Hathaway le miró azorado.
— ¡Pero eso le mataría! — Miró a su alrededor y languideció ante la exasperada y unificada mirada de los tres barrayanos.
— Betanos — dijo Baz con disgusto —. No aguanto a los betanos.
Hathaway murmuró algo en voz baja; Miles alcanzó a oír «bárbaros sedientos de sangre».
— Entonces, si no sois del Servicio de Seguridad — concluyó Baz, sentándose nuevamente —, bien podéis marcharos. No hay nada que podáis hacer por mí.
— Voy a tener que hacer algo — dijo Miles.
— ¿Por qué?
— Me… me temo que, sin darme cuenta, te he hecho un flaco favor, señor…, señor… Podrías decirme tu nombre, de paso.
— Jesek.
— Señor Jesek. Mira, yo mismo estoy bajo vigilancia de Seguridad; al venir, he puesto tu situación en peligro. Lo siento.
Jesek palideció.
— ¿Por qué te vigila a ti el Servicio de Seguridad?
— No es el Servicio de Seguridad Imperial, me temo.
El desertor perdió el aliento; su rostro se agotó completamente. Se inclinó hacia adelante y apoyó la cabeza en las rodillas, como para contrarrestar el desvanecimiento. Un sordo susurro:
— Por Dios… — Miró a Miles —. ¿Qué has hecho tú, muchacho?
Miles dijo ásperamente:
— ¡No le he hecho a usted esa pregunta, señor Jesek!
El desertor masculló una disculpa. No puedo dejar que sepa quién soy, pensó Miles, o se irá disparado y correrá directo a mi supuesta red de Seguridad; incluso, tal como es, el teniente Croye o sus serviles del equipo de Seguridad de la Embajada van a empezar a investigar a este hombre. Se pondrán locos cuando descubran que es el hombre invisible. A más tardar mañana, si le practican el control de rutina. Habré matado a este hombre; ¡no!
— ¿Qué hacías antes en el Servicio? — tanteó Miles para ganar tiempo y pensar.
— Era asistente de un ingeniero.
— ¿Construcciones? ¿Sistemas de armamento?
La voz del hombre se afianzó.
— No, motores de naves de salto. Algunos sistemas de armamentos. Intento conseguir un trabajo técnico en cargueros privados, pero la mayor parte del equipamiento en el que estoy entrenado es obsoleto en este sector. Motores de impulso armónico, por color Necklin; difícil de obtener. Tengo que alejarme de los principales centros económicos.
Un sonoro «¡Hm!» escapó de los labios de Miles.
— ¿Entiendes algo de cargueros RG?
— Seguro. Trabajé en un par de ellos, pero ahora ya no quedan.
— No exactamente. — Una disonante agitación estremeció a Miles —. Conozco uno. Estará realizando un vuelo pronto, si puedo conseguir cargamento y tripulación.
Jesek le miró suspicazmente.
— ¿Vas a algún lugar que no tenga tratado de extradición con Barrayar?
— Tal vez.
— Mi Señor — la voz de Bothari temblaba de agitación —, no estará considerando asilar a este desertor, ¿no?
— Bueno… — La voz de Miles era suave —. Técnicamente, yo no sé que él es un desertor; sólo he oído algunos argumentos.
— Él lo ha admitido.
— Una bravata, quizás. Esnobismo a la inversa.
— ¿Quiere convertirse en otro lord Vorloupulous? — preguntó fríamente Bothari.
Miles se rió y suspiró; Baz torció la boca. Hathaway pidió que le aclarasen la broma.
— Es otra vez la ley barrayana — explicó Miles —. Nuestra justicia no tiene muy buena disposición con quienes respetan la letra de la ley y violan su espíritu. El clásico precedente fue el caso de lord Vorloupulous y sus dos mil cocineros.
