Fui el Descubridor-descubierto puesto, en descubierto y soy el Conquistador-conquistado pues empece a existir para mi y para los demás el día en que llegue allá, y, desde entonces son aquellas tierras las que me definen, esculpen mi figura, me paran en el aire que me circunda, me confieren, ante mi mismo, una talla épica que ya me niegan todos y más ahora que ha muerto Columba, unida a mi en una hazaña lo bastante poblada de portentos para dictar una canción de gesta -pero canción de gesta borrada antes de ser escrita, por los nuevos temas de romances que se ofrecen a la avidez de las gentes. Ya se dice que mi empresa fue mucho menos riesgosa que la de Vasco de Gama, quien no vaciló en retomar el camino donde habían desaparecido varias armadas sin dejar huellas; menos riesgosa que la del gran veneciano que estuvo venticinco años ausente y dado por muerto… Y eso lo dicen los españoles, que siempre te vieron como extranjero. Y es porque nunca tuviste patria, marinero; por ello es que la fuiste a buscar allá -hacia el Poniente- donde nada se te definió jamás en valores de nación verdadera, en día que era día cuando era noche, en noche que era noche cuando acá era día, meciéndote como Absalón colgado por sus cabellos, entre sueño y vida sin acabar de saber donde empezaba el sueño y donde acababa la vida. Y ahora que entras en el Gran Sueño de nunca acabar, donde sonaran trompetas inimaginables, piensas que tu única patria posible -lo que acaso te haga entrar en la leyenda si es que nacerá una leyenda tuya… – es aquella que todavía no tiene nombre que no ha sido hecha imagen por palabra alguna. Aquello todavía no es Idea; no se hizo concepto, no tiene contorno definido, contenido ni continente. Mas conciencia de ser quien es en tierra conocida y delimitada la posee cualquier monicongo de allá que tu, marino con tus siglos de ciencia y teología a cuestas. Persiguiendo un país nunca hallado que se te esfumaba como castillo de encantamientos cada vez que cantaste victoria fuiste, transeúnte de nebulosas viendo cosas que no acababan de hacerse inteligibles, comparables, explicables, en lenguaje de Odisea o en lenguaje de Génesis. Anduviste en un mundo que te jugó la cabeza cuando creíste tenerlo conquistado y que, en realidad te arrojo de su ámbito, dejándote sin acá y sin allá. Nadador entre dos aguas, náufrago entre dos Mundos morirás hoy, o esta noche, o mañana, como protagonista de ficciones, Jonás vomitado por la billena durmiente de Éfeso, judio errante, capitán de buque fantasma… Pero lo que no habrá de ser olvidado, cuando hayas de rendir cuentas donde no hay recurso de apelación ni de casación, es que con tus armas que tenían treinta sglos de ventaja sobre las que pudieran oponérsete, con tu regalo de enfermedades ignoradas donde arribaste, en tus buques llevaste la codicia y la lujuria el hambre de riquezas, la espada y la tea, la cadena, el cepo y la tralla que habría de restallar en la lóbrega noche de las minas, allí donde se te vio llegar como hombre venido del cielo -y asi lo dijiste a los Reyes- vestido de azur más que de gualda portador, acaso, de una venturosa misión. Y recuerda, marinero, al Isaías que durante tantos años invocaste para avalar tus siempre exesivas palabras, tus siempre incumplidas promesas: “¡Malhaya de quienes se tienen por sabios /y se creen mas listos de la cuenta” Y recuerda ahora el Eclesiastés que tantas veces has repasado “Aquel que ama el oro carga con el peso de su pecado / aquel que persigue el lucro sera víctima del lucro / Inevitable era era la ruina de quien fue presa del oro.” Y, en un trueno que retumba ahora sobre los techos mojados de la ciudad, de lo profundo te clama de nuevo Isaías, estremeciéndote de espanto “Puedes multiplicar las plegarias / que yo no las escucho / porque tus manos están tintas de sangre” (I, 15).
