sanas, y hoy no soy capaz de pensar sobre lo que pienso de lo que entonces pensaba y me llevó a escribirlo, Yo contaba con usted, y ahora me falla, Lo más que puedo hacer es admitir una hipótesis, Cuál, Que su rector de Salamanca responderá así hay circunstancias en las que callarse es mentir acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido de viva la muerte esta paradoja bárbara me repugna el general Millán Astray es un lisiado no hay descortesía en esto también Cervantes lo fue desgraciadamente hay hoy en día demasiados lisiados en España el general Millán Astray podría fijar las bases de una psicología de masas un lisiado que no tenga la grandeza espiritual de Cervantes intenta generalmente encontrar consuelo en las mutilaciones que pueda infringir a los otros, Cree que va a responder así, Entre un infinito número de hipótesis, ésta puede ser una, Y tiene sentido de acuerdo con lo que dijo el orador portugués, No está mal el que las cosas tengan sentido unas respecto a las otras, La mano izquierda de Marcenda, qué sentido tendrá, Piensa aún en ella, De vez en cuando, No tenía que haber ido tan lejos, todos somos lisiados.

Ricardo Reis está solo. En las ramas bajas de los olmos empezaron a cantar las cigarras, son mudas e inventaron una sola voz. Un barco negro va entrando en la barra, luego desaparece en el espejo refulgente del agua. No parece real este paisaje.

En casa de Ricardo Reis hay ahora otra voz. Es una radio pequeña, la más barata que pudo encontrar en el mercado, de la popular marca Pilot, con caja de baquelita color marfil, elegida, sobre todo, por ocupar poco espacio y ser fácilmente transportable del dormitorio al despacho, que son los lugares donde el sonámbulo habitante de esta morada pasa la mayor parte de su tiempo. Si hubiera sido decisión tomada en los primeros días después de la mudanza, cuando aún tenía vivo el gusto por la casa nueva, habría hoy aquí un superheteródino de doce lámparas, o válvulas, de suma potencia sonora, capaz de asombrar al barrio y hacer que se reuniera la gente bajo las ventanas para aprovechar los placeres de la música y las lecciones de la palabra, todas las comadres de la vecindad, incluyendo a los viejos, entonces, atraídos por el reclamo, de nuevo halagadores y cortesanos. Pero Ricardo Reis quiere sólo mantenerse informado, de manera discreta y reservada, oír las noticias en un íntimo murmullo, así no se sentirá obligado a explicarse a sí mismo, o a intentar descifrar, qué sentimiento inquieto lo aproxima al aparato, no tendrá que interrogarse sobre ocultos significados de aquel ojo mortecino, de cíclope moribundo, que es la luz del dial minúsculo, si será de júbilo su expresión, contradictoria si muere, o miedo, o piedad. Sería mucho más claro que dijéramos nosotros que Ricardo Reis no es capaz de decidir si lo alegran las pregonadas victorias del ejército rebelde de España o las no menos celebradas derrotas de las fuerzas que apoyan al gobierno. No faltará quien argumente que decir una cosa es lo mismo que decir la otra, pues no lo es, no señor, ay de nosotros si no tuviéramos en debida cuenta la complejidad del alma humana, el que me guste saber que mi enemigo tiene problemas no significa, matemáticamente, que dé yo palmadas a aquel que en problemas lo metió, distingo. Ricardo Reis no profundizará en este conflicto interior, se da por satisfecho, y perdónese la impropiedad de la palabra, con el malestar que siente, como alguien que no tuvo valor para desollar un conejo y pidió a otro que lo hiciera, y asiste a la operación, con rabia por su propia cobardía, y tan cerca está que puede ver latir la tibieza que se desprende de la carne desollada, un sutil vapor bienoliente, entonces se le forma en el corazón, o allá donde estas cosas se forman, una especie de rencor contra quien tan gran crueldad está cometiendo, cómo es posible que éste y yo formemos parte de la misma humanidad, tal vez sea por razones de este tipo por lo que no nos gustan los verdugos ni comemos carne del chivo expiatorio.

