– ¿Puede esto ocurrirle a cualquiera de nosotros?
– Exactamente. Especialmente si nuestra suma energética es considerable. Obviamente, la suma de la energía de Elías y Amalia juntos era algo que los seres inorgánicos no podían desechar. Confiar en los seres inorgánicos es absurdo. Ellos tienen su propio ritmo, y ese ritmo no es humano.
Le pregunté a don Juan qué fue exactamente lo que el nagual Rosendo hizo para mandar a sus discípulos a ese mundo. Sabía que hacer esta pregunta era una estupidez de mi parte. Me sorprendí cuando respondió.
– Los pasos son la simpleza misma -dijo-. Puso a sus discípulos dentro de un espacio muy reducido; algo así como un armario. Luego se puso a ensoñar, y mandó venir a un explorador del reino de los seres inorgánicos manifestando en voz alta su intento de llamarlo. Después expresó en voz alta su intento de ofrecerle a sus discípulos.
"Naturalmente, el explorador los aceptó como un regalo y se los llevó consigo en un momento de descuido, cuando ellos estaban haciendo el amor, dentro del armario. Cuando el nagual fue a buscarlos, se habían esfumado.
Don Juan explicó que hacer regalos de gente a los seres inorgánicos era precisamente lo que los brujos antiguos solían hacer con sus discípulos. El nagual Rosendo no quería de ninguna manera hacer eso; lo ofuscó la absurda creencia de que los seres inorgánicos estaban bajo su control.
– Las maniobras de los brujos son mortales -continuó-. Te suplico que seas de lo más cauteloso. No dejes que te enceguezca la estúpida sensación de confianza en ti mismo.
– ¿Qué fue lo que les pasó finalmente al nagual Elías y a Amalia? -pregunté.
– El nagual Rosendo tuvo que ir corporalmente a buscarlos a ese mundo -contestó.
– ¿Los encontró?
– Si, después de luchas indescriptibles. Pero no pudo sacarlos del todo. Así que fueron siempre semiprisioneros de ese reino.
– ¿Los conoció usted, don Juan?
– Por supuesto que los conocí, y te puedo asegurar que eran sobremanera extraños.
6 EL MUNDO DE LAS SOMBRAS
– Tienes que ser muy pero muy cuidadoso, porque estás a punto de caer en manos de los seres inorgánicos -me dijo don Juan inesperadamente; estábamos hablando de algo que no tenía relación con el ensueño.
Su aseveración me tomó por sorpresa. Como siempre, traté de defenderme.
– No tiene usted que prevenirme, soy bastante cuidadoso -le aseguré.
– Los seres inorgánicos están tramando algo -dijo-. Lo siento en los huesos, y no me puedo consolar diciendo que tienden trampas al principio, y que de esta manera, los ensoñadores que no valen la pena son efectiva y permanentemente descartados.
El tono de su voz era tan urgente que me sentí obligado a asegurarle inmediatamente que no iba a caer en ninguna trampa.
– Debes considerar muy seriamente que los seres inorgánicos tienen extraordinarios medios a su disposición -prosiguió-. Su conciencia de ser es espléndida. En comparación, nosotros somos unos niños; niños con muchísima energía, la cual, por cierto, los seres inorgánicos codician sin medida.
Le quería decir, pero no lo hice, que en un nivel abstracto, había comprendido lo que me decía, y su preocupación al respecto, pero que en un plano concreto, no podía ver la razón de su advertencia, ya que yo tenía control de mis prácticas de ensueño.
Pasaron varios minutos de incómodo silencio, antes de que don Juan volviera a hablar. Cambió de tema y dijo que me debía hacer notar un aspecto muy importante de su instrucción sobre el ensueño; un aspecto que hasta ahora yo había ignorado.
– Ya has entendido que las compuertas del ensueño son obstáculos específicos -dijo-, pero lo que no has comprendido todavía es que el ejercicio para alcanzar y cruzar una compuerta no es realmente lo que permite alcanzar y cruzar dicha compuerta.
