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Ivan saludó nerviosamente.

— Señor. Tío Aral. Eh… Mi, ¿mi madre habló con usted, señor?

— Si — respondió suspirando el conde Vorkosigan.

Ivan empalideció Miles notó que Ivan no advertía la diversión encubierta en los ojos de su padre; pasó pensativamente un dedo por el borde de la botella vacía.

— Ivan estuvo consolándome por mis heridas, señor.

Ivan asintió con la cabeza.

— Ya veo — respondió fríamente el conde Vorkosigan, y Miles sintió que realmente lo había hecho. La frialdad desapareció de golpe. El conde volvió a suspirar y se dirigió a Ivan en un tono de amable y retórica queja —. Llevo cincuenta anos de servicio militar y político y ¿qué soy?: un duro, utilizado para asustar muchachos y hacer que se porten bien… como Baba Yaga, que sólo se come a los niños malos. — Abrió los brazos y agregó sarcásticamente —: iBuh!, considérate castigado y vete. Anda, muchacho.

— Sí, señor. — Ivan saludó otra vez, con aspecto decididamente aliviado.

— Y deja de saludarme — dijo más cortante el conde Vorkosigan —, todavía no eres un oficial. — Pareció notar por primera vez el uniforme de Ivan —. De hecho…

— Sí, señor. No, señor. — Ivan comenzó a saludar nuevamente, se detuvo, pareció confundirse y se marchó. Los labios del conde se retorcieron.

Y yo que nunca pensé que le estaría agradecido a mi primo, pensó Miles.

— ¿Estaba diciendo, señor? — sugirió.

Le llevó un instante al conde Vorkosigan retomar el hilo, tras la diversión provista por este joven pariente. Recomenzó, más tranquilo.

— ¿Por qué estaba llorando Elena, hijo? No estarías acosándola, ¿no?

— No, señor. Sé que pudo parecerlo, pero no fue eso. Le daré mi palabra, si quiere.

— No es necesario. — El conde Vorkosigan acercó una silla —. Confío en que estarías emulando a ese idiota-de-Ivan. Pero… la filosofía sexual de tu madre tiene su sitio allá, en la Colonia Beta. Quizá también aquí, algún día; aunque me gustaría enfatizar que Elena Bothari no es un caso adecuado para experimentar.

— ¿Por qué no! — dijo Miles de repente. El conde Vorkosigan alzó las cejas —. Quiero decir — explicó rápidamente Miles —, ¿por qué debe estar tan… tan confinada? Está demasiado controlada. Ella podría ser cualquier cosa. Es inteligente y es… bonita, y podría partirme por la mitad, ¿por qué no puede tener una educación mejor, por ejemplo! El sargento no planea para ella ninguna educación superior, todo lo que ha ahorrado es para la dote. Y jamás la deja ir a ninguna parte. Debería salir de viaje más a menudo, demonios, lo apreciaría mil veces más que cualquier otra joven que yo conozca. — Se detuvo, casi sin aliento.

El conde Vorkosigan frunció los labios y pasó su mano pensativamente por el respaldo de la silla.

— Todo esto es muy cierto, pero Elena… significa para el sargento enormemente más de lo que tienes conciencia. Ella es un símbolo para él, un símbolo de todo lo que imagina… No sé muy bien cómo expresarlo. Es una importante fuente de orden en su vida. Y yo le debo el proteger ese orden.

— Sí, sí, justo y apropiado, lo sé — dijo Miles impacientemente —. ¡Pero no puedes deberle todo a él y nada a ella!

El conde Vorkosigan pareció confundido y recomenzó.

— Le debo mi vida a él, Miles. Y la de tu madre. En un sentido muy real, todo lo que he sido y lo que he hecho por Barrayar en los últimos dieciocho años se lo debo a él. Y le debo tu vida; por lo menos dos veces desde entonces y, por lo tanto, mi cordura… lo que quede de ella, como diría tu madre. Si él elige cobrar esa deuda, no hay fondos para pagarla. — Se mordió los labios introspectivamente —. Además, y de todos modos no será perjudicial remarcar esto, preferiría mucho evitar todo tipo de escándalo en mi familia en este momento. Mis adversarios están siempre buscando algo, una palanca para moverme. Ruego que no te conviertas tú mismo en una.

