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— ¿Ah, sí? — replicó vagamente.

Por el momento, Miles estaba distraído con la pistola de agujas.

— ¿Cómo pasó eso por la aduana de Beta? — preguntó con tono de genuina admiración —. Yo nunca he podido pasar más que un tirachinas.

Mayhew miró el arma en su mano como si ahora la descubriera, como una verruga inadvertida.

— La compré hace tiempo en Jackson´s. Jamás traté de sacarle de la nave. Supongo que me la hubieran quitado de haberlo intentado. Le quitan a uno todo ahí abajo.

Miles se acomodó, cruzando las piernas en el aire, en lo que esperaba fuera una suerte de simpática y no amenazante postura para escuchar.

— ¿Cómo se metió en este aprieto? — preguntó, haciendo con la cabeza un gesto que incluía la nave, la situación y el regazo de Mayhew, lleno de objetos.

Mayhew se encogió de hombros.

— Suerte podrida. Siempre tuve una suerte podrida. Ese accidente con la RG 88… Fue la humedad de esos tubos rotos que mojó los sacos, que se hincharon y rajaron el tabique y desataron todo el asunto. El perito en cargas del puerto ni siquiera echó una mirada. ¡Maldita sea, lo que yo llevara o no llevara para beber no hubiera hecho la más mínima diferencia!

Aspiró por la nariz y se pasó la manga por la cara enrojecida; parecía alarmantemente a punto de llorar. Era algo muy perturbador de ver en un hombre que andaba, estimó Miles, por los cuarenta años. En vez de eso, Mayhew tomó un gran trago de su botella y, luego, con un resto de cortesía, se la ofreció a Miles.

Miles sonrió amablemente y la aceptó. ¿Debería aprovechar esa oportunidad para vaciarla, a fin de que Mayhew no siguiera emborrachándose? En gravedad cero, había inconvenientes para tal idea. Tendría que vaciarla en algun otro lado, si no quería pasarse toda la entrevista esquivando burbujas voladoras o lo que quiera que fuese. Era difícil hacerlo parecer un accidente. Mientras meditaba, probó el contenido, en interés de la investigación científica.

Apenas pudo evitar arrojarlo en caída libre, pulverizado. Espeso, con aroma a hierbas, dulce como jarabe — casi vomitó por la dulzura — y tal vez un 60 % etanol puro. ¿Pero qué era el resto? Le quemó el esófago, haciéndolo parecer como una representación animada del sistema digestivo, con todas sus partes destacadas en colores luminosos. Respetuosamente, secó el borde con la manga y devolvió la botella a su dueño, quien la apretó otra vez bajo su brazo.

— Gracias — jadeó Miles. Mayhew contestó con una inclinación —. Entonces, ¿cómo…? — aspiró y aclaró la voz hasta un tono más normal —. ¿Qué planea hacer a continuación? ¿Cuáles son sus exigencias?

— ¿Exigencias? — dijo Mayhew —. ¿A continuación? Yo no… Es sólo que no voy a dejar que ese caníbal de Calhoun asesine mi nave. No hay… no hay ningún texto. — Meció la caja detonante en su regazo, una madonna desdichada —. ¿Alguna vez fue rojo?, — preguntó de golpe.

Miles tuvo una confusa visión de antiguos partidos políticos terráqueos.

— No, soy un Vor — respondió, no muy seguro de que fuera la contestación adecuada. Pero no pareció importar, Mayhew hablaba consigo mismo.

— Rojo. El color rojo. Pura luz fui yo una vez, en un viaje a un pequeño agujero de un sitio llamado Hespari II. No hay en la vida experiencia como un viaje. Si uno nunca ha llevado las luces en su cerebro, colores a los que nadie jamás puso nombre , no hay palabras para describirlo. Mejor que los sueños o las pesadillas… mejor que una mujer… mejor que la comida o la bebida, o que dormir o respirar… ¡y nos pagan por ello! Pobres tontos engañados, con nada bajo sus cráneos, salvo protoplasma… — Miró confuso a Miles —. Oh, perdón. Nada personal, usted no es piloto. Nunca más llevé un cargamento a Hespari —. Enfocó un poco más nítidamente a Miles —. Diga, usted es un desastre, ¿no?

