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Chaney se había preguntado a menudo acerca del anónimo escriba que había urdido aquella historia. Su largo trabajo sobre el papiro le había transmitido la sensación de conocer casi al hombre, o al menos de poder leer su mente. A veces pensaba que había sido un novicio practicando su arte, en período de prueba y no encajado todavía en el molde, o quizá un sacerdote expulsado que había perdido su oficio debido a su disconformidad. El hombre no había vacilado en ningún momento en utilizar el arameo local cuando éste resultaba más colorista que su hebreo nativo, y había contado su historia con placer y con libertad poética.

Eschatos:

El cielo era azul, nuevo, y limpio de dragones (serpientes aladas) cuando el hombre que era dos hombres (¿gemelos?) vivía encima (¿debajo?) de la tierra. El hombre que era dos hombres estaba en paz con el sol y sus hijos se multiplicaban (las tribus o familias en torno suyo crecían en tamaño con el paso del tiempo). Era conocido y bien recibido en el Templo blanco, y quizá lo habitara. Su trabajo lo llevaba frecuentemente al distante Har-Magedon, donde era igualmente bien conocido por aquellos que vivían en la montaña y aquellos que cultivaban la llanura debajo; se mezclaba con esos pueblos y los instruía (aconsejaba, guiaba) en sus vidas cotidianas; era un hombre sabio. Ocupaba una habitación de huéspedes (o casa) con (¿al lado de?) una familia montañesa, y necesitaba tan sólo tocar la cuerda de la tienda (hacer una señal) para conseguir comida y agua; le era proporcionada sin tener que pagar nada. (¿Una forma de pago por sus servicios?)

El hombre que era dos hombres trabajaba en la montaña.

Su tarea (realizada a intervalos desconocidos) era pesada, y consistía en permanecer de pie en la cima de la montaña y barrer los cielos manteniéndolos limpios de inmundicias (impurezas, restos quedados tras la Creación) que tendían a acumularse allí. Los habitantes de la montaña eran requeridos a ayudarlo en su trabajo, para lo cual lo proveían con diez cor de agua (algo más de dos mil litros) extraídos de un pozo (o cisterna) inagotable cerca de la base de la montaña; y cada vez el trabajo quedaba terminado en la oscuridad y luz de un solo día (de un atardecer al siguiente). Su tarea le había sido impuesta por el profeta egipcio nómada (¿Moisés?) hacía más de cinco veces el Año del Jubileo (hacía más de doscientos cincuenta años); y era un signo y una promesa que el profeta daba a sus hijos, las tribus; durante tanto tiempo como los cielos estuvieran limpios el sol permanecería tranquilo, los dragones no planearían, y el amargo frío que inmoviliza a los hombres viejos sería mantenido en su lugar correspondiente en la distancia.

El nuevo profeta que vino después del egipcio (¿Aarón?) aprobó el pacto, y éste continuó; tras él, Eliseo aprobó el pacto, y éste continuó; tras él, Sofonías aprobó el pacto, y éste continuó, y tras él, Miqueas aprobó el pacto (error cronológico) y éste continuó. Continúa ahora. Los cielos son barridos y los pueblos prosperan.

El hombre que era dos hombres era una figura sorprendente. Era un hijo (descendiente directo) de David.

Su cabeza era del más fino oro y sus ojos eran brillantes (falta una palabra; probablemente gemas), su pecho y brazos eran de pura plata, su cuerpo era de bronce, sus piernas eran de hierro, y sus pies eran de hierro mezclado con arcilla (toda la descripción tomada de Daniel). El hombre que era dos hombres no envejecía, su edad no cambiaba nunca, pero un día, mientras estaba trabajando en su encomendada tarea, fue golpeado por una señal. Una piedra se desprendió de la montaña y rodó sobre él, aplastando su pie y desmenuzando la arcilla y convirtiéndola en polvo, el cual voló lejos con el viento, y él cayó al suelo gravemente herido. (De nuevo, todo el incidente tomado de Daniel.) El trabajo se detuvo. La gente de la montaña lo trasladó hasta la gente de las llanuras, y la gente de las llanuras lo trasladó hasta el Templo blanco, donde los sacerdotes y los médicos lo depositaron en su mal (¿lo enterraron?).

Pasó el primer Año del Jubileo, y el segundo (un siglo), pero no volvió a aparecer en su lugar en la montaña. Su habitación (casa) no fue preparada para él, porque los nuevos hijos lo habían olvidado; la gente no iba a extraer agua y el pozo (cisterna) iba bajando de caudal; los cielos no eran limpiados. Las impurezas se acumulaban sobre Har-Magedon. El primer dragón fue visto allí, y luego otro, y se multiplicaron en la inmundicia hasta que los cielos se oscurecieron con sus alas y se volvieron pesados con su retumbar. Un frío estremecedor se extendió por todo el lugar, y hubo hielo en los arroyos. Las tribus eran flacas (estaban despobladas) y tenían hambre; lucharon una contra otra por la comida, y ocurrió que el tocar la cuerda de la tienda dejó de ser honrado en la región, y parientes y viajeros a la vez eran rechazados y arrojados al desierto a merced de los chacales. Los mensajeros (?) se detuvieron y ya no hubo más tráfico entre tribus y las ciudades de las tribus, y los caminos se vieron cubiertos con hierbas y malezas.

Los ancianos perdieron la fe de sus padres y edificaron un muro en torno a la tribu, y luego otro y otro, hasta que los muros fueron un centenar y un centenar en número y cada casa quedó aislada de su vecina, y las familias se apartaron las unas de las otras. Los ancianos hicieron construir grandes muros y se acabó el comercio; las ciudades se volvieron pobres y se hicieron la guerra unas a otras, y el sol no estaba tranquilo.

Una plaga descendió de la inmundicia que coronaba el Har-Magedon, los excrementos de los dragones que cubrían la región como una bruma fétida antes del alba. La plaga era una enfermedad horrible de los ojos, de la nariz, de la garganta, de la cabeza, del corazón y del alma de un hombre, y su piel se desprendía; la plaga hacía que los hombres se parecieran a las cuatro bestias, y eran repugnantes en su miseria, y sus hermanos huían aterrados ante ellos.

Y con eso la voz de Miqueas gritó muy alto, diciendo que aquél era el fin de los días; y la voz de Elíseo gritó muy alto, diciendo que aquél era el fin de los días; y el espíritu y el fantasma de Ezequiel gritó muy alto, y fue visto dentro de las puertas de la ciudad, pronunciando lamentaciones y llorando, porque aquél era el fin de los días.

Y así fue.

(La siguiente línea del texto consistía en una única palabra aramea, que indica oscuridad, o tiempo, o generación. Podría ser traducida como Interregno.)

El hombre que era dos hombres se alzó de su lecho (¿tumba?) en el submundo y se encolerizó ante lo que descubrió en la región. Rompió la tierra del Templo (¿salió de su tumba, que estaba debajo? ¿O dentro?) y acudió furioso para arrojar a los dragones de la montaña. Alzó su varita y golpeó los muros, ordenando a las familias que salieran libres y vivieran; le dio comida y consuelo al viajero y lo aconsejó, y guió su mano hacia la cuerda de la tienda; pidió a su pariente que entrara en su (¿habitación?, ¿casa?) y descansara; trabajó sin descanso para poner fin a la terrible miseria que afligía a la región.