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. Y mandó luego a pregonar en Granada y en Sevilla, qué todos los que hubiesen llevado indios a Castilla, que les hubiese dado el Almirante, los volviesen luego al lugar de origen, so pena de muerte, en los primeros navíos en partanza.” Pide la palabra ahora José Baldi, y comienza a hablar con voz dulzona y conciliadora: -”El eminente filósofo francés Saint-Bonnet…” -”Fue mi maestro” -murmura León Bloy. -…”en su tratado sobre El dolor, escribió, al final del capítulo XXIX estas palabras que someto a vuestra meditación: 'La esclavitud fue una escuela de paciencia, de mansedumbre, de abnegación. Solo el orgullo impide la Gracia a penetrar en el alma, y es la Humil dad quien, retirando ese obstáculo, le franquea el camino. Por ello en su sabiduría, el hombre antiguo hallaba en la esclavitud algo como una necesaria escuela de paciencia y de resignación, que lo acercaba al Renunciamiento, virtud del alma y fin moral del cristianismo',” “¡Vivan las caenas!” -grita el Abogado del Diablo. -”Pido venia al Presidente de este tribunal para recordar que no vivimos en los días de Fernando VII de España, sino que este proceso nos sitúa en tiempos de los Reyes Católicos” -dice el Protonotario, que acaba de despertarse para volver, después de lo dicho, a un profundo sueño. -”Puesto que estamos en tiempos de los Reyes Católicos, razón de más para recordar que la Reina Isabel, en famoso codicilo de 1504, ruega y manda a su marido y a sus lujos que no consienta que los indios vecinos y moradores de Indias reciban agobio alguno en sus personas y bienes, debiendo ser bien y justamente tratados.” José Baldi se dirige con presteza al Tribunal; -”Un momento… Un momento…Un momento es interesante señalar que la Reina católica ‘mando a su marido y a sus hijos’, no así al almirante a quien no habái dado instrucciones al respecto…”-”¡ Ingenioso!” -exclama el Abogado del Diablo: “¡Muy ingenioso! ¡Algo así como el Huevo de Colón!” (-”Ya salió eso” -murmura el Invisible.) José Baldi alza los brazos con fingido desconsuelo: -”¡Leyenda infantil! ¡Tontería! ¡Jamás Colón, con su sobrehumana dignidad, se habría entregado a semejante payasada. El mismo Voltaire…” (-”¡Ay, si meten a Voltaire en eso. estoy fregado!” -gime el Invisible.) -…”el mismo Voltaire, antes de Washington Irving, aclaró que el tan mentado Huevo de Colon no fue sino el Huevo de Brunellesco…” (-¡Ahora resulta que son dos!…) -”Con esa ocurrencia, buena para una alegre sobremesa, el genial arquitecto quiso explicar cómo había concebido la edificación de la cúpula de Santa-María de las Flores.” -”¡Menos mal!…) -”Y habría que ver si…” -”Nos vamos a pelear por un huevo más o menos” -dice el Presidente: “y volvamos, por favor, a la cuestión de la esclavitud”. Fray Bartolomé se yergue nuevamente ante el Tribunaclass="underline" -”Tengo por seguro que, si no le fuera impedido con la gran adversidad que al cabo le vino, él hubiese acabado en muy poco tiempo de consumir a todos los pobladores de estas islas, porque tenía determinado de cargar de ellos los navíos que le viniesen de Castilla y de las Azores, para que se vendieran como esclavos, dondequiera que tuviesen aceptación.” Esta vez León Bloy se encara con el Presidente: -”Esto es un proceso de intenciones… Tengo por seguro… Tengo por seguro… ¿Qué validez pueden tener las suposiciones de este embustero?” -”¡Colón arrojado a las fieras!” -claman los Impugnadores. -”¡Nerón! ¡Nerón!” -espeta uno al Abogado del Diablo que, riendo, cierra el puño, apuntando con el pulgar hacia abajo. -”¿Hay pruebas de que Colón estableciese la esclavitud de modo deliberado?” -pregunta el Presidente. “Porque se dice que el culpable del envío de indios a España era un hermano suyo. ¿Estaba enterado de esto el Gran Almirante?” -”¡Vaya que sí! Tanto que escribió a ese buen hermano suyo una carta recomendándole que sobrecargara sus naves de esclavos llevando justa, cuenta de los beneficios habidos en la venta dellos “ -”¿Quién vio esa carta?” -pregunta Baldi. Y responde, firme, el Obispo de Chiapas: “Yo la vide. y de su misma letra y mano firmada”. – “¡Miserable! ¡Testigo