Miles alzó las cejas.
— ¿Qué quiere tía Vorpatril que haga por ella ahora?
— Bien, desde que lord Vorpatril murió, ella ha estado tratando de que ocupe el lugar dl padre con respecto al idiota de Ivan; lo cual está bien, hasta cierto punto. Pero hace un rato me atrapó, cuando no podía encontrar a Aral; parece que quiere que Aral lleve al muchacho a un rincón y le dé una reprimenda por, eh…, rondar a las muchachas de la servidumbre, lo cual debe resultar completamente violento para ambos. Nunca entendí por qué esta gente no corta el cordón de sus chicos y los deja que descubran su propia condenación, como las personas sensatas. También podrían, por ejemplo, tratar de detener una tormenta de arena con un pañuelo… — Sealejó hacia la biblioteca, murmurando en voz baja su epíteto favorito —. ¡Barrayanos!
Fuera había caído una húmeda oscuridad, convirtiendo las ventanas en opacos espejos del tenue y amanerado jaleo de la Casa Vorkosigan. Miles miró al pasar su propia imagen: cabello oscuro, ojos grises, rostro pálido, facciones demasiado marcadas para satisfacer la estética. Y encima, un idiota.
La hora le recordó la cena, cancelada probablemente a causa de los hechos. Resolvió hacer acopio de canapés, los suficientes para soportar un estratégico retiro en su cuarto durante el resto de la velada. Se asomó por un arco del vestíbulo para asegurarse de que ninguno de los temidos miembros del equipo geriátrico anduviera por allí. El salón parecía contener sólo a gente de mediana edad, a quienes no conocía. Se acercó a una mesa y comenzó a atiborrar con comida una servilleta de fina tela.
— Evita esas cosas púrpuras — advirtió en su oído una voz afable, familiar —, creo que son una especie de algas marinas. ¿Tu madre tiene otra vez un ataque nutritivo?
Miles miró la franca, molestamente hermosa cara de su primo segundo, Ivan Vorpatril. Ivan también tenía una servilleta atiborrada. Su mirada parecía ligeramente alerta. Un bulto peculiar interrumpía las suaves líneas de la chaqueta de su nuevo y reluciente uniforme de cadete.
Miles hizo un gesto indicando el bulto y dijo en tono de asombro:
— ¿Ya te dejan llevar un arma?
— ¡Diablos, no! — Ivan abrió un poco la chaqueta, tras una mirada conspiradora a su alrededor; probablemente, por temor a lady Vorpatril —. Es una botella del vino de tu padre. La obtuve de uno de los sirvientes, antes de que la vaciara en una de esas jarras. Dime, ¿hay alguna posibilidad de que me sirvas de guía nativo hasta algún rincón apartado de este mausoleo? Los guardias de servicio no te dejan vagar solo por ahí arriba. El vino es bueno, la comida es buena, salvo esas cosas púrpuras, pero, ¡Dios mío!, la compañía de esta fiesta…
Miles asintió, de acuerdo en principio, aun cuando estaba tentado de incluir al mismo Ivan en la categoría de «¡Dios mío, qué compañía!».
Está bien — contestó —, tú busca otra botella de vino — eso bastaría para anestesiarle y volverle tolerante — y dejaré que te ocultes en mi cuarto. Ahí es donde iba a ir, de todas maneras. Te veo junto al ascensor.
Miles estiró sus piernas sobre la cama con un suspiro mientras Ivan preparaba el picnic y abría la primera botella de vino. Ivan vació un generoso tercio de la botella en cada uno de los dos vasos del baño y le alcanzó uno a su lisiado primo.
— Vi al viejo Bothari cargándote el otro día. — Ivan señaló con un gesto las piernas de Miles y tomó un refrescante trago. El abuelo hubiera tenido un ataque al ver esa cosecha tratada tan desdeñosamente, pensó Miles. Él dio un sorbo más respetuoso, a manera de libación en honor al espectro del viejo, aun cuando la mordaz afirmación del abuelo el martes anterior, al respecto de que Miles no podría distinguir una buena cosecha del agua de lavar, no estaba lejos de la verdad —. Una desgracia, aunque realmente eres el afortunado — prosiguió Ivan en tono alegre.
