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— Hay tantas variables, hay tanto en juego… SenciIlamente, debo estar allí. Es injusto cargarlo todo en los hombros de Arde. Quiero decir, ¿tú lo harías?

Bothari, aparentemente atrapado entre su desaprobación del plan-de-rápido-enriquecimiento de su señor y su baja opinión sobre el piloto, respondió con un gruñido no comprometido que el oficial Mayhew prefirió no advertir.

Los ojos de Miles brillaban.

— Por otra parte, esto pondrá un poco de emoción en tu vida, sargento. Debe de ser tan gris como el polvo el seguirme a todas partes todo el día. Yo me aburriría enormemente.

— Me gusta aburrirme — dijo malhumorado Bothari.

Miles sonrió, secretamente aliviado por no haber sido regañado más severamente por su ocurrencia de los «Mercenarios Dendarii». Bueno, el breve momento de fantasía probablemente fuera bastante inofensivo.

El trío encontró a Elena caminando de un lado a otro en el recibidor de la señora Naismith. Dos manchas brillantes de color le encendían las mejillas y estaba murmurando algo en voz baja. Atravesó a Miles con una colérica mirada.

— ¡Betanos! — dijo con repugnancia.

— ¿Qué ocurre? — preguntó Miles cautelosamente.

Elena dio otra vuelta por el salón, con las piernas rígidas, como si estuviera pisando cuerpos.

— Ese horrible holovideo — se enardeció —. ¿Cómo pueden…? Oh, no puedo describirlo siquiera.

¡Ajá!, encontró uno de los canales pornográficos, pensó Miles. Bueno, tenía que pasar a la larga.

— ¿Holovideo? — preguntó animadamente.

— ¿Cómo pueden permitir esas horribles calumnias sobre el almirante Vorkosigan y el príncipe Serg y nuestras fuerzas? ¡Creo que deberían sacar a los productores y fusilarlos! Y a los actores… y al guionista… En casa lo haríamos, por Dios…

No era un canal pornográfico, evidentemente.

— Eh, Elena, ¿qué era exactamente lo que estabas mirando?

Su abuela estaba sentada en la mecedora flotante, con una rígida sonrisa nerviosa.

— Traté de explicarle que todo es ficción, ya sabes…, para hacer la historia más dramática…

Elena dio rienda suelta a un ruidoso siseo; Miles dirigió a su abuela una mirada suplicante.

— La Delgada Línea Azul — explicó crípticamente la señora Naismith.

— Oh, yo lo he visto. Es una reposición — dijo Mayhew.

Miles recordaba vívidamente el docudrama. Lo habían exhibido por primera vez dos anos antes, y su bajeza había contribuido a hacer de su visita escolar a Colonia Beta la experiencia surrealista que, por momentos, había sido. El padre de Miles, por entonces el comodoro Vorkosigan, había iniciado la abortada invasión barrayarana de Escobar, aliado de Colonia Beta, diecinueve anos atrás, como oficial del Estado Mayor. Había terminado, tras las catastróficas muertes de los co-comandantes, el almirante Vorrutyer y el príncipe de la corona, Serg Vorbarra, como comandante de la armada. Su brillante retirada todavía era citada como ejemplar en los anales militares de Barrayar. Los betanos, naturalmente, tenían otra visión del asunto. El «azul» del título del docudrama se refería al color del uniforme usado por la Fuerza Expedicionaria Betana, de la cual había formado parte el capitán Cordelia Naismith.

— Es… es… — Elena se volvió hacia Miles —. No hay nada de cierto ahí, ¿no?

— Bueno — dijo Miles, apaciguadoramente, con años de práctica en aceptar la versión betana de la historia —, algo. Pero mi madre dice que nunca usaron el uniforme azul hasta que la guerra estaba prácticamente terminada. Y jura y perjura, en privado, que ella no asesinó al almirante Vorrutyer; pero no dice quién lo hizo. Todo lo que mi padre cuenta sobre Vorrutyer es que fue un brillante estratega defensivo. Nunca he sabido bien cómo interpretarlo, ya que Vorrutyer estaba a cargo de la ofensiva. Y todo lo que mi madre dice de él es que era un poco extraño, lo cual no suena tan malo, hasta que reflexiono que ella es betana. Nunca dijeron una palabra contra el príncipe Serg, y mi padre estaba en el mando con él y le conocía, por lo que imagino que la versión betana del príncipe es un montón de propaganda de guerra.