mendaz! ¡Embaucador! ¡Fariseo!” -grita León Bloy con tal esfuerzo para ser oído que al punto se le raja la garganta y queda sin resuello. -”Quien roba el pan del sudor ajeno es como el que mata a su prójimo” -clama terrible, Fray Bartolomé de Las Casas. -”¿Quién está citando a Marx?” -pregunta el Protonotario, abruptamente sacado de un profundo sueño. -”Capítulo 34 del Eclesiastés” -aclara el Obispo de Chiapas… -”Dejemos eso, y pasemos a la cuestión de la moralidad del Postulado” -dice el Presidente. -”Pido venia para hacer comparecer al poeta Alfonso de Lamartine, como testigo a cargo -dice el Abogado del Diablo. (-”¿Qué carajo entenderá el hombre de El Lago de asuntos marítimos? -brama, sordamente, León Bloy. Estirado en su levita tribunicia, con el mechón atravesado en la frente. Lamartine se enfrasca en una larga explicación de la cual sólo entiende el Invisible, agobiado, lo que se refiere a “sus malas costumbres y a su hijo bastardo”. -”Me basta” -dice el Abogado del Diablo: “Porque hemos llegado a una de las cuestiones más graves que aquí habrán de considerarse: el de las relaciones ilegítimas del Almirante con una cierta Beatriz que fue -y ello es notorio- algo que, por no afear la memoria de una mujer no llamare su barragana, su concubina, su querida, sino que, usando un delicado vocablo muy gustado por los clásicos españoles, llamare: 'su amigada’.” (Al oír el nombre de Beatriz se enterneció el Invisible, haciendo suya la estrofa en que Dante expresa orillas del Leteo: “…el hielo que se había endurecido en torno a mi corazón se hizo suspiros y lágrimas, brotando de mis entrañas apresurado, por la boca y por los ojos”…) El Postulador Baldi se pone de pie, pidiendo la palabra con aspaventados gestos: “Se tratará ahora de arrojar paletadas de lodo sobre lo que fue sólo un muy humano aunque puro amor… Sí, Señor Abogado de Satanás: deje usted de hacer esa seña digna de arrieros con su irreverente mano, y escuche, mejor,!o que acerca de ese idilio otoñal del grande hombre, nos dice el Conde Roselly de Lorgues: 'A pesar de sus cuarenta y tantos años, su viudez, su pobreza, su acento extranjero sus canas, quiso ser compañera suya una joven de gran nobleza y de rara belleza. Se llamaba Beatriz y, en ella, se anidaban todas las virtudes y toda la donosura de la mujer cordobesa… Pero ese rayo de luz que vino a traer un poco de valor a su atribulado corazón, no apartó un instante al grande hombre de su predestinada misión'…” -¿No seria bueno tener unos violines para acompañar esta estremecedora romanza?” -pregunta, insolente, el Abogado del Diablo. -”¡ Un poco de compostura!” -dama el Presidente. -”Esa joven, dechado de virtudes, a quien el grande hombre quería y respetaba…” -”Tanto la respetaba que le hizo un hijo” -larga, casi grosero, el luciferino letrado: “Y Colón se sabía tan responsable del estropicio que, acaso por tratar de remediarla en su soledad y desamparo, cuando de viuda con marido y un pequeño cordobés a cuestas que ni siquiera fue torero, cuando Rodrigo de Triana lanzó el grito famoso de: '¡Tierra, Tierra!', debiendo haber gritado mejor: '¡Cuanto lío! ¡ Cuanto lío!'…” -”Dejemos quieto a Rodrigo de Triana y el asunto de los 10 000 maravedís, que mejor estaban en manos de una joven madre, que en las de un marino cualquiera, que se los hubiera jugado en la primera taberna…” (-”Sí, sí, sí… Dejen tranquilo a Rodrigo de Triana, porque si, tras de él, me vienen los Pinzón y mis criados. Salcedo y Arroyal que, a espaldas mías, comunicaban mis mapas secretos al maldito vizcaíno Juan de la Cosa, mi causa se va a hacer puñetas”.