Oigo en la escalera, los pasos del Bachiller de Mirueña y de Gaspar de la Misericordia, que me vienen con el confesor. Oculto mis papeles bajo la cama y vuelvo a acostarme, después de apretar el cordón de mi sayal, con las manos juntas, tieso el cuerpo, tal yacente en tapa de sepultura real. Llego la hora suprema de hablar. Hablare mucho. Me quedan fuerzas para hablar mucho. Lo diré todo. Lo largaré todo. Todo.
… Pero puesto en el ineludible apremio de hablar, llegada la hora de la verdad, me pongo la máscara de quien quise ser y no fui: la máscara que habrá de hacerse una con la que me pondrá la muerte -última de las incontables que he llevado a lo largo de una existencia sin fecha de comienzo. Venido del misterio me aproximo ahora -tras de cuatro jornadas de argonauta y una de menesteroso…- al terrible minuto de la entrega de armas, pompas y andrajos. Y se quiere que hable. Pero las palabras, ahora, se me atragantan. Para decirlo todo, contarlo todo, habría de estar en deuda – “dando y dando”, como se dice en jerga de buen trueque- con los hombres de una fe, de un modo de sentir que me hubiesen sido magnánimos y encubridores. Y no fue asi, ya que podría tomar para mi -yo que por ambicioso renegué de la Ley de los míos- las duras sentencias dictadas, en vísperas de morir, a aquel Moisés que, como yo, sin fecha puesta sobre el día de su nacimiento, fuese -como yo- Anunciador de Tierras Prometidas: “Arrojaste muchas simientes para poca cosecha; sembraste y trabajaste la viña para no beber de su vino; tuviste olivares en toda tu hacienda y no pudiste ungirte con su aceite porque derribados fueron tus olivos”. Y tambien dijo Yahve al Contemplador de Remos Distantes: “He aquí el país que con tus ojos te hice ver pero a el no pasaras”… Aún es tiempo de detener el verbo. Que mi confesión se reduzca a lo que quiero recelar. Diga Jasón -como en la tragedia de Medea- lo que de su historia le conviene contar en idioma de buen poeta dramático, idioma de jaculatoria y coraza, muchos gemidos para mayor indulgencia, y nada mas… Extravíado me veo en el laberinto de lo que fui. Quise ceñir la Tierra y la Tierra me quedó grande. Para otros se despejarán los muy trascendentales enigmas que aún nos tiene en reserva la Tierra, tras de la puerta de un cabo de la costa de Cuba al que llame alfa-omega por significar que allí, a mi ver terminaba un imperio y empezaba otro -cerrábase una época y empezaba otra nueva…
…Y ya me busca la cara, el confesor, en las hondura de las almohadas resudadas por la fiebre, mirándome a los ojos. Se alza la cortina sobre el desenlace, hora de la verdad, que es hora de recuento. Pero no habrá recuento. Solo diré lo que, acerca de mi, pueda quedar escrito en piedra mármol. De la boca me sale la voz de otro que a menudo me habita. Él sabrá lo que dice… “Haya misericordia agora el cielo y lloré por mi la tierra”
III LA SOMBRA
Tu non dimandi che sptrtti son queste che tu vedi7”
dante. Inferno, IV
El Invisible -sin peso, sin dimensión, sin sombra, errante transparencia para quien habían dejado de tener un sentido las vulgares nociones de frío o calor, día o noche, bueno o malo- llevaba vanas horas vagando entre los brazos abiertos de las cuádruples columnatas del Bernini, cuando se abrieron las altas puertas de San Pedro. Quien tanto había navegado sin mapas no pudo menos que mirar con sorna a los muchos turistas que, aquella mañana, consultaban sus guias y Baedekers antes de engolfarse en la basílica y tomar un rumbo cierto hacia los más famosos portentos de aquel Palacio de Maravillas que, para el, iba a ser hoy Palacio de Justicia. Encausado ausente, forma evocada, hombre de papel, voz trasladada a boca de otros para su defensa o su confusión, permanecería a casi cuatro siglos de distancia de aquellos que ahora examinarían los menores tránsitos de su vida conocida, determinando si podía ser considerado como un héroe sublime -asi lo veían sus panegiristas- o como un simple ser humano, sujeto a todas las flaquezas de su condición, tal cual lo pintaban ciertos historiadores racionalistas, incapaces acaso de percibir una poesía en actos situada mas allá de sus murallas de documentos, crónicas y ficheros. Le había llegado el momento de saber si, en lo adelante, merecería estatuas con laudatorio epígrafe o algo más trascendente y universal que una imagen de bronce, piedra o mármol parada en medio de una plaza pública.
