—¡Rápido! —dijo Chaney—. Pasemos al arameo. Esos patanes no van a comprenderlo.
Saltus empezó a reír, pero se interrumpió bruscamente.
—Sólo conozco una palabra —dijo.
Pareció turbado.
—Entonces no la repita —advirtió Chaney—. Puede que Katrina haya estudiado arameo… Lo lee todo.
—Oiga, eso no es justo.
—Yo no hago cosas justas, devuelvo ojo por ojo, comandante. La noche pasada me deslicé en la sala de conferencias mientras todos ustedes estaban durmiendo. —Se volvió hacia la joven—. Conozco su secreto. Sé uno de los objetivos alternativos.
—¿De veras, señor Chaney?
—Sí, señorita Van Hise. Registré la sala de conferencias de arriba abajo…, un registro concienzudo, de hecho. Descubrí un mapa secreto oculto bajo uno de los teléfonos, el teléfono rojo. El objetivo alternativo es el monasterio de Qumran. Vamos a ir hacia atrás a destruir esos embarazosos papiros…, sacarlos de sus vasijas y quemarlos. Simplemente.
Se echó hacia atrás en su asiento, sin ocultar su regocijo.
La mujer se lo quedó mirando durante un rato, y Chaney sintió una repentina e intuitiva inquietud. Se agitó.
Cuando ella rompió el silencio, su voz era tan baja que no podía llegar a las mesas adyacentes.
—Casi ha acertado, señor Chaney. Una de nuestras alternativas es un sondeo a Palestina, y usted fue seleccionado también para el equipo debido a su conocimiento de aquella zona en general.
Chaney se sintió instantáneamente cauteloso.
—No quiero tener nada que ver con esos papiros. No los tocaré siquiera.
—No va a ser necesario. No son un objetivo alternativo.
—¿Cuál es entonces?
—No conozco la fecha correcta, señor. Las investigaciones no han tenido éxito en determinar el momento y el lugar precisos, pero el señor Seabrooke cree que será una alternativa provechosa. Se halla bajo intenso estudio. —Vaciló y bajó la mirada hacia la mesa—. La localización general en Palestina es o era un lugar conocido como la colina del Calvario.
Chaney saltó en su asiento.
En el largo silencio que siguió, Arthur Saltus intentó comprender.
—Chaney, ¿qué…? —Miró a la mujer, luego de vuelta al hombre—. Eh…, ¡cuéntenme algo de eso!
Chaney dijo suavemente:
—Seabrooke ha escogido una alternativa muy candente. Si no podemos ir hacia adelante para nuestra investigación, nuestro equipo irá hacia atrás para filmar la Crucifixión.
5
Brian Chaney fue el último de los cuatro participantes en llegar a la sala de conferencias. Caminando.
Kathryn van Hise les ofreció llevarles en su vehículo cuando abandonaron la cantina, y Arthur Saltus aceptó rápidamente, saltando al asiento delantero del sedán color verde oliva para estar al lado de ella. Chaney prefirió hacer un poco de ejercicio. Katrina se volvió en su asiento para mirarlo mientras el coche abandonaba el aparcamiento, pero él fue incapaz de leer la expresión de la mujer: podía haber sido decepción… y podía haber sido también exasperación.
Sospechó que Katrina estaba perdiendo su antipatía hacia él, y aquello era agradable.
El sol ardía ya en el brumoso cielo de junio, y a Chaney le hubiera gustado ir en busca de la piscina, pero decidió no hacerlo para no llegar con retraso una segunda vez. Como sustituto satisfactorio se contentó con observar a las pocas mujeres con las que se cruzaba; aprobó las muy breves faldas que eran la moda en aquellos momentos, y pensó que si le dieran otra oportunidad incluiría una previsión al respecto en sus tablas…; pero seguramente la aburrida y vieja Oficina rechazaría el tema como frivolo. Las faldas habían ido acortándose progresivamente durante varios años, y ahora eran muy a menudo iguales a los pantalones cortos en delta: una delicia embriagadora para los errantes ojos masculinos. Pero con predecible conservadurismo militar, las faldas del Cuerpo Militar Femenino no eran tan sucintas como las de las mujeres civiles.
