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Tres cajas de cartón amarillas descansaban sobre el banco de trabajo, cajas que antes no habían estado allí.

Abrió la primera caja y encontró un chaleco antibalas hecho de una fibra de nailon que le era desconocida. La presencia de los chalecos en el banco era significativa. Se quitó su chaqueta militar sólo el tiempo de colocarse el chaleco, y luego se puso nuevamente al trabajo.

Moresby eligió una grabadora, insertó un cartucho, comprobó el aparato y grabó concisamente sus primeras observaciones: la banqueta no estaba, el subterráneo había acumulado polvo, el agua no había sido renovada, el reloj marcaba a su llegada seis horas y cinco minutos de error. No ofreció opiniones personales de ninguna observación. Dejó la grabadora a un lado en el banco. Su siguiente acción fue seleccionar una radio, conectar los bornes de la antena exterior a los terminales del aparato y enchufarla a una toma de corriente de la pared. Trasladó la grabadora a una distancia conveniente para que pudiera grabar el sonido de la radio y la conectó. Luego se dedicó a la radio y buscó una frecuencia militar.

Surgió una voz:

—… moviéndose por el ángulo noroeste en dirección al sur…, moviéndose hacia ustedes. Fuerza estimada, de doce a quince hombres. Vigílenlos, cabo, llevan morteros. Cambio.

Otra voz:

—Enterado. Hemos encontrado un agujero en la verja al noroeste…, algún bastardo intentó hacer pasar un camión por ahí. Aún está ardiendo; quizá eso los detenga. Cambio.

La primera voz:

—Debe usted contenerlos, cabo. No puedo enviarle ningún hombre…, tenemos situación doble rojo aquí. Cambio y corto.

La frecuencia quedó en silencio, y con ello desapareció el ruido de fondo de disparos.

Moresby no era hombre que se dejara dominar por el pánico o actuara precipitadamente. Sin sentirse demasiado sorprendido, empezó a equiparse metódicamente para su misión. Una pistola automática reglamentaria, junto con su cinturón y munición extra, ocupó un sitio en su cintura; seleccionó un rifle de tiro rápido, tras examinar su marca y su contrapeso, luego vació varias cajas de cartuchos en los bolsillos de su chaqueta. Cualquier insignia que lo identificase como un oficial fue retirada de su uniforme, pero poco podía hacer con el propio uniforme.

El almacén no ofrecía ni cascos de batalla ni gorros de revestimiento para los mismos. Moresby se echó al hombro una cantimplora de la insípida agua y se colgó un paquete de raciones en bandolera. Decidió dejar la grabadora debido a su bulto extra, pero tomó la radio mientras estudiaba un mapa de Illinois. Una súbita intuición le dijo que la escaramuza debía de producirse en algún lugar cerca de Chicago; las Fuerzas Aéreas estaban preocupadas desde hacía tiempo con la defensa de esa ciudad debido a que constituía un nudo ferroviario y de tráfico por carretera importante, y siempre había el problema amenazador de buques extranjeros cruzando los Grandes Lagos para colapsar los puertos de Chicago. La vigilancia de tales barcos siempre había sido inadecuada.

Iba a desconectar la antena cuando el canal cobró vida:

Voz: —¡Águila Uno! Los bandidos nos han atacado…, nos han atacado por la parte noroeste. Cuento doce de ellos, diseminados por la ladera más abajo de la verja del recinto. Tienen dos…, ¡maldita sea!, dos morteros, y los están apuntando hacia aquí. Cambio.

La dura y casi estridente voz estaba puntuada por el sordo retumbar del fuego de mortero.

Voz: —¿Han atravesado la verja? Cambio.

Voz: —Negativo…, negativo. Ese camión incendiado se lo impide. Creo que intentarán algún otro camino…, abrir otro agujero en la verja si pueden. Cambio.

Voz: —Conténgalos, cabo. Son una diversión; tenemos el grueso del ataque aquí. Cambio.

Voz: —Maldita sea, teniente…

Silencio.

Moresby tomó de nuevo los cables de la antena para soltar la radio, pero una idea lo detuvo. Cambió a otra frecuencia militar, una de las seis del aparato, y pulsó el botón de emisión.

—Moresby, Inteligencia de las Fuerzas Aéreas, llamando a Chicago o al área de Chicago. Adelante, Chicago.