Lidia se entusiasmó cuando vio la radio, qué bonita, qué maravilla poder oír música en cualquier momento del día y de la noche, exageración suya, que aún falta mucho tiempo para eso. Es un alma sencilla, que se alegra con poco, o quizá, y para eso le sirve cualquier pretexto, lo que hace es disfrazar su preocupación al ver el abandono a que se ha entregado Ricardo Reis, descuidado ya en el vestir, descuidado incluso con su persona. Y contó que han dejado el hotel los duques de Alba y de Medinaceli, con gran disgusto del gerente Salvador, por el mucho afecto que consagra a los huéspedes antiguos, y especialmente si tienen un título, o, ni eso, pues éstos eran sólo don Lorenzo y don Alonso, llamarles duques fue sólo una broma de Ricardo Reis y ya era tiempo de ponerle fin. No le sorprende que hayan cambiado de hotel. Ahora que se acerca el día de la victoria, quieren vivir con delectación los últimos momentos de su exilio, por eso los Estoriles albergan lo que en lenguaje de las crónicas mundanas se llama una selecta colonia española, muy bien puede acontecer que allí estén, de veraneo, esos y otros duques y condes, don Lorenzo y don Alonso fueron al olor de las aristocracias, cuando lleguen a viejos, contarán a los nietos, Cuando estaba exiliado con el duque de Alba. Para beneficio de éstos, Radio Club Portugués ha contratado a una locutora española, con voz de tiple de zarzuela, que lee las noticias de los avances nacionalistas en la salerosa lengua de Cervantes, que Dios y él nos perdonen estas ironías sin humor, más fruto de las ganas de llorar que de un deseo de reír. Así está Lidia que, teniendo también su parte de ligera y graciosa, une a las preocupaciones que le da Ricardo Reis las de las malas noticias que llegan de España, pero según su manera de entender, que coincide con la de su hermano Daniel, como hemos visto. Y oyendo anunciar por la radio que Badajoz había sido bombardeada, empezó a llorar allí mismo como una magdalena, extraña actitud la suya, que nunca ha estado en Badajoz y no tiene allí familia ni bienes que con las bombas puedan sufrir menoscabo, Por qué lloras, Lidia, le preguntó Ricardo Reis, y ella no supo qué responder, deben de ser cosas que le ha contado Daniel, y a él quién se las habrá contado, qué fuentes de información serán las suyas, en todo caso es fácil adivinar que se habla mucho de España en el Afonso de Albuquerque, mientras baldean la cubierta y dan lustre a los metales pasan los marineros unos a otros las novedades, no todas tan malas como las que traen los diarios y la radio, en general pésimas. Probablemente el Afonso de Albuquerque es el único lugar donde no se da crédito total a la promesa del general Mola, de la cuadrilla del matador Franco, que ha dicho que este mismo mes lo oiremos hablar por radio Madrid, y el otro general, Queipo de Llano, proclama que el gobierno de Madrid ha llegado al principio del fin, aunque la revuelta aún no tiene tres semanas ya le ven remate. Eso lo dicen ellos, responde el marinero Daniel. Pero Ricardo Reis, al tiempo que con torpe ternura ayuda a Lidia a secarse las lágrimas, intenta atraerla al redil de su propia convicción, y repite las noticias leídas y oídas, Ya ves, estás tú llorando por Badajoz y no sabes que los comunistas les cortaron una oreja a ciento diez propietarios, y luego cometieron violencia con sus mujeres, es decir que las violaron, Cómo se ha enterado de eso, Lo he leído en el periódico, y también he leído, escrito por un periodista llamado Tomé Vieira, autor de libros, que los bolcheviques le arrancaron los ojos a un anciano sacerdote, y luego lo empaparon en gasolina y le prendieron fuego, No lo creo, Está en el diario, lo he leído yo, No dudo de usted, pero mi hermano dice que no se debe creer todo lo que los diarios ponen, Yo no puedo ir a España a ver qué pasa, tengo que creer que es verdad lo que ellos me dicen, un periódico no puede mentir, sería el mayor pecado del mundo, Usted, señor doctor, es una persona instruida, y yo soy casi analfabeta, pero he aprendido una cosa, y es que las verdades son muchas y están unas contra otras, mientras no luchen, nunca se sabrá donde está la mentira, Y si es verdad que le han arrancado los ojos al cura, si lo han regado con gasolina y luego le prendieron fuego, Será una verdad horrible, pero mi hermano dice que si la Iglesia estuviera al lado de los pobres, para ayudarlos en la tierra, los mismos pobres serían capaces de dar la vida por ella, para que no cayese en el infierno, donde está, Y si les cortaron las orejas a los propietarios, y si violaron a las mujeres, Será otra verdad horrible, pero mi hermano dice que mientras los pobres están en la