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Y sin embargo Saltus se sentía insatisfecho. Algo llamaba su atención, algo que no encajaba. Miró la grabadora durante largo rato en un esfuerzo por situar qué era lo que estaba mal. Alguna cosa insignificante que no concordaba con lo demás. Saltus rebobinó la cinta hasta el principio y la hizo pasar de nuevo, escuchando una segunda vez. Dejó a un lado la botella de cumpleaños para prestar atención.

Cuando hubo terminado estuvo seguro de que algo no encajaba; algo en la grabación escapaba a su preocupada escucha.

Pasó la cinta por tercera vez. Se concentró en el aparato.

Por orden:

William efectuando su informe preliminar; dos voces, preocupadas por los bandidos y los morteros en el ángulo noroeste, más la lucha en la verja principal; William de nuevo, llamando a Chicago; el sargento Nash respondiendo, con un diálogo sobre la situación de Chicago y una invitación a unirse a ellos en el trasladado cuartel general. Una palabra de adiós y gracias de William, y el sonido de la radio al ser desconectada; un momento más tarde, la propia grabadora quedaba en silencio cuando William la desconectaba y abandonaba el refugio…

Ahí…, eso era.

La cinta quedaba silenciosa cuando la grabadora era apagada. No había sonidos posteriores de actividad en torno al banco, ningún mensaje final, nada que indicara que William hubiera tocado de nuevo el aparato. Había desconectado la radio y la grabadora por ese orden, y había abandonado la habitación. La cinta hubiera debido terminar ahí, detenerse ahí. No lo hacía.

Saltus miró su reloj, atento al segundero. Hizo pasar la cinta otra vez, desde el punto en que William la había cerrado hasta el punto en que él la había puesto de nuevo en funcionamiento y había dicho: «Final».

El tiempo transcurrido era un minuto y cuarenta y cuatro segundos. Alguien después de William había hecho eso. Alguna otra persona había abierto el refugio, saqueado el almacén, tomado ropas de invierno y escuchado el informe grabado. Alguien había dejado que el aparato recorriera un minuto y cuarenta y cuatro segundos más de cinta antes de desconectarlo y marcharse. El visitante podía haber vuelto otra vez, pero William no lo hizo nunca.

Arthur Saltus captó aquello como una advertencia. Cerró la puerta del corredor y conectó un interruptor manual para mantener encendidas las luces del refugio. Tomó de las estanterías una pistola automática de reglamento y se la colocó en la cintura.

Otro buen sorbo de la botella, e hizo retroceder la cinta hasta su «Final». —Saltus registrando su llegada. Ésa era mi voz diciendo «Final», y éste es mi cumpleaños, el veintitrés de noviembre del dos mil, cifra encantadoramente redonda. Tengo cincuenta años pero no parezco tener ni un día más de veinticinco…, gracias a una vida sana. Hola, Katrina. Hola, Chaney. Y hola también, señor Gilbert Seabrooke. ¿Está ese hombrecito entremetido de Washington husmeando por ahí?

»He llegado a las diez cincuenta y cinco o a las once y dos, más menos doce horas quizá, según el reloj que compruebe. Y digo más menos doce horas quizá porque no sé todavía si es de día o de noche; aún no he sacado la nariz fuera para ver el viento que hace. He perdido toda mi fe en los ingenieros y los protones de mercurio, pero será mejor que no intenten estropearme mi cumpleaños. Cuando salga por esa puerta deseo ver un brillante sol sobre el césped, un sol matutino. Deseo ver pájaros cantando y conejos correteando y todo eso.

»Katrina, la casa está horriblemente sucia aquí; ésta es una pobre nave. Polvo en los muebles, en los suelos, luces fundidas, cajas vacías por todas partes… Es una verdadera porquería. Ha habido extraños yendo arriba y abajo, metiendo mano en las ropas y comiéndose las provisiones. Imagino que alguien encontró la llave para entrar.

»Todo lo que oigan antes de mi "Final" es el informe de William. No volvió para terminarlo, y no fue hasta Chicago o algún otro lugar cerca de aquí, pueden estar seguros de ello. —Abandonó el tono intrascendente—. Está fuera.

