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Don Juan añadió que a menos que me mantuviera en total control, cuando fusionara la segunda atención con la atención de mi vida cotidiana, me iba a convertir en un hombre aún más intolerable. Dijo que había una gran separación entre mi movilidad en la segunda atención y mi insistencia en permanecer inmóvil en mi conciencia del mundo cotidiano. Señaló que la separación era tan grande que en mi estado de conciencia diario yo era casi un idiota; y en la segunda atención era un lunático.

Antes de regresar a mi casa, me tomé la libertad de discutir mis visiones de ensueño del mundo de las sombras con Carol Tiggs, aunque don Juan me había recomendado no discutirlas con nadie. Puesto que ella era mi contraparte total, se interesó mucho en el tema y fue muy comprensiva. Don Juan estaba muy molesto conmigo por haber revelado mis problemas. Me sentí peor que nunca. Caí presa de la autocompasión y empecé a culparme de que siempre actuaba equivocadamente.

– Todavía no has hecho nada equivocado -me dijo don Juan rudamente-, pero espérate que ya lo harás.

¡Tenía razón! Al volver a casa, en mi primera sesión de ensueño, se me vino todo encima. Llegué al mundo de las sombras como lo había hecho en incontables ocasiones; lo diferente era la presencia de la forma de energía azul. Estaba entre los otros seres sombra. Imaginé que podría ser posible que la masa de energía azul hubiese estado ahí antes, y que yo no la hubiese notado. En cuanto la localicé ella atrapó sin más mi atención de ensueño. En un instante me encontré junto a ella. Las otras sombras se me acercaron como siempre, pero no les presté atención.

De repente, la forma azul dejó de ser redonda y se convirtió en la niñita que ya había visto antes. Estiró su largo y delicado cuello hacia un lado, y dijo en un susurro que apenas se podía escuchar, "¡ayúdame!". O dijo eso, o me imaginé que lo dijo. El resultado fue que me quedé congelado, galvanizado por un fuerte sentimiento de preocupación. Sentí un escalofrío, pero no en mi masa energética, sino en otra parte de mí. Esta fue la primera vez que estuve perfectamente consciente de que mi experiencia estaba totalmente separada de mis sensaciones. Estaba experimentando el mundo de las sombras, con todas las implicaciones normales de experimentar algo: podía pensar, valorar, y tomar decisiones; tenía continuidad psicológica; en otras palabras, yo era yo mismo. Lo que me faltaba era mi ser sensorial. No tenía sensaciones corporales. Todo me llegaba por la vista y el oído. Mi razón tuvo entonces que considerar un extraño dilema: el escuchar y el ver no eran facultades físicas, sino cualidades de las visiones que tenía.

– Estás realmente viendo y oyendo -dijo la voz del emisario irrumpiendo en mis pensamientos-. Esa es la belleza de este mundo. Puedes experimentar todo viendo y oyendo sin tener que respirar. ¡Piensa en ello! ¡No tienes que respirar! Puedes ir a los confines del universo sin tener que respirar.

Sentí la más alarmante oleada de emoción, y una vez más, no la sentí ahí mismo en el mundo de las sombras. La sentí en otro lado. Me sentí extremadamente agitado por la obvia, aunque velada certeza, de que había una conexión viviente entre la parte de mí que estaba experimentando mi visión y una fuente de energía y sensaciones que estaba localizada en algún otro lado. Se me ocurrió que ese otro lado era mi cuerpo físico, el cual sin duda estaba dormido en mi cama.

En el instante en que tuve este pensamiento, los seres sombra se escabulleron, y lo único que quedó en mi campo de visión fue la niñita. La observé y me convencí de que la conocía. Parecía titubear como si estuviera a punto de desmayarse. Me inundó una ilimitada oleada de afecto por ella.

Le traté de hablar, pero no era capaz de emitir palabras. En ese momento se me hizo evidente que todos mis diálogos con el emisario se habían producido y llevado a cabo con la energía del emisario. Abandonado a mis propios recursos, era un incompetente. Lo que hice luego fue intentar dirigirle mis pensamientos. Fue inútil. Estábamos separados por una membrana de energía que yo no podía traspasar.