Afortunadamente, Katrina era una civil.
La maciza puerta de entrada del edificio de cemento se abrió fácilmente a su empuje, girando sobre sus goznes de rodamientos. Chaney entró en la sala de conferencias y se detuvo en seco al ver al mayor. Una furtiva señal de Saltus le indicó que guardara silencio.
El mayor Moresby estaba vuelto de cara a la pared, dando la espalda a la habitación y a Chaney. Permanecía de pie en el extremo más alejado de la larga mesa, entre el extremo de ésta y la desnuda pared, con los puños cerrados a su espalda. La parte de atrás de su cuello estaba enrojecida. Kathryn van Hise estaba recogiendo apresuradamente los papeles que habían caído al suelo desde la mesa… o que alguien había tirado.
Chaney cerró suavemente la puerta tras él y avanzó hacia la mesa, inspeccionando el montón de papeles ante su propia silla. Su reacción fue de intenso desánimo. Los papeles eran fotocopias de su segundo papiro, el menor de los dos papiros de Qumran que había traducido y publicado. Había nueve hojas de papel reproduciendo fielmente la cuadrada escritura hebrea del documento Eschatos, desde su primera línea hasta la última. Si no lo hubiera conocido mejor, Chaney habría pensado que el mayor se había irritado ante su temeridad de haberle puesto un descriptivo título griego a una fantasía hebrea.
—¡Katrina! ¿Qué vamos a hacer con esto?
Ella terminó su tarea de recoger las hojas caídas y las colocó cuidadosamente encima de la mesa, ante la silla del mayor.
—Forman parte del estudio de hoy, señor.
—¡No!
—Sí, señor.
La mujer se deslizó a su propia silla y aguardó a que Chaney y el mayor se sentaran.
Los hombres lo hicieron, tras un momento. El mayor miró a Chaney.
—¿Ésa es otra de las estúpidas ideas de Seabrooke? —dijo éste.
—Es algo pertinente con nuestro estudio, señor Chaney.
—No es pertinente, señorita Van Hise. Esto no tiene absolutamente nada que ver con el informe Indic, con las tablas estadísticas, con la investigación del futuro…, ¡nada!
—El señor Seabrooke piensa de otro modo.
Irritadamente:
—Gilbert Seabrooke tiene agujeros en la cabeza; esta Oficina tiene agujeros en sus recipientes de medir. Por favor, dígale esto: debería saber mejor que… —Chaney se interrumpió de pronto y miró fijamente a la joven—. ¿Acaso hay otra razón por la cual he sido elegido para el equipo de investigación?
—Sí, señor. Usted es la única autoridad.
Chaney repitió la palabra aramea, y Saltus se echó a reír a su pesar.
—Señor —dijo la mujer—, el señor Seabrooke cree que esto puede tener cierta relación con la investigación del futuro y que debemos familiarizarnos con ello. Debemos familiarizarnos con todas las facetas del futuro que llamen nuestra atención.
—¡Pero esto no tiene nada que ver con un futuro Chicago!
—Puede tenerlo, señor.
—¡O puede que no! Esto es una fantasía, un cuento de hadas. Fue escrito por un soñador y contado a sus estudiantes… o a los campesinos. —Chaney se echó hacia atrás en su asiento, conteniendo su cólera—. Katrina, esto es una pérdida de tiempo.
—¿Más midrash, señor? —interrumpió Saltus.
—Midrash —admitió Chaney. Miró al mayor—. No tiene ninguna conexión bíblica, mayor. Ninguna en absoluto. Es una pieza menor de profecía tratada como una fantasía; es la historia de un hombre que vivió dos veces, o de unos gemelos, el texto no es claro al respecto, que barrían dragones del cielo. Si los hermanos Grimm lo hubieran descubierto antes que yo, lo habrían publicado.
—Tenemos que estudiarlo —dijo Katrina testarudamente.