— No tanto como usted — replicó Miles abiertamente irritado.

— Mmm — asintió el piloto. Le pasó otra vez la botella.

Curioso mejunje, pensó Miles. Lo que fuera que contuviese, parecía estar contrarrestando el efecto habitual que el alcohol le producía: hacerle dormir. Se sentía acalorado y con energía, como si ésta fluyera hasta sus manos y pies. Probablemente era así como Mayhew se había mantenido despierto tres días en esta lata desierta.

— Así, pues — continuó desdeñosamente Miles —, no tienes un plan de lucha. No has pedido un millón de dólares betanos en billetes pequeños, ni has amenazado con estrellar la nave contra el puerto de transbordadores, ni has tomado rehenes, ni… ni nada constructivo en absoluto. Sólo te sientas aquí, matando el tiempo y tu botella, y desperdiciando tus oportunidades, por falta de un poco de resolución o imaginación o alguna otra cosa.

Mayhew parpadeó ante este inesperado punto de vista.

— Por Dios, por una vez Van ha dicho la verdad, no eres del Consejo de Salud Mental… Podría tomarte de rehén — dijo con placidez, apuntando la pistola hacia Miles.

— No, no hagas eso — se apresuró Miles —. No puedo explicarte, pero… reaccionarían con todo allá abajo. Es una mala idea.

— Oh. — La pistola dejó de apuntar a Miles —. Pero, de todas maneras, ¿no ves que no pueden darme lo que quiero? — Palmeó su receptor de cabeza, tratando de explicar —. Quiero hacer saltos. Y no puedo, ya no puedo.

— Solamente en esta nave, deduzco.

— Esta nave va para la chatarra — su desesperanza era completa, inesperadamente racional —, tan pronto como yo ya no pueda mantenerme despierto.

— Ésa es una actitud inútil — dijo críticamente Miles —. Aplica un poco de lógica al problema, por lo menos. Quiero decir esto: tú quieres ser piloto de saltos, sólo puedes serlo de saltos para una nave RG y ésta es la última nave RG; ergo, lo que necesitas es esta nave. Así que adquiérela. Sé un piloto-propietario. Haz tus propias cargas. Simple, ¿ves? ¿Me das un poco más de ese mejunje, por favor? — Miles comprobó que uno se acostumbraba muy rápido al gusto horrible.

Mayhew sacudió la cabeza, aferrando sus desesperanza y su caja como un niño abraza un juguete familiar y consolador.

— Lo intenté, lo he intentado todo. Pensé que obtendría un préstamo. Fracasó y, de todas maneras, Calhoun ofreció más que yo.

— Oh. — Miles le devolvió la botella, sintiéndose mareado. Miró al piloto, respecto del cual él flotaba ahora en ángulos rectos —. Bueno, todo loque sé es que uno no puede rendirse. La rran…, la rendición mancha el honor de los Vor. — Comenzó a canturrear un trozo de una balada infantil que recordaba a medias: El sitio de Silver Moon: Había un Vor en ella, y una hermosa mujer hechicera que montaba un mágico mortero volador; machacaban en él los huesos de los enemigos al final —. Dame otro trago, quiero pensar. «Si juramento quisieras prestar ante mí, tu legítimo dueño seré para ti…»

— ¿Eh?

Miles se dio cuenta de que había cantado en voz audible, a pesar de lo baja.

— Nada, perdón. — Flotó en silencio unos minutos más —. Ése es el problema con el sistema betano — dijo tras un momento —, nadie asume responsabilidad personal por nadie. Todo son entidades corporativas ficticias y sin rostro… un gobierno de fantasmas. Lo que necesitas es un señor, un dueño legítimo que espada en mano destroce todas las ataduras oficiales. Como Vorthalia el Audaz y el Matorral de Espinos.