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La tienda se enorgullecía de una innovación que era nueva para él.

Se había habilitado un salón para los clientes con mullidos sillones y un enorme aparato de televisión, y Chaney se dejó caer en uno de ellos para contemplar el coloreado ojo de cristal, sintiendo curiosidad hacia cuál podía ser la programación. Se sintió rápidamente decepcionado. La televisión no ofrecía nada excepto una interminable serie de anuncios publicitarios referentes a los artículos disponibles en la tienda; no era ningún entretenimiento para romper la monotonía. Cronometró la serie: veintidós anuncios en cuarenta y cuatro minutos, antes de que la cinta sin fin se repitiera.

Sólo uno de ellos le impresionó.

Una espléndida y hermosa chica de resplandeciente piel dorada estaba tendida desnuda en una nube de color blanco rosado; una sensual nube de humo o bruma se formaba y cambiaba y volvía a formarse para acariciar su azafranado cuerpo con amorosas lenguas vaporosas. La chica estaba fumando un cigarrillo dorado. Permanecía recostada en una soñolienta indolencia, los ojos cerrados, sus caderas agitándose a veces con eufórica voluptuosidad en respuesta a un beso de la nube. No había ningún mensaje hablado. A espaciados intervalos, durante los dos minutos, cuatro palabras llameaban en la pantalla debajo del desnudo: Vuele con Golden Maríjane.

Chaney decidió que los pechos de la chica eran demasiado pequeños y planos para su gusto.

Abandonó la tienda y regresó a su coche, encontrando una papeleta de multa por haber rebasado el tiempo de estacionamiento: dos dólares, si eran pagados el mismo día. Chaney garabateó una nota en una página arrancada de su bloc de notas y la metió dentro del sobre previsto para recibir los dos dólares, el cual depositó en el buzón previsto para tal fin unido a un parkímetro vecino. Pensó que la policía local apreciaría su delicadeza.

Hecho esto, salió del aparcamiento y tomó el camino de vuelta hacia la distante estación. El toque de queda del anochecer no se produciría hasta dentro de unas horas, pero ya había terminado con Joliet… y casi también con 1980. Parecía mucho más frío e inhospitalario de lo que sugería la temperatura.

Un coche patrulla de la policía del estado aparcado en la salida de la ciudad observó su partida.

La garita junto a la verja de entrada estaba iluminada interiormente y ocupada por un oficial y dos policías militares; no eran los mismos hombres que habían comprobado sus papeles aquella misma mañana, pero la rutina fue la misma.

—¿Va a entrar usted en la estación, señor?

Chaney miró más allá del capó delantero de su coche, a la verja que tocaba casi su parachoques.

—Sí, creo que sí.

—¿Puedo ver su pase y su identificación?

Chaney le tendió los papeles solicitados. El oficial los leyó dos veces y estudió la fotografía pegada a uno de ellos, luego alzó los ojos para comparar la fotografía con su rostro.

—¿Ha estado usted en Joliet?

—Sí.

—¿Pero no en Chicago?

—No.

—¿Ha adquirido usted algún arma mientras estuvo fuera de la estación?

—No.

—Muy bien, señor. —Hizo una seña al guardia, y la puerta fue abierta para él—. Pase, por favor.

Brian Chaney cruzó la verja y condujo el coche hacia el aparcamiento detrás del edificio del laboratorio. Los otros dos automóviles no estaban, como tampoco la brillante moneda de un cuarto de dólar.

Descargó la parafernalia de sus bolsillos y de debajo de su chaqueta, sólo para recordar con desánimo que no había tomado ni una sola foto; ni siquiera una imagen desenfocada de un policía con el ceño fruncido o del laborioso dependiente que barría la calle. Esta omisión iba a hacer que lo recibieran con todo menos con entusiasmo. Chaney colocó un cartucho de ; cinta en la grabadora y abrió su bloc de notas; pensó que podría llenar fácilmente dos o tres cintas con un informe oral para Ka trina y Seabrooke. Su personal forma de escribir era casi una taquigrafía…, indescifrable para todo el mundo excepto para él, pero su larga experiencia le permitió establecer un informe que era un resumen razonable de los anuarios de Comercio y Agricultura. Los hechos se interrelacionaban libremente con algunas opiniones personales, y las cifras con suposiciones muy probables, hasta que el conjunto tuvo la apariencia de una observación estadística con las acotaciones adecuadas de lo que deseaba Seabrooke: una sólida mirada hacia el futuro.

En la última cinta repitió todo lo que recordaba de las páginas del informe del Congreso, y tras una pausa le preguntó a Katrina si sabía lo que estaba haciendo en la actualidad el general Grinnell. El viejo se movía activamente.

Chaney dejó todos sus instrumentos sobre el asiento y salió del coche para estirar las piernas. Miró hacia el cielo del oeste para calcular la llegada* de la oscuridad, y supuso que tenía una o dos horas antes del anochecer. Su reloj señalaba las 6.38, pero iba dos horas por delante del reloj del subsuelo? el límite de cincuenta horas de los ingenieros estaban aún muy lejos.

El inquisitivo futurólogo decidió dar una vuelta.

Andando con paso elástico, siguió el camino familiar hacia su barracón, pero se sorprendió al descubrirlo a oscuras… y cerrado con un candado. Aquello le hizo detenerse. ¿Eledificio abandonado? ¿Se había ido él ya de allí? ¿Moresby, Saltus, él mismo, habían abandonado ya la estación?

Ese día, esa hora, ese ahora correspondían a dos años después de los ensayos del VDT coronados por el éxito, dos años después de que los animales dejaran de viajar por el tiempo y los hombres ocuparan su lugar; dos años después del inicio de los ensayos sobre el terreno y la expedición prevista para investigar Chicago. Todo ese trabajo había sido realizado; la misión se había completado. ¿No era razonable suponer entonces que el equipo había sido disuelto y había vuelto a sus propios rincones del mundo? Moresby, Saltus, él mismo, ¿ trabajando ahora en algún otro lugar? (Quizá hubiera debido enviarse esa postal a sí mismo a la Indic.)

Ni Gilbert Seabrooke ni Katrina habían dicho nunca nada de los planes futuros para el equipo; se había dado por supuesto que sería disuelto cuando hubiera terminado el sondeo de Chicago, y él nunca había considerado la posibilidad de seguir allí. No se imaginaba tampoco deseando seguir allí. Bueno…, con una reserva, por supuesto. Aceptaría de buen grado la idea de un sondeo en dirección opuesta: se sentiría encantado observando y fisgoneando en la antigua Palestina antes de la llegada de la Décima Legión Romana…; mucho antes de su llegada.

Se encontró de pronto en la calle E.

El área de esparcimiento no parecía haber cambiado en absoluto. El teatro aún no había sido abierto, el aparcamiento estaba vacío. El club de oficiales estaba ya brillantemente iluminado y se oía música, pero el segundo club reservado a la tropa, al lado del anterior, estaba oscuro y silencioso. La zona de la piscina estaba cerrada debido a la proximidad del invierno, y su verja asegurada con un candado. Chaney miró a través de la tela metálica, pero no vio más que un patio desierto y una lona cubriendo la piscina. Las tumbonas y los bancos, junto con las mesas y los parasoles, habían sido retirados, dejando tan sólo el recuerdo enfrentado a la fría realidad de un atardecer de noviembre.