— ¡Miles, estás loco! Si caes de ahí te romperás todos los huesos del cuerpo…
Miles se deslizó alejándose de ella y tomando rápidamente velocidad. Ella bajó trotando tras él, mientras reía. En la curva, se distanció. Su sonrisa murió al ver lo que le esperaba al final.
— Oh, diablos…
Iba demasiado rápido para frenar…
— Qué…
— ¡Cuidado!
Se desplomó sobre el desesperado abrazo de un hombre macizo y canoso, quien vestía uniforme de oficial. Cuando Elena llegó, ambos se revolcaban a sus pies, sin aliento, en el mosaico de la entrada. Miles podía sentir el angustiado calor en su rostro, y sabía que estaba colorado. El hombre macizo parecía estupefacto. Un segundo oficial, un hombre alto con marcas de capitán en el cuello de su uniforme, ofreció su bastón de paseo y soltó una breve y sorprendida carcajada.
Miles se recobró, poniéndose más o menos serio.
— Buenas tardes, padre — dijo fríamente. Dio un pequeño respingo agresivo con su mentón, desafiando a cualquiera a comentar su entrada poco ortodoxa.
El almirante lord Ararl Vorkosigan, primer ministro de Barrayar al servicio del emperador Gregor Vorbarra, antiguo lord regente del mismo, alisó la chaqueta de su uniforme y aclaró su garganta.
— Buenas tardes, hijo. — Sólo sus ojos reían —. Yo… estoy feliz de ver que tus heridas no fueron demasiado graves.
Miles se encogió de hombros, secretamente aliviado de no tener que hacer más comentarios sarcásticos en público.
— Lo normal.
— Excúsame un momento. Ah, buenas tardes, Elena. Koudelka, ¿qué pensó usted de esos cálculos de costo de buques del almirante Hessman?
— Creo que pasaron terriblemente rápido — contestó el capitán.
— ¿También usted pensó eso, eh?
— ¿Cree que está ocultando algo en ellos?
— Tal vez, pero ¿qué? ¿El presupuesto de su partido? ¿El contratista es su cuñado? ¿O está enfangado en una desviación? ¿Malversación o mera ineficiencia? Pondré a Illyan tras la primera posibilidad; quiero que usted se encargue de la segunda. Presione con esos números.
— Van a chillar, ya estuvieron chillado hoy.
— No lo crea. Yo solía hacer esas propuestas cuando estaba en el Estado Mayor. Sé cuánta basura cabe ahí. Ellos no hacen daño realmente hasta que sus voces suben por lo menos dos octavas.
Es capitán Koudelka sonrió e hizo una ligera reverencia con la cabeza a Miles y a Elena, un saludo muy superficial, antes de irse.
Miles y su padre se miraron el uno al otro y ninguno quería ser el primero en abordar el tema que había entre ellos. Como por un mutuo acuerdo, lord Vorkosigan dijo solamente:
— Bueno, ¿llego tarde al almuerzo?
— Acaban de avisar, señor.
— Vamos, entonces… — Hizo un pequeño gesto abortado de ofrecer el brazo para ayudar a su hijo, pero unió las manos por detrás de la espalda, con mucho tacto. Caminaron jntos, lentamente.
Miles yacía rígido en la cama, vestido aún con la ropa del día, sus piernas correctamente estiradas frente a él. Las miró disgustado. Provincias rebeldes, tropas amotinadas, saboteadores traidores… Debería levantarse una vez más y lavarse y ponerse la ropa de noche, pero el esfuerzo requerido parecía heroico. Él no era un héroe. Se acordó de aquel sujeto, de quien le había hablado su abuelo que, en la carga de caballería, disparó accidentalmente a su propio caballo en el que montaba; pidió otro, y volvió a hacerlo.
Así que sus propias palabras, al parecer, habían puesto al sargento Bothari a pensar justo en el sentido que Miles menos deseaba.
La imagen de Elena apareció en su imaginación: el delicado perfil aquilino, los grandes ojos oscuro, la fría longitud de la pierna, la cálida llama de la cadera; parecía, pensó, una condesa en un drama. Si sólo pudiera escogerla para ese papel en la realidad… ¡Pero semejante conde!