– Esto no me es claro en absoluto, don Juan.
– Lo que quiero decir es que no es verdad afirmar, por ejemplo, que la segunda compuerta se alcanza y se cruza cuando el ensoñador aprende a despertarse en otro sueño, o cuando el ensoñador aprende a cambiar de ensueños sin despertarse en el mundo de la vida diaria.
– A ver, ¿cómo es esto, don Juan?
– La segunda compuerta del ensueño no se alcanza ni se cruza, hasta que el ensoñador aprende a aislar y a seguir a los exploradores.
– ¿Por qué entonces la tarea de cambiar de sueños?
– Despertarse en otro sueño, o cambiar de sueños, es el procedimiento que los brujos antiguos idearon para ejercitar la capacidad del ensoñador de aislar y seguir a un explorador.
Don Juan me aseguró que la habilidad de seguir a un explorador era un gran logro, y que cuando los ensoñadores eran capaces de llevarlo a cabo, la segunda compuerta se abría de golpe, y el universo que existe detrás de ella se tornaba accesible para ellos. Dijo que ese universo está ahí todo el tiempo, pero que no podemos entrar en él, por falta de destreza energética; que la segunda compuerta del ensueño es la entrada al mundo de los seres inorgánicos; y que el ensueño es la llave que abre esa compuerta.
– ¿Puede un ensoñador aislar a un explorador directamente, sin tener que pasar por el procedimiento de cambiar sueños? -pregunté.
– No, no hay cómo -dijo-. El procedimiento es esencial. Lo correcto sería preguntar si ese procedimiento es el único que existe. O ¿puede un ensoñador seguir otro?
Don Juan me miró inquisitivamente. Parecía como si realmente esperara que yo contestara la pregunta.
– Es demasiado difícil idear un procedimiento tan complejo como el que los brujos antiguos diseñaron -dije sin saber por qué, pero con una autoridad irrefutable.
Don Juan admitió que yo estaba en lo cierto, y dijo que los brujos antiguos diseñaron una serie de procedimientos perfectos para alcanzar y atravesar las compuertas del ensueño y entrar a mundos específicos que existen detrás de cada compuerta. Reiteró que al ser el ensueño una invención de los brujos antiguos tiene que realizarse bajo sus reglas. Describió la regla de la segunda compuerta como una cadena de tres eslabones: uno, por medio de la práctica de cambiar sueños, los ensoñadores descubren a los exploradores; dos, al seguir a los exploradores entran en otro mundo real; y tres, a través de sus acciones en ese universo, los ensoñadores descubren por si mismos las leyes y regulaciones naturales que rigen y afectan a ese mundo.
Don Juan dijo que en mis tratos con los seres inorgánicos había yo seguido la regla tan al pie de la letra, que temía devastadoras consecuencias, como la inevitable reacción de los seres inorgánicos de intentar mantenerme en su mundo.
– ¿No cree que exagera, don Juan? -pregunté.
No podía creer que la perspectiva fuera tan sombría como la pintaba.
– No exagero en lo mínimo -dijo en un tono seco y serio-. Ya verás. Los seres inorgánicos no dejan ir a nadie; no sin una verdadera contienda.
– ¿Pero qué le hace pensar que ellos desean retenerme?
– Te han enseñado ya demasiadas cosas. ¿De verdad crees que se están tomando todas estas molestias simplemente para entretenerse?
Don Juan se rió de su propia observación. No me pareció graciosa. Un miedo extraño me hizo preguntarle si creía que debería interrumpir o hasta descontinuar mis prácticas de ensueño.
– Tienes que continuar ensoñando hasta que hayas atravesado el universo que está detrás de la segunda compuerta -dijo-. Quiero decir que tienes que aceptar o rechazar la atracción de los seres inorgánicos, por tu cuenta, sin ayuda de nadie. Es por eso que me mantengo apartado y casi nunca hago comentarios sobre tus prácticas de ensueño.