Apartándose de un Juicio Final -el de la Capilla Sixtina – que aún no lo concernía, se dirigió con certera brújula, a las salas, cerradas para el publico visitante, de la Lipsonoteca, cuyo conservador sabio bolandista y, por fuerza, un tanto osteólogo, odontólogo y algo anatomista, estaría entregado como de costumbre, al examen estudio y clasificación de los innumerables huesos, dientes, uñas, cabellos y otras reliquias de santos, guardados en gavetas y cajones. Aunque, por lo general, los muertos no se preocupaban por el destino de sus propios huesos, el Invisible quería saber si en aquel lugar, se habia reservado algún sitio a los pocos huesos que le quedaban, para el caso de que… -” Parece que vamos a tener función de mucho lucimiento” – dijo el el conservador a un joven seminarista, discípulo suyo, a quién estaba adiestrando en los métodos de clasificación de la Lipsonoteca -”Es que la causa de hoy no es una causa corriente”-dijo el otro -”Ninguna causa por beatificación es causa corriente” -observo el conservador, en el tono de cascarrabias que le era habitual, aunque esto poco apocaba al otro. -”Cierto. Pero aquí el personaje es conocido en todo el orbe. Y la postulación ha sido introducida por dos Papas: primero Pío IX; ahora Su Santidad León XIII.” -Pío IX murió antes de que transcurrieran los diez años exigidos por la Sacra Congrega ción de Ritos para proceder al examen de los documentos y testimonios justificativos.” -”Aún no había sido introducida la causa de Cristóbal Colón cuando ya el Conde Roselly de Lorgues estaba pidiendo dos aureolas más: una para Juana de Arco, otra para Luis XVI” -”Mira: si una beatificación de Juana de Arco me parece muy posible, la de Luis XVI es tan probable como la de la puta de tu abuela” -”Gracias”- “Ademas, habría que poner un coto a eso de las postulaciones. Nosotros somos algo más que una manufactura de imágenes piadosas.” Hubo un silencio, durante el cual entraron unas moscas en vuelo explorador, como buscando algo que al fin no encontraron -”¿Como ve usted la causa de Colón-?” -pregunto el seminarista -”Mal. En la timba que tienen los alabarderos suizos en su cuerpo de guardia, las apuestas a favor de Colón están, hoy en la mañana, a una contra cinco.” -”Sentiría que fuese rechazado”-dijo el joven. -”¿Porque apostaste por él?” -”No. Porque no tenemos un solo santo marinero. Por más que he buscado en la La Leyenda Áurea, el Acta Sanctorum de Juan Bolando y hasta en El libro de las coronas de Prudencio, no hallo uno solo. La gente de mar no tiene un patrón que haya sido de su oficio. Pescadores muchos -empezándose por los del Lago Tiberiades. Pero marino de verdad, de agua salada ninguno” -”Cierto” -dijo el conservador, repasando mentalmente sus repertorios, catálogos y registros de entradas- “porque San Cristóbal jamas se las entendió con un velamen. Barquero de río fue Christo-phoros, como sabemos, y por haber pasado de una orilla a la otra, montando en su hombro a Quien no temía ser arrastrado por las aguas tumultuosas, al plantar su pértiga en suelo seguro, esta creció y verdeció como la palmera del dátil”. -”Patrón de todos los viajeros, asi viajen en nave, burro, ferrocarril o globo…” Ambos empezaron a revolver tarjeteros y papeles. Y el Invisible por encima de sus hombros, vio aparecer nombres y más nombres -algunos