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—Estaba mirando las luces; era como en Navidad. —Amigo, ellos han estado verificando su prueba. Usted vio las nuestras, ¿no? ¿Comprobó el tiempo?

—Sí, lo hice.

—Bien, ¡ha saltado usted al futuro! ¡Una hora!

—Y un infierno.

—Ningún infierno, civil. ¿Qué demonios pensó que estaba haciendo ahí dentro, echar una cabezada? Se suponía que tenía que observar el reloj. Saltó usted una hora, y entonces se pateó usted mismo de vuelta. Ese ingeniero pretencioso estaba como loco; se suponía que usted tenía que esperar a que fuera él quien lo trajera de vuelta.

—Pero yo no oí nada, no sentí nada.

—Uno no oye nada ahí dentro; sólo fuera, los que lo están mirando. ¡Nosotros ya lo creo que lo oímos! Puf, puf, el martillo neumático. Y se suponía que el tipo le había dicho que ahí dentro no hay ninguna sensación de movimiento: uno simplemente entra, y luego sale. Un salto de una hora… —Saltus hizo una mueca—. Civil, a veces me decepciona.

—A veces yo mismo me decepciono —dijo Chaney—. Me he perdido la hora más excitante de mi vida. Imagino que era excitante. Estaba mirando las luces y esperando a que ocurriera algo.

—Ocurrió. —Saltus se apartó del vehículo—. Salga de ahí y vístase. Tenemos que asistir a una conferencia del viejo charlatán en el laboratorio, y después inspeccionar el almacén. El refugio antiatómico, la comida, el agua y todo lo demás; puede que tengamos que sobrevivir con lo que haya allí cuando vayamos a los albores del año dos mil. ¿Qué ocurrirá si todo está racionado y nosotros no tenemos cartillas de racionamiento?

—Siempre podemos llamar a Katrina y pedirle unas cuantas.

—Katrina será una mujer vieja entonces. ¿Ha pensado usted en eso? Tendrá cuarenta y cinco o cincuenta anos quizá, no sé cuántos tiene ahora. Una mujer vieja… ¡Maldita sea!

Chaney sonrió ante aquel concepto de la vejez.

—No va a tener usted tiempo para citas. Vamos a tener que cazar republicanos.

No, supongo que no, y tampoco la oportunidad. Se supone que no debemos buscar a nadie cuando estemos allí; se supone que no debemos buscarla a ella, ni a Seabrooke, ni a nosotros mismos. Temen que nos encontremos con nosotros mismos. —Hizo un gesto de fastidio—. Póngase los pantalones. Maldita conferencia… Odio las conferencias. Siempre acabo durmiéndome en ellas.

Fue un equipo de ingenieros quien dio la conferencia. El mayor Moresby escuchó atentamente. Chaney escuchó a medias, con su atención desviándose hacia Kathryn van Hise, que estaba sentada en una esquina de la sala. Arthur Saltus se durmió.

Chaney hubiera preferido que la información que se le daba estuviera impresa en los habituales papeles fotocopiados y pasados en torno a la mesa para su estudio. Ese método de divulgación era el más efectivo para él; la información se le quedaba más cuando podía leerla en una página impresa y retroceder a la frase o al párrafo anterior para comprender un punto determinado. Era más difícil retroceder en una conferencia hablada sin hacer preguntas, que interrumpían al conferenciante y su cadena de pensamiento y rompían la monotonía que mantenía a Saltus dormido. Lo ideal hubiera sido poner por escrito la conferencia en arameo o hebreo y dársela a traducir; eso habría asegurado su concentración en el texto y la comprensión del mensaje.

Clavó un ojo y un oído en el conferenciante.

Fechas objetivo. Una vez seleccionada una fecha objetivo y reunidos los datos necesarios, las computadoras determinaban la cantidad exacta de energía requerida para alcanzar esa fecha, y luego se alimentaba con esa cantidad el generador de taquiones en un inmenso flujo. La descarga resultante contra el deflector proporcionaba el impulso necesario desplazando los estratos temporales delante del vehículo a lo largo del sendero temporal designado; los estratos desplazados creaban un vacío dentro del cual el vehículo era aspirado hacia su fecha objetivo, siempre bajo el control del giroscopio de protones de mercurio. (Chaney pensó: movimiento perpetuo.)