¿Pero qué diablos está pasando en el gobierno esta semana?, volvió a preguntarse Miles. Nada que alguien vaya a decirme. Lord Miles Naismith Vorkosigan. Ocupación: arriesgar la seguridad. Aficiones: caerse de las paredes, desilusionar gravemente a los ancianos, hacer llorar a las muchachas… Esperaba arreglar las cosas con Elena, al menos. Pero la única cosa que podía imaginarse capaz de aliviar los terrores que Elena concebía, sería encontrar realmente esa maldita tumba y, hasta donde podía figurarse, la misma tenia que estar en Escobar, mezclada entre los seis o siete mil muertos de guerra que allí quedaron mucho tiempo atrás.

Entre el abrir la boca y el hablar, el plan le poseyó. El resultado fue que olvidó lo que iba a decir y se quedó con la boca abierta un instante. El conde Vorkosigan levantó las cejas inquiriendo cortésmente. En su lugar, lo que Miles finalmente dijo fue:

— ¿Alguien ha oído algo de la abuela Naismith últimamente?

Los ojos del conde Vorkosigan se entornaron.

— Es curioso que la menciones. Tu madre ha estado hablando de ella con frecuencia en los últimos días.

— Tiene sentido, en estas circunstancias. Aunque la abuela es un espécimen tan saludable; todos los betanos esperan vivir hasta los 120, supongo. Creen que es uno de sus derechos civiles.

La abuela betana de Miles, a siete saltos por agujeros de gusano en el espacio y tres semanas adicionales de viaje por la ruta más directa, vía Escobar. Una línea espacial de pasajeros, convenientemente escogida, bien podría incluir una parada en Escobar. Tiempo para un poco de turismo, tiempo para un poco de investigación. Podría hacerse con la suficiente sutileza, incluso con Bothari colgado de su hombro. ¿Qué podría ser más natural, para un muchacho interesado en la historia militar, que hacer un peregrinaje a los cementerios de los soldados del emperador, tal vez haciendo una ofrenda inclusive?

— Señor — comenzó a decir —, ¿cree usted que yo podría…

Y, al mismo tiempo, el conde Vorkosigan comenzó a decir:

— Hijo, ¿te gustaría ir en representación de tu madre…?

— Perdón, señor, ¿decía usted…?

— Estaba por decir — continuó el conde — que éste podría ser un momento muy oportuno para que visites a tu abuela Naismith otra vez. Ya hace casi dos años que no vas a la Colonia Beta, ¿no? Y, si bien los betanos esperan vivir hasta los 120… bueno, uno nunca sabe.

Miles se destrabó la lengua y trató de no tambalear.

— ¡Qué gran idea! Eh…, ¿podría llevar a Elena?

Otra vez las cejas.

— ¿Qué?

Miles pegó un salto y se puso a caminar por el cuarto de aquí para allá, incapaz de mantener en silencio sus desbordantes planes. ¿Obsequiarle a Elena un viaje fuera del planeta? Por Dios, quedaría como un héroe ante sus ojos, uno de dos metros de alto, como Vorthalia el Audaz.

— Sí, seguro, ¿por qué no? Bothari vendrá conmigo de todas formas. ¿Quién podría ser un acompañante más justo y apropiado para ella que su propio padre? ¿Quién podría presentar objeción alguna?

— Bothari — dijo el conde Vorkosigan gruñendo —. No puedo imaginármelo entusiasmado ante la idea de exponer a Elena a la Colonia Beta. Después de todo, él ya conoce el lugar. Y, viniendo de ti, justo en este momento, no estoy del todo seguro que lo tome como una invitación adecuada.

— Hm. — Pasos, media vuelta, pasos. ¡Idea! — Entonces no la invitaré.

— Ah. — El conde Vorkosigan se tranquilizó —. Es prudente, estoy seguro…

— Haré que madre la invite. ¡Veamos cómo se opone a eso!

El conde soltó una risa de asombro.

— ¡Astuto muchacho! — Su tono era de aprobación.

El corazón de Miles se animó.

— Este viaje fue idea de ella realmente, ¿no, señor? — preguntó Miles.