Don Juan escudriñó todo mi cuerpo con su penetrante mirada. Dijo que perder mi energía me había afectado temporalmente; y lo que yo sentía como bochornos eran explosiones de energía, durante las cuales retomaba el control de mi cuerpo energético y estaba al tanto de lo que me había sucedido.
– Haz un esfuerzo y dime qué fue lo que te pasó en el mundo de los seres inorgánicos -me ordenó.
Le dije que de vez en cuando tenía la clara sensación de que él y sus compañeros habían ido a ese mundo con sus cuerpos físicos y me habían arrancado de las garras de los seres inorgánicos.
– ¡Bien! -exclamó-. Ahora convierte esa sensación en una visión de lo que te sucedió.
Por más que traté, no fui capaz de hacer lo que me pedía. No poder lograrlo me hizo sentir una fatiga fuera de lo común, que parecía secar mi cuerpo desde adentro. Le lloriqueé a don Juan que mi ansiedad estaba a punto de hacerme explotar.
– Tu ansiedad no significa nada -dijo sin preocuparse-. Recupera tu energía y no te preocupes de tonterías.
Pasaron más de dos semanas durante las cuales recuperé lentamente mi energía. Lo cual no me impidió seguir preocupándome por todo. Mi mayor preocupación era el sentirme desconocido a mí mismo; había un rasgo de frialdad en mi que no había notado antes; un tipo de fría indiferencia, un desapego que primero atribuí a mi falta de energía. Pero luego que la recuperé, me di cuenta de que era una nueva característica de mi ser que me tenía permanentemente fuera de sincronización. Para poder evocar los sentimientos, a los que estaba acostumbrado, los tenía que convocar y esperar unos momentos hasta que hicieran su aparición en mi mente.
Otra nueva característica de mi ser era un extraño anhelo que se apoderaba de mí de vez en cuando. Anhelaba a alguien a quien no conocía; era un sentimiento tan abrumador que cuando lo experimentaba, tenía que caminar alrededor del cuarto para poder aliviarlo. Permanecía aprisionado por esa emoción hasta que un rígido control sobre mí mismo, que tampoco había tenido antes, me liberaba; era un control tan nuevo y poderoso, que sólo añadió más combustible a mi preocupación general.
Al final de la cuarta semana, don Juan y sus compañeros llegaron finalmente al acuerdo de que yo me encontraba sano y salvo. Cortaron sus visitas drásticamente. Me pasaba la mayoría del tiempo solo, durmiendo. El descanso era tan completo que mi energía incrementó notablemente. Me sentía una vez más como el yo de antes. Hasta empecé a hacer ejercicio.
Un día, después de una ligera comida, alrededor del mediodía, regresé a mi cuarto para dormir una siesta. Antes de sumergirme en un profundo sueño, y el revolcarme en mi cama buscando una posición más confortable, cuando una extraña presión en mis sienes me hizo abrir los ojos. La niñita del mundo de los seres inorgánicos estaba parada al pie de mi cama, escudriñándome con sus fríos y metálicos ojos azules.
Brinqué de mi cama y grité tan fuerte, que tres de los compañeros de don Juan entraron en el cuarto aun antes de que acabara de gritar. Se quedaron estupefactos. Miraron con horror cómo la niñita se me acercaba deteniéndose justo frente a mí. Nos quedamos mirándonos por una eternidad. Me dijo algo que al principio no pude comprender, pero que un momento después era clarísimo. Me dijo que para que yo la entendiera, tendría que transferir mi conciencia de ser de mi cuerpo físico a mi cuerpo energético.
En ese momento, don Juan entró en el cuarto. La niñita y don Juan se quedaron mirándose. Sin decir una sola palabra, don Juan dio vuelta y salió del cuarto. La niñita lo siguió, cortando el aire como un silbido.
La conmoción que esta escena causó entre los compañeros de don Juan fue indescriptible. Perdieron toda su ecuanimidad. Evidentemente, todos ellos vieron a la niña cuando salió del cuarto con el nagual.