El ingeniero di jo:

—Para el año dos mil se encontrarán ustedes como máximo a ochenta y ocho minutos de distancia en cualquiera de los dos sentidos de la hora exacta fijada como fecha objetivo. Es decir, cuatro minutos por año; hay que tener en cuenta eso. Pero hay otro elemento significativo de tiempo que hay que tener bien en cuenta, que no pueden olvidar bajo ningún concepto. Cincuenta horas. Pueden ustedes pasar hasta cincuenta horas sobre el terreno en cualquier fecha, pero no deben superar ese límite. Es un límite arbitrario, pero lo hemos fijado sobre la base de que la seguridad del hombre desplazado es lo más importante hasta un cierto momento. Hasta un cierto momento. —Miró al dormido Saltus—. Tras ese momento, la recuperación del vehículo pasará a ocupar la prioridad.

—Entiendo —dijo Chaney—. Nosotros somos sacrificables, el aparato no.

—No puedo estar de acuerdo con eso, señor Chaney. Prefiero decir que al expirar las cincuenta horas el vehículo será recuperado para permitir a un segundo hombre efectuar el mismo recorrido, si se cree aconsejable, e intentar recuperar al primero.

—Si puede ser hallado —añadió Chaney.

Secamente:

—Ustedes no deberán permanecer en el objetivo más allá del límite arbitrario de cincuenta horas. Tenemos tan sólo un vehículo: no deseamos perderlo.

—Es suficiente —le aseguró Moresby—. Podemos hacer nuestro trabajo en la mitad de tiempo, después de todo.

Una vez cumplida su misión, cada uno de ellos volvería al laboratorio sesenta y un segundos después de la partida original, ya permanecieran en su objetivo una hora o cincuenta. El tiempo transcurrido allí no afectaría a su regreso. Aunque naturalmente ellos sí se verían afectados por el tiempo transcurrido en su objetivo; esas pocas horas de envejecimiento natural no serían recuperadas o neutralizadas a su vuelta, por supuesto.

Las necesidades básicas y unos pocos de los lujos de la vida estaban almacenados en el refugio: aumentos, medicinas, ropas de abrigo, armas, dinero, fumadoras y grabadoras, radios de onda corta, instrumentos. Si el almacenamiento de baterías capaces de durar diez o veinte años era posible en un próximo futuro, también serían incluidas. Las radios estarían equipadas para emitir y recibir en las bandas militar y civil; podrían ser accionadas por medio de tomas eléctricas disponibles en el refugio o mediante baterías cuando fueran usadas con una unidad conversora. El refugio estaría provisto de tomas de antena que permitirían a las radios ser conectadas con una antena exterior, pero una vez estuvieran fuera en el objetivo unas minianteñas incorporadas a los instrumentos les ofrecerían un alcance de aproximadamente ochenta kilómetros. El refugio estaba equipado con lámparas y hornillos de gasolina; un depósito de combustible había sido instalado en una de las paredes exteriores.

Tras salir del vehículo, cada hombre debería cerrar la compuerta de éste y anotar cuidadosamente la hora y la fecha. Tendría que comprobar su reloj con relación al reloj de la pared para asegurarse y determinar la variación en más o en menos. Antes de abandonar la zona del subterráneo para entrar en su fecha objetivo debería equiparse tomando lo necesario del almacén, y anotar cualquier señal de uso reciente del mismo. Estaba prohibido abrir cualquier otra puerta o entrar en cualquier otra habitación del edificio; en particular, estaba prohibido entrar en el laboratorio, donde los ingenieros estarían preparando su regreso, y estaba prohibido entrar en la sala de conferencias, donde alguien podía estar aguardando la llegada y la partida.

Tendría que seguir el corredor del subterráneo hasta la parte de atrás del edificio, subir un tramo de escalera y abrir la puerta de salida. Recibiría instrucciones de dónde localizar las dos llaves necesarias para abrir las dos cerraduras gemelas de la puerta. Sólo ellos tres podrían utilizar esa puerta.