Había un extraño en la fiesta, el agente de enlace enviado por el subcomité del Senado. Chaney descubrió que el hombre lo observaba subrepticiamente.
La sala de conferencias presentaba su aspecto familiar.
El mayor Moresby estaba estudiando de nuevo un mapa de la zona de Chicago. Utilizaba un dedo para señalar las diversas rutas importantes y los desvíos entre Joliet y la metrópoli; el dedo trazaba también la línea del ferrocarril que cruzaba los suburbios de Chicago hasta el enlace ferroviario. Arthur Saltus estaba estudiando las fotografías que había traído de Joliet. Parecía particularmente complacido con una foto de una atractiva muchacha de pie en la ventosa esquina de una calle, medio observando al fotógrafo y medio observando un coche o un autobús que se acercaba por la calle desde atrás. La foto revelaba una mano experta en la composición y realización, con la chica a contraluz, aureolada por el sol.
Kathryn van Hise dijo:
—¿Señor Chaney?
Se volvió para mirarla.
—¿Sí, señorita Van Hise?
—Los ingenieros me han asegurado firmemente que ese error no volverá a producirse. Han empleado todo su tiempo desde su regreso en reconstruir el giroscopio. Parece ser que la causa fue un fallo del vacío, y ha sido reparado. El error es lamentable, pero no volverá a pasar.
—¡Pero si a mí me gusta llegar el primero! —protestó—. Es la única forma de afirmar mi privilegio.
—No volverá a ocurrir, señor.
—Es posible. Sin embargo, ¿cómo saben que no volverá a ocurrir?
Katrina lo estudió.
—Los siguientes objetivos estarán separados entre sí un año, señor, a fin de cubrir un área mayor. ¿Quiere sugerir alguna fecha determinada?
Chaney mostró su sorpresa.
—¿Podemos elegir?
—Dentro de un margen razonable, señor. El señor Seabrooke les ha invitado a cada uno de ustedes a sugerir una fecha apropiada. El plan original de investigación debe ser seguido, por supuesto, pero aceptará con agrado sus ideas. Si ustedes prefieren no sugerir ninguna fecha, entonces el señor Seabrooke y los ingenieros seleccionarán una.
Chaney miró al mayor Moresby al otro lado de la mesa.
—¿Cuál escoge usted?
Rápidamente:
—El cuatro de julio de mil novecientos noventa y nueve.
—¿Por qué ésa precisamente?
—¡Tiene su significado, después de todo!
—Sí, supongo que sí. —Se volvió a Saltus—. ¿Y usted?
—Mi cumpleaños, civiclass="underline" el veintitrés de noviembre del dos mil. Una hermosa cifra redonda, ¿no cree? Eso al menos es lo que he pensado. Ese día cumpliré los cincuenta años, y no puedo pensar en una forma mejor de celebrarlo. —Su voz bajó a un susurro conspirativo—. Quizá pueda tomarme unas copas conmigo mismo. ¡Viva la vida!
Chaney consideró las posibilidades.
—Mire, amigo —intervino Saltus—, no le diga a Seabrooke que desea usted visitar Jericó en el día más largo del año, hace diez mil años. Si lo hace sólo conseguirá que le dé una patada directamente a través de la verja de entrada. Siga las reglas. ¿No le gustaría pasar las Navidades en el dos mil uno? ¿La noche de Fin de Año?
—No.
—Aguafiestas. ¿Qué es lo que quiere?
—Realmente no me importa. Cualquier fecha sirve.
—Elija alguna —lo animó Saltus.
—Uh, digamos simplemente el dos mil y pico. Qué importa.
Katrina dijo ansiosamente:
—Señor Chaney, ¿hay algo que va mal?
—Sólo eso —dijo, y señaló las fotografías esparcidas sobre la mesa ante Arthur Saltus, así como los nuevos fajos de papeles fotocopiados cuidadosamente apilados delante de cada silla—. El futuro no es muy atractivo según parece.
—¿Desea usted retirarse?
—No. No soy un desertor. ¿ Cuándo vamos?