La niñita pareció entender mi desesperación y se comunicó conmigo a través de mis pensamientos. Me dijo esencialmente lo que don Juan ya me había dicho: que era un explorador atrapado en las telarañas de ese mundo. Después añadió que había adoptado la forma de niñita porque esa forma me era familiar y también le era familiar a ella; y que necesitaba tanto de mi ayuda como yo la de ella. Me dijo todo esto en un amasijo de sensaciones energéticas, era como si todas las palabras se me vinieran encima al mismo tiempo. Aunque esta era la primera vez que algo así me sucedía, no tuve ninguna dificultad en entender a esa niña.

No supe qué hacer. Le traté de transmitir mi sensación de incapacidad. Ella pareció entenderme instantáneamente. Me suplicó en silencio con una vehemente mirada. Hasta se sonrió como para dejarme saber que había puesto en mis manos la tarea de liberarla de sus cadenas. Cuando le contesté con mi pensamiento que no tenía absolutamente ninguna habilidad, me dio la impresión de estar sufriendo un ataque de desesperación.

Traté frenéticamente de hablarle. La niñita se puso a llorar, como una niña de su edad lloraría de desesperación y miedo. No pude soportar más. Traté de levantarla en vilo, pero no dio resultado. Mi masa energética pasó a través de ella. Mi idea era levantarla y llevarla conmigo.

Intenté realizar la misma maniobra una y otra vez hasta que quedé exhausto. Me detuve a considerar mi próximo paso. Tenía miedo de perderla de vista, una vez que mi atención de ensueño se debilitara. Dudaba que los seres inorgánicos me volvieran a llevar a esa parte de su reino. Me pareció que iba a ser mi última visita con ellos: la visita clave.

Hice entonces algo impensable. Antes de que mi atención de ensueño se esfumara, grité en voz alta y clara mi intento de fusionar mi energía con la energía de ese explorador prisionero y liberarlo.

7 EL EXPLORADOR AZUL

Carol Tiggs estaba a mi lado, en un sueño absolutamente absurdo. Me hablaba, aunque no podía entender lo que decía. Don Juan también estaba en mi sueño, al igual que todos los miembros de su partida. Parecía como si estuvieran tratando de sacarme de un sitio neblinoso y amarillento.

Después de un serio esfuerzo de su parte, durante el cual los perdía de vista y luego los volvía a ver, consiguieron sacarme de ese lugar. Ya que no podía concebir el sentido de lo que pasaba, finalmente deduje que era un sueño incoherente y normal.

Mi sorpresa fue total cuando me desperté y me di cuenta de que estaba en cama en la casa de don Juan en México. No me podía mover. No tenía pero ni un ápice de energía. No supe qué pensar al respecto, aunque inmediatamente me percaté de la gravedad de mi situación. Tenía la vaga sensación de que había perdido mi energía debido a la fatiga causada por el ensueño.

No obstante, los compañeros de don Juan parecían estar extremadamente afectados por lo que me estaba sucediendo. Venían uno por uno a mi cuarto. Cada uno se quedaba por unos momentos en completo silencio, hasta que otro de ellos llegaba a reemplazarlo. Me pareció que tomaban turnos para cuidarme. Demasiado débil para pedirles una explicación de su comportamiento, los dejé hacer como quisieran.

Durante los días subsiguientes, me empecé a sentir mejor, y ellos comenzaron a hablarme de mi ensueño. Al principio, no supe qué querían de mí. Después, por el tenor de sus preguntas deduje que estaban obsesionados con los seres sombra. Todos ellos me dieron la impresión de estar asustados. Me decían más o menos las mismas cosas; insistían en que jamás habían estado en el mundo de las sombras. Algunos de ellos afirmaron que no sabían que existía. Sus afirmaciones y reacciones aumentaron mi confusión y mi temor.

No podían creer que los exploradores me hubieran transportado a ese mundo; no les cabía duda que yo había estado ahí, pero como no podían usar su experiencia personal para guiarse, no comprendían lo que yo estaba diciendo. Aun así, querían saber todo lo que yo les pudiera decir acerca de los seres sombra y de su reino. Los complací. Con la excepción de don Juan, todos se sentaban en mi cama a escuchar lo que yo dijera. No obstante, cada vez que los interrogaba acerca de mi situación, se escabullían, exactamente como los seres sombra.