Yo me sentía a punto de explotar físicamente. Me iba a desmayar y me tuve que sentar. La presencia de esa niña fue como un golpe en mi plexo solar. Tenía un asombroso parecido con mi padre. Me golpearon oleadas de sentimiento. Compulsivamente me preguntaba a mí mismo una y otra vez, qué podía significar todo esto.
Cuando don Juan retornó al cuarto, yo había recuperado un mínimo control sobre mí mismo. Mis expectativas acerca de lo que él diría sobre la niñita hacían que mi respiración fuera muy difícil. Todos estaban tan excitados como yo. Le hablaron a don Juan al unísono y se rieron también al unísono al darse cuenta de lo que habían hecho. Su principal interés era saber si había alguna uniformidad en la forma en que habían percibido la apariencia del explorador. Todos estuvieron de acuerdo en que habían visto a una niña de seis o siete años; muy delgada, con hermosas facciones angulares. También estuvieron de acuerdo en que sus ojos eran de color azul acero y que ardían con una emoción silenciosa; sus ojos, dijeron, expresaban gratitud y lealtad.
Yo había corroborado todos esos detalles acerca de la niñita. Sus ojos eran tan brillantes y abrumadores que me habían causado realmente algo como dolor. Había sentido el peso de su mirada en mi pecho.
Una interrogación muy seria que le hicieron sus compañeros a don Juan, y a la cual yo también me suscribía, era acerca de las posibles implicaciones de ese evento. Sostenían que el explorador era una energía foránea que se había filtrado a través de las paredes que separan la segunda atención de la atención del mundo cotidiano. Su punto de vista era que, a pesar de no estar ensoñando, todos ellos vieron esa energía forastera proyectada en la figura de una niña humana, por lo tanto, esa niña existía en nuestro mundo.
Argumentaron que posiblemente habría cientos, o hasta miles de casos, en los que energía forastera se escurría a nuestro mundo humano sin ser advertida; pero que en la historia de su linaje, no había absolutamente ninguna mención sobre un evento de esta naturaleza. Lo que más les preocupaba era que ni siquiera existían historias de brujos sobre el asunto.
– ¿Es la primera vez en la historia de la humanidad que algo como esto ocurre? -uno de ellos le preguntó a don Juan.
– Yo creo que esto pasa todo el tiempo -contestó-, pero nunca de manera tan premeditada.
– ¿Qué significa esto para nosotros? -le preguntó otro de ellos a don Juan.
– Para nosotros nada, pero para él todo -dijo señalándome.
Esta aseveración los empujó al más inquietante de los silencios. Don Juan se paseaba ida y vuelta por el cuarto. Después se detuvo frente a mí y me escudriñó, dando todas las indicaciones de alguien que no puede encontrar palabras para expresar un aplastante descubrimiento.
– No puedo ni siquiera empezar a valorar lo que ha ocurrido -don Juan me dijo en un tono de perplejidad-. Caíste en una trampa, pero no fue la clase de trampa que esperaba. Tu trampa fue diseñada únicamente para ti, y fue más mortal que cualquier otra que pudiera haber yo imaginado. Me preocupaba que cayeras por pinches deseos de ser halagado y de que te den todo. Con lo que nunca conté fue con que los seres sombra te tenderían una trampa, usando tu aversión por las cadenas.
Don Juan hizo una vez una comparación de su reacción y la mía a lo que nos presionaba más en el mundo de los brujos. Dijo, sin que pareciera como una queja, que aunque él quería y trataba de lograrlo, nunca había sido capaz de inspirar el afecto que su maestro, el nagual Julián, inspiraba en la gente.
– Mi reacción fidedigna, la cual te estoy mostrando para que la examines, es decir, con completa sinceridad: no es mi destino poder evocar un afecto ciego y total; pues, ¡que así sea!
"Tu reacción fidedigna -prosiguió- es no poder soportar cadenas y ser capaz hasta de perder la vida con tal de romperlas.
Yo estaba sinceramente en desacuerdo con él, y le dije que estaba exagerando. Mis puntos de vista no eran tan claros.