—La partida está prevista para pasado mañana. Partirán a intervalos de una hora.
Chaney removió los papeles sobre la mesa.
—Supongo que todo esto deberá ser estudiado ahora. Debemos seguir adelante.
—Sí, señor. La información que han obtenido ustedes en los ensayos forma parte ahora de la investigación, y deseamos que cada segmento sea seguido hasta su conclusión. Deseamos conocer las soluciones finales, por supuesto, de modo que deberán sondear ustedes esos nuevos desarrollos. —Vaciló—. Su papel en la investigación ha sido ligeramente modificado, señor.
Chaney se envaró instantáneamente, receloso.
—¿En qué sentido?
—No irá usted a Chicago.
—No… ¿Qué demonios se supone que debo hacer?
—Puede visitar cualquier otra ciudad dentro del radio de su límite de cincuenta horas: Elgin, Aurora, Joliet, Bloomington, la ciudad que elija, pero Chicago queda cerrada para usted.
Se quedó mirando a la mujer, sintiéndose humillado.
—¡Pero esto es ridículo! El problema puede haber quedado solucionado, incluso olvidado, dentro de veintidós años.
—No será olvidado tan fácilmente, señor. Será juicioso observar todas las precauciones posibles. El señor Seabrooke ha decidido que es mejor que no entre usted en Chicago.
—Dimito…, ¡abandono!
—Bien, señor, puede hacerlo. Su contrato con la Indic le será devuelto.
—¡No deseo abandonar! —dijo furioso.
—Como quiera.
—Civil… —interrumpió Saltus—, siéntese.
Chaney se sorprendió al darse cuenta de que estaba en pie. Se sentó, con una mezcla de frustración y orgullo humillado. Entrelazó los dedos sobre las rodillas y apretó hasta que le dolieron.
Tras un lapso de tiempo dijo:
—Lo siento. Disculpen.
—Aceptadas sus disculpas —dijo Saltus rápidamente—. Y no deje que esto le preocupe. Seabrooke sabe lo que está haciendo. No desea verle a usted desnudo y temblando en cualquier cárcel de Chicago, y no desea que algún maldito estúpido lo persiga con una pistola.
El mayor Moresby estaba mirándolo de soslayo.
—No acabo de comprenderle, Chaney. O tiene usted más valor del que sospechaba, o es un condenado imbécil.
—Soy un condenado imbécil cuando pierdo los estribos. No puedo remediarlo. —Notó que Katrina lo estaba observando, y se volvió hacia ella—. ¿Qué se supone que debo hacer allí?
—El señor Seabrooke desea que pase usted la mayor parte de su tiempo en una biblioteca, copiando la información pertinente. Será equipado con una cámara con un objetivo especial para copiar documentos cuando salga en su objetivo; su tarea específica consiste en fotografiar aquellos libros y periódicos que se relacionen con la información descubierta en Joliet.
—De modo que desean que persiga todos los complots y las guerras y los terremotos a lo largo de la historia. Hacer una copia de todo ello, robar un libro de historia si es preciso.
—Puede comprar uno, y copiar las páginas en la habitación subterránea.
—Eso suena excitante. Una visita realmente impetuosa al futuro. ¿Por qué no traer de vuelta el libro conmigo?
La mujer dudó.
—Tendré que preguntarle al señor Seabrooke. Parece razonable, si usted compensa el peso.
—Katrina, deseo salir fuera y ver algo. No quiero malgastar todo mi tiempo en un agujero.
—Puede visitar cualquier otra ciudad dentro del límite de sus cincuenta horas, señor—dijo ella de nuevo—. Si es segura.
Lentamente:
—Me pregunto cómo será Bloomington.
—¡Lleno de chicas! —respondió Saltus—. ¡Un puerto ideal para un marinero de permiso!
—¿Ha estado usted allí?
—No.
—¿Entonces de qué está hablando?
—Sólo intentaba levantarle la moral, civil. Ésa es mi especialidad. —Tomó la fotografía de la chica en la esquina de la calle de Joliet y la agitó entre el pulgar y el índice—. Vaya en verano. Es mejor entonces.