} Y ahora, la frase emponzoñada del Abogado del Diablo que, con diabólica sonrisa, cierra diabólicamente el debate: “Parece que los hijos del amor -quiero decir: del amor hecho carne en tálamo no bendecido- suelen ser objeto de especial cariño por parte de sus padres. De ahí que Cristóbal Colón haya mostrado siempre una marcada predilección por su hijo ilegítimo, Don Fernando… Pero el hecho de que un padre ame muy particularmente a un hijo tenido fuera de matrimonio, no lo hace acreedor de una aureola de santidad… Porque, si así fuese, tantas aureolas iluminarían el mundo que jamás, en él, se conocerían las sombras de la noche”. -”Sería magnífico como sistema de alumbramiento público” -dice el Protonotario que, decididamente, había dado más de una muestra de debilidad mental durante el proceso: “Sería mucho mejor que todo lo que ha podido inventar el yanki Edison que, por cierto, prendió su primera bombilla eléctrica el año mismo en que murió Su Santidad Pío IX, tras de introducir la primera postulación del Gran Almirante.” -”¡Fiat Lux!” -dijo, conclusivamente, el Presidente…Se esfumaron las figuras de Bartolomé de Las Gasas, de Víctor Hugo, de Lamartine, de Julio Verne. Desaparecieron -sin alborotos inoportunos, esta vez- los Impugnadores de la Leyenda Negra de la Conquista Española. Se disipan las tenues brumas, pobladas de formas fantasmagóricas, que, para la mirada del Invisible, aneblaban la sala. Y las figuras del Tribunal vuelven a dibujarse, más precisas, cual las de un retablo, sobre un óleo mural que muestra a San Sebastián traspasado por las flechas de su martirio. Se levanta el Presidente: -”De todo lo visto y escuchado… ¿ha tomado nota el Protonotario?” (El Protonotario responde afirmativamente, contemplando las pajaritas de papel que, de mayor a menor, se alinean sobre el verde papel secante de su jurisdicción -pradera diminuta en el rojo moaré de la mesa. Por una seña que hace discretamente el acólito, entienden todos que éste si tomó acta de todo…) -”De lo dicho y escuchado” -prosigue el Presidente-, “se retienen dos grandes cargos contra el Postulado Colón: uno, gravísimo, de concubinato tanto más inexcusable si se piensa que el navegante era viudo cuando conoció a la mujer que habría de darle un hijo- y otro, no menos grave, de haber iniciado y alentado un incalificable comercio de esclavos, vendiendo, en mercados públicos varios centenares de indios capturados en el Nuevo Mundo… Contemplando dichos delitos, este tribunal habrá de pronunciarse concretamente sobre el hecho de saberse si el susodicho Colón, postulado para Beato, es merecedor de tal ventura que le abriría esta vez sin controversia, el acceso a la Canonización ”. El acólito del Protonotario hace circular una pequeña urna negra donde cada miembro del Tribunal introduce un papel doblado. El Presidente destapa luego la urna, y procede al escrutinio: -”Sólo un voto a favor” -dice: “Por tanto, la Postulación es denegada.” Todavía protesta José Baldi, citando inútilmente a Roselly de Lorgues: -”Colón fue un santo; un santo ofrecido por voluntad del Señor allí donde Satanás era rey.” -”Ya para nada sirve desgañitarse” -dice el Procurador Fidei, irónico: “Esto se acabó.” Se cierran cartapacios, folios y legajos, recoge el Protonotario sus pajaritas de papel, se ajusta el Presidente el solideo pues una corriente de aire se cuela repentinamente en la sala, y desaparece el Abogado del Diablo como Mefistóteles tragado por un escotillón en ópera de Gounod. Recomiéndose las barbas de pura rabia se encamina León Bloy hacia la salida, bufando: “ La Sacra Congregación de Ritos no se olió siquiera la grandeza del proyecto. ¡Nada le importa una misión providencial! A partir del momento en que la Causa no se presenta ya en forma ordinaria, con el expediente completo, cotejado, firmado y contrafirmado, sellado con lacre episcopal, todo el mundo se indigna y se agita para impedir que dicha causa progrese. Y además, para ella… ¿quién rayos era ese Cristóbal Colón?. Nada más que un marino. ¿Y se ha preocupado alguna ves la Sacra Congregación de Ritos por algún asunto marítimo?” [4] -”Me jodí”, murmura el Invisible, dejando su asiento para encaminarse hacia la puerta principal, que habría de conducirlo, tras de un larguísimo andar por corredores y galerías, a las afueras del inmenso edificio-ciudad. Antes de abandonar la estancia, dirigió una última mirada a la pintura que mostraba el martirio de San Sebastián: “Como tú, he sido flechado… Pero las flechas que me traspasaron me fueron disparadas, en fin de cuentas, por los arcos de los indios del Nuevo Mundo a quienes quise aherrojar y vender.”

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[4] León Bloy: Le Révilateur du Globe, cap. X