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El piloto senior se dirigió a él ahora con un tono más respetuoso.

— No tenía ni idea de que perteneciera a una familia tan rica, lord Vorkosigan. Fue una solución al problema que, por cierto, no había previsto, aunque seguramente una nave no es más que una bagatela para para un noble de Barrayar.

— No del todo — contestó Miles —. Voy a tener que hacer algunos chanchullos para cubrir ese pagaré. Mi familia fue muy adinerada, debo admitirlo, pero eso fue en la Época del Aislamiento. Entre los trastornos económicos al final de ese período y la Primera Guerra Cetagandana, quedamos bastante aniquilados, en términos económicos. — Sonrió un poco —. Ustedes los galácticos nos tuvieron de acá para allá. Mi tatarabuelo, por el lado Vorkosigan, cuando los primeros mercaderes galácticos dieron con nosotros, pensó que iba a hacer un gran negocio con las joyas, ya sabe, diamantes, rubíes, esmeraldas, que los galácticos parecían estar vendiendo tan baratas. Invirtió todos sus bienes y valores líquidos y la mitad de sus bienes muebles en ellas. Bueno, por supuesto, eran sintéticas, mejor que las naturales y baratas como el lodo, o la arena; y los fondos pronto se agotaron, y él con ellos. Me contaron que mi tatarabuela jamás le perdonó.

Hizo un vago ademán a Mayhew, quien le pasó la botella con un gesto condicionado. Miles se la ofreció añ piloto, el cual la rechazó con aire de disgusto. Miles se encogió de hombros y tomó un largo trago. Sorprendentemente, un mejunje agradable. Su sistema circulatorio, al igual que el digestivo, parecía ahora estar reluciendo con tintes del arco iris. Sintió que podría estar días sin dormir.

— Desgraciadamente, la mayor parte del terreno que vendió estaba en Vorkosigan Surleau, que es bastante seco, aunque no para los cánones betanos, por supuesto, y el que conservó estaba en Vorkosigan Vashnoi, que era mejor.

— ¿Qué tiene eso de desafortunado? — preguntó Mayhew.

— Bueno, porque era el asiento principal del gobierno de los Vorkosigan, y porque éramos dueños más o menos de cada vara y de cada piedra que había allí (era un centro comercial muy importante) y como los Vorkosigan fueron… prominentes en la Resistencia, los cetagandanos tomaron la ciudad. Es una larga historia, pero, finalmente, destruyeron el lugar. Ahora, es un gran agujero en la tierra. Se puede ver una débil fosforescencia en el cielo, en una noche oscura, a veinte kilómetros de distancia.

El piloto llevó suavemente la pequeña nave hasta su desembarcadero.

— Oye — dijo Mayhew de repente —, ese terreno qe teníais en Vorkosigan no-sé-cuánto…

— Vashnoi. Tenemos. Cientos de kilómetros cuadrador, y la mayor parte en la dirección del viento. ¿Sí?

— ¿Es la misma…? — Su cara se estaba iluminando como si el sol asomara tras una larga y oscura noche —. ¿Es la misma que hipotecaste para…? — Empezó a reír, encantado, sin aliento; ambos desembarcaron —. ¿Es lo que le prometiste a ese arrastrado de Calhoun a cambio de mi nave?

— Caveat emptor — sentenció Miles —. Que el comprador se cuide. Él indagó las cartas climáticas; nunca se le ocurrió indagar las cartas de radiactividad. Probablemente, no estudia tampoco la historia de nadie más.

Mayhew se sentó en la bahía de la dársena, riendo tan fuertemente que inclinaba su frente casi hasta el suelo. Su risa tenía más de un extremo histérico; varios días sin dormir, después de todo…

— Chico — gritó —, ¡dame un trago!

— Me propongo pagarle, como comprenderás — explicó Miles —. Las hectáreas que eligió harían un agujero poco estético en el mapa para algún descendiente mío, dentro de unos siglos, cuando la radiactividad haya pasado. Pero si se pone codicioso o pesado para cobrar, obtendrá lo que se merece.