tierra y en ella sufren, los ricos ya viven en el cielo estando en la tierra, Siempre me respondes con palabras de tu hermano, Y usted, señor doctor, me habla siempre con palabras de los periódicos. Así es. Ahora ha habido en Funchal y en algunos otros lugares de la isla motines populares, con asaltos a las reparticiones públicas y a las fábricas de mantequilla, con muertos y heridos, y muy seria debe de ser la cosa, pues han salido para allá dos barcos de guerra, con aviación, compañías de cazadores con metralletas, un aparato guerrero que daría para una guerra civil a la portuguesa. Ricardo Reis no ha llegado a entender las razones del alboroto popular, pero esto no deberá sorprendernos, ni a nosotros ni a él, pues sólo tenía los diarios para informarse. Enciende la Pilot de marfil, tal vez sean más dignas de crédito las palabras oídas, la pena es que no se pueda ver la cara del que está hablando, por una sombra de duda en los ojos, por una crispación del rostro, uno entiende en seguida si es verdad o mentira, ojalá que la invención humana ponga pronto al alcance de todos nosotros, en nuestra propia casa, la cara de quien nos está hablando, sabremos al fin distinguir la verdad de la mentira, comenzará entonces, realmente, el tiempo de la injusticia, venga a nos nuestro reino. Encendió Ricardo Reís la Pilot, la aguja del dial está en Radio Club Portugués, mientras se calentaban las lámparas apoyó la frente fatigada en la caja de la radio, de allá dentro viene un olor cálido y un poco embriagador, se distrae con esta sensación hasta que repara en que está cerrado el botón del sonido, lo giró bruscamente, primero no oyó más que el mugido profundo de la onda de soporte, era una pausa, coincidencias, y luego rompió en música y cantos, Cara al sol con la camisa nueva, el himno de la Falange, para gozo y consuelo de la selecta colonia española de los Estoriles y del Hotel Bragança, a esta hora, en el casino, están de ensayo general para la Noche de Plata que presentará Erico Braga, en el salón del hotel, los huéspedes miran con desconfianza el espejo verdoso, y entonces la locutora lee un telegrama enviado por antiguos legionarios portugueses de la quinta bandera del Tercio, saludando a sus antiguos camaradas que están cercando Badajoz, un estremecimiento nos recorre la espina dorsal con el marcial lenguaje, el fervor occidental y cristiano, la fraternidad de las armas, la memoria de los hechos pasados, la esperanza de un radiante porvenir para las dos patrias ibéricas, unidas en el mismo ideal nacionalista. Ricardo Reis desconecta la Pilot tras oír la última noticia del diario hablado, Tres mil soldados de Marruecos han desembarcado en Algeciras, y va a tenderse en la cama, desesperado al verse tan solo, no piensa en Marcenda, es de Lidia de quien se acuerda, probablemente porque está más al alcance de la mano, manera de decir, que en esta casa no hay teléfono, y si lo hubiera, sería un escándalo llamar al hotel y decir, Buenas noches, Salvador, soy el doctor Reis, se acuerda de mí, hace tanto tiempo que no oía esa voz, vaya, fueron semanas muy felices las que pasé en su hotel, no, no quiero una habitación, sólo quería hablar con Lidia, a ver si puede venir a casa, muy bien, muy amable al darle permiso, serán sólo una o dos horas, me siento muy solo, no, no señor, no es para eso, es que me encuentro muy solo. Se levanta de la cama, reúne las hojas dispersas del periódico, una aquí, otra allá, caídas por el suelo, sobre la colcha, y recorre la cartelera de espectáculos, pero la imaginación no encuentra ningún estímulo, hay un momento en que desearía ser ciego, y sordo, y mudo, ser tres veces el lisiado que Fernando Pessoa dice que somos todos, cuando, en medio de las noticias de España, repara en una foto que antes le había pasado inadvertida, son coches blindados que llevan pintada la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, si éstos son los emblemas usados, entonces no hay duda, esta guerra es sin cuartel. Recuerda que Lidia está preñada, va a tener un niño, según afirma una y otra vez, y este niño crecerá e irá a las guerras que se preparan, aún es pronto para las de hoy, pero se preparan otras, repito, hay siempre un después para la guerra siguiente, hagamos cuentas, vendrá al mundo allá por marzo del año que viene, si calculamos la edad aproximada en que se va a la guerra, veintitrés años, veinticuatro, qué guerra tendremos en mil novecientos sesenta y uno, y dónde y por qué, en qué abandonados campos, con los ojos de la imaginación, pero no suya, lo ve Ricardo Reis de balas traspasado, moreno y pálido como su padre, hijo sólo de su madre porque el padre no lo va a reconocer.