de los cuales le eran profundamente desconocidos- de santos invocados por la gente marina en sus tempestades, calamidades y malandanzas: San Vicente, diácono y mártir, porque, cierta vez, su cuerpo flotó maravillosamente sobre olas embravecidas, a pesar de estar su cuerpo lastrado por una enorme piedra (“pero esa no era su profesión” -observó el seminarista), San Cosme y San Damián, santos moros -”nuestra patria es la Arabia ”, decían- porque el procónsul Lisias los arrojó al mar, encadenados; San Clemente, también arrojado al mar, cuyo cadáver fue hallado en una isla próxima a Quersoneso, asido de un áncora (“tampoco fueron marinos” -dijo el joven), San Castreuse, por haber desafiado un tifón a bordo de una barca maltrecha (“embarcado muy a pesar suyo”); San León, por su tormento en manos de unos piratas (“no por ello era navegante”); San Pedro Gonzalez, más conocido por San Telmo (“convirtió a muchos marinos y encendió los lindos Fuegos de San Telmo que suelen bailar, de noche, en las cimas de los mástiles. Pero era hombre de tierras adentro, oriundo de Astorga, sabrosas mantecadas tienen fama en toda España porque…” -”No nos dispersamos” -dice el conservador; “No nos dispersemos”). Y sigue el recuento: San Cutberto, patrón de marinos sajones (“éste me huele a saga nórdica… Un marino gaditano o marsellés no va a invocar a un vikingo”); San Rafael Arcángel (“¡cómo podría llevar gorra marinera un arcángel, dígame usted!”); Nicolás, obispo de Mira que, invisible, enderezó la arboladura de un velero en derrota y, tomando la rueda del timón, lo llevo a puerto seguro (“pero más se le ve hoy guiando un trineo y repartiendo juguetes, que andando sobre las aguas”) -”Pues entonces, estamos jodidos” -dijo el Consenador de la Lipsonoteca Vaticana – “Porque ni Santo Domingo de Lores, ni San Valerio, ni San Antonio de Padua, ni San Restituto, ni San Ramón, ni San Budoc (¡ni lo conozco!), invocados por los marineros, fueron nunca marineros” -”Conclusión: Pío IX estaba en lo cierto. Necesitamos un San Cristóbal Colón” -”Habría que preparar un cajón para guardar sus reliquias.” -”Lo malo es que la gente andariega y navegante no deja rastro.”-”¿Y no quedará, de él algún fémur, algún metacarpo, una rotula, alguna falanje, siquiera?” -”Ése es otro lio. Un lío de nunca acabar, pues nunca hubo huesos mas trajinados, trasegados, revueltos, controvertidos, viajados, discutidos, que ésos” Y, resumiendo lo sabido en búsquedas recientes, motivadas por la postulación del día, explicó el sabio bolandista a su discípulo que Colón, por haber muerto en Valladolid, había sido enterrado en el convento de San Francisco de aquella ciudad. Pero en 1513, sus restos pasan al monasterio de Las Cuevas, de Sevilla de donde son sacados, treinta y tres años después, para ser trasladados a Santo Domingo, descansando allí hasta 1795. Pero quien te dice a ti que de pronto se solíviantan los negros de la banda francesa de la isla, levantan tremebundos incendios, queman las haciendas y degüellan a sus amos. Las autoridades españolas, temerosas de que se propaguen las llamas de la rebelión, despachan los despojos mortales del Gran Almirante a La Ha bana en cuya catedral habrían de quedar en espera de volver a Santo Domingo, donde había el proyecto de levantar un panteón con esculturas, alegorías y todo: algo que fuese