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— Lo que necesito es un trago — dijo hoscamente Mayhew.

— ¿Hm? Oh, discúlpame. — Miles le devolvió la botella. En el fondo de su mente estaba formándose una idea, como una nebulosa que empezaba a condersarse. Un poco más de masa y comenzaría a incandescer, una protoestrella… —. ¡Lo tengo! — gritó, enderezándose de golpe y dando accidentalmente una voltereta involuntaria.

Mayhew se reclinó, casi disparando la pistola contra el suelo. Miró indeciso el lico bajo su brazo.

— No, lo tengo yo — corrigió.

Miles se recompuso de la voltereta.

— Mejor hagamos esto desde aquí. Primer principio de la estrategia, nunca conceder una ventaja. ¿Puedo usar la consola de comunicación?

— ¿Para qué?

— Yo — dijo Miles con grandilocuencia — voy a comprar esta nave. Y luego te emplearé a ti para pilotarla.

Mayhew le miró perplejo, desviando la vista de Miles a la botella, alternativamente.

— ¿Tienes tanto dinero?

— Mmm…, bueno, tengo bienes…

Tras unos minutos de operar en la consola, la cara de Calhoun apareció en la pantalla. Miles le transmitió sucintamente su proposición. La expresión de Clahoun pasó de la incredulidad al ultraje.

— ¿Llama a eso un arreglo? — gritó —. ¡A precio de coste! — y añadió —: ¡Yo no soy un maldito agente de bienes raíces!

— Señor Calhoun — dijo con suavidad Miles —, me permito señalarle que la elección no es entre mi pagaré y esta nave, la elección es entre mi pagaré y una lluvia de escombros ardientes.

— Si descubro que está usted confabulando con ese…

— Jamás le había visto hasta hoy — se descargó Miles.

— ¿Qué inconveniente hay con ese terrano? — preguntó suspicazmente Calhoun —, aparte de estar en Barrayar, quiero decir.

— Es tierra parecida a una hacienda fértil — respondió Miles, no muy directamente —. Arbolado, cien centímetros de lluvia al año — eso tenía que atraer a un betano —, a escasos trescientos kilómetros de la capital — en la dirección del viento, afortunadamente para la capital — y me pertenece absolutamente. Acabo de heredarla recientemente de mi abuelo. Vaya y compruébelo con la Embajada de Barrayar. Constate las cartas climáticas.

— Esa lluvia… no cae toda en el mismo día o algo así, ¿no?

— Por supuesto que no — replicó Miles, irguiéndose indignadamente. No era fácil con gravedad cero —. Es tierra ancestral, ha pertenecido a mi familia durante diez generaciones. Puede estar seguro de que haré cuanto sea necesario para cubrir ese pagaré antes de permitir que mi tierra se me escape de las manos…

Calhoun se frotó la barbilla.

— El coste más el veinticinco por ciento.

— Diez por ciento.

— Veinte.

— Diez, o le dejo que trate directamente con el oficial Mayhew.

— Está bien — gruñó Calhoun —, el diez por ciento.

— ¡Hecho!

No era tan sencillo, por supuesto. Pero, gracias a la eficiencia de la red betana de información planetaria, una transacción, que en Barrayar hubiera llevado días, pudo cerrarse en menos de una hora desde la cabina de control de Mayhew. Astutamente, Miles se negó a abandonar la ventaja táctica, útil para negociar, que les daba la posesión de la caja explosiva. Mayhew, tras su asombro inicial, se quedó en silencio, rehusando salir.

— Mira, chico — dijo de pronto, en medio de la complicada transacción —, aprecio lo que estás tratando de hacer, pero… es demasiado tarde. Comprende, cuando baje no van a estar riéndose precisamente. Seguridad va a estar esperando ahí con una patrulla del Consejo de Salud Mental detrás. Me echarán una red de inmediato… En uno o dos meses, me verás pasear sonriendo; uno siempre está sonriendo después que el C.S.M. hace su trabajo… — Sacudió la cabeza con un gesto de desesperanza —. Es demasiado tarde.