Tres grupos de personas se aproximaban a ellos. Al parecer, Bothari había escapado finalmente de la aduana, porque lideraba el primer grupo. Traía abierto el cuello de la camisa y parecía estar decididamente molesto. Ay, ay, ay, pensó Miles, parece que le desnudaron para revisarle, lo cual garantiza que está de un humor feroz. Le seguía un nuevo agente betano de Seguridad y un civil betano que cojeaba, a quien Miles no había visto nunca antes y que gesticulaba y se quejaba amargamente. El hombre tenía una contusión en la cara y un ojo hinchado y semicerrado. Elena venía detrás, al borde de las lágrimas.

El segundo grupo estaba conducido por la administradora del puerto de transbordadores e incluía ahora a gunos ofciales. El tercer grupo lo encabezaba la mujer de Seguridad. Con ella venían dos corpulentos agentes y cuatro componentes del personal médico. Mayhew miró de derecha a izquierda y se desembriagó de inmediato. Los hombres de Seguridad tenían sus inmovilizadores desenfundados.

— Oh, chico — murmuró. Los de Seguridad movían los inmovilizadores como abanicos. Mayhew se dejó caer de rodillas —. Oh chico…

— Tienes que decidirlo tú, Arde — dijo en voz baja Miles.

— ¡Hazlo!

Los Bothari llegaron. El sargento abrió la boca. Miles, bajando la voz, salió al paso de su incipiente rugido; ¡por cierto que era un truco efectivo!

— Atención, por favor, sargento. Requiero su testimonio. El oficial piloto Mayhew está a punto de prestar juramento.

La boca del sargento quedó como atornillada, pero se dispuso a atender.

— Pon tus manos entre las mías, Arde, así, y repite conmigo: «Yo, Arde Mayhew», ¿es éste tu nombre legal completo?, úsalo, entonces, «declaro bajo juramento que soy un hombre libre, no comprometido con nadie, y que serviré a lord Miles Vorkosigan como simple Hombre de Armas», adelante, di esa parte. — Mayhew lo hizo, moviendo los ojos de un lado a otro —. «Y que será mi señor y comandante hasta que mi muerte o la suya me libere.»

Repetido esto, Miles dijo, más bien rápido, ya que la gente se acercaba:

— «Yo, Miles Naismith Vorkosigan, vasallo secundus del emperador Gregor Vorbarra, acpeto tu juramento y prometo protegerte como tu señor y comandante, por mi palabra como Vorkosigan.» Ya está, ahora puedes levantarte.

Una buena cosa, pensó Miles, es haber distraído completamente al sargento de lo que estaba a punto de decir. Bothari recuperó la voz finalmente.

— Mi señor — susurró —, ¡no puede recibir el juramento de un betano!

— Es lo que he hecho — señaló alegremente Miles.

Pegó un saltito, sintiéndose inusualmente complacido consigo mismo. La mirada del sargento pasó por la botella de Mayhew y volvió a concentrarse en Miles.

— ¿Por qué no estáis dormidos? — preguntó.

El agente de Seguridad indicó a Miles con un gesto.

— ¿Es éste el tipo?

La oficial de Seguridad del grupo original del puerto se acercó. Mayhew había permanecido de rodillas, como tramando escaparse bajo el fuego que pasaba por encima de su cabeza.

— Oficial piloto Mayhew — gritó la mujer —, está usted bajo arresto. Éstos son sus derechos; tiene derecho a…

El civil magullado interrumpió, señalando a Elena.

— ¡Al carajo con él! ¡Esta mujer me atacó! Hay una docena de testigos. Maldita sea, quiero que sea procesada. Es malvada.

Elena tenía las manos en las orejas otra vez; su labio inferior, que sobresalía, temblaba ligeramente. Miles se imaginó la escena.

— ¿Le golpeaste?

Ella asintió.

— Pero es que me dijo cosas horribles…

— Mi señor — dijo Bothari en tono de reproche —, fue un gran error por su parte dejarla sola en este lugar.

La mujer de Seguridad recomenzó:

— Oficial piloto Mayhew, tiene derecho a…

— Creo que me ha sacado el ojo de la órbita — se quejó el hombre golpeado —. Voy a demandar…