— ¿Eh? — masculló Miles, hincando los dientes en un canapé.
— ¡Diablos, sí! El adiestramiento empieza mañana, ¿sabes?
— Eso he oído.
— Tengo que presentarme en mi dormitorio a medianoche, a más tardar. Pensé que iba a pasar mi última noche de libertad festejándolo, pero me quedé aquí, en cambio. Mi madre, ya sabes. Pero mañana prestamos juramento preliminar al emperador y ¡por Dios si le voy a dejar que me trate como a un niño después de eso! — Hizo una pausa para engullir un pequeño bocadillo relleno —. Piensa en mí, mientras tú estás aquí todo arropado…
— Lo haré. — Miles dio otro sorbo, y otro.
— Sólo dos períodos de permiso en tres años — divagaba Ivan entre mordiscos —, bien podría ser un maldito prisionero. No asombra que lo llamen servicio. La servidumbre es muy parecida a esto. — Otro trago, para bajar un pastel relleno de carne —. Pero tu tiempo es todo tuyo, tú puedes hacer lo que quieras con él…
— Cada minuto — dijo Miles lentamente. Ni el emperador ni nadie requería su servicio. No podía venderlo… no podía regalarlo…
Ivan, afortunadamente, se calló unos minutos, reponiendo combustible. Después de un rato, dijo vacilante:
— No hay posibilidades de que tu padre venga aquí, ¿no?
Miles alzó la barbilla.
— ¿Qué? No tendrás miedo de él, ¿no?
Ivan refunfuñó.
— El hombre maneja a voluntad todo el Estado Mayor, por el amor de Dios. Yo sólo soy el recluta más novato del emperador. ¿No te aterra a ti?
Miles consideró seriamente la pregunta.
— No exactamente, no. No en los términos a los que te refieres.
Ivan hizo girar los ojos incrédulo.
— Realmente — agregó Miles, pensando en la recietne escena de la biblioteca —, si estás tratando de esquivarle, éste no podría ser el mejor sitio esta noche.
— ¿Eh? — Ivan jugueteó con el vino del fondo de su vaso —. Siempre tuve la sensación de que no le agrado — añadió hoscamente.
— Oh, no le importas — dijo Miles con algo de compasión —. Al menos, no apareces en absoluto en su horizonte. Aunque creo que fue a los catorce años cuando descubrí que Ivan no era tu segundo nombre. — Miles se interrumpió. Ese idiota-de-Ivan iba a empezar mañana una vida al servicio del Imperio. El afortunado-Miles, no. Tomó otro trago de vino y suspiró por poder dormir. Terminaron los canapés e Ivan vació la primera botella y abrió la segunda.
Hubo un autoritario golpeteo doble en la puerta. Ivan pegó un salto.
— ¡Oh, diablos!, no es él, ¿no?
— Se requiere que un oficial inferior se cuadre y salude cuando entra un oficial superior, no que se esconda debajo de la cama — dijo Miles.
— ¡No estaba pensando en esconderme debajo de la cama! — contestó Ivan, aguijoneado —. Sólo en el cuarto de baño.
— No jodas. Te garantizo que habrá tanto fuego para cubrirte que podrás retirarte totalmente inadvertido. — Miles alzó la voz —. ¡Entra!
En efecto, era el conde Vorkosigan. Clavó en su hijo una mirada fría y gris como un glaciar en un día sin sol, y comenzó sin preámbulos.
— Miles, qué hiciste para hacer llorar a esa jov… — Se interrumpió al advertir a Ivan, parado en posición de firme como un muñeco relleno. La voz del conde Vorkosigan volvió — Se interrumpió al advertir a Ivan, parado en posición de firme como un muñeco relleno. La voz del conde Vorkosigan volvió a su tono de gruñido más normal —. Oh, demonios, esperaba evitar tropezarme contigo esta noche. Imaginé que estarías emborrachándote a salvo con mi vino en algún rincón…