digno de tan insigne difunto. Pero entre tanto se produce un golpe de teatro casi rocambolesco, diría, si es que se puede mentar a Rocambole en este ámbito vaticano. -”Descuide usted, señor, que aquí el que más, el que menos ha leído las aventuras de Rocambole.” -”En la catedral de Santo Domingo Cristóbal Colón no estaba solo: su urna funeraria se avecinaba con la de su hijo Diego el primogénito; la de Don Luis Colón, hijo de éste, Primer duque de Varagua, y la de Don Cristóbal Colón II, hermano de Don Diego Colón. Y quién dice que el 10 de septiembre de 1877, un arquitecto encargado de efectuar unas reparaciones en la catedral, descubre un cajón de metal sobre c! cual había una inscripción abreviada: “D de la A Per Ate C.C.A.” -lo cual se interpreta como. Descubridor De America, Primer Almirante, Cristóbal Colón Almirante. Luego, los restos trasladados a La Habina, no eran los de quien ahora vamos a beatificar…” -”Si ha lugar” -murmura el seminarista-”Pero -y ahí está la tragedia- dentro de la caja metálica leíase, en caracteres góticos alemanes: Ilustrísimo y Estimado Varón Don Cristóbal Colón, sin nada de Almirante”. Y empiezan los jodedores de siempre a decir que si esos no son los restos de Colón I sino de Colón II, y que si los de Colón I siguen en Cuba, y un cura venezolano publica un sonado folleto acabando de enredar el pleito y ahí se arma una que ni la del Filioque… Total que no acaba de saberse si los huesos de Colón I no serán los de Colón II, o que si los de Colón II no serán los de Colón I, y a mi que no me pregunten y que eso lo resuelva la Sacra Congregación de Ritos, que para eso esta, porque entre tanto no me entra aquí una sola clavicula, un radio, un cubito de Colón que no haya sido debidamente autentificado. Esto es una Lípsonoteca seria y no se pueden aceptar vertebras, apriétales, occipitales o metalarsos que sean de cualquiera, porque en todo hay categorías. Y, en cuanto a mi, no voy a pararme entre dos ataúdes para jugar el juego de: Tin-Marin-Dedó-Pingüe-Cúcara-Mácara-Títere-Fue.”-”Aquí ni con oro se entra, despucs de muerto” -asintió el seminansta: “Y eso que Colón decía, según Marx, que ‘el oro era una cosa maravillosa. El poseedor de oro tendrá todo lo que desee. Mediante el oro pueden, incluso, abrirse a las almas las puertas del paraíso’.”-”Es cierto que lo dijo Colón pero no me cites a Colón a través de Marx Ese nombre no debe pronunciarse donde las paredes tienen oídos. Mira que depues de la publicación del Syllabus ciertos libros están muy mal vistos por acá” -”Y sin embargo parece que usted conoce muy bien a Marx, como conoce también a Rocambole” -”Hijo por fuerza: formo parte de la comisión del Index” -”Veo que no se aburre uno tanto confeccionando el Index”-dijo el seminarista con una risita socarrona: “Ahora me explico por que Mademoiselle Maupín y Naná, están en el Index” -”En vez de estar diciendo pendejadas deberías ir a ver como anda la beatificacion del Gran Almirante” -dijo el bolandista, furioso disparando el escarpín de hebilla en una patada que fallo el blanco -”¡Eso!” -pensó el Invisible: ¡”¡Eso!” Y repentinamente angustiado se encamino con prisa siguiendo corredores y subiendo escaleras. hacia la sala donde, a llamado de ujieres iba a representarse el solemne Auto Sacramental del que sería Protagonista ausente/presente.