Выбрать главу
“Señora Doña María, Yo vengo de muy lejos, y a su niñito le traigo Un parcito de conejos.”

En eso llegó la Semana Santa, y pudo asombrarse el flamante auditor ante el carácter sombrío, dramático, casi medieval, que aquí cobraba, el viernes, la procesión de penitentes que iba en la tarde de agonía por las calles céntricas: hombres descalzos, vestidos de una larga túnica blanca, con coronas de espinas, una pesada cruz de madera en el hombro izquierdo, y un látigo en la diestra, con el cual se azotaban furiosamente las espaldas… Mastaï pensó que el vigor de la fe, en este país, no podía ser sino propicio a los fines de la misión. Pero, a la vez, comprobaba que aquí, como en Buenos Aires, se habían colado las llamadas “ideas nuevas”. Mientras los flagelantes se ensangrentaban el lomo en su cortejo expiatorio, unos jóvenes elegantes y descreídos, a quienes llamaban “pipiólos”, con el ánimo de inquietarlo, le daban a entender que pronto se establecería la libertad de prensa -forzosamente restringida por la dura guerra que acababa de vivirse- y que, en la mente de Freire, estaba el secreto propósito de secularizar el clero chileno. En espera de los acontecimientos, Mastaï adoptó una táctica nueva ante quienes presumían de liberales en su presencia: táctica consistente en presumir de más liberal que los mismos liberales. Y, usando de estrategias aprendidas con los jesuitas, proclamaba que Voltaire y Rousseau habían sido hombres de un extraordinario talento -aunque él, eclesiástico, no pudiese compartir sus criterios-, recordando sin embargo, con sutil perfidia, que esos filósofos pertenecían a generaciones muy superadas por las actuales en sus ideas, y que, por lo mismo, era hora ya de ponerse al ritmo de la época, desechando textos apolillados, llenos de conceptos históricos desmentidos por la realidad, haciéndose urgente la adopción de una “nueva filosofía”. Igual pasaba con la Revolución Francesa, acontecimiento dejado atrás, malogrado en sus ideales primeros, de la cual demasiado se hablaba aún en este continente, cuando nadie la recordaba ya en Europa. -”Esclerosis, caducidad, inactualidad, gente de otro siglo” -decía, hablando del Contrato social y de los Enciclopedistas. -”Utópico afán que a nada había llevado, promesas incumplidas, ideales traicionados. Algo que pudo ser muy grande, pero que nunca llegó a realizar lo que sus forjadores habían soñado” -decía, hablando de la Revolu ción Francesa: “y eso lo afirmo yo, que soy eclesiástico y que ustedes deben considerar como un hombre encerrado en los límites de un pensamiento dogmático y anticuado”. Pero no, no, no. El liberalismo no era ya lo que esos jóvenes elegantes creían. Había, hoy, un liberalismo de nuevo género: un liberalismo -¿cómo diríamos?- situado más a la izquierda que la misma izquierda -recordándose que, en la sala de la Convención, los jacobinos ocupaban siempre los bancos situados a la izquierda de la asamblea. -”¿Habremos, pues, de ser más jacobinos que los jacobinos?” -le preguntaban. -”Hay, acaso, en estos momentos, una nueva manera de ser jacobino” -respondía el futuro inspirador del Syllabus que, por su grande habilidad en manejarse con el pensamiento adverso, ascendería al pontificado con la reputación de hombre sumamente liberal y amigo del progreso. Los meses siguientes fueron de espera, angustias, desconcierto, inquietudes, impaciencia, irritación, desaliento, ante la solapada hostilidad de Freiré, izado al poder supremo, que sabía, para gran desazón de los eclesiásticos, mostrarse a la vez cortés e inasible, acogedor a ratos y a ratos brutal, ceremonioso cuando se topaba con el arzobispo Muzi, aparentemente prometedor y abierto, para hacer, en fin de cuentas, lo contrario de lo ofrecido. La vieja aristocracia de Santiago se iba compactando en torno a la misión apostólica. Pero, entre tanto, el aria de la calumnia se hinchaba en torno a los forasteros. Se acusaba a Muzi de haber aplicado una ley evocadora de tiempos Coloniales, al negarse a casar a un viudo con su hijastra. Se dijo que el joven Mastaï había cobrado una suma excesiva por desempeñar su ministerio religioso en la mansión de una adinerada familia. Chismes, patrañas, habladurías, dimes y diretes, intrigas e infundios que, cada día, eran más duros de soportar para los egregios mandatarios. Para colmo -a pesar de que Freiré hubiese asegurado al Arzobispo romano que jamás incurriría en tal exceso de liberalismo- sucedió lo que los “pipiólos” habían anunciado: fue decretada la libertad de prensa. Desde ese día, la vida se hizo imposible a los delegados apostólicos.

Se afirmó, en letras de molde, que el mantenimiento de su inoperante misión venía a costar 50 000 pesos al erario público. Se les calificó de espías de la Santa Alianza. Y, para colmo, se anunció, ya en firme, la secularización inminente del clero chileno, con la cual se nacionalizaría la iglesia de aquí, eximiéndosela de toda obediencia a Roma… Ante tales realidades, Muzi hizo saber al gobierno que regresaría inmediatamente a Italia, considerando que su confianza y buena voluntad habían sido defraudadas. Y, al cabo de nueve meses y medio de una vana actividad, el prelado, su joven auditor y Don Salustio, tomaron el camino de Valparaíso, que era entonces un destartalado villorrio de pescadores, situado en el regazo de un circo de montañas donde tanto se hablaba el inglés como el español, por haber allí prósperos almacenes británicos que comerciaban con las naves fondeadas tras de largas y difíciles navegaciones por el Pacífico meridional, y, sobre todo, con los esbeltos y veloces clippers norteamericanos, cada vez más numerosos y que, para pasmo de las gentes, ostentaban ya arboladuras de cuatro palos. Mastaï, algo afligido por el fracaso de la misión, conoció los estremecimientos telúricos de dos terremotos que, sin causarle daños, le hicieron padecer la indecible angustia de sentir perdida su estabilidad -como atolondrado el equilibrio de su cuerpo- admirándose ante la ecuanimidad de unos músicos ciegos que, durante los breves seísmos, no dejaron de tocar alegres danzas -más atentos a sus limosnas que a furias volcánicas- y en una fonda portuaria fue invitado a apreciar los gloriosos sabores del piure, el loco, el cocha-yuyo y el monumental centollo de la Tierra de Fuego. Y, por fin, se hicieron a la mar los eclesiásticos, a bordo del “Colombia”, velero de buena andana y sólido casco, acostumbrado a afrontar las furias oceánicas de la siempre ardua circunnavegación del cono sur de América. Con el creciente frío, aparecieron dos ballenas al paso del paralelo de Valdivia. El 10 de noviembre, se estaba en la latitud de la isla de Chiloé. Y, el 17, se prepararon los navegantes a arrostrar la temible prueba de pasar el Cabo de Hornos.