Arthur Saltus empezó a enumerar detenidamente todo lo que había encontrado. Señaló los artículos que faltaban de las estanterías, el número de: cajas vacías apiladas en un montón junto a la pared, los contenedores de agua usados, las dos linternas que tan poco habían servido —William debía de haber probado la que había sobre el banco—, los restos esparcidos por el suelo, las insignias, y la peculiaridad de que la cinta hubiese recorrido más de lo grabado por Moresby. Invitó a sus oyentes a efectuar la misma comprobación que había hecho él y ofrecer luego una mejor explicación si se veían capaces de ello.

—Y cuando venga usted aquí, civil —dijo—, haga una doble comprobación del almacén; cuente de nuevo lo que hay vacío para ver si nuestro visitante ha regresado. Y… ármese bien, amigo. Será mejor que, si tiene que disparar, dispare directamente a matar. Recuerde algo de lo que le hemos enseñado.

Saltus desconectó el aparato para evitar que la cinta registrara el nuevo sorbo que dio a la botella —por poco identificable que pudiera ser— y luego lo conectó de nuevo.

—Voy a ir arriba a buscar a William. Voy a intentar seguir sus pasos. Sólo el Señor sabe lo que voy a encontrar después de dieciséis meses, pero voy a intentarlo. Probablemente hizo una de estas dos cosas: o fue a Joliet para intentar descubrir todo lo que pudiera acerca del asunto de Chicago, o se metió en la contienda si tuvo ocasión para ello.

»Si la lucha se estaba produciendo aquí, en la estación, supongo que echó a correr hacia el ángulo noroeste para ayudar al cabo; tenía que meterse en la pelea. —Una corta pausa—. Voy a ir arriba para echarle un vistazo a ese ángulo noroeste, pero si no encuentro nada seguiré hasta Joliet. Ahora estoy en el mismo barco que el viejo William; yo también quiero saber qué le pasó a Chicago. —Miró solemnemente el espacio vacío en su botella y añadió—: Katrina, eso seguramente va a enviar al infierno toda su investigación. Todos estos estudios para nada.

Saltus dejó de hablar pero dejó que la cinta siguiera pasando.

Tomó una radio y conectó la antena exterior. Tras un tiempo de probar todas las frecuencias, regresó junto a la grabadora.

—Radio negativa. Nada absolutamente en las frecuencias oficiales. —Otro barrido de las frecuencias—. Es realmente extraño, ¿no? Nadie poniendo en antena los diez éxitos del año.

Saltus cambió a las longitudes de onda comerciales y las comprobó cuidadosamente.

—Las bandas de cuarenta y ocho metros dan también resultado negativo. Todo el mundo mantiene la boca cerrada. ¿De qué suponen que pueden tener miedo?

Regresó a una frecuencia militar y aumentó el volumen al máximo, sin oír nada excepto un rumor de fondo. La ausencia de comunicaciones lo irritaba.

Pulsó el botón de emisión.

—Campo de entrenamiento de la Marina, adelante. Adelante, campo de entrenamiento, ustedes me conocen…; fui caddie del almirante en Shoreacres. Saltus llamando al campo de entrenamiento de la Marina. Cambio.

Lo repitió dos o tres veces en diferentes frecuencias.

La radio chasqueó en medio de la estática con una orden repentina:

—¡Salga del aire, idiota! ¡Van a localizarlo!

Luego silencio.

Saltus se quedó tan sorprendido que desconectó la radio.

A la grabadora:

—Chaney, ¿ha oído eso? ¡Hay alguien ahí fuera! No pueden hacer mucho…, la energía es débil o están lejos, pero hay alguien ahí fuera. Tremendamente asustado también. Los ramjets deben de estar pisándoles los talones. —Se detuvo a considerar aquello—. Katrina, intente averiguar lo que es un ramjet. Nuestros amigos chinos no pueden estar ahí; no tienen los transportes necesarios, y no podrían atravesar el Pacífico, lleno de minas como está, aunque los tuvieran. Y mantenga eso guardado debajo de su sombrero, civil; es alto secreto.