— Nuestro mayor héroe — gritó Elena —. El padre del emperador… Cómo se atreven…

— Bueno, incluso en nuestro lado parece haber consenso al respecto de que nos sobrepasamos al asediar y tomar Escobar, además de Komarr y Sergyar.

Elena se volvió ahora hacia su padre, como el único experto entre los presentes.

— ¡Usted sirvió con mi señor el conde en Escobar, señor! ¡Dígale a ella — con un gesto de su cabeza señaló a la señora Naismith — que no es así!

— No me acuerdo de Escobar — replicó pétreo el sargento, en un tono que, aun en él, era inusualmente insípido y desalentador —. No le prestes atención a eso… — señaló el visor del holovideo —. Fue un error que lo vieras.

La tensión en los hombros de Bothari perturbó a Miles. Y su mirada fija. ¿Enojo? ¿Por un holovídeo efímero que ya había visto antes y que había ignorado tan rápidamente como lo hizo Miles?

Elena se detuvo, confusa.

— ¿No lo recuerda? Pero…

Algo sonó en la memoria de Miles… ¿Por fin se explicaba la baja médica?

— No me di cuenta. ¿Fue herido en Escobar, sargento? — No era extraño que se estremeciera, entonces.

Los labios de Bothari se crisparon al escuchar la palabra «herido».

— Sí — musitó. Desvió la mirada de Miles y Elena.

Tras una súbita conjetura, Miles preguntó.

— ¿Una herida en la cabeza?

Bothari volvió a mirar a Miles, tratando de detenerle.

— Mm.

Miles consintió que le detuviera, abrazando para sí este nuevo trofeo de información. Una herida en la cabeza explicaba muchas cosas de su sirviente que le habían desconcertado durante mucho tiempo.

Aceptando la indirecta, cambió de tema con firmeza.

— Como quiera que sea — le dedicó a Elena una pomposa reverencia (¿qué pasó con los sombreros de pluma que usaban antes los hombres?) —, conseguí el cargamento.

Un alegre interés reemplazó al instante la irritación de Elena.

— ¡Oh, magnífico! ¿Y ya has resuelto cómo hacer para pasar el bloqueo?

— Trabajando en eso. ¿Te importaría hacer algunas compras para mí? Suministros para la nave. Envía los pedidos a los proveedores navieros. Puedes hacerlo desde aquí, con la consola; la abuela te indicará cómo. Arde tiene una lista estándar. Necesitamos de todo: comida, células combustibles, oxígeno de emergencia, materiales de primeros auxilios… y al mejor precio que puedas conseguir. Esto va a aniquilar mi asignación para viajes, así que cualquier cosa que puedas ahorrar… ¿eh?

Dedicó a la recluta su mejor sonrisa, como si la oferta de encerrarse dos días lidiando con el laberinto electrónico de las prácticas comerciales betanas fuera un gran obsequio.

Elena pareció dudar.

— Nunca antes he equipado una nave.

— Será fácil — le aseguró alentadoramente —. Sólo zambúllete y lo resolverás enseguida. Si yo puedo hacerlo, tú puedes hacerlo. — Dejó rápidamente atrás este argumento, sin darle tiempo a reflexionar que él tampoco había equipado jamás una nave —. Calcula por el piloto, el ingeniero, el sargento, por mí y por el mayor Daum además, pero no demasiado… Recuerda el presupuesto. Zarpamos pasado mañana.

— ¿Está bien, ¿cuándo?… — De golpe sonó la alerta total, tronando con la mirada —. ¿Y qué hay respecto de mí? No vas a dejarme aquí mientras vosotros…

Metafóricamente, Miles se escabulló detrás de Bothari y mostró una bandera blanca.

— Eso depende de tu padre. Y de la abuela, por supuesto.

— Ella será bienvenida si quiere quedarse conmigo — dijo la señora Naismith tímidamente —. Pero, Miles, acabas de llegar…