Un aristócrata en una obra de teatro, seguramente. Los deformes eran escogidos invariablemente como villanos en el teatro de Barrayar. Si él no podía ser un soldado, quizá tuviera futuro como villano.
— Raptaré a la muchacha — susurró, bajando experimentalmente la voz en una octava — y la encerraré en mi mazmorra.
Su voz volvió a su tono normal con un suspiro de pesar.
— Sólo que no tengo mazmorra. Tendría que ser en el armario. El abuelo tiene razón, somos una generación disminuida. De todas maneras, acaban de alquilar a un héroe para rescatarla, una especie de gran trozo de carne; Kostolitz, quizás. Y ya se sabe cómo resultan siempre esos duelos…
Se levantó y comenzó a representar una pantomima por el cuarto: las espadas de Kostolitz contra, digamos, el lucero del alba de Miles. Un lucero parecía un arma apropiada para un villano, daba un aire de auténtica autoridad al concepto de espacio personal propio. Apuñalado, moría en brazos de Elena, mientras ella se desmayaba de dolor; no, estaría en brazos de Kostolitz, celebrándolo.
La mirada de Miles recayó en un antiguo espejo, enmarcado en madera labrada.
— Enano saltarín — gruñó.
Tuvo un súbito deseo de destrozarlo con los puños desnudos, hacer añicos el vidrio y desangrarse, pero el ruido atraería al guardia del pasillo y a montones de parientes, y peticiones de explicación. Quitó de un tirón el espejo para ver en su lugar la pared y se tumbó en la cama.
Nuevamente recostado, consideró más seriamente el problema. Trató de imaginarse a sí mismo, correcta y adecuadamente, pidiendo a su padre que fuera su mediador ante el sargento Bothari. Aterrador. Suspiró y se retorció en vano buscando una posición más cómoda. Sólo diecisiete años, demasiado joven para casarse incluso para las normas de Barrayar, y totalmente desempleado ahora. Probablemente, le llevaría años alcanzar una posición lo suficientemente independiente para ofertar por Elena sin el respaldo de sus padres. Y, seguramente, a ella se la llevarían mucho antes de eso.
Y Elena misma… ¿Qué habría para ella en todo eso? ¿Qué placer? ¿Ser totalmente escalada por un hombrecillo retorcido, desagradable? ¿Ser mirada en público, en un mundo donde la costumbre nativa y la medicina importada se combinaban cruelmente para eliminar incluso la más leve deformidad física? ¿Mirada doblemente, además, por el ridículo contraste? ¿Podían compensar todo esto los dudosos privilegios de un orden obsoleto, más vacío de significado con cada año que pasaba? Un orden, él lo sabía, carente por completo de sentido fuera de Barrayar; en dieciocho años de residencia aquí, su propia madre jamás había llegado a considerar el sistema Vor como otra cosa que una inmensa alucinación de las masas.
Hubo un doble golpear en su puerta. Autoritariamente firme, cortésmente breve. Miles sonrió con ironía, suspiró y se sentó.
— Entra, padre.
Lord Vorkosigan asomó la cabeza por el marco labrado de la puerta.
— ¿Todavía vestido? Es tarde, deberías estar descansando un poco.
En cierto modo incoherentemente, entró y se acomodó a horcajadas en la silla del escritorio, apoyando confortablemente sus brazos en el respaldo. También él estaba vestido todavía con el uniforme que usaba todos los días en su trabajo, observó Miles. Ahora que era sólo el primer ministro y no el regente — y ya no era, por lo tanto, el comandante titular de las fuerzas armadas —, Miles se preguntaba si el viejo uniforme de almirante era aún adecuado. ¿O simplemente se le había adherido?
— Yo, esto… — comenzó su padre, e hizo una pausa. Se aclaró con delicadeza la garganta —. Me estaba preguntando cuál era tu idea ahora, sobre tus próximos pasos. Tus planes alternativos.
Los labios de Miles se contrajeron y el joven hizo un gesto con los hombros.
— Nunca hubo un plan alternativo, yo esperaba lograrlo, iluso de mí.