— Nunca es demasiado tarde mientras uno respira — sentenció Miles. Hizo el equivalente en gravedad cero de caminar por el cuarto, empujándose desde una pared, girando en el aire y empujándose desde la pared opuesta una docena de veces, pensando —. Tengo una idea — dijo al fin —. Apuesto a que nos dará tiempo, al menos tiempo suficiente, para encontrar algo mejor… El problema es que, como no eres barrayano, no vas a entender lo que haces, y es un asunto serio.

Mayhew le miró completamente desconcertado.

— ¿Eh?

— Es así. — Un porrazo, un giro, enderezarse, otro porrazo —. Si estuvieras dispuesto a jurarme fidelidad como vasallo, en calidad de simple hombre de armas, tomándome por tu señor, que es la más seria de nuestras fórmulas de juramento, yo podría quizás incluirte bajo mi inmunidad diplomática Clase III. Sé que lo haría si fueras un súbdito barrayano. Por supuesto, eres ciudadano de Beta. Pero, en todo caso, estoy bastante seguro de que podríamos armar un lío de abogados y ganar varios días mientras se resuelve qué leyes tienen procedencia. Legalmente, yo estaría obligado a darte cama, comida, ropa, armamento, y supongo que esta nave podría considerarse como tu armamento, protección, en caso de desafío de algún otro vasallo de otro señor, lo que difícilmente tendrá aplicacion aquí en Colonia Beta, y… oh, hay algo con respecto a tu familia. De paso, ¿tienes familia?

Mayhew sacudió negativamente la cabeza.

— Eso simplifica las cosas. — Porrazo, giro, vuelta, enderezamiento, porrazo —. Mientras tanto, ni Seguridad ni el C.S.M. podrían tocarte, pues serías legalmente una parte de mi cuerpo.

Mayhew parpadeó.

— Eso suena retorcido como el demonio. ¿Dónde firmo? ¿Cómo lo registras?

— Todo lo que tienes que hacer es arrodillarte, poner tus manos entre las mías y repetir unas dos frases. Ni siquiera se necesitan testigos, aunque la costumbre es que haya dos.

Mayhew encogió los hombros.

— Está bien. Seguro, chico.

Porrazo, giro, vuelta, enderezamiento, porrazo.

— Está-bien-seguro-chico. Sabía que no lo comprenderías. Lo que he descrito es sólo una minúscula parte de mi mitad del convenio, tus privilegios. El vínculo incluye también tus obligaciones y un montón de derechos que tengo sobre ti. Por ejemplo, sólo por ejemplo, si rehusaras cumplir una orden mía en el fragor de la batalla, yo tendría el derecho de cortarte la cabeza, ahí mismo.

Mayhew abrió la boca.

— ¿Te das cuenta — dijo después — de que el Consejo de Salud Mental también va a echarte una red a ti…?

Miles sonrió sarcásticamente.

— no pueden, porque si lo intentaran, yo podría pegarle un grito a mi señor para que me proteja. Y lo conseguiría, además. Es muy quisquilloso en lo referente a quién le hace qué a sus súbditos. Ah, ésa es otra, si te conviertes en mi vasallo, automáticamente te pones en relación con mi señor; es algo complicado.

— Y con el de él y el de ése y el otro, supongo. Conozco todo sobre las cadenas de mandos — dijo Mayhew.

— Bueno, no, sólo llega hasta mi señor. Yo presté juramento directamente a Gregor Vorbarra, como vasallo secundus. — Miles se dio cuenta de que lo mismo podría haber dicho cualquier otra cosa, por lo que habían significado sus palabras para Mayhew.

— ¿Quién es ese Greg? — preguntó el piloto.

— El emperador de Barrayar — agregó Miles, para asegurarse de que lo entendiera.

— Oh.

Típicamente betano, pensó Miles. No estudian la historia de nadie excepto la propia y la de la Tierra.

— De todas maneras, piénsalo; no es algo en lo que deberías precipitarte.

Cuando la última impresión de voz quedó registrada, Mayhew desconectó cuidadosamente la caja; Miles contuvo el aliento y el oficial piloto senior volvió para llevarlos de vuelta a la base.