La frecuencia permaneció en silencio. Repitió el mensaje, aguardó impacientemente a que el segundero de su reloj diera una vuelta completa, y entonces efectuó un tercer intento. No hubo respuesta. Seleccionó otra frecuencia militar.

—Moresby, Inteligencia de las Fuerzas Aéreas, llamando a Chicago o al área de Chicago. Respondan, por favor.

La radio chasqueó con estática o el sonido de disparos de armas ligeras. Una apagada voz, amortiguada por la distancia o a causa de una débil fuente de energía:

—Aquí Nash. Aquí Nash, al oeste de Chicago. Sea prudente. Adelante, Moresby. Cambio.

Aumentó el volumen.

—Aquí el mayor William Moresby, de la Inteligencia de las Fuerzas Aéreas, en misión especial. Estoy intentando alcanzar Joliet o Chicago. Por favor, infórmeme de la situación. Cambio.

Voz: —Sargento Nash, señor, del Quinto Ejército, Compañía del Estado Mayor. Chicago negativo, repito, negativo. Evítelo, evítelo. No podrá llegar hasta allí, señor… El lago está caliente. Cambio.

Moresby: —¿Caliente? Por favor, informe. Cambio.

Voz: —Déme su número de serie, señor.

Moresby se lo dio, luego repitió la pregunta.

Voz: —Sí, señor. Los ramjets lanzaron un Harry sobre la ciudad. Estamos casi seguros de que lo hicieron, pero el maldito misil se quedó corto y cayó en el lago a la altura de Glencoe. No se puede ir a Chicago, señor. La ciudad ha sido incendiada, y el agua del lago lo ha rociado todo kilómetros y más kilómetros a lo largo de toda la orilla. Está caliente, señor. Estamos recogiendo a los heridos civiles que salen de la ciudad, pero no es mucho lo que podemos hacer por ellos. Cambio.

Moresby: —¿Han podido sacar a sus tropas? Cambio.

Voz: —Sí, señor. Las tropas han retrocedido y han establecido un nuevo perímetro. No puedo decir dónde. Cambio.

Una oleada de estática restalló en el pequeño altavoz.

Moresby deseaba desesperadamente obtener más información, pero se daba cuenta de que hacer preguntas directas implicaría revelar su ignorancia. La petición de su número de serie le había advertido de que la distante voz desconfiaba, y si hubiera respondido vacilando el contacto se habría interrumpido. Aquello sugería que aquellas longitudes de onda estaban abiertas al enemigo.

Moresby: —¿Está usted seguro de que esos demonios lanzaron un Harry? Cambio.

Voz: —Sí, señor, razonablemente seguro. La patrulla fronteriza descubrió una estación repetidora en Nuevo León, al oeste de Laredo. Creen haber descubierto otra en la Baja California, una gran estación capaz de lanzar una señal al otro lado del océano. La Marina ha localizado un complejo de lanzamiento en Tienpei. Cambio.

Moresby sintió un estallido de cólera.

Moresby: —¡Malditos sean! Podemos esperar más de ellas si la Marina no las silencia rápidamente. ¿Sabe usted cuál es la situación en Joliet? Cambio.

Voz: —Negativo, señor. No hemos tenido informes recientes del sur. ¿Cuál es la situación de usted? Sea cauteloso en su respuesta, señor. Cambio.

Moresby captó la advertencia.

Moresby: —Aproximadamente a doce kilómetros de Joliet. Estoy bien protegido por el momento. He oído fuego de mortero pero no he sido capaz de localizarlo. Creo que voy a probar la ciudad, sargento. Cambio.

Voz: —Señor, hemos fijado sus datos y creemos saber cuál es su localización. Está muy bien protegido ahí. Tiene usted una señal muy fuerte. Cambio.

Moresby: —Aquí tengo electricidad, pero tendré que utilizar baterías cuando abandone el refugio. Cambio.

Voz: —Correcto, señor. Si Joliet está cerrado para usted, el oficial de servicio le sugiere que dé un rodeo hacia el noroeste y venga hasta aquí. El cuartel general del Quinto Ejército ha sido restablecido al oeste de la Estación de Entrenamiento Naval, pero cruzará usted nuestras líneas mucho antes de ese punto. Busque a los centinelas. Vaya con cuidado, señor. Esté alerta con los ramjets que hay entre su posición y nosotros. Están fuertemente armados. Cambio.