— ¿Dirigía una cadena de restaurantes? — preguntó Hathaway, trastabillado —. No me digan que eso también es ilegal en Barrayar…
— Oh, no. Fue al final de la Época del Aislamiento, hace casi un siglo. El Emperador Dorca Vorbarra estaba centralizando el gobierno y desmantelando el poder de los condes como entidades de gobierno separadas; hubo una guerra civil a causa de ello. Una de las principales medidas que tomó fue eliminar los ejércitos privados, lo que en la antigua Tierra solían llamar librea y mantenimiento. A cada conde se le permitió un máximo de veinte partidarios armados; apenas una escolta.
» Pues bien, lord Vorloupulous tenía una vieja contienda con algunos vecinos, por lo que encontró esta asignación bastante inadecuada; así que empleó a dos mil “cocineros”, según los llamó, y los mandó a cortar en rebanadas a sus enemigos. Fue muy ingenioso para armarlos, con cuchillos de carnicero en vez de espadas cortas y demás. Había montones de veteranos recientemente desempleados buscando trabajo en ese momento; los cuales no eran tan orgullosos como para no emplearse de cocineros…
Los ojos de Miles destellaron divertidos.
— El emperador, naturalmente, no lo vio de ese modo. Dorca marchó con su ejército regular, para entonces el único de Barrayar, sobre Vorloupulous y le arrestó bajo el cargo de traición, cuya sentencia era, y sigue siendo, exposición pública y muerte por inanición. Así el hombre con dos mil cocineros fue condenado a consumirse en la Gran Plaza de Vorbarr Sultana. Y pensar que siempre decían que Dorca no tenía sentido del humor…
Bothari sonrió siniestramente y Baz rió entre dientes; la risa de Hathaway fue más falsa.
— Encantador — murmuró.
— Pero tuvo un final feliz — continuó Miles. Hathaway se animó —. En ese momento, nos invadieron los cetagandanos y lord Vorloupulous fue liberado.
— ¿Por los cetagandanos? Qué suerte — comentó Hathaway.
— No, por el emperador Dorca, para pelear contra los cetagandanos. No sé si me explico, no fue perdonado; la sentencia fue solamente demorada. Cuando acabara la Primera Guerra Cetagandana, se esperaba que se presentara a completar la sentencia, así que tuvo una muerte honorable, después de todo.
— ¿Eso es un final feliz? — preguntó Hathaway —. Ah, bueno.
Miles notó que Baz se había puesto silencioso y esquivo otra vez. Le sonrió, tentando una respuesta; Baz le devolvió incómodamente la sonrisa, pareciendo más joven al hacerlo. Miles tomó su decisión.
— Señor Jesek, voy a hacerte una proposición, que puedes aceptar o rechazar. Esa nave que mencioné es la RG 132. El piloto se llama Arde Mayhew. Si puedes desaparecer, y quiero decir desaparecer realmente, durante un par de días y, luego, aparecer en el puerto de lanzaderas de Silica, él procurará que tengas una litera en su nave.
— ¿Por qué tendría que ayudarme, señor… lord…?
— Señor Naismith, a fin de cuentas. — Miles se encogió de hombros —. Llámalo una fantasía por ver que la gente tenga una segunda oportunidad; es algo a lo cual no son muy afectos en casa.
Casa. Los ojos de Baz miraron al vacío en silencio otra vez.
— Bueno, fue agradable escuchar el acento nuevamente, durante un rato. Tal vez tenga en cuenta su oferta — se acordó de ser prudente — o tal vez no.
Miles saludó con un gesto, recuperó su botella, caminó hacia Bothari y se alejó. Hilvanaron en silencio el camino de regreso por el centro de reciclaje; sólo algún ocasional ruido metálico lo interrumpía. Cuando Miles miró hacia atrás, Jesek era una sombra, desvaneciéndose en dirección a otra salida.
Miles advirtió entonces el profundo ceño del sargento Bothari. Sonrió con una mueca y pateó una caja de control de un robot industrial desechado, atravesado como un esqueleto sobre un montículo de otros desperdicios.
— ¿Hubieras querido que le entregase? — preguntó suavemente — Eres del Servicio hasta los huesos, supongo que lo harías. También mi padre lo haría, me parece; está tan enérgicamente apegado a la ley, no importa